*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 68525 *** NOTAS DEL TRANSCRIPTOR En la versión de texto sin formatear, el texto en cursiva está encerrado entre guiones bajos (_cursiva_), las versalitas se representan en mayúsculas como en VERSALITAS y el texto en negritas como en =negritas=. El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes cuando la presente edición de esta obra fue publicada. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios Académicos de la Real Academia Española. En la presente transcripción se adecuó la ortografía de las mayúsculas acentuadas a las reglas indicadas por la RAE, que establecen que el acento ortográfico debe utilizarse, incluso si la vocal acentuada está en mayúsculas. La cubierta del libro fue modificada por el transcriptor y ha sido añadida al dominio publico. El Índice ha sido reposicionado al principio de la obra. Se han corregido errores evidentes de puntuación y otros errores de imprenta y ortografía. Las correcciones mencionadas en las ERRATAS no se han enmendado. * * * * * [Ilustración: ANTONIO MACHADO] POESÍAS COMPLETAS DE ANTONIO MACHADO [Ilustración] PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES POESÍAS COMPLETAS POESÍAS COMPLETAS DE ANTONIO MACHADO [Ilustración] PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES SERIE IV.--VOL. 7 MADRID 1917 ES PROPIEDAD QUEDA HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY DERECHOS RESERVADOS PARA TODOS LOS PAÍSES COPYRIGHT 1917 BY RESIDENCIA DE ESTUDIANTES Imp. de Fortanet, Libertad 29.--Tel. 991.--Madrid ALGUNAS ERRATAS PÁGINA DICE DEBE DECIR 70 variolaban bariolaban 94 habitual usual 164 segundo segundón ANTONIO MACHADO Misterioso y silencioso Iba una y otra vez. Su mirada era tan profunda Que apenas se podía ver. Cuando hablaba tenía un dejo de timidez y de altivez. Y la luz de sus pensamientos Casi siempre se veía arder. Era luminoso y profundo Como era hombre de buena fe. Fuera pastor de mil leones Y de corderos a la vez. Conduciría tempestades O traería un panal de miel. Las maravillas de la vida Y del amor y del placer, Cantaba en versos profundos Cuyo secreto era de él. Montado en un raro Pegaso, Un día al imposible fué. Ruego por Antonio a mis dioses, Ellos le salven siempre. Amén. RUBÉN DARÍO. 1905 ÍNDICE _Págs._ ANTONIO MACHADO, POR RUBÉN DARÍO 7 SOLEDADES I. EL VIAJERO 11 II. HE ANDADO MUCHOS CAMINOS 13 III. LA PLAZA Y LOS NARANJOS ENCENDIDOS 14 IV. EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO 15 V. RECUERDO INFANTIL 17 VI. FUÉ UNA CLARA TARDE, TRISTE Y SOÑOLIENTA 18 VII. EL LIMONERO LÁNGUIDO SUSPENDE 20 VIII. YO ESCUCHO LOS CANTOS 22 IX. ORILLAS DEL DUERO 24 X. A LA DESIERTA PLAZA 25 XI. YO VOY SOÑANDO CAMINOS 26 XII. AMADA, EL AURA DICE 27 XIII. HACIA UN OCASO RADIANTE 28 XIV. CANTE HONDO 31 XV. LA CALLE EN SOMBRA 32 XVI. SIEMPRE FUGITIVA Y SIEMPRE 33 XVII. HORIZONTE 33 XVIII. EL POETA 34 XIX. ¡VERDES JARDINILLOS! 37 DEL CAMINO XX. PRELUDIO 38 XXI. DABA EL RELOJ LAS DOCE... Y ERAN DOCE 39 XXII. SOBRE LA TIERRA AMARGA 40 XXIII. EN LA DESNUDA TIERRA DEL CAMINO 40 XXIV. EL SOL ES UN GLOBO DE FUEGO 41 XXV. ¡TENUE RUMOR DE TÚNICAS QUE PASAN! 42 XXVI. ¡OH, FIGURAS DEL ATRIO, MÁS HUMILDES! 42 XXVII. LA TARDE TODAVÍA 43 XXVIII. CREAR FIESTAS DE AMORES 44 XXIX. ARDE EN TUS OJOS UN MISTERIO, VIRGEN 45 XXX. ALGUNOS LIENZOS DEL RECUERDO TIENEN 45 XXXI. CRECE EN LA PLAZA EN SOMBRA 46 XXXII. LAS ASCUAS DE UN CREPÚSCULO MORADO 47 XXXIII. ¿MI AMOR?... ¿RECUERDAS, DIME? 47 XXXIV. ME DIJO UN ALBA DE LA PRIMAVERA. 48 XXXV. AL BORDE DEL SENDERO UN DÍA NOS SENTAMOS 49 XXXVI. ES UNA FORMA JUVENIL QUE UN DÍA 48 XXXVII. ¡OH!, DIME, NOCHE AMIGA, AMADA VIEJA 50 CANCIONES Y COPLAS XXXVIII. ABRIL FLORECÍA 51 XXXIX. DE LA VIDA 54 XL. INVENTARIO GALANTE 56 XLI. ME DIJO UNA TARDE 58 XLII. LA VIDA HOY TIENE RITMO 60 XLIII. ERA UNA MAÑANA Y ABRIL SONREÍA 61 XLIV. EL CASCO ROÍDO Y VERDOSO 62 XLV. EL SUEÑO BAJO EL SOL QUE ATURDE Y CIEGA 63 HUMORISMOS, FANTASÍAS, APUNTES XLVI. LOS GRANDES INVENTOS: LA NORIA 65 XLVII. EL CADALSO 66 XLVIII. LAS MOSCAS 67 XLIX. ELEGÍA DE UN MADRIGAL 69 L. ACASO 70 LI. JARDÍN 71 LII. FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL 72 LIII. A UN NARANJO Y A UN LIMONERO 76 LIV. LOS SUEÑOS MALOS 77 LV. HASTÍO 78 LVI. SONABA EL RELOJ LA UNA 79 LVII. CONSEJOS 80 LVIII. MONEDA QUE ESTÁ EN LA MANO 80 LIX. GLOSA 80 LX. ANOCHE CUANDO DORMÍA 81 LXI. ¿MI CORAZÓN SE HA DORMIDO? 82 GALERÍAS INTRODUCCIÓN 83 LXII. DESGARRADA LA NUBE 85 LXIII. Y ERA EL DEMONIO DE MI SUEÑO, EL ÁNGEL 86 LXIV. DESDE EL UMBRAL DE UN SUEÑO ME LLAMARON 87 LXV. SUEÑO INFANTIL 87 LXVI. SI YO FUERA UN POETA 89 LXVII. LLAMÓ A MI CORAZÓN, UN CLARO DÍA 89 LXVIII. HOY BUSCARÁS EN VANO 90 LXXI. Y NADA IMPORTA YA QUE EL VINO DE ORO 90 LXX. ¡TOCADOS DE OTROS DÍAS! 91 LXXI. LA CASA TAN QUERIDA 92 LXXII. ANTE EL PÁLIDO LIENZO DE LA TARDE 92 LXXIII. TARDE TRANQUILA, CASI 93 LXXIV. YO, COMO ANACREONTE 93 LXXV. ¡OH, TARDE LUMINOSA! 94 LXXVI. ES UNA TARDE CENICIENTA Y MUSTIA 94 LXXVII. Y NO ES VERDAD, DOLOR, YO TE CONOZCO 95 LXXVIII. ¿Y HA DE MORIR CONTIGO EL MUNDO MAGO? 96 LXXIX. DESNUDA ESTÁ LA TIERRA 96 LXXX. CAMPO 97 LXXXI. A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR 98 LXXXII. LOS SUEÑOS 99 LXXXIII. GUITARRA DEL MESÓN QUE HOY SUENAS JOTA 99 LXXXIV. EL ROJO SOL DE UN SUEÑO EN EL ORIENTE ASOMA 100 LXXXV. LA PRIMAVERA BESABA 101 LXXXVI. ERAN AYER MIS DOLORES 102 LXXXVII. RENACIMIENTO 103 LXXXVIII. TAL VEZ LA MANO, EN SUEÑOS 104 LXXXIX. Y PODRÁS CONOCERTE RECORDANDO 104 XC. LOS ÁRBOLES CONSERVAN 105 XCI. HÚMEDO ESTÁ, BAJO EL LAUREL, EL BANCO 105 VARIA XCII. CABALLITOS 106 XCIII. RUIDOS 107 XCIV. PESADILLA 108 XCV. DE LA VIDA 108 XCVI. SOL DE INVIERNO 110 XCVII. RETRATO 111 XCVIII. A ORILLAS DEL DUERO 113 XCIX. POR TIERRAS DE ESPAÑA 116 C. EL HOSPICIO 118 CI. EL DIOS IBERO 119 CII. ORILLAS DEL DUERO 122 CIII. LAS ENCINAS 124 CIV. CAMINOS 130 CV. EN ABRIL, LAS AGUAS MIL 130 CVI. UN LOCO 132 CVII. FANTASÍA ICONOGRÁFICA 134 CVIII. UN CRIMINAL 135 CIX. AMANECER DE OTOÑO 137 CX. EN TREN 138 CXI. NOCHE DE VERANO 140 CXII. PASCUA DE RESURRECCIÓN 141 CXIII. CAMPOS DE SORIA 142 CXIV. LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ 149 CXV. A UN OLMO SECO 182 CXVI. RECUERDOS 184 CXVII. AL MAESTRO «AZORÍN», POR SU LIBRO CASTILLA 186 CXVIII. CAMINOS 187 CXIX. SEÑOR, YA ME ARRANCASTE LO QUE YO MÁS QUERÍA 189 CXX. DICE LA ESPERANZA: UN DÍA 189 CXXI. ALLÁ, EN LAS TIERRAS ALTAS 189 CXXII. SOÑÉ QUE TÚ ME LLEVABAS 190 CXXIII. UNA NOCHE DE VERANO 191 CXXIV. AL BORRARSE LA NIEVE, SE ALEJARON 191 CXXV. EN ESTOS CAMPOS DE LA TIERRA MÍA 192 CXXVI. A JOSÉ MARÍA PALACIO 194 CXXVII. OTRO VIAJE 195 CXXVIII. POEMA DE UN DÍA 197 CXXIX. NOVIEMBRE, 1914 205 CXXX. LA SAETA 206 CXXXI. DEL PASADO EFÍMERO 207 CXXXII. LOS OLIVOS 209 CXXXIII. LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS POR LA MUERTE DE DON GUIDO 213 CXXXIV. LA MUJER MANCHEGA 218 CXXXV. EL MAÑANA EFÍMERO 219 CXXXVI. PROVERBIOS Y CANTARES 221 CXXXVII. PARÁBOLAS 239 CXXXVIII. MI BUFÓN 244 ELOGIOS CXXXIX. A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS 245 CXL. AL JOVEN MEDITADOR JOSÉ ORTEGA GASSET 247 CXLI. A XAVIER VALCARCE 247 CXLII. MARIPOSA DE LA SIERRA 249 CXLIII. DESDE MI RINCÓN 251 CXLIV. A UNA ESPAÑA JOVEN 255 CXLV. ESPAÑA, EN PAZ 256 CXLVI. FLOR DE SANTIDAD 260 CXLVII. AL MAESTRO RUBÉN DARÍO 261 CXLVIII. A LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO 262 CXLIX. A NARCISO ALONSO CORTÉS, POETA DE CASTILLA 263 CL. MIS POETAS 265 CLI. A DON MIGUEL DE UNAMUNO 266 CLII. A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ 267 POESÍAS COMPLETAS (1899-1917) SOLEDADES I EL VIAJERO Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente; y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente. Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo, El rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años? ¿Lamentará la juventud perdida? Lejos quedó--la pobre loba--muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta? ¿Sonríe al sol de oro de la tierra de un sueño no encontrada; y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca vela hinchada? Él ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las olorosas ramas del eucaliptus, los rosales que enseñan otra vez sus blancas rosas... Y este dolor que añora o desconfía el temblor de una lágrima reprime, y un resto de viril hipocresía en el semblante pálido se imprime. Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros divagamos. En la tristeza del hogar, golpea el tic-tac del reloj. Todos callamos. II He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas, he navegado en cien mares y he atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, y pedantones al paño que miran, callan y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca, si llegan a un sitio, preguntan adónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra. III La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y risueñas. Tumulto de pequeños colegiales, que al salir en desorden de la escuela, llenan el aire de la plaza en sombra con la algazara de sus voces nuevas. ¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!... ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas! IV EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO Tierra le dieron una tarde horrible del mes de julio, bajo el sol de fuego. A un paso de la abierta sepultura, había rosas de podridos pétalos, entre geranios de áspera fragancia y roja flor. El cielo puro y azul. Corría un aire fuerte y seco. De los gruesos cordeles suspendido, pesadamente, descender hicieron el ataúd al fondo de la fosa los dos sepultureros... Y al reposar sonó con recio golpe, solemne, en el silencio. Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio. Sobre la negra caja se rompían los pesados terrones polvorientos... El aire se llevaba de la honda fosa el blanquecino aliento. --Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus huesos... Definitivamente, duerme un sueño tranquilo y verdadero. V RECUERDO INFANTIL Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel junto a una mancha carmín. Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano. Y todo un coro infantil va cantando la lección: mil veces ciento, cien mil, mil veces mil, un millón. Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de la lluvia en los cristales. VI Fué una clara tarde, triste y soñolienta, tarde de verano. La hiedra asomaba al muro del parque, negra y polvorienta... La fuente sonaba. Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave golpeó el silencio de la tarde muerta. En el solitario parque, la sonora copla borbollante del agua cantora, me guió a la fuente. La fuente vertía sobre el blanco mármol su monotonía. La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano, un sueño lejano mi canto presente?... Fué una tarde lenta del lento verano. Respondí a la fuente: No recuerdo, hermana, mas sé que tu copla presente es lejana. Fué esta misma tarde: mi cristal vertía como hoy sobre el mármol su monotonía. ¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares, que ves, sombreaban los claros cantares que escuchas. Del rubio color de la llama, el fruto maduro pendía en la rama, lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?... Fué esta misma lenta tarde de verano. --No sé qué me dice tu copla riente de ensueños lejanos, hermana la fuente. Yo sé que tu claro cristal de alegría ya supo del árbol la fruta bermeja; yo sé que es lejana la amargura mía que sueña en la tarde de verano vieja. Yo sé que tus bellos espejos cantores copiaron antiguos delirios de amores: mas cuéntame, fuente de lengua encantada, cuéntame mi alegre leyenda olvidada. --Yo no sé leyendas de antigua alegría, sino historias viejas de melancolía. Fué una clara tarde del lento verano... Tú venías solo con tu pena, hermano; tus labios besaron mi linfa serena, y en la clara tarde, dijeron tu pena. Dijeron tu pena tus labios que ardían: la sed que ahora tienen, entonces tenían. --Adiós para siempre, la fuente sonora, del parque dormido eterna cantora. Adiós para siempre, tu monotonía, fuente, es más amarga que la pena mía. Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave sonó en el silencio de la tarde muerta. VII El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta, sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan los frutos de oro... Es una tarde clara, casi de primavera; tibia tarde de marzo, que al hálito de abril cercano lleva; y estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión cándida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire, algún vagar de túnica ligera. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, que dice al alma luminosa: nunca, y al corazón: espera. Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas. Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena, y de la buena albahaca, que tenía mi madre en sus macetas. Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan... Sí, te conozco, tarde alegre y clara, casi de primavera. VIII Yo escucho los cantos de viejas cadencias, que los niños cantan cuando en coro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra: con monotonías de risas eternas, que no son alegres, con lágrimas viejas, que no son amargas y dicen tristezas, tristezas de amores de antiguas leyendas. En los labios niños, las canciones llevan confusa la historia y clara la pena; como clara el agua lleva su conseja de viejos amores, que nunca se cuentan. Jugando, a la sombra de una plaza vieja, los niños cantaban... La fuente de piedra vertía su eterno cristal de leyenda. Cantaban los niños canciones ingenuas, de un algo que pasa y que nunca llega: la historia confusa y clara la pena. Vertía la fuente su eterna conseja: borrada la historia, contaba la pena. IX ORILLAS DEL DUERO Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario. Girando en torno a la torre y al caserón solitario, ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno, de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno. Es una tibia mañana. El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana. Pasados los verdes pinos, casi azules, primavera se ve brotar en los finos chopos de la carretera y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. El campo parece, más que joven, adolescente. Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido, azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido, y mística primavera! ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera, espuma de la montaña ante la azul lejanía, sol del día, claro día! ¡Hermosa tierra de España! X A la desierta plaza conduce un laberinto de callejas. A un lado, el viejo paredón sombrío de una ruinosa iglesia; a otro lado, la tapia blanquecina de un huerto de cipreses y palmeras, y, frente a mí, la casa, y en la casa, la reja, ante el cristal que levemente empaña su figurilla plácida y risueña. Me apartaré. No quiero llamar a tu ventana... Primavera viene--su veste blanca flota en el aire de la plaza muerta--; viene a encender las rosas rojas de tus rosales... Quiero verla... XI Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... --La tarde cayendo está--. «En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón.» Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se obscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: «Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada.» XII Amada, el aura dice tu pura veste blanca... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! El aura me ha traído tu nombre en la mañana; el eco de tus pasos repite la montaña... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! En las sombrías torres repican las campanas... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! Los golpes del martillo dicen la negra caja; y el sitio de la fosa, los golpes de la azada... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! XIII Hacia un ocaso radiante caminaba el sol de estío, y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante, tras de los álamos verdes de las márgenes del río. Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera de la cigarra cantora, el monorritmo jovial, entre metal y madera, que es la canción estival. En una huerta sombría, giraban los cangilones de la noria soñolienta. Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía. Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta. Yo iba haciendo mi camino, absorto en el solitario crepúsculo campesino. Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa toda desdén y armonía, hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!» Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente. Lejos, la ciudad dormía como cubierta de un mago fanal de oro transparente. Bajo los arcos de piedra el agua clara corría. Los últimos arreboles coronaban las colinas manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas. Yo caminaba cansado, sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado. El agua en sombra pasaba tan melancólicamente, bajo los arcos del puente, como si al pasar dijera: «Apenas desamarrada la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, se canta: no somos nada. Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.» Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría. (Yo pensaba: ¡el alma mía!) Y me detuve un momento, en la tarde, a meditar... ¿Qué es esta gota en el viento que grita al mar: soy el mar? Vibraba el aire asordado por los élitros cantores que hacen el campo sonoro, cual si estuviera sembrado de campanitas de oro. En el azul fulguraba un lucero diamantino. Cálido viento soplaba alborotando el camino. Yo, en la tarde polvorienta, hacia la ciudad volvía. Sonaban los cangilones de la noria soñolienta. Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía. XIV CANTE HONDO Yo meditaba absorto, devanando los hilos del hastío y la tristeza, cuando llegó a mi oído, por la ventana de mi estancia, abierta a una caliente noche de verano, el plañir de una copla soñolienta, quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de mi tierra. ...Y era el Amor, como una roja llama... --Nerviosa mano en la vibrante cuerda ponía un largo suspirar de oro que se trocaba en surtidor de estrellas--. ...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y esquelética. --tal cuando yo era niño la soñaba--. Y en la guitarra, resonante y trémula, la brusca mano, al golpear, fingía el reposar de un ataúd en tierra. Y era un plañido solitario el soplo que el polvo barre y la ceniza aventa. XV La calle en sombra. Ocultan los altos caserones el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones. ¿No ves, en el encanto del mirador florido, el óvalo rosado de un rostro conocido? La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo, surge o se apaga como daguerreotipo viejo. Suena en la calle sólo el ruido de tu paso; se extinguen lentamente los ecos del ocaso. ¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella? No puede ser... Camina... En el azul la estrella. XVI Siempre fugitiva y siempre cerca de mí, en negro manto mal cubierto el desdeñoso gesto de tu rostro pálido. No sé dónde vas ni dónde tu virgen belleza tálamo busca en la noche. No sé qué sueños cierran tus párpados, ni de quien haya entreabierto tu lecho inhospitalario. ................................ Detén el paso, belleza esquiva, detén el paso... Besar quisiera la amarga, amarga flor de tus labios. XVII HORIZONTE En una tarde clara y amplia como el hastío, cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano. La gloria del ocaso era un purpúreo espejo, era un cristal de llamas, que al infinito viejo iba arrojando el grave soñar en la llanura... Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura. XVIII EL POETA Para el libro _La casa de la primavera_, de Martínez Sierra. Maldiciendo su destino como Glauco, el dios marino, mira, turbia la pupila de llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla. Él sabe que un Dios más fuerte con la sustancia inmortal está jugando a la muerte cual niño bárbaro. Él piensa que ha de caer como rama que sobre las aguas flota, antes de perderse, gota de mar, en la mar inmensa. En sueños oyó el acento de una palabra divina; en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina sin odio ni amor, y el frío soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío. Bajo las palmeras del oasis el agua buena miró brotar de la arena; y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros animales carniceros... Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor. Y fué compasivo para el ciervo y el cazador, para el ladrón y el robado, para el pájaro azorado, para el sanguinario azor. Con el Eclesiastés dijo: Vanidad de vanidades, todo es negra vanidad; y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad. Y viendo cómo lucían miles de blancas estrellas, pensaba que todas ellas en su corazón ardían. ¡Noche de amor!... Y otra noche sintió la mala tristeza que enturbia la pura llama, y el corazón que bosteza, y el histrión que declama. Y dijo: las galerías del alma que espera están desiertas, mudas, vacías: las blancas sombras se van. Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado del ayer. ¡Cuán bello era! ¡Qué hermosamente el pasado fingía la primavera, cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado, mísero fruto podrido, que en el hueco acibarado guarda el gusano escondido! ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día, arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía! XIX ¡Verdes jardinillos, claras plazoletas, fuente verdinosa donde el agua sueña, donde el agua muda resbala en la piedra!... Las hojas de un verde mustio, casi negras, de la acacia, el viento de septiembre besa, y se lleva algunas amarillas, secas, jugando, entre el polvo blanco de la tierra. Linda doncellita, que el cántaro llenas de agua transparente, tú, al verme, no llevas a los negros bucles de tu cabellera, distraídamente, la mano morena, ni, luego, en el limpio cristal te contemplas... Tú miras al aire de la tarde bella, mientras de agua clara el cántaro llenas. DEL CAMINO XX PRELUDIO Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero poner un dulce salmo sobre mi viejo atril. Acordaré las notas del órgano severo al suspirar fragante del pífano de abril. Madurarán su aroma las pomas otoñales, la mirra y el incienso salmodiarán su olor; exhalarán su fresco perfume los rosales, bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor. Al grave acorde lento de música y aroma, la sola y vieja y noble razón de mi rezar levantará su vuelo suave de paloma y la palabra blanca se elevará al altar. XXI Daba el reloj las doce... y eran doce golpes de azada en tierra... ...¡Mi hora!--grité--... El silencio me respondió:--No temas; tú no verás caer la última gota que en la clepsidra tiembla. Dormirás muchas horas todavía sobre la orilla vieja, y encontrarás una mañana pura amarrada tu barca a otra ribera. XXII Sobre la tierra amarga, caminos tiene el sueño laberínticos, sendas tortuosas, parques en flor y en sombra y en silencio; criptas hondas, escalas sobre estrellas; retablos de esperanzas y recuerdos. Figurillas que pasan y sonríen --juguetes melancólicos de viejo--; imágenes amigas, a la vuelta florida del sendero, y quimeras rosadas que hacen camino... lejos... XXIII En la desnuda tierra del camino la hora florida brota, espino solitario, del valle humilde en la revuelta umbrosa. El salmo verdadero de tenue voz hoy toma al corazón, y al labio, la palabra quebrada y temblorosa. Mis viejos mares duermen; se apagaron sus espumas sonoras sobre la playa estéril. La tormenta camina lejos en la nube torva. Vuelve la paz al cielo; la brisa tutelar esparce aromas otra vez sobre el campo, y aparece, en la bendita soledad, tu sombra. XXIV El sol es un globo de fuego, la luna es un disco morado. Una blanca paloma se posa en el alto ciprés centenario. Los cuadros de mirtos parecen de marchito velludo empolvado. ¡El jardín y la tarde tranquila!... Suena el agua en la fuente de mármol. XXV ¡Tenue rumor de túnicas que pasan sobre la infértil tierra!... ¡y lágrimas sonoras de las campanas viejas! Las ascuas mortecinas del horizonte humean... Blancos fantasmas lares van encendiendo estrellas. --Abre el balcón. La hora de una ilusión se acerca... La tarde se ha dormido y las campanas sueñan. XXVI ¡Oh, figuras del atrio, más humildes cada día y lejanas: mendigos harapientos sobre marmóreas gradas; miserables ungidos de eternidades santas, manos que surgen de los mantos viejos y de las rotas capas! ¿Pasó por vuestro lado una ilusión velada, de la mañana luminosa y fría en las horas más plácidas?... Sobre la negra túnica, su mano era una rosa blanca... XXVII La tarde todavía dará incienso de oro a tu plegaria, y quizás el cénit de un nuevo día amenguará tu sombra solitaria. Mas no es tu fiesta el Ultramar lejano, sino la ermita junto al manso río; no tu sandalia el soñoliento llano pisará, ni la arena del hastío. Muy cerca está, romero, la tierra verde y santa y florecida de tus sueños; muy cerca, peregrino que desdeñas la sombra del sendero y el agua del mesón en tu camino. XXVIII Crear fiestas de amores en nuestro amor pensamos, quemar nuevos aromas en montes no pisados, y guardar el secreto de nuestros rostros pálidos, porque en las bacanales de la vida vacías nuestras copas conservamos, mientras con eco de cristal y espuma ríen los zumos de la vid dorados. ................................ Un pájaro escondido entre las ramas del parque solitario, silba burlón... Nosotros exprimimos la penumbra de un sueño en nuestro vaso... Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente la humedad del jardín como un halago. XXIX Arde en tus ojos un misterio, virgen esquiva y compañera. No sé si es odio o es amor la lumbre inagotable de tu aljaba negra. Conmigo irás mientras proyecte sombra mi cuerpo y quede a mi sandalia arena. --¿Eres la sed o el agua en mi camino? Dime, virgen esquiva y compañera. XXX Algunos lienzos del recuerdo tienen luz de jardín y soledad de campo; la placidez del sueño en el paisaje familiar soñado. Otros guardan las fiestas de días aún lejanos; figuritas sutiles que pone un titerero en su retablo... ................................ Ante el balcón florido está la cita de un amor amargo. Brilla la tarde en el resol bermejo... La hiedra efunde de los muros blancos... A la revuelta de una calle en sombra un fantasma irrisorio besa un nardo. XXXI Crece en la plaza en sombra el musgo, y en la piedra vieja y santa de la iglesia. En el atrio hay un mendigo... Más vieja que la iglesia tiene el alma. Sube muy lento, en las mañanas frías, por la marmórea grada, hasta un rincón de piedra... Allí aparece su mano seca entre la rota capa. Con las órbitas huecas de sus ojos ha visto cómo pasan las blancas sombras, en los claros días, las blancas sombras de las horas santas. XXXII Las ascuas de un crepúsculo morado detrás el negro cipresal humean... En la glorieta en sombra está la fuente con su alado y desnudo Amor de piedra, que sueña mudo. En la marmórea taza reposa el agua muerta. XXXIII ¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime, aquellos juncos tiernos, lánguidos y amarillos que hay en el cauce seco?... ¿Recuerdas la amapola que calcinó el verano, la amapola marchita, negro crespón del campo?... ¿Te acuerdas del sol yerto y humilde, en la mañana, que brilla y tiembla roto sobre una fuente helada?... XXXIV Me dijo un alba de la primavera: Yo florecí en tu corazón sombrío ha muchos años, caminante viejo que no cortas las flores del camino. Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda el viejo aroma de mis viejos lirios? ¿Perfuman aún mis rosas la alba frente del hada de tu sueño adamantino? Respondí a la mañana: Sólo tienen cristal los sueños míos. Yo no conozco el hada de mis sueños; ni sé si está mi corazón florido. Pero si aguardas la mañana pura que ha de romper el vaso cristalino, quizás el hada te dará tus rosas, mi corazón tus lirios. XXXV Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar... Mas ella no faltará a la cita. XXXVI Es una forma juvenil que un día a nuestra casa llega. Nosotros le decimos: ¿por qué tornas a la morada vieja? Ella abre la ventana, y todo el campo en luz y aroma entra. En el blanco sendero, los troncos de los árboles negrean; las hojas de las copas son humo verde que a lo lejos sueña. Parece una laguna el ancho río entre la blanca niebla de la mañana. Por los montes cárdenos, camina otra quimera. XXXVII ¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja, que me traes el retablo de mis sueños siempre desierto y desolado y solo con mi fantasma dentro, mi pobre sombra triste sobre la estepa y bajo el sol de fuego, o soñando amarguras en las voces de todos los misterios, dime, si sabes, vieja amada, dime si son mías las lágrimas que vierto. Me respondió la noche: Jamás me revelaste tu secreto. Yo nunca supe, amado, si eras tú ese fantasma de tu sueño, ni averigüé si era su voz la tuya, o era la voz de un histrión grotesco. Dije a la noche: Amada mentirosa, tú sabes mi secreto; tú has visto la honda gruta donde fabrica su cristal mi sueño, y sabes que mis lágrimas son mías, y sabes mi dolor, mi dolor viejo. ¡Oh! yo no sé, dijo la noche, amado, yo no sé tu secreto, aunque he visto vagar ese, que dices, desolado fantasma, por tu sueño. Yo me asomo a las almas cuando lloran y escucho su hondo rezo, humilde y solitario, ese que llamas salmo verdadero; pero en las hondas bóvedas del alma no sé si el llanto es una voz o un eco. Para escuchar tu queja de tus labios yo te busqué en tu sueño, y allí te vi vagando en un borroso laberinto de espejos. CANCIONES Y COPLAS XXXVIII Abril florecía frente a mi ventana. Entre los jazmines y las rosas blancas de un balcón florido, vi las dos hermanas. La menor cosía, la mayor hilaba... Entre los jazmines y las rosas blancas, la más pequeñita, risueña y rosada --su aguja en el aire-- miró a mi ventana. La mayor seguía, silenciosa y pálida, el huso en su rueca, que el lino enroscaba, abril florecía frente a mi ventana. Una clara tarde la mayor lloraba, entre los jazmines y las rosas blancas, y ante el blanco lino que en su rueca hilaba. --¿Qué tienes--le dije-- silenciosa, pálida? Señaló el vestido que empezó la hermana. En la negra túnica la aguja brillaba; sobre el blanco velo, el dedal de plata. Señaló a la tarde de abril que soñaba mientras que se oía tañer de campanas. Y en la clara tarde me enseñó sus lágrimas... Abril florecía frente a mi ventana. Fué otro abril alegre y otra tarde plácida. El balcón florido solitario estaba... Ni la pequeñita risueña y rosada, ni la hermana triste silenciosa y pálida, ni la negra túnica, ni la toca blanca... Tan sólo en el huso el lino giraba por mano invisible, y en la oscura sala la luna del limpio espejo brillaba... Entre los jazmines y las rosas blancas del balcón florido, me miré en la clara luna del espejo que lejos soñaba... Abril florecía frente a mi ventana. XXXIX DE LA VIDA (COPLAS ELEGÍACAS) ¡Ay del que llega sediento a ver el agua correr y dice: la sed que siento no me la calma el beber! ¡Ay de quien bebe y, saciada la sed, desprecia la vida: moneda al tahur prestada, que sea al azar rendida! Del iluso que suspira bajo el orden soberano, y del que sueña la lira pitagórica en su mano. ¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino, en el horror de llegar! ¡Ay de la melancolía que llorando se consuela, y de la melomanía de un corazón de zarzuela! ¡Ay de nuestro ruiseñor, si en una noche serena se cura del mal de amor que llora y canta sin pena! ¡De los jardines secretos, de los pensiles soñados y de los sueños poblados de propósitos discretos! ¡Ay del galán sin fortuna que ronda a la luna bella, de cuantos caen de la luna, de cuantos se marchan a ella! ¡De quien el fruto prendido en la rama no alcanzó, de quien el fruto ha mordido y el gusto amargo probó! ¡Y de nuestro amor primero y de su fe mal pagada, y, también, del verdadero amante de nuestra amada! XL INVENTARIO GALANTE Tus ojos me recuerdan las noches de verano, negras noches sin luna, orilla al mar salado, y el chispear de estrellas del cielo negro y bajo. Tus ojos me recuerdan las noches de verano. Y tu morena carne, los trigos requemados y el suspirar de fuego de los maduros campos. Tu hermana es clara y débil como los juncos lánguidos, como los sauces tristes, como los linos glaucos. Tu hermana es un lucero en el azul lejano... Y es alba y aura fría sobre los pobres álamos que en las orillas tiemblan del río humilde y manso. Tu hermana es un lucero en el azul lejano. De tu morena gracia, de tu soñar gitano, de tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso. Me embriagaré una noche de cielo negro y bajo, para cantar contigo, orilla al mar salado, una canción que deje cenizas en los labios... De tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso. Para tu linda hermana arrancaré los ramos de florecillas nuevas a los almendros blancos, en un tranquilo y triste alborear de marzo. Los regaré con agua de los arroyos claros, los ataré con verdes junquillos del remanso... Para tu linda hermana yo haré un ramito blanco. XLI Me dijo una tarde de la primavera: Si buscas caminos en flor en la tierra, mata tus palabras y oye tu alma vieja. Los mismos ungüentos y aromas y esencias que en tus alegrías, verteré en tus penas. Que el mismo albo lino que te vista, sea tu traje de duelo, tu traje de fiesta. Ama tu alegría y ama tu tristeza, si buscas caminos en flor en la tierra. Respondí a la tarde de la primavera: Tú has dicho el secreto que en mi alma reza: yo odio la alegría por odio a la pena. Mas antes que pise tu florida senda, quisiera traerte muerta mi alma vieja. XLII La vida hoy tiene ritmo de ondas que pasan, de olitas temblorosas que fluyen y se alcanzan. La vida hoy tiene el ritmo de los ríos, la risa de las aguas que entre los verdes junquerales corren, y entre las verdes cañas. Sueño florido lleva el manso viento; bulle la savia joven en las nuevas ramas; tiemblan alas y frondas, y la mirada sagital del águila no encuentra presa... treme el campo en sueños, vibra el sol como un arpa. ¡Fugitiva ilusión de ojos guerreros que por las selvas pasas a la hora del cénit: tiemble en mi pecho el oro de tu aljaba! En tus labios florece la alegría de los campos en flor; tu veste alada aroman las primeras velloritas, las violetas perfuman tus sandalias. Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque, arrebatados tras la corza rápida, y los ágiles músculos rosados de tus piernas silvestres entre verdes ramas. ¡Pasajera ilusión de ojos guerreros que por las selvas pasas cuando la tierra reverdece y ríen los ríos en las cañas! ¡Tiemble en mi pecho el oro que llevas en tu aljaba! XLIII Era una mañana y abril sonreía. Frente al horizonte dorado moría la luna, muy blanca y opaca; tras ella, cual tenue ligera quimera, corría la nube que apenas enturbia una estrella. ................................ Como sonreía la rosa mañana al sol del oriente abrí mi ventana; y en mi triste alcoba penetró el oriente en canto de alondras, en risa de fuente y en suave perfume de flora temprana. Fué una clara tarde de melancolía. Abril sonreía. Yo abrí las ventanas de mi casa al viento... El viento traía perfume de rosas, doblar de campanas... Doblar de campanas lejanas, llorosas, suave de rosas aromado aliento... ... ¿Dónde están los huertos floridos de rosas? ¿Qué dicen las dulces campanas al viento? ................................ Pregunté a la tarde de abril que moría: ¿Al fin la alegría se acerca a mi casa? La tarde de abril sonrió: La alegría pasó por tu puerta--y luego, sombría: Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa. XLIV El casco roído y verdoso del viejo falucho reposa en la arena... la vela tronchada parece que aún sueña en el sol y el mar. El mar hierve y canta... El mar es un sueño sonoro bajo el sol de abril. El mar hierve y ríe con olas azules y espumas de leche y de plata, el mar hierve y ríe bajo el cielo azul. El mar lactescente, el mar rutilante, que ríe en sus liras de plata sus risas azules... Hierve y ríe el mar!... El aire parece que duerme encantado en la fúlgida niebla de sol blanquecino. La gaviota palpita en el aire dormido, y al lento volar soñoliento, se aleja y se pierde en la bruma del sol. XLV El sueño bajo el sol que aturde y ciega, tórrido sueño en la hora de arrebol; el río luminoso el aire surca; esplende la montaña; la tarde es polvo y sol. El sibilante caracol del viento ronco dormita en el remoto alcor; emerge el sueño ingrave en la palmera, luego se enciende en el naranjo en flor. La estúpida cigüeña su garabato escribe en el sopor del molino parado; el toro abate sobre la hierba la testuz feroz. La verde, quieta espuma del ramaje efunde sobre el blanco paredón, lejano, inerte, del jardín sombrío dormido bajo el cielo fanfarrón. .................................... Lejos, enfrente de la tarde roja, refulge el ventanal del torreón. .................................... HUMORISMOS, FANTASÍAS, APUNTES LOS GRANDES INVENTOS XLVI LA NORIA La tarde caía triste y polvorienta. El agua cantaba su copla plebeya en los cangilones de la noria lenta. Soñaba la mula ¡pobre mula vieja! al compás de sombra que en el agua suena. La tarde caía triste y polvorienta. Yo no sé qué noble, divino poeta, unió a la amargura de la eterna rueda, la dulce armonía del agua que sueña y vendó tus ojos, ¡pobre mula vieja!... Mas sé que fué un noble, divino poeta, corazón maduro de sombra y de ciencia. XLVII EL CADALSO La aurora asomaba lejana y siniestra. El lienzo de Oriente sangraba tragedias, pintarrajeadas con nubes grotescas. ............................. En la vieja plaza de una vieja aldea, erguía su horrible pavura esquelética el tosco patíbulo de fresca madera... La aurora asomaba lejana y siniestra. XLVIII LAS MOSCAS Vosotras, las familiares, inevitables golosas, vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas. ¡Oh, viejas moscas voraces como abejas en abril, viejas moscas pertinaces sobre mi calva infantil! ¡Moscas del primer hastío en el salón familiar, las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar! Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas, perseguidas por amor de lo que vuela, --que todo es volar--sonoras, rebotando en los cristales en los días otoñales... Moscas de todas las horas, de infancia y adolescencia, de mi juventud dorada; de esta segunda inocencia, que da en no creer nada, de siempre... Moscas vulgares, que de puro familiares no tendréis digno cantor: yo sé que os habéis posado sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado, sobre la carta de amor, sobre los párpados yertos de los muertos... Inevitables golosas, que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas; pequeñitas, revoltosas, vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas. XLIX ELEGÍA DE UN MADRIGAL Recuerdo que una tarde de soledad y hastío, ¡oh tarde como tantas! el alma mía era, bajo el azul monótono, un ancho y terso río que ni tenía un pobre juncal en su ribera. ¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia que borra el misterioso azogue del cristal! ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia con un irremediable bostezo universal! ................................ Quiso el poeta recordar a solas, las ondas bien amadas, la luz de los cabellos que él llamaba en sus rimas rubias olas. Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos... Y un día--como tantos--al aspirar un día aromas de una rosa que en el rosal se abría, brotó, como una llama la luz de los cabellos que él en sus madrigales llamaba rubias olas, brotó, porque una aroma igual tuvieron ellos... Y se alejó en silencio para llorar a solas. L ACASO... Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía. Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, variolaban la mancha del paisaje. Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles. Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: --¡Cuán tarde ya para la dicha mía!-- Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión:--Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día! LI JARDÍN Lejos de tu jardín quema la tarde inciensos de oro en purpurinas llamas, tras el bosque de cobre y de ceniza. En tu jardín hay dalias. ¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece la obra de un peluquero, con esa pobre palmerilla enana, y ese cuadro de mirtos recortados... y el naranjito en su tonel... El agua de la fuente de piedra no cesa de reir sobre la concha blanca. LII FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL ¿Sevilla?... ¿Granada?... La noche de luna. Angosta la calle, revuelta y moruna, de blancas paredes y obscuras ventanas. Cerrados postigos, corridas persianas... El cielo vestía su gasa de abril. Un vino risueño me dijo el camino. Yo escucho los áureos consejos del vino, que el vino es a veces escala de ensueño. Abril y la noche y el vino risueño cantaron en coro su salmo de amor. La calle copiaba, con sombra en el muro, el paso fantasma y el sueño maduro de apuesto embozado, galán caballero: espada tendida, calado sombrero... La luna vertía su blanco soñar. Como un laberinto mi sueño torcía de calle en calleja. Mi sombra seguía de aquel laberinto la sierpe encantada, en pos de una oculta plazuela cerrada. La luna lloraba su dulce blancor. La casa y la clara ventana florida, de blancos jazmines y nardos prendida, más blanco que el blanco soñar de la luna... --Señora, la hora, tal vez importuna... ¿Qué espere? (La dueña se lleva el candil). Ya sé que sería quimera, señora, mi sombra galante buscando a la aurora en noche de estrellas y luna, si fuera mentira la blanca nocturna quimera que usurpa a la luna su trono de luz. ¡Oh dulce señora, más cándida y bella que la solitaria matutina estrella tan clara en el cielo! ¿por qué silenciosa oís mi nocturna querella amorosa? ¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?... La blanca quimera, parece que sueña. Acecha en la oscura estancia la dueña. --Señora, si acaso otra sombra emboscada teméis, en la sombra, fiad en mi espada... Mi espada se ha visto a la luna brillar. ¿Acaso os parece mi gesto anacrónico? El vuestro es, señora, sobrado lacónico. ¿Acaso os asombra mi sombra embozada, de espada tendida y toca plumada?... ¿Seréis la cautiva del moro Gazul?... Dijéraislo, y pronto mi amor os diría el son de mi guzla y la algarabía más dulce que oyera ventana moruna. Mi guzla os dijera la noche de luna, la noche de cándida luna de abril. Dijera la clara cantiga de plata del patio moruno, y la serenata que lleva el aroma de floridas preces a los miradores y a los ajimeces, los salmos de un blanco fantasma lunar. Dijera las danzas de trenzas lascivas, las muelles cadencias de ensueños, las vivas centellas de lánguidos rostros velados, los tibios perfumes, los huertos cerrados; dijera el aroma letal del harén. Yo guardo, señora, en mi viejo salterio también una copla de blanco misterio, la copla más suave, más dulce y más sabia que evoca las claras estrellas de Arabia y aromas de un moro jardín andaluz. Silencio... En la noche la paz de la luna alumbra la blanca ventana moruna. Silencio... Es el musgo que brota y la hiedra que lenta desgarra la tapia de piedra... El llanto que vierte la luna de abril. --Si sois una sombra de la primavera, blanca entre jazmines, o antigua quimera soñada, en las trovas de dulces cantores, yo soy una sombra de viejos cantares, y el signo de un álgebra viejo de amores. Los gayos, lascivos decires mejores, los árabes albos nocturnos soñares, las coplas mundanas, los salmos talares, poned en mis labios; yo soy una sombra también del amor. Ya muerta la luna, mi sueño volvía por la retorcida, moruna calleja. El sol en Oriente reía su risa más vieja. LIII A UN NARANJO Y A UN LIMONERO VISTOS EN UNA TIENDA DE PLANTAS Y FLORES Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! medrosas tiritan tus hojas menguadas. Naranjo en la corte, qué pena da verte con tus naranjitas secas y arrugadas. Pobre limonero de fruto amarillo cual pomo pulido de pálida cera, ¡qué pena mirarte, mísero arbolillo criado en mezquino tonel de madera! De los claros bosques de la Andalucía, ¿quién os trajo a esta castellana tierra que barren los vientos de la adusta sierra, hijos de los campos de la tierra mía? ¡Gloria de los huertos, árbol limonero, que enciendes los frutos de pálido oro y alumbras del negro cipresal austero las quietas plegarlas erguidas en coro; y fresco naranjo del patio querido, del campo risueño y el huerto soñado, siempre en mi recuerdo maduro o florido de frondas y aromas y frutos cargado! LIV LOS SUEÑOS MALOS Está la plaza sombría, muere el día. Suenan lejos las campanas. De balcones y ventanas se iluminan las vidrieras, con reflejos mortecinos, como huesos blanquecinos y borrosas calaveras. En toda la tarde brilla una luz de pesadilla. Está el sol en el ocaso. Suena el eco de mi paso. --¿Eres tú? Ya te esperaba... --No eras tú a quien yo buscaba. LV HASTÍO Pasan las horas de hastío por la estancia familiar, el pobre cuarto sombrío donde yo empecé a soñar. Del reloj arrinconado, que en la penumbra clarea, el tic-tac acompasado odiosamente golpea. Dice la monotonía del agua clara al caer: un día es como otro día; hoy es lo mismo que ayer. Cae la tarde. El viento agita el parque mustio y dorado... ¡Qué largamente ha llorado toda la fronda marchita! LVI Sonaba el reloj la una dentro de mi cuarto. Era triste la noche. La luna, reluciente calavera, ya del cénit declinando, iba del ciprés del huerto fríamente iluminando el alto ramaje yerto. Por la entreabierta ventana, llegaban a mis oídos, metálicos alaridos de una música lejana. Una música tristona, una mazurca olvidada, entre inocente y burlona, mal tañida y mal soplada. Y yo sentí el estupor del alma cuando bosteza, el corazón, la cabeza, y... morirse es lo mejor. LVII CONSEJOS I Este amor que quiere ser acaso pronto será; pero ¿cuándo ha de volver lo que acaba de pasar? Hoy dista mucho de ayer. ¡Ayer es Nunca jamás! LVIII II Moneda que está en la mano quizá se deba guardar; pero la que está en el alma se pierde si no se da. LIX GLOSA _Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir._ ¡Gran cantar! Entre los poetas míos tiene Manrique un altar. Dulce goce de vivir: mala ciencia del pasar, ciego huir a la mar. Tras el pavor del morir está el placer de llegar. ¡Gran placer! Mas ¿y el horror de volver? ¡Gran pesar! LX Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que una fontana fluía dentro de mi corazón. Dí, ¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida en donde nunca bebí. Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que una colmena tenía dentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas blanca cera y dulce miel. Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que un ardiente sol lucía dentro de mi corazón. Era ardiente porque daba calores de rojo hogar, y era sol porque alumbraba y porque hacía llorar. Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón. LXI ¿Mi corazón se ha dormido? Colmenares de mis sueños ¿ya no labráis? ¿Está seca la noria del pensamiento, los cangilones vacíos, girando, de sombra llenos? No, mi corazón no duerme. Está despierto, despierto. Ni duerme ni sueña, mira, los claros ojos abiertos, señas lejanas y escucha a orillas del gran silencio. GALERÍAS INTRODUCCIÓN Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto en el profundo espejo de mis sueños que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento. El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago son envuelto. En esas galerías, sin fondo del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cual trofeo el traje de una fiesta apolillado y viejo, allí el poeta sabe el laborar eterno mirar de las doradas abejas de los sueños. Poetas, con el alma atenta al hondo cielo, en la cruel batalla o en el tranquilo huerto, la nueva miel labramos con los dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos, y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro. El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco. Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho, que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos. LXII Desgarrada la nube; el arco iris brillando ya en el cielo, y en un fanal de lluvia y sol el campo envuelto. Desperté. ¿Quién enturbia los mágicos cristales de mi sueño? Mi corazón latía atónito y disperso. ... ¡El limonar florido, el cipresal del huerto, el prado verde, el sol, el agua, el iris... ¡el agua en tus cabellos!... Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento. LXIII Y era el demonio de mi sueño, el ángel más hermoso. Brillaban como aceros los ojos victoriosos, y las sangrientas llamas de su antorcha alumbraron la honda cripta del alma. --¿Vendrás conmigo?--No, jamás; las tumbas y los muertos me espantan. Pero la férrea mano mi diestra atenazaba. --Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño cegado por la roja luminaria. Y en la cripta sentí sonar cadenas y rebullir de fieras enjauladas. LXIV Desde el umbral de un sueño me llamaron... Era la buena voz, la voz querida. --¿Dime: vendrás conmigo a ver el alma?... Llegó a mi corazón una caricia. --Contigo siempre... Y avancé en mi sueño por una larga, escueta galería, sintiendo el roce de la vesta pura y el palpitar suave de la mano amiga. LXV SUEÑO INFANTIL Una clara noche de fiesta y de luna, noche de mis sueños, noche de alegría, --era luz mi alma que hoy es bruma toda, no eran mis cabellos negros todavía-- el hada más joven me llevó en sus brazos a la alegre fiesta que en la plaza ardía. So el chisporroteo de las luminarias, amor sus madejas de danzas tejía. Y en aquella noche de fiesta y de luna, noche de mis sueños noche de alegría, el hada más joven besaba mi frente..., con su linda mano su adiós me decía... Todos los rosales daban sus aromas, todos los amores amor entreabría. LXVI Si yo fuera un poeta galante, cantaría a vuestros ojos un cantar tan puro como en el mármol blanco el agua limpia. Y en una estrofa de agua todo el cantar sería: «Ya sé que no responden a mis ojos, que ven y no preguntan cuando miran, los vuestros claros, vuestros ojos tienen la buena luz tranquila, la buena luz del mundo en flor, que he visto desde los brazos de mi madre un día.» LXVII Llamó a mi corazón, un claro día, con un perfume de jardín, el viento. --A cambio de este aroma, todo el aroma de tus rosas quiero. --No tengo rosas; flores en mi jardín no hay ya: todas han muerto. Me llevaré los llantos de las fuentes, las hojas amarillas y los mustios pétalos. Y el viento huyó... Mi corazón sangraba... Alma ¿qué has hecho de tu pobre huerto? LXVIII Hoy buscarás en vano a tu dolor consuelo. Lleváronse tus hadas el lino de tus sueños. Está la fuente muda, y está marchito el huerto. Hoy sólo quedan lágrimas para llorar. No hay que llorar ¡silencio! LXIX Y nada importa ya que el vino de oro rebose de tu copa cristalina, o el agrio zumo enturbie el puro vaso... Tú sabes las secretas galerías del alma, los caminos de los sueños y la tarde tranquila donde van a morir... Allí te aguardan las hadas silenciosas de la vida, y hacia un jardín de eterna primavera te llevarán un día. LXX ¡Tocados de otros días, mustios encajes y marchitas sedas; salterios arrumbados, rincones de las salas polvorientas; daguerreotipos turbios, cartas que amarillean; libracos no leídos que guardan grises florecitas secas: romanticismos muertos, cursilerías viejas, cosas de ayer que sois mi alma, y cantos y cuentos de la abuela!... LXXI La casa tan querida donde habitaba ella, sobre un montón de escombros arruinada o derruida, enseña el negro y carcomido maltrabado esqueleto de madera. La luna está vertiendo su clara luz en sueños que platea en las ventanas. Mal vestido y triste, voy caminando por la calle vieja. LXXII Ante el pálido lienzo de la tarde, la iglesia, con sus torres afiladas y el ancho campanario, en cuyos huecos voltean suavemente las campanas, alta y sombría, surge. La estrella es una lágrima en el azul celeste. Bajo la estrella clara, flota, vellón disperso, una nube quimérica de plata. LXXIII Tarde tranquila, casi con placidez de alma, para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías... lejos y poder dulcemente recordarlas. LXXIV Yo, como Anacreonte, quiero cantar, reir y echar al viento las sabias amarguras y los graves consejos; y quiero, sobre todo, emborracharme, ya lo sabéis... ¡Grotesco! Pura fe en el morir, pobre alegría y macabro danzar antes de tiempo. LXXV ¡Oh tarde luminosa! El aire está encantado. La blanca cigüeña dormita volando, y las golondrinas se cruzan, tendidas las alas agudas al viento dorado, y en la tarde risueña se alejan volando, soñando... Y hay una que torna como la saeta, las alas agudas tendidas al aire sombrío, buscando su negro rincón del tejado. La blanca cigüeña, como un garabato, tranquila y disforme ¡tan disparatada! sobre el campanario. LXXVI Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja angustia que habita mi habitual hipocondría. La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero recuerdo y, recordando, digo: --Sí, yo era niño, y tú, mi compañera. LXXVII Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella. Como perro olvidado que no tiene huella ni olfato y yerra por los caminos, sin camino, como el niño que en la noche de una fiesta se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena, así voy yo, borracho, melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla. LXXVIII ¿Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo los hálitos más puros de la vida, la blanca sombra del amor primero, la voz que fué a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños, y todos los amores que llegaron al alma, al hondo cielo? ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los yunques y crisoles de tu alma laboran para el polvo y para el viento? LXXIX Desnuda está la tierra, y el alma aulla al horizonte pálido como loba famélica. ¿Qué buscas, poeta, en el ocaso? Amargo caminar, porque el camino pesa en el corazón. El viento helado, y la noche que llega, y la amargura de la distancia... En el camino blanco algunos yertos árboles negrean; en los montes lejanos hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas, poeta, en el ocaso? LXXX CAMPO La tarde está muriendo como un hogar humilde que se apaga. Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas. Y ese árbol roto en el camino blanco hace llorar de lástima. ¡Dos ramas en el tronco herido, y una hoja marchita y negra en cada rama! ¿Lloras?... Entre los álamos de oro, lejos, la sombra del amor te aguarda. LXXXI A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR Te he visto, por el parque ceniciento que los poetas aman para llorar, como una noble sombra vagar envuelto en tu levita larga. El talante cortés, ha tantos años compuesto de una fiesta en la antesala, ¡qué bien tus pobres huesos ceremoniosos guardan! Yo te he visto aspirando, distraído, con el aliento que la tierra exhala, --hoy, tibia tarde en que las mustias hojas húmedo viento arranca-- del eucalipto verde el frescor de las hojas perfumadas. Y te he visto llevar la seca mano a la perla que brilla en tu corbata. LXXXII LOS SUEÑOS El hada más hermosa ha sonreído al ver la lumbre de una estrella pálida que en hilo suave, blanco y silencioso, se enrosca al huso de su rubia hermana. Y vuelve a sonreir, porque en su rueca el hilo de los campos se enmaraña. Tras la tenue cortina de la alcoba está el jardín envuelto en luz dorada. La cuna, casi en sombra. El niño duerme. Dos hadas laboriosas lo acompañan hilando de los sueños los sutiles copos en ruecas de marfil y plata. LXXXIII Guitarra del mesón que hoy suenas jota, mañana petenera, según quien llega y tañe las empolvadas cuerdas. Guitarra del mesón de los caminos, no fuiste nunca, ni serás, poeta. Tú eres alma que dice su armonía solitaria a las almas pasajeras... Y siempre que te escucha el caminante sueña escuchar un aire de su tierra. LXXXIV El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma. Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino? Pasado el llano verde, en la florida loma, acaso está el cercano final de tu camino. Tú no verás del trigo la espiga sazonada y de macizas pomas cargado el manzanar, ni de la vid rugosa la uva aurirrosada ha de exprimir su alegre licor en tu lagar. Cuando el primer aroma exhalen los jazmines y cuando más palpiten las rosas del amor, una mañana de oro que alumbre los jardines, ¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor? Campo recién florido y verde, quién pudiera soñar aún largo tiempo en esas pequeñitas corolas azuladas que manchan la pradera, y en esas diminutas primeras margaritas. LXXXV La primavera besaba suavemente la arboleda, y el verde nuevo brotaba como una verde humareda. Las nubes iban pasando sobre el campo juvenil... Yo vi en las hojas temblando las frescas lluvias de abril. Bajo ese almendro florido, todo cargado de flor, --recordé--yo he maldecido mi juventud sin amor. Hoy, en mitad de la vida, me he parado a meditar... ¿Juventud nunca vivida, quién te volviera a soñar? LXXXVI Eran ayer mis dolores como gusanos de seda que iban labrando capullos; hoy son mariposas negras. ¡De cuántas flores amargas he sacado blanca cera! ¡Oh, tiempo en que mis pesares trabajaban como abejas! Hoy son como avenas locas, o cizaña en sementera, como tizón en espiga, como carcoma en madera. ¡Oh, tiempo en que mis dolores tenían lágrimas buenas, y eran como agua de noria que va regando una huerta! Hoy son agua de torrente que arranca el limo a la tierra. Dolores que ayer hicieron de mi corazón colmena, hoy tratan mi corazón como a una muralla vieja: quieren derribarlo, y pronto, al golpe de la piqueta. LXXXVII RENACIMIENTO Galerías del alma... ¡el alma niña! Su clara luz risueña; y la pequeña historia y la alegría de la vida nueva... ¡Ah, volver a nacer, y andar camino, ya recobrada la perdida senda! Y volver a sentir en nuestra mano, aquel latido de la mano buena de nuestra madre... Y caminar en sueños por amor de la mano que nos lleva En nuestras almas, todo por misteriosa mano se gobierna. Incomprensibles, mudas, nada sabemos de las almas nuestras. Las más hondas palabras del sabio nos enseñan, lo que el silbar del viento cuando sopla, o el sonar de las aguas cuando ruedan. LXXXVIII Tal vez la mano, en sueños, del sembrador de estrellas, hizo sonar la música olvidada como una nota de la lira inmensa, y la ola humilde a nuestros labios vino de unas pocas palabras verdaderas. LXXXIX Y podrás conocerte recordando del pasado soñar los turbios lienzos en este día triste en que caminas con los ojos abiertos. De toda la memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños. XC Los árboles conservan verdes aún las copas, pero del verde mustio de las marchitas frondas. El agua de la fuente, sobre la piedra tosca y de verdín cubierta, resbala silenciosa. Arrastra el viento algunas amarillentas hojas. ¡El viento de la tarde sobre la tierra en sombra! XCI Húmedo está, bajo el laurel, el banco de verdinosa piedra; lavó la lluvia, sobre el muro blanco, las empolvadas hojas de la hiedra. Del viento del otoño el tibio aliento los céspedes undula, y la alameda conversa con el viento... ¡el viento de la tarde en la arboleda! Mientras el sol en el ocaso esplende que los racimos de la vid orea, y el buen burgués, en su balcón, enciende la estoica pipa en que el tabaco humea, voy recordando versos juveniles... ¿Qué fué de aquel mi corazón sonoro? ¿Será cierto que os vais, sombras gentiles, huyendo entre los árboles de oro? VARIA XCII CABALLITOS Tournez, tournez, chevaux de bois. VERLAINE. Pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera. ................................ Yo conocí, siendo niño, la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una noche de fiesta. En el aire polvoriento chispeaban las candelas, y la noche azul ardía toda sembrada de estrellas. Alegrías infantiles que cuestan una moneda de cobre, lindos pegasos, caballitos de madera. XCIII RUIDOS Deletreos de armonía que ensaya inexperta mano. Hastío. Cacofonía del sempiterno piano que yo de niño escuchaba soñando... no sé con qué, con algo que no llegaba, todo lo que ya se fué. XCIV PESADILLA En medio de la plaza, y sobre tosca piedra, el agua brota y brota. En el cercano huerto eleva, tras el muro ceñido por la hiedra, alto ciprés, la mancha de su ramaje yerto. La tarde está cayendo frente a los caserones de la ancha plaza, en sueños. Relucen las vidrieras con ecos mortecinos de sol. En los balcones hay formas que parecen confusas calaveras. La calma es infinita en la desierta plaza, donde pasea el alma su traza de alma en pena. El agua brota y brota en la marmórea taza. En todo el aire en sombra no más que el agua suena. XCV DE LA VIDA (COPLAS MUNDANAS) Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado. Sin placer y sin fortuna, pasó como una quimera mi juventud, la primera... la sola, no hay más que una; la de dentro es la de fuera. Pasó como un torbellino bohemia y aborrascada, harta de coplas y vino, mi juventud bien amada. Y hoy miro a las galerías del recuerdo para hacer aleluyas de elegías desconsoladas de ayer. ¡Adiós, lágrimas cantoras, lágrimas que alegremente brotabais, como en la fuente las limpias aguas sonoras! ¡Buenas lágrimas vertidas por un amor juvenil, cual frescas lluvias caídas sobre los campos de abril! No canta ya el ruiseñor de cierta noche serena; sanamos del mal de amor que sabe llorar sin pena. Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado. XCVI SOL DE INVIERNO Es medio día. Un parque. Invierno. Blancas sendas, simétricos montículos y ramas esqueléticas. Bajo el invernadero, naranjos en maceta, y en su tonel, pintado de verde, la palmera. Un viejecillo dice, para su capa vieja: «¡El sol, esta hermosura de sol!...» Los niños juegan. El agua de la fuente resbala, corre y sueña lamiendo, casi muda, la verdinosa piedra. XCVII RETRATO Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido, --ya conocéis mi torpe aliño indumentario-- mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo; --quien habla solo, espera hablar a Dios un día-- mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. XCVIII A ORILLAS DEL DUERO Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar mi frente y dar algún respiro al pecho jadeante; o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante y hacia la mano diestra vencido y apoyado en un bastón, a guisa de pastoril cayado, trepaba por los cerros que habitan las rapaces aves de altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor--romero, tomillo, salvia, espliego--. Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del cielo. Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra --harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-- las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para formar la corva ballesta de un arquero en torno a Soria.--Soria es una barbacana hacia Aragón que tiene la torre castellana.-- Veía el horizonte cerrado por colinas obscuras, coronadas de robles y de encinas; desnudos peñascales, algún humilde prado donde el merino pace y el toro arrodillado sobre la hierba rumia, las márgenes del río lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y, silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos!--carros, jinetes y arrieros-- cruzar el largo puente y bajo las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero. El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla. ¡Oh, tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van, abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. La madre en otro tiempo fecunda en capitanes madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. Castilla no es aquella tan generosa un día cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, ufano de su nueva fortuna y su opulencia, a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, pedía la conquista de los inmensos ríos indianos a la corte, la madre de soldados guerreros y adalides que han de tornar cargados de plata y oro a España en regios galeones, para la presa cuervos, para la lid leones. Filósofos nutridos de sopa de convento contemplan impasibles el amplio firmamento; y si les llega en sueños, como un rumor distante, clamor de mercaderes de muelles de Levante, no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa? Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. El sol va declinando. De la ciudad lejana me llega un armonioso tañido de campana --ya irán a su rosario las enlutadas viejas--. De entre las peñas salen dos lindas comadrejas; me miran y se alejan, huyendo, y aparecen de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen. Hacia el camino blanco está el mesón abierto al campo ensombrecido y al pedregal desierto. XCIX POR TIERRAS DE ESPAÑA El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares; la tempestad llevarse los limos de la tierra por los sagrados ríos hacia los anchos mares; y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra. Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, pastores que conducen sus hordas de merinos a Extremadura fértil, rebaños trashumantes que mancha el polvo y dora el sol de los caminos. Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, esclava de los siete pecados capitales. Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; ni para su infortunio ni goza su riqueza; le hieren y acongojan fortuna y malandanza. El numen de estos campos es sanguinario y fiero; al declinar la tarde, sobre el remoto alcor, veréis agigantarse la forma de un arquero, la forma de un inmenso centauro flechador. Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta --no fué por estos campos el bíblico jardín-- son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. C EL HOSPICIO Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano, el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas en donde los vencejos anidan en verano y graznan en las noches de invierno las cornejas. Con su frontón al Norte, entre los dos torreones de antigua fortaleza, el sórdido edificio de grietados muros y sucios paredones, es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio! Mientras el sol de enero su débil luz envía, su triste luz velada sobre los campos yermos, a un ventanuco asoman, al declinar el día, algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos, a contemplar los montes azules de la sierra; o, de los cielos blancos, como sobre una fosa, caer la blanca nieve sobre la fría tierra, sobre la tierra fría la nieve silenciosa!... CI EL DIOS IBERO Igual que el ballestero tahur de la cantiga, tuviera una saeta el hombre ibero para el Señor que apedreó la espiga y malogró los frutos otoñales, y un «gloria a ti» para el Señor que grana centenos y trigales que el pan bendito le darán mañana. Señor de la ruina, adoro porque aguardo y porque temo: con mi oración se inclina hacia la tierra un corazón blasfemo. ¡Señor, por quien arranco el pan con pena sé tu poder, conozco mi cadena! ¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa! ¡Señor del iris, sobre el campo verde donde la oveja pace, Señor del fruto que el gusano muerde y de la choza que el turbión deshace, tu soplo el fuego del hogar aviva, tu lumbre da sazón al rubio grano y cuaja el hueso de la verde oliva, la noche de San Juan, tu santa mano! ¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, ventura y malandanza, que al rico das favores y pereza y al pobre su dolor y su esperanza! ¡Señor, Señor, en la voltaria rueda del año he visto mi simiente echada, corriendo igual albur que la moneda del jugador en el azar sembrada! ¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, con doble faz de amor y de venganza, a ti, en un dado de tahur al viento va mi oración, blasfemia y alabanza! Este que insulta a Dios en los altares, no más atento al ceño del destino, también soñó caminos en los mares y dijo: es Dios sobre la mar camino. ¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra, más allá de la suerte, más allá de la tierra, más allá de la mar y de la muerte? ¿No dió la encina ibera para el fuego de Dios la buena rama, que fué en la santa hoguera de amor una con Dios en pura llama? Mas hoy... ¡Qué importa un día! Para los nuevos lares estepas hay en la floresta umbría, leña verde en los viejos encinares. Aun larga patria espera abrir al corvo arado sus besanas; para el grano de Dios hay sementera bajo cardos y abrojos y bardanas. ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto a mañana, mañana al infinito, hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana--ni el ayer--escrito. ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? Mi corazón aguarda al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda. CII ORILLAS DEL DUERO Primavera soriana, primavera humilde, como el sueño de un bendito, de un pobre caminante que durmiera de cansancio en un páramo infinito! ¡Campillo amarillento, como tosco sayal de campesina, pradera de velludo polvoriento donde pace la escuálida merina! ¡Aquellos diminutos pegujales de tierra labrantía, donde apuntan centenos y trigales que el pan moreno nos darán un día! Y otra vez roca y roca, pedregales desnudos y pelados serrijones, la tierra de las águilas caudales, malezas y jarales, hierbas monteses, zarzas y cambrones. ¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía! ¡Castilla, tus decrépitas ciudades! ¡La agria melancolía que puebla tus sombrías soledades! ¡Castilla varonil, adusta tierra, Castilla del desdén contra la suerte, Castilla del dolor y de la guerra, tierra inmortal, Castilla de la muerte! Era una tarde, cuando el campo huía del sol y en el asombro del planeta, como un globo morado aparecía la hermosa luna, amada del poeta. En el cárdeno cielo violeta alguna clara estrella fulguraba. El aire ensombrecido oreaba mis sienes, y acercaba el murmullo del agua hasta mi oído. Entre cerros de plomo y de ceniza manchados de roídos encinares, y entre calvas roquedas de caliza, iba a embestir los ocho tajamares del puente el padre río, que surca de Castilla el yermo frío. ¡Oh Duero, tu agua corre y correrá mientras las nieves blancas de enero el sol de mayo haga fluir por hoces y barrancas, mientras tengan las sierras su turbante de nieve y de tormenta, y brille el olifante del sol, tras de la nube cenicienta!... ¿Y el viejo romancero fué el sueño de un juglar junto a tu orilla? ¿Acaso como tú y por siempre, Duero, irá corriendo hacia la mar Castilla? CIII LAS ENCINAS A los Sres. de Masriera, en recuerdo de una expedición al Pardo. ¡Encinares castellanos en laderas y altozanos, serrijones y colinas llenos de obscura maleza, encinas, pardas encinas, --humildad y fortaleza--! Mientras que llenándoos va el hacha de calvijares, ¿nadie cantaros sabrá, encinares? El roble es la guerra, el roble dice el valor y el coraje, rabia inmoble en su torcido ramaje, y es más rudo que la encina, más nervudo, más altivo y más señor. El alto roble parece que recalca y ennudece su robustez como atleta que, erguido, afinca en el suelo. El pino es el mar y el cielo y la montaña: el planeta. La palmera es el desierto, el sol y la lejanía; la sed: una fuente fría soñada en el campo yerto. Las hayas son la leyenda. Alguien, en las viejas hayas, leía una historia horrenda de crímenes y batallas. ¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar? Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye, viva o lenta, que se emboca turbulenta o en remanso se dilata, y en su eterno escalofrío copian el agua del río que fluye en ondas de plata. De los parques las olmedas son las buenas arboledas que nos han visto jugar, cuando eran nuestros cabellos rubios y, con nieve en ellos, nos han de ver meditar. Tiene el manzano el olor de su poma, el eucalipto el aroma de sus hojas, de su flor el naranjo la fragancia; y es del huerto la elegancia el ciprés oscuro y yerto. ¿Qué tienes tú, negra encina campesina, con tus ramas sin color en el campo sin verdor; con tu tronco ceniciento sin esbeltez ni altiveza, con tu vigor sin tormento, y tu humildad que es firmeza? En tu copa ancha y redonda nada brilla, ni tu verdioscura fronda ni tu flor verdiamarilla. Nada es lindo ni arrogante en tu porte, ni guerrero, nada fiero que aderece su talante. Brotas derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de la vida, que es vivir como se puede. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina. Ya bajo el sol que calcina, ya contra hielo invernizo, el bochorno y la borrasca, el agosto y el enero, los copos de la nevasca, los hilos del aguacero, siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena, ¡oh tú, robusta y serena, eterna encina rural de los negros encinares de la raya aragonesa y las crestas militares de la tierra pamplonesa; encinas de Extremadura, de Castilla, que hizo a España, encinas de la llanura, del cerro y de la montaña; encinas del alto llano que el joven Duero rodea, y del Tajo que serpea por el suelo toledano; encinas de junto al mar --en Santander--encinar que pones tu nota arisca, como un castellano ceño, en Córdoba la morisca, y tú, encinar madrileño, bajo el Guadarrama frío, tan hermoso, tan sombrío, con tu adustez castellana corrigiendo, la vanidad y el atuendo y la hetiquez cortesana!... Ya sé, encinas campesinas, que os pintaron con lebreles elegantes y corceles, los más egregios pinceles, que os cantaron los poetas augustales, que os asordan escopetas de cazadores reales; mas sois el campo y el lar y la sombra tutelar de los buenos aldeanos que visten parda estameña, y que cortan vuestra leña con sus manos. CIV CAMINOS ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca, la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada? Por tus barrancos hondos y por tus cumbres agrias, mil Guadarramas y mil soles vienen, cabalgando conmigo, a tus entrañas. _Camino de Balsaín, 1914._ CV EN ABRIL, LAS AGUAS MIL Son de abril las aguas mil. Sopla el viento achubascado, y entre nublado y nublado hay trozos de cielo añil. Agua y sol. El iris brilla. En una nube lejana, zigzagea una centella amarilla. La lluvia da en la ventana y el cristal repiquetea. A través de la neblina que forma la lluvia fina, se divisa un prado verde, y un encinar se esfumina, y una sierra gris se pierde. Los hilos del aguacero sesgan las nacientes frondas, y agitan las turbias ondas en el remanso del Duero. Lloviendo está en los habares y en las pardas sementeras; y el sol, en los encinares, charcos por las carreteras. Lluvia y sol. Ya se obscurece el campo, ya se ilumina; allí un cerro desparece, allá surge una colina. Ya son claros, ya sombríos los dispersos caseríos, los lejanos torreones. Hacia la sierra plomiza van rodando en pelotones nubes de uata y ceniza. CVI UN LOCO Es una tarde mustia y desabrida de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída donde la sombra de un centauro yerra. Por un camino en la árida llanura, entre álamos marchitos, a solas con su sombra y su locura, va el loco, hablando a gritos. Lejos se ven sombríos estepares, colinas con malezas y cambrones, y ruinas de viejos encinares, coronando los agrios serrijones. El loco vocifera a solas con su sombra y su quimera. Es horrible y grotesca su figura; flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, ojos de calentura iluminan su rostro demacrado. Huye de la ciudad... Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos aburridos, y ruindades de ociosos mercaderes. Por los campos de Dios el loco avanza. Tras la tierra esquelética y sequiza --rojo de herrumbre y pardo de ceniza-- hay un sueño de lirio en lontananza. Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! --¡carne triste y espíritu villano!-- No fué por una trágica amargura esta alma errante desgajada y rota; purga un pecado ajeno: la cordura, la terrible cordura del idiota. CVII FANTASÍA ICONOGRÁFICA La calva prematura brilla sobre la frente amplia y severa; bajo la piel de pálida tersura se trasluce la fina calavera. Mentón agudo y pómulos marcados por trazos de un punzón adamantino; y de insólita púrpura manchados los labios que soñara un florentino. Mientras la boca sonreir parece, los ojos perspicaces, que un ceño de atención empequeñece, miran y ven, profundos y tenaces. Tiene sobre la mesa un libro viejo donde posa la mano distraída. Al fondo de la cuadra, en el espejo, una tarde dorada está dormida. Montañas de violeta y grisientos breñales, la tierra que ama el santo y el poeta, los buitres y las águilas caudales. Del abierto balcón al blanco muro va una franja de sol anaranjada que inflama el aire, en el ambiente obscuro que envuelve la armadura arrinconada. CVIII UN CRIMINAL El acusado es pálido y lampiño. Arde en sus ojos una fosca lumbre, que repugna a su máscara de niño y ademán de piadosa mansedumbre. Conserva del obscuro seminario el talante modesto y la costumbre de mirar a la tierra o al breviario. Devoto de María, madre de pecadores, por Burgos bachiller en teología, presto a tomar las órdenes menores. Fué su crimen atroz. Hartóse un día de los textos profanos y divinos, sintió pesar del tiempo que perdía enderezando hipérbatons latinos. Enamoróse de una hermosa niña; subiósele el amor a la cabeza como el zumo dorado de la viña, y despertó su natural fiereza. En sueños vió a sus padres--labradores de mediano caudal--iluminados, del hogar por los rojos resplandores, los campesinos rostros atezados. Quiso heredar. ¡Oh, guindos y nogales del huerto familiar, verde y sombrío, y doradas espigas candeales que colmarán los trojes del estío! Y se acordó del hacha que pendía en el muro, luciente y afilada, el hacha fuerte que la leña hacía de la rama de roble cercenada. ............................... Frente al reo, los jueces en sus viejos ropones enlutados, y una hilera de obscuros entrecejos y de plebeyos rostros--los jurados. El abogado defensor perora, golpeando el pupitre con la mano; emborrona papel un escribano, mientras oye el fiscal indiferente el alegato enfático y sonoro, y repasa los autos judiciales o, entre sus dedos, de las gafas de oro acaricia los límpidos cristales. Dice un ujier: «Va sin remedio al palo». El joven cuervo la clemencia espera. Un pueblo carne de horca, la severa justicia aguarda que castiga al malo. CIX AMANECER DE OTOÑO A Julio Romero de Torres. Una larga carretera entre grises peñascales y alguna humilde pradera donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales. Está la tierra mojada por las gotas del rocío, y la alameda dorada, hacia la curva del río. Tras los montes de violeta quebrado el primer albor. A la espalda la escopeta, entre sus galgos agudos, caminando un cazador. CX EN TREN Yo para todo viaje, --siempre sobre la madera de mi vagón de tercera-- voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo, y de día, por mirar los arbolitos pasar, yo nunca duermo en el tren, y, sin embargo, voy bien. ¡Este placer de alejarse! Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos para marcharse... Lo molesto es la llegada. Luego, el tren, al caminar, siempre nos hace soñar; y casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos. ¡Oh, el pollino que sabe bien el camino! ¿Dónde estamos? ¿Dónde todos nos bajamos? ¡Frente a mí va una monjita tan bonita! Tiene esa expresión serena que a la pena da una esperanza infinita. Y yo pienso: Tú eres buena; porque diste tus amores a Jesús; porque no quieres ser madre de pecadores. Mas tú eres maternal, bendita entre las mujeres, madrecita virginal. Algo en tu rostro es divino bajo tus cofias de lino. Tus mejillas --esas rosas amarillas-- fueron rosadas, y, luego, ardió en tus entrañas fuego; y hoy, esposa de la Cruz, ya eres luz, y sólo luz... ¡Todas las mujeres bellas fueran, como tú, doncellas en un convento a encerrarse!... Y la niña que yo quiero ¡ay! ¡preferirá casarse con un mocito barbero! El tren camina y camina, y la máquina resuella, y tose con tos ferina. ¡Vamos en una centella! _1909._ CXI NOCHE DE VERANO Es una hermosa noche de verano. Tienen las altas casas abiertos los balcones del viejo pueblo a la anchurosa plaza. En el amplio rectángulo desierto, bancos de piedra, evónimos y acacias simétricos dibujan. sus negras sombras en la arena blanca. En el cénit, la luna y en la torre la esfera del reloj iluminada. Yo en este viejo pueblo paseando solo, como un fantasma. CXII PASCUA DE RESURRECCIÓN Mirad: el arco de la vida traza el iris sobre el campo que verdea. Buscad vuestros amores, doncellitas, donde brota la fuente de la piedra. En donde el agua ríe y sueña y pasa, allí el romance del amor se cuenta. ¿No han de mirar un día, en vuestros brazos, atónitos, el sol de primavera, ojos que vienen a la luz cerrados, y que al partirse de la vida ciegan? ¿No beberán un día en vuestros senos los que mañana labrarán la tierra? ¡Oh, celebrad este domingo claro, madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas! Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre. Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas y escriben en las torres sus blancos garabatos. Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas. Entre los robles muerden los negros toros la menuda hierba, y el pastor que apacienta los merinos su pardo sayo en la montaña deja. CXIII CAMPOS DE SORIA I Es la tierra de Soria árida y fría. Por las colinas y las sierras calvas, verdes pradillos, cerros cenicientos, la primavera pasa dejando entre las hierbas olorosas sus diminutas margaritas blancas. La tierra no revive, el campo sueña. Al empezar abril está nevada la espalda del Moncayo; el caminante lleva en su bufanda envueltos cuello y boca, y los pastores pasan cubiertos con sus luengas capas. II Las tierras labrantías, como retazos de estameñas pardas, el huertecillo, el abejar, los trozos de verde oscuro en que el merino pasta, entre plomizos peñascales, siembran el sueño alegre de infantil arcadia. En los chopos lejanos del camino, parecen humear las yertas ramas como un glauco vapor--las nuevas hojas-- y en las quiebras de valles y barrancas blanquean los zarzales florecidos y brotan las violetas perfumadas. III Es el campo ondulado, y los caminos ya ocultan los viajeros que cabalgan en pardos borriquillos, ya al fondo de la tarde arrebolada elevan las plebeyas figurillas que el lienzo de oro del ocaso manchan. Mas si trepáis a un cerro y veis el campo desde los picos donde habita el águila, son tornasoles de carmín y acero, llanos plomizos, lomas plateadas, circuídos por montes de violeta, con las cumbres de nieve sonrosada. IV ¡Las figuras del campo sobre el cielo! Dos lentos bueyes aran en un alcor cuando el otoño empieza, y entre las negras testas doblegadas bajo el pesado yugo, pende un cesto de juncos y retama, que es la cuna de un niño; y tras la yunta marcha un hombre que se inclina hacia la tierra, y una mujer que en las abiertas zanjas arroja la semilla. Bajo una nube de carmín y llama, en el oro fluido y verdinoso del poniente las sombras se agigantan. V La nieve. En el mesón al campo abierto se ve el hogar donde la leña humea y la olla al hervir borbollonea. El cierzo corre por el campo yerto alborotando en blancos torbellinos la nieve silenciosa. La nieve sobre el campo y los caminos, cayendo está como sobre una fosa. Un viejo acurrucado tiembla y tose cerca del fuego; su mechón de lana la vieja hila, y una niña cose verde ribete a su estameña grana. Padres los viejos son de un arriero que caminó sobre la blanca tierra, y una noche perdió ruta y sendero, y se enterró en las nieves de la sierra. En torno al fuego hay un lugar vacío, y en la frente del viejo, de hosco ceño, como un tachón sombrío --tal el golpe de un hacha sobre un leño--. La vieja mira al campo cual si oyera pasos sobre la nieve. Nadie pasa. Desierta la vecina carretera, desierto el campo en torno de la casa. La niña piensa que en los verdes prados ha de correr con otras doncellitas en los días azules y dorados, cuando crecen las blancas margaritas. VI ¡Soria fría, _Soria pura, cabeza de Extremadura_, con su castillo guerrero arruinado, sobre el Duero; con sus murallas roídas y sus casas denegridas! ¡Muerta ciudad de señores soldados o cazadores; de portales con escudos de cien linajes hidalgos, y de famélicos galgos, de galgos flacos y agudos, que pululan por las sórdidas callejas, y a la media noche ululan, cuando graznan las cornejas! ¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna. VII ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, oscuros encinares, ariscos pedregales, calvas sierras, caminos blancos y álamos del río, tardes de Soria, mística y guerrera, hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón, tristeza, tristeza que es amor! ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais!... ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas! VIII He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, tras las murallas viejas de Soria--barbacana hacia Aragón, en castellana tierra. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas. ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! IX ¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita, ¿me habéis llegado al alma, o acaso estabais en el fondo de ella? ¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza! CXIV LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ Al poeta Juan Ramón Jiménez. I Siendo mozo Alvargonzález, dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se dice bienestar y aquí, opulencia, en la feria de Berlanga prendóse de una doncella, y la tomó por mujer al año de conocerla. Muy ricas las bodas fueron, y quien las vió las recuerda; sonadas las tornabodas que hizo Alvar en su aldea; hubo gaitas, tamboriles, flauta, bandurria y vihuela, fuegos a la valenciana y danza a la aragonesa. II Feliz vivió Alvargonzález en el amor de su tierra. Naciéronle tres varones, que en el campo son riqueza, y, ya crecidos, los puso, uno a cultivar la huerta, otro a cuidar los merinos, y dió el menor a la iglesia. III Mucha sangre de Caín tiene la gente labriega, y en el hogar campesino armó la envidia pelea. Casáronse los mayores; tuvo Alvargonzález nueras, que le trajeron cizaña, antes que nietos le dieran. La codicia de los campos ve tras la muerte la herencia; no goza de lo que tiene por ansia de lo que espera. El menor, que a los latines prefería las doncellas hermosas y no gustaba de vestir por la cabeza, colgó la sotana un día y partió a lejanas tierras. La madre lloró y el padre dióle bendición y herencia. IV Alvargonzález ya tiene la adusta frente arrugada, por la barba le platea el bozo azul de la cara. Una mañana de otoño salió solo de su casa; no llevaba sus lebreles, agudos canes de caza; iba triste y pensativo por la alameda dorada; anduvo largo camino y llegó a una fuente clara. Echóse en la tierra; puso sobre una piedra la manta, y a la vera de la fuente durmió al arrullo del agua. EL SUEÑO I Y Alvargonzález veía, como Jacob, una escala que iba de la tierra al cielo, y oyó una voz que le hablaba. Mas las hadas hilanderas, entre las guedejas blancas y vellones de oro, han puesto un mechón de negra lana. II Tres niños están jugando a la puerta de su casa; entre los mayores brinca un cuervo de negras alas. La mujer vigila, cose y, a ratos, sonríe y canta. --Hijos, ¿qué hacéis? les pregunta. Ellos se miran y callan. --Subid al monte, hijos míos, y antes que la noche caiga, con un brazado de estepas hacedme una buena llama. III Sobre el lar de Alvargonzález está la leña apilada; el mayor quiere encenderla, pero no brota la llama. --Padre, la hoguera no prende, está la estepa mojada. Su hermano viene a ayudarle y arroja astillas y ramas sobre los troncos de roble; pero el rescoldo se apaga. Acude el menor y enciende, bajo la negra campana de la cocina, una hoguera que alumbra toda la casa. IV Alvargonzález levanta en brazos al más pequeño y en sus rodillas lo sienta: --Tus manos hacen el fuego... aunque el último naciste tú eres en mi amor primero. Los dos mayores se alejan por los rincones del sueño. Entre los dos fugitivos reluce un hacha de hierro. AQUELLA TARDE... I Sobre los campos desnudos, la luna llena manchada de un arrebol purpurino, enorme globo, asomaba. Los hijos de Alvargonzález silenciosos caminaban, y han visto al padre dormido junto de la fuente clara. II Tiene el padre entre las cejas un ceño que le aborrasca el rostro, un tachón sombrío como la huella de un hacha. Soñando está con sus hijos, que sus hijos lo apuñalan; y cuando despierta mira que es cierto lo que soñaba. III A la vera de la fuente quedó Alvargonzález muerto. Tiene cuatro puñaladas entre el costado y el pecho, por donde la sangre brota, más un hachazo en el cuello. Cuenta la hazaña del campo el agua clara corriendo, mientras los dos asesinos huyen hacia los hayedos. Hasta la Laguna Negra, bajo las fuentes del Duero, llevan el muerto, dejando detrás un rastro sangriento; y en la laguna sin fondo, que guarda bien los secretos, con una piedra amarrada a los pies, tumba le dieron. IV Se encontró junto a la fuente la manta de Alvargonzález, y camino del hayedo se vió un reguero de sangre. Nadie de la aldea ha osado a la laguna acercarse, y el sondarla inútil fuera, que es la laguna insondable. Un buhonero que cruzaba aquellas tierras errante, fué en Dauria acusado, preso y muerto en garrote infame. V Pasados algunos meses, la madre murió de pena. Los que muerta la encontraron dicen que las manos yertas sobre su rostro tenía, oculto el rostro con ellas. VI Los hijos de Alvargonzález ya tienen majada y huerta, campos de trigo y centeno y prados de fina hierba; en el olmo viejo, hendido por el rayo, la colmena, dos yuntas para el arado, un mastín y cien ovejas. OTROS DÍAS I Ya están las zarzas floridas y los ciruelos blanquean; ya las abejas doradas liban para sus colmenas, y en los nidos que coronan las torres de las iglesias asoman los garabatos ganchudos de las cigüeñas. Ya los olmos del camino y chopos de las riberas de los arroyos, que buscan al padre Duero, verdean. El cielo está azul, los montes sin nieve son de violeta. La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza; muerto está quien la ha labrado, mas no le cubre la tierra. II La hermosa tierra de España adusta, fina y guerrera Castilla, de largos ríos, tiene un puñado de sierras entre Soria y Burgos como reductos de fortaleza, como yelmos crestonados y Urbión es una cimera. III Los hijos de Alvargonzález, por una empinada senda, para tomar el camino de Salduero a Covaleda, cabalgan en pardas mulas bajo el pinar de Vinuesa. Van en busca de ganado con que volver a su aldea, y por tierra de pinares larga jornada comienzan. Van Duero arriba, dejando atrás los arcos de piedra del puente y el caserío de la ociosa y opulenta villa de indianos. El río, al fondo del valle, suena, y de las cabalgaduras los cascos baten las piedras. A la otra orilla del Duero canta una voz lastimera: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» IV Llegados son a un paraje en donde el pinar se espesa, y el mayor, que abre la marcha, su parda mula espolea, diciendo: démonos prisa; porque son más de dos leguas de pinar y hay que apurarlas antes que la noche venga. Dos hijos del campo, hechos a quebradas y asperezas, porque recuerdan un día la tarde en el monte tiemblan. Allá en lo espeso del bosque otra vez la copla suena: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» V Desde Salduero el camino va al hilo de la ribera; a ambas márgenes del río el pinar crece y se eleva, y las rocas se aborrascan, al par que el valle se estrecha. Los fuertes pinos del bosque con sus copas gigantescas y sus desnudas raíces amarradas a las piedras; los de troncos plateados cuyas frondas azulean, pinos jóvenes; los viejos cubiertos de blanca lepra, musgos y líquenes canos que el grueso tronco rodean, colman el valle y se pierden rebasando ambas laderas. Juan, el mayor dice: Hermano, si Blas Antonio apacienta cerca de Urbión su vacada, largo camino nos queda. --Cuanto hacia Urbión alarguemos se puede acortar de vuelta, tomando por el atajo, hacia la Laguna Negra, y bajando por el puerto de Santa Inés a Vinuesa. --Mala tierra y peor camino. Te juro que no quisiera verlos otra vez. Cerremos los tratos en Covaleda; hagamos noche y, al alba, volvámonos a la aldea por este valle, que, a veces, quien piensa atajar rodea. Cerca del río cabalgan los hermanos, y contemplan cómo el bosque centenario, al par que avanzan, aumenta, y los peñascos del monte el horizonte les cierran. El agua que va saltando parece que canta o cuenta: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» CASTIGO I Aunque la codicia tiene redil que encierre la oveja, trojes que guardan el trigo, bolsas para la moneda y garras, no tiene manos que sepan labrar la tierra. Así a un año de abundancia siguió un año de pobreza. II En los sembrados crecieron las amapolas sangrientas; pudrió el tizón las espigas de trigales y de avenas; hielos tardíos mataron en flor la fruta en la huerta y una mala hechicería hizo enfermar las ovejas. A los dos Alvargonzález maldijo Dios en sus tierras, y al año pobre siguieron luengos años de miseria. III Es una noche de invierno. Cae la nieve en remolinos. Los Alvargonzález velan un fuego casi extinguido. El pensamiento amarrado tienen a un recuerdo mismo, y en las ascuas mortecinas del hogar los ojos fijos. No tienen leña ni sueño. Larga es la noche y el frío mucho. Un candilejo humea en el muro ennegrecido. El aire agita la llama, que pone un fulgor rojizo sobre entrambas pensativas testas de los asesinos. El mayor de Alvargonzález, lanzando un ronco suspiro, rompe el silencio, exclamando: --Hermano ¡qué mal hicimos! El viento la puerta bate, hace temblar el postigo, y suena en la chimenea con hueco y largo bramido. Después el silencio vuelve, y a intervalos el pabilo del candil chisporrotea en el aire aterecido. El segundo dijo:--¡Hermano, demos lo viejo al olvido! EL VIAJERO I Es una noche de invierno. Azota el viento las ramas de los álamos. La nieve ha puesto la tierra blanca. Bajo la nevada, un hombre por el camino cabalga; va cubierto hasta los ojos, embozado en luenga capa. Entrado en la aldea, busca de Alvargonzález la casa, y ante su puerta llegado, sin echar pie a tierra, llama. II Los dos hermanos oyeron una aldabada a la puerta, y de una cabalgadura los cascos sobre las piedras. Ambos los ojos alzaron llenos de espanto y sorpresa. --¿Quién es? responda, gritaron. --Miguel, respondieron fuera. Era la voz del viajero que partió a lejanas tierras. III Abierto el portón, entróse a caballo el caballero y echó pie a tierra. Venía todo de nieve cubierto. En brazos de sus hermanos lloró algún rato en silencio. Después dió el caballo al uno, al otro, capa y sombrero, y en la estancia campesina buscó el arrimo del fuego. IV El menor de los hermanos, que niño y aventurero fué más allá de los mares y hoy torna indiano opulento, vestía con negro traje de peludo terciopelo, ajustado a la cintura por ancho cinto de cuero. Gruesa cadena formaba un bucle de oro en su pecho. Era un hombre alto y robusto, con ojos grandes y negros llenos de melancolía; la tez de color moreno, y sobre la frente comba enmarañados cabellos; el hijo que saca porte señor de padre labriego, a quien fortuna le debe amor, poder y dinero. De los tres Alvargonzález era Miguel el más bello; porque al mayor afeaba el muy poblado entrecejo bajo la frente mezquina, y al segundo, los inquietos ojos que mirar no saben de frente, torvos y fieros. V Los tres hermanos contemplan el triste hogar en silencio; y con la noche cerrada arrecia el frío y el viento. --Hermanos ¿no tenéis leña? dice Miguel. --No tenemos, responde el mayor. Un hombre, milagrosamente, ha abierto la gruesa puerta cerrada con doble barra de hierro. El hombre que ha entrado tiene el rostro del padre muerto. Un halo de luz dorada orla sus blancos cabellos. Lleva un haz de leña al hombro y empuña un hacha de hierro. EL INDIANO I De aquellos campos malditos, Miguel a sus dos hermanos compró una parte, que mucho caudal de América trajo, y aun en tierra mala, el oro luce mejor que enterrado, y más en mano de pobres que oculto en orza de barro. Dióse a trabajar la tierra con fe y tesón el indiano, y a laborar los mayores sus pegujales tornaron. Ya con macizas espigas, preñadas de rubios granos, a los campos de Miguel tornó el fecundo verano; y ya de aldea en aldea se cuenta como un milagro, que los asesinos tienen la maldición en sus campos. Ya el pueblo canta una copla que narra el crimen pasado: «A la orilla de la fuente lo asesinaron. ¡Qué mala muerte le dieron los hijos malos! En la laguna sin fondo al padre muerto arrojaron. No duerme bajo la tierra el que la tierra ha labrado». II Miguel, con sus dos lebreles y armado de su escopeta, hacia el azul de los montes, en una tarde serena, caminaba entre los verdes chopos de la carretera y oyó una voz que cantaba: «No tiene tumba en la tierra. Entre los pinos del valle del Revinuesa, al padre muerto llevaron hasta la Laguna Negra». LA CASA I La casa de Alvargonzález era una casona vieja, con cuatro estrechas ventanas, separada de la aldea cien pasos y entre dos olmos que, gigantes centinelas, sombra le dan en verano, y en el otoño hojas secas. Es casa de labradores, gente aunque rica plebeya, donde el hogar humeante con sus escaños de piedra se ve sin entrar, si tiene abierta al campo la puerta. Al arrimo del rescoldo del hogar borbollonean dos pucherillos de barro que a dos familias sustentan. A diestra mano, la cuadra y el corral, a la siniestra, huerto y abejar y, al fondo, una gastada escalera, que va a las habitaciones partidas en dos viviendas. Los Alvargonzález moran con sus mujeres en ellas. A ambas parejas que hubieron, sin que lograrse pudieran, dos hijos, sobrado espacio les da la casa paterna. En una estancia que tiene luz al huerto, hay una mesa con gruesa tabla de roble, dos sillones de vaqueta, colgado en el muro un negro ábaco de enormes cuentas, y unas espuelas mohosas sobre un arcón de madera. Era una estancia olvidada donde hoy Miguel se aposenta. Y era allí donde los padres veían en primavera el huerto en flor, y en el cielo de mayo, azul, la cigüeña --cuando las rosas se abren y los zarzales blanquean-- que enseñaba a sus hijuelos a usar de las alas lentas. Y en las noches del verano, cuando la calor desvela, desde la ventana al dulce ruiseñor cantar oyeran. Fué allí donde Alvargonzález, del orgullo de su huerta y del amor de los suyos, sacó sueños de grandeza. Cuando en brazos de la madre vió la figura risueña del primer hijo, bruñida de rubio sol la cabeza, del niño que levantaba las codiciosas, pequeñas manos a las rojas guindas y a las moradas ciruelas, aquella tarde de otoño dorada, plácida y buena, él pensó que ser podría feliz el hombre en la tierra. Hoy canta el pueblo una copla que va de aldea en aldea: «¡Oh, casa de Alvargonzález, qué malos días te esperan; casa de los asesinos, que nadie llame a tu puerta!» II Es una tarde de otoño. En la alameda dorada no quedan ya ruiseñores; enmudeció la cigarra. Las últimas golondrinas, que no emprendieron la marcha, morirán, y las cigüeñas de sus nidos de retamas, en torres y campanarios, huyeron. Sobre la casa de Alvargonzález, los olmos sus hojas que el viento arranca van dejando. Todavía las tres redondas acacias, frente al atrio de la iglesia, conservan verdes sus ramas, y las castañas de Indias a intervalos se desgajan cubiertas de sus erizos; tiene el rosal rosas grana otra vez, y en las praderas brilla la alegre otoñada. En laderas y en alcores, en ribazos y cañadas, el verde nuevo y la hierba, aun del estío quemada, alternan; los serrijones pelados, las lomas calvas, se coronan de plomizas nubes apelotonadas; y bajo el pinar gigante, entre las marchitas zarzas y amarillentos helechos, corren las crecidas aguas a engrosar el padre río por canchales y barrancas. Abunda en la tierra un gris de plomo y azul de plata, con manchas de roja herrumbre, todo envuelto en luz violada. ¡Oh, tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara de bosque a bosque, baldíos llenos de peñas rodadas, donde roída de buitres brilla una osamenta blanca; pobres campos solitarios sin caminos ni posadas, ¡oh, pobres campos malditos, pobres campos de mi patria! LA TIERRA I Una mañana de otoño, cuando la tierra se labra, Juan y el indiano aparejan las dos yuntas de la casa. Martín se quedó en el huerto arrancando hierbas malas. II Una mañana de otoño, cuando los campos se aran, sobre un otero, que tiene el cielo de la mañana por fondo, la parda yunta de Juan lentamente avanza. Cardos, lampazos y abrojos, avena loca y cizaña llenan la tierra maldita, tenaz a pico y escarda. Del corvo arado de roble la hundida reja trabaja con vano esfuerzo; parece que al par que hiende la entraña del campo y hace camino se cierra otra vez la zanja. «Cuando el asesino labre será su labor pesada; antes que un surco en la tierra, tendrá una arruga en su cara.» III Martín, que estaba en la huerta cavando, sobre su azada quedó apoyado un momento; frío sudor le bañaba el rostro. Por el oriente, la luna llena manchada de un arrebol purpurino, lucía tras de la tapia del huerto. Miguel tenía la sangre de horror helada. La azada que hundió en la tierra teñida de sangre estaba. IV En la tierra en que ha nacido supo afincar el indiano; por mujer a una doncella rica y hermosa ha tomado. La hacienda de Alvargonzález ya es suya, que sus hermanos todo le vendieron: casa, huerto, colmenar y campo. LOS ASESINOS I Juan y Martín, los mayores de Alvargonzález, un día pesada marcha emprendieron con el alba, Duero arriba. La estrella de la mañana en el alto azul ardía. Se iba tiñendo de rosa la espesa y blanca neblina de los valles y barrancos, y algunas nubes plomizas a Urbión, donde el Duero nace, como un turbante ponían. Se acercaban a la fuente. El agua clara corría sonando cual si contara una vieja historia dicha mil veces y que tuviera mil veces que repetirla. Agua que corre en el campo dice en su monotonía: Yo sé el crimen ¿no es un crimen cerca del agua, la vida? Al pasar los dos hermanos relataba el agua limpia: «A la vera de la fuente Alvargonzález dormía.» II --Anoche, cuando volvía a casa--Juan a su hermano dijo--a la luz de la luna era la huerta un milagro. Lejos, entre los rosales, divisé un hombre inclinado hacia la tierra; brillaba una hoz de plata en su mano. Después irguióse y, volviendo el rostro, dió algunos pasos por el huerto, sin mirarme, y a poco lo vi encorvado otra vez sobre la tierra. Tenía el cabello blanco. La luna llena brillaba, y era la huerta un milagro. III Pasado habían el puerto de Santa Inés, ya mediada la tarde, una tarde triste de noviembre fría y parda. Hacia la Laguna Negra silenciosos caminaban. IV Cuando la tarde caía, entre las vetustas hayas y los pinos centenarios, un rojo sol se filtraba. Era un paraje de bosque y peñas aborrascadas; aquí bocas que bostezan o monstruos de fieras garras; allí una informe joroba, allá una grotesca panza, torvos hocicos de fieras y dentaduras melladas, rocas y rocas, y troncos y troncos, ramas y ramas. En el hondón del barranco la noche, el miedo y el agua. V Un lobo surgió, sus ojos lucían como dos ascuas. Era la noche, una noche húmeda, oscura y cerrada. Los dos hermanos quisieron volver. La selva ululaba. Cien ojos fieros ardían en la selva, a sus espaldas. VI Llegaron los asesinos hasta la Laguna Negra, agua transparente y muda que enorme muro de piedra, donde los buitres anidan y el eco duerme, rodea, agua clara donde beben las águilas de la sierra, donde el jabalí del monte y el ciervo y el corzo abrevan, agua pura y silenciosa que copia cosas eternas, agua impasible que guarda en su seno las estrellas. ¡Padre! gritaron; al fondo de la laguna serena cayeron y el eco ¡padre! repitió de peña en peña. CXV A UN OLMO SECO Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana ardas, de alguna mísera caseta, al borde de un camino, antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hacia la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. _Soria, 1912._ CXVI RECUERDOS ¡Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales cargados de perfume, y el campo enverdecido, abiertos los jazmines, maduros los trigales, azules las montañas y el olivar florido; Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles, y al sol de abril los huertos colmados de azucenas, y los enjambres de oro, para libar sus mieles dispersos en los campos, huir de sus colmenas; yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares, barriendo el cierzo helado tu campo empedernido; y en sierras agrias sueño--¡Urbión, sobre pinares! ¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido!-- Y pienso: Primavera, como un escalofrío irá a cruzar el alto solar del romancero, ya verdearán de chopos las márgenes del río. ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas, y la roquedad parda más de un zarzal en flor, ya los rebaños blancos, por entre grises peñas, hacia los altos prados conducirá el pastor. ¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas que vais al joven Duero, zagales y merinos con rumbo hacia altas praderas numantinas, por mestas y cañadas, veredas y caminos; hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo, montañas, serrijones, lomazos, parameras, en donde reina el águila, por donde busca el cuervo su infecto expoliario; menudas sementeras cual sayos cenicientos, casetas y majadas entre desnuda roca, arroyos y hontanares donde a la tarde beben las yuntas fatigadas, dispersos huertecillos, humildes abejares!... ¡Adiós, tierra de Soria, adiós el alto llano cercado de colinas y crestas militares, alcores y roquedas del yermo castellano, fantasmas de robledos y sombras de encinares! En la desesperanza y en la melancolía de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva. Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía, por los floridos valles, mi corazón te lleva. _En el tren.--abril, 1913._ CXVII AL MAESTRO «AZORÍN», POR SU LIBRO «CASTILLA» La venta de Cidones está en la carretera que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera, que llaman la Ruipérez, es una viejecita que aviva el fuego donde borbolla la marmita. Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto --bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto-- contempla silencioso la lumbre del hogar. Se oye la marmita al fuego borbollar. Sentado ante una mesa de pino, un caballero escribe. Cuando moja la pluma en el tintero, dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto. El caballero es joven, vestido va de luto. El viento frío azota los chopos del camino. Se ve pasar de polvo un blanco remolino. La tarde se va haciendo sombría. El enlutado, la mano en la mejilla, medita ensimismado. Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda, la tarde habrá caído sobre la tierra parda de Soria. Todavía los grises serrijones, con ruinas de encinares y mellas de aluviones, las lomas azuladas, las agrias barranqueras, picotas y colinas, ribazos y laderas del páramo sombrío por donde cruza el Duero, darán al sol de ocaso un resplandor de acero. La venta se oscurece. El rojo lar humea. La mecha de un mohoso candil arde y chispea. El enlutado tiene clavados en el fuego los ojos largo rato; se los enjuga luego con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar el son de la marmita, el ascua del hogar? Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo y el galopar de un coche que avanza. Es el correo. CXVIII CAMINOS De la ciudad moruna tras las murallas viejas, yo contemplo la tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi pena. El río va corriendo, entre sombrías huertas y grises olivares por los alegres campos de Baeza. Tienen las vides pámpanos dorados sobre las rojas cepas. Guadalquivir como un alfanje roto y disperso reluce y espejea. Lejos, los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal; descansan las rudas moles de su ser de piedra en esta tibia tarde de noviembre, tarde piadosa, cárdena y violeta. El viento ha sacudido los mustios olmos de la carretera, levantando en rosados torbellinos el polvo de la tierra. La luna está subiendo amoratada, jadeante y llena. Los caminitos blancos se cruzan y se alejan, buscando los dispersos caseríos del valle y de la sierra. Caminos de los campos... ¡Ay, ya no puedo caminar con ella! CXIX Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. CXX Dice la esperanza: un día la verás, si bien esperas. Dice la desesperanza: sólo tu amargura es ella. Late, corazón... No todo se lo ha tragado la tierra. CXXI Allá, en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares, mi corazón está vagando, en sueños... ¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos. Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo. CXXII Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas!... Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra! CXXIII Una noche de verano --estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa-- la muerte en mi casa entró. Se fué acercando a su lecho --ni siquiera me miró--, con unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió, Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. ¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos! CXXIV Al borrarse la nieve, se alejaron los montes de la sierra. La vega ha verdecido al sol de abril, la vega tiene la verde llama, la vida, que no pesa; y piensa el alma en una mariposa, atlas del mundo, y sueña. Con el ciruelo en flor y el campo verde, con el glauco vapor de la ribera, en torno de las ramas, con las primeras zarzas que blanquean, con este dulce soplo que triunfa de la muerte y de la piedra, esta amargura que me ahoga fluye en esperanza de Ella... CXXV En estos campos de la tierra mía, y extranjero en los campos de mi tierra --yo tuve patria donde corre el Duero por entre grises peñas, y fantasmas de viejos encinares, allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de la fuerza--, en estos campos de mi Andalucía, ¡oh, tierra en que nací!, cantar quisiera. Tengo recuerdos de mi infancia, tengo imágenes de luz y de palmeras, y en una gloria de oro, de lueñes campanarios con cigüeñas, de ciudades con calles sin mujeres bajo un cielo de añil, plazas desiertas donde crecen naranjos encendidos con sus frutas redondas y bermejas; y en un huerto sombrío, el limonero de ramas polvorientas y pálidos limones amarillos, que el agua clara de la fuente espeja, un aroma de nardos y claveles y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena; imágenes de grises olivares bajo un tórrido sol que aturde y ciega, y azules y dispersas serranías con arreboles de una tarde inmensa; mas falta el hilo que el recuerdo anuda al corazón, el ancla en su ribera, o estas memorias no son alma. Tienen, en sus abigarradas vestimentas, señal de ser despojos del recuerdo, la carga bruta que el recuerdo lleva. Un día tornarán, con luz del fondo ungidos, los cuerpos virginales a la orilla vieja. _Lora del Río, 4 abril 1913._ CXXVI A JOSÉ MARÍA PALACIO Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aun las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra... _Baeza, 29 de marzo 1913._ CXXVII OTRO VIAJE Ya en los campos de Jaén, amanece. Corre el tren por sus brillantes rieles, devorando matorrales, alcaceles, terraplenes, pedregales, olivares, caseríos, praderas y cardizales, montes y valles sombríos. Tras la turbia ventanilla, pasa la devanadera del campo de primavera. La luz en el techo brilla de mi vagón de tercera. Entre nubarrones blancos, oro y grana. La niebla de la mañana huyendo por los barrancos. ¡Este insomne sueño mío! ¡Este frío de un amanecer en vela!... Resonante, jadeante, marcha el tren. El campo vuela. Enfrente de mí, un señor sobre su manta dormido; un fraile y un cazador --el perro a sus pies tendido--. Yo contemplo mi equipaje, mi viejo saco de cuero; y recuerdo otro viaje hacia las tierras del Duero. Otro viaje de ayer por la tierra castellana, ¡pinos del amanecer entre Almazán y Quintana! ¡Y alegría de un viajar en compañía! ¡Y la unión que ha roto la muerte un día! ¡Mano fría que aprietas mi corazón! Tren camina, silba, humea, acarrea tu ejército de vagones, ajetrea maletas y corazones. Soledad, sequedad. Tan pobre me estoy quedando, que ya ni siquiera estoy conmigo, ni sé si voy conmigo a solas viajando. CXXVIII POEMA DE UN DÍA MEDITACIONES RURALES Heme aquí ya profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor) en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego. Invierno. Cerca del fuego. Fuera llueve un agua fina, que ora se trueca en neblina, ora se torna aguanieve. Fantástico labrador, pienso en los campos. ¡Señor, qué bien haces! Llueve, llueve tu agua constante y menuda sobre alcaceles y habares, tu agua muda, en viñedos y olivares. Te bendecirán conmigo los sembradores del trigo; los que viven de coger la aceituna; los que esperan la fortuna de comer; los que hogaño como antaño tienen toda su moneda en la rueda, traidora rueda del año. ¡Llueve, llueve; tu neblina que se torne en aguanieve, y otra vez en agua fina! ¡llueve, Señor, llueve, llueve! En mi estancia, iluminada por esta luz invernal --la tarde gris tamizada por la lluvia y el cristal--, sueño y medito. Clarea el reloj arrinconado y su tic-tic, olvidado por repetido, golpea. Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído Tic-tic, tic-tic... Siempre igual, monótono y aburrido. Tic-tic, tic-tic, el latido de un corazón de metal. En estos pueblos, ¿se escucha el latir del tiempo? No. En estos pueblos se lucha sin tregua con el reló, con esa monotonía, que mide un tiempo vacío. Pero ¿tu hora es la mía? ¿Tu tiempo, reloj, el mío? (Tic-tic, tic-tic)... Era un día (tic-tic, tic-tic) que pasó, y lo que yo más quería la muerte se lo llevó. Lejos suena un clamoreo de campanas... Arrecia el repiqueteo de la lluvia en las ventanas. Fantástico labrador, vuelvo a mis campos. ¡Señor, cuánto te bendecirán los sembradores del pan! Señor, ¿no es tu lluvia ley, en los campos que ara el buey, y en los palacios del rey? ¡Oh, agua buena, deja vida en tu huída! ¡Oh, tú, que vas gota a gota, fuente a fuente y río a río, como este tiempo de hastío corriendo a la mar remota, con cuanto quiere nacer, cuanto espera florecer al sol de la primavera, sé piadosa, que mañana serás espiga temprana. prado verde, carne rosa, y más: razón y locura y amargura de querer y no poder creer, creer y creer! Anochece; el hilo de la bombilla se enrojece, luego brilla, resplandece poco más que una cerilla. Dios sabe dónde andarán mis gafas... entre librotes, revistas y papelotes, ¿quién las encuentra?... Aquí están. Libros nuevos. Abro uno de Unamuno. ¡Oh, el dilecto, predilecto de esta España que se agita, porque nace o resucita! Siempre te ha sido, ¡oh Rector de Salamanca!, leal este humilde profesor de un instituto rural. Esa tu filosofía que llamas dilettantesca, voltaria y funambulesca, gran Don Miguel, es la mía. Agua del buen manantial, siempre viva, fugitiva; poesía, cosa cordial. ¿Constructora? --No hay cimiento ni en el alma ni en el viento.-- Bogadora, marinera, hacia la mar sin ribera. Enrique Bergson: «_Los datos inmediatos de la conciencia_». ¿Esto es otro embeleco francés? Este Bergson es un tuno; ¿verdad, maestro Unamuno? Bergson no da como aquel Immanuel el volatín inmortal; este endiablado judío ha hallado el libre albedrío dentro de su mechinal. No está mal: cada sabio, su problema, y cada loco, su tema. Mucho importa que en la vida mala y corta que llevamos libres o siervos seamos; mas, si vamos a la mar, lo mismo nos han de dar. ¡Oh estos pueblos! Reflexiones, lecturas y acotaciones pronto dan en lo que son: bostezos de Salomón. ¿Todo es soledad de soledades, vanidad de vanidades, que dijo el Eclesiastés? Mi paraguas, mi sombrero, mi gabán.... El aguacero amaina... Vámonos, pues. Es de noche. Se platica al fondo de una botica. --Yo no sé, Don José, cómo son los liberales tan perros, tan inmorales. --¡Oh, tranquilícese usted! Pasados los carnavales, vendrán los conservadores, buenos administradores de su casa. Todo llega y todo pasa. Nada eterno, ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure. --Tras estos tiempos, vendrán otros tiempos y otros y otros, y lo mismo que nosotros otros se jorobarán. Así es la vida, Don Juan. --Es verdad, así es la vida. --La cebada está crecida --Con estas lluvias... Y van las habas que es un primor. --Cierto; para marzo, en flor. Pero, la escarcha, los hielos... --Y además, los olivares están pidiendo a los cielos agua a torrentes. --A mares. ¡Las fatigas, los sudores que pasan los labradores! En otro tiempo... --Llovía también cuando Dios quería. --Hasta mañana, señores. Tic-tic, tic-tic... Ya pasó un día como otro día, dice la monotonía del reló. Sobre mi mesa _Los datos de la conciencia_, inmediatos. No está mal este yo fundamental, contingente y libre, a ratos, creativo, original; este yo que vive y siente dentro la carne mortal ¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral. _Baeza, 1913._ CXXIX NOVIEMBRE, 1914 Un año más. El sembrador va echando la semilla en los surcos de la tierra. Dos lentas yuntas aran, mientras pasan las nubes cenicientas ensombreciendo el campo, las pardas sementeras, los grises olivares. Por el fondo del valle el río el agua turbia lleva. Tiene Cazorla nieve, y Mágina, tormenta, su montera, Aznaitín. Hacia Granada, montes con sol, montes de sol y piedra. CXXX LA SAETA ¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? SAETA POPULAR. ¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar! CXXXI DEL PASADO EFÍMERO Este hombre del casino provinciano, que vió a Cara-ancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados de melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión que no es tristeza sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Aun luce de corinto terciopelo chaqueta y pantalón abotinado, y un cordobés color de caramelo, pulido y torneado. Tres veces heredó; tres ha perdido al monte su caudal: dos ha enviudado. Sólo se anima ante el azar prohibido, sobre el verde tapete reclinado, o al evocar la tarde de un torero, la suerte de un tahur, o si alguien cuenta la hazaña de un gallardo bandolero, o la proeza de un matón, sangrienta. Bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario, y augura que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario. Un poco labrador, del cielo aguarda y al cielo teme; alguna vez suspira, pensando en su olivar, y al cielo mira con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Lo demás, taciturno, hipocondríaco, prisionero en la Arcadia del presente, le aburre; sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente. Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana. CXXXII LOS OLIVOS A Manuel Ayuso. I ¡Viejos olivos sedientos bajo el claro sol del día, olivares polvorientos del campo de Andalucía! ¡El campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado de olivar y de olivar! Son las tierras soleadas, anchas lomas, lueñes sierras de olivares recamadas! Mil senderos. Con sus machos, abrumados de capachos, van gañanes y arrieros. De la venta del camino a la puerta, soplan vino trabucaires bandoleros! Olivares y olivares de loma en loma prendidos cual bordados alamares! Olivares coloridos de una tarde anaranjada; olivares rebruñidos bajo la luna argentada! Olivares centellados en las tardes cenicientas, bajo los cielos preñados de tormentas!... Olivares, Dios os dé los eneros de aguaceros, los agostos de agua al pie, los vientos primaverales, vuestras flores racimadas; y las lluvias otoñales, vuestras olivas moradas. Olivar, por cien caminos, tus olivitas irán caminando a cien molinos. Ya darán trabajo en las alquerías a gañanes y braceros, ¡oh, buenas frentes sombrías bajo los anchos sombreros!... Olivar y olivareros, bosque y raza, campo y plaza de los fieles al terruño y al arado y al molino, de los que muestran el puño al destino, los benditos labradores, los bandidos caballeros, los señores devotos y matuteros!... Ciudades y caseríos en la margen de los ríos, en los pliegues de la sierra!... Venga Dios a los hogares y a las almas de esta tierra de olivares y olivares! II A dos leguas de Úbeda, la Torre de Pero Gil, bajo este sol de fuego, triste burgo de España. El coche rueda entre grises olivos polvorientos. Allá, el castillo heroico. En la plaza, mendigos y chicuelos: una orgía de harapos... Pasamos frente al atrio del convento de la Misericordia. ¡Los blancos muros, los cipreses negros! ¡Agria melancolía como asperón de hierro que raspa el corazón! Amurallada piedad, erguida en este basurero!... Esta casa de Dios, decid, hermanos, esta casa de Dios ¿qué guarda dentro? Y ese pálido joven, asombrado y atento, que parece mirarnos con la boca, será el loco del pueblo, de quien se dice: es Lucas, Blas o Ginés, el tonto que tenemos. Seguimos. Olivares. Los olivos están en flor. El carricoche lento, al paso de dos pencos matalones, camina hacia Peal. Campos ubérrimos. La tierra da lo suyo; el sol trabaja; el hombre es para el suelo: genera, siembra y labra y su fatiga unce la tierra al cielo. Nosotros enturbiamos la fuente de la vida, el sol primero, con nuestros ojos tristes, con nuestro amargo rezo, con nuestra mano ociosa, con nuestro pensamiento --se engendra en el pecado, se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!-- Esta piedad erguida sobre este burgo sórdido, sobre este basurero, esta casa de Dios, decid ¡oh, santos cañones de von Kluk! ¿qué guarda dentro? CXXXIII LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS POR LA MUERTE DE DON GUIDO Al fin una pulmonía mató a don Guido, y están las campanas todo el día doblando por él ¡din-dan! Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero; de viejo, gran rezador. Dicen que tuvo un serrallo este señor de Sevilla; que era diestro en manejar el caballo, y un maestro en refrescar manzanilla. Cuando mermó su riqueza, era su monomanía pensar que pensar debía en asentar la cabeza. Y asentóla de una manera española, que fué casarse con una doncella de gran fortuna; y repintar sus blasones, hablar de las tradiciones de su casa, a escándalos y amoríos poner tasa, sordina a sus desvaríos. Gran pagano, se hizo hermano de una santa cofradía; y el Jueves Santo salía llevando un cirio en la mano --¡aquel trueno!-- vestido de nazareno. Hoy nos dice la campana que han de llevarse mañana al buen don Guido, muy serio, camino del cementerio. Buen don Guido ya eres ido y para siempre jamás... Alguien dirá: ¿Qué dejaste? Yo pregunto: ¿Qué llevaste al mundo donde hoy estás? ¿Tu amor a los alamares y a las sedas y a los oros, y a la sangre de los toros y al humo de los altares? Buen don Guido y equipaje, buen viaje!... El acá y el allá, caballero, se ve en tu rostro marchito, lo infinito: cero, cero. ¡Oh, las enjutas mejillas, amarillas; y los párpados de cera, y la fina calavera en la almohada del lecho! ¡Oh, fin de una aristocracia! La barba canosa y lacia sobre el pecho; metido en tosco sayal, las yertas manos en cruz ¡tan formal! el caballero andaluz. CXXXIV LA MUJER MANCHEGA La Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes, Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes, y del manchego heroico, el ama y la sobrina (el patio, la alacena, la cueva y la cocina, la rueca y la costura, la cuna y la pitanza), la esposa de don Diego y la mujer de Panza, la hija del ventero, y tantas como están bajo la tierra, y tantas que son y que serán encanto de manchegos y madres de españoles por tierras de lagares, molinos y arreboles. Es la mujer manchega garrida y bien plantada, muy sobre sí, doncella, perfecta de casada. El sol de la caliente llanura vinariega quemó su piel, mas guarda frescura de bodega su corazón. Devota, sabe rezar con fe para que Dios nos libre de cuanto no se ve. Su obra es la casa--menos celada que en Sevilla, más gineceo y menos castillo que en Castilla.-- Y es del hogar manchego la musa ordenadora; alínea los vasares, los lienzos alcanfora; las cuentas de la plaza anota en su diario, cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario. ¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego. Dos ojos abrasaron un corazón manchego. ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea? ¿No es el Toboso patria de la mujer idea del corazón, engendro e imán de corazones, a quien varón no impregna y aun parirá varones? Por esta Mancha--prados, viñedos y molinos-- que so el igual del cielo iguala sus caminos, de cepas arrugadas sobre el tostado suelo y mustios pastos como raído terciopelo; por este seco llano de sol y lejanía, en donde el ojo alcanza su pleno mediodía (un diminuto bando de pájaros puntea el índigo del cielo sobre la blanca aldea, y allá se yergue un soto de verdes alamillos, tras leguas y más leguas de campos amarillos), por esta tierra, lejos del mar y la montaña, el ancho reverbero del claro sol de España, anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día --amor nublóle el juicio; su corazón veía--. Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano eterna compañera y estrella de Quijano, lozana labradora fincada en tus terrones --oh madre de manchegos y numen de visiones-- viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera, cuando tu amante erguía su lanza justiciera, y en tu casona blanca ahechando el rubio trigo. Aquel amor de fuego era por ti y contigo. Mujeres de la Mancha, con el sagrado mote de Dulcinea, os salva la gloria de Quijote. CXXXV EL MAÑANA EFÍMERO A Roberto Castrovido. La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero. Será un joven lechuzo y tarambana, un sayón con hechuras de bolero; a la moda de Francia royalista, un poco al uso de París pagano, y al estilo de España especialista en el vicio al alcance de la mano. Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahur, zaragatera y triste, esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar de la cabeza, aun tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán, venerables y católicas. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero, la sombra de un lechuzo tarambana, de un sayón con hechuras de bolero, el vacuo ayer dará un mañana huero. Como la náusea de un borracho ahito de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de granito, hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea. CXXXVI PROVERBIOS Y CANTARES I Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. II ¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar. III A quien nos justifica nuestra desconfianza llamamos enemigo, ladrón de una esperanza. Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía que dió a cascar al diente de la sabiduría. IV Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender. V Ni vale nada el fruto cogido sin sazón... ni aunque te elogie un bruto ha de tener razón. VI De lo que llaman los hombres virtud, justicia y bondad, una mitad es envidia, y la otra, no es caridad. VII Yo he visto garras fieras en las pulidas manos; conozco grajos mélicos y líricos marranos... El más truhán se lleva la mano al corazón; y el bruto más espeso se carga de razón. VIII En preguntar lo que sabes el tiempo no has de perder... y a preguntas sin respuesta ¿quién te podrá responder? IX El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia, de ingénita malicia y natural astucia, formó la inteligencia y acaparó la tierra. ¡Y aún la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra! X La envidia de la virtud hizo a Caín criminal. ¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más. La mano del piadoso nos quita siempre honor; mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador. Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente; escudo, espada y maza llevar bajo la frente; porque el valor honrado de todas armas viste: no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste. Que la piqueta arruine y el látigo flagele; la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste, y que el buril burile, y que el cincel cincele, la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste. XI ¡Ojos que a la luz se abrieron un día para, después, ciegos tornar a la tierra, hartos de mirar sin ver! XII Es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida: un poco más, algo menos... XIII Virtud es la alegría que alivia el corazón más grave y desarruga el ceño de Catón. El bueno es el que guarda, cual venta del camino, para el sediento, el agua, para el borracho, el vino. XIV Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos, de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos... Y entre los dos misterios está el enigma grave; tres arcas cierra una desconocida llave. La luz nada ilumina y el sabio nada enseña. ¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña? XV El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica. --Creó de nada un mundo y, su obra terminada, «Ya estoy en el secreto--se dijo--todo es nada.» XVI El hombre sólo es rico en hipocresía. En sus diez mil disfraces para engañar confía; y con la doble llave que guarda su mansión para la ajena hace ganzúa de ladrón. XVII ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Iliada! Ayax era más fuerte que Diomedes, Héctor, más fuerte que Ayax, y Aquiles el más fuerte; porque era el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia! ¡Ah, cuando yo era niño soñaba yo en los héroes de la Iliada! XVIII El casca-nueces-vacías, Colón de cien vanidades, vive de supercherías, que vende como verdades. XIX ¡Teresa, alma de fuego, Juan de la Cruz, espíritu de llama, por aquí hay mucho frío, padres, nuestros corazoncitos de Jesús se apagan! XX Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba. XXI Cosas de hombres y mujeres, los amoríos de ayer, casi los tengo olvidados, si fueron alguna vez. XXII No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada. Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas. XXIII De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea. XXIV Las abejas de las flores sacan miel, y melodía del amor, los ruiseñores; Dante y yo--perdón, señores--, trocamos--perdón, Lucía--, el amor en Teología. XXV Poned sobre los campos un carbonero, un sabio y un poeta. Veréis cómo el poeta admira y calla, el sabio mira y piensa... Seguramente, el carbonero busca las moras o las setas. Llevadlos al teatro y sólo el carbonero no bosteza. Quien prefiere lo vivo a lo pintado es el hombre que piensa, canta o sueña. El carbonero tiene llena de fantasías la cabeza. XXVI ¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades? Volvamos a la verdad: vanidad de vanidades. XXVII Todo hombre tiene dos batallas que pelear. En sueños lucha con Dios; y despierto, con el mar. XXVIII Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. XXIX El que espera desespera, dice la voz popular. ¡Qué verdad tan verdadera! La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés. XXX Corazón, ayer sonoro, ¿ya no suena tu monedilla de oro? Tu alcancía, antes que el tiempo la rompa, ¿se irá quedando vacía? Confiemos en que no será verdad nada de lo que sabemos. XXXI ¡Oh fe del meditabundo! ¡Oh fe después del pensar! Sólo si viene un corazón al mundo rebosa el vaso humano y se hincha el mar. XXXII Soñé a Dios como una fragua de fuego, que ablanda el hierro, como un forjador de espadas, como un bruñidor de aceros que iba firmando en las hojas de luz: Libertad.--Imperio. XXXIII Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y tierra pasarán. Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará. ¿Cuál fué, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? Todas tus palabras fueron una palabra: Velad. Como no sabéis la hora en que os han de despertar, os despertarán dormidos, si no veláis: despertad. XXXIV Hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra, paciencia. Una estriba en alumbrar un poquito el hondo mar; otra, en hacer penitencia con caña o red, y esperar el pez, como pescador. Dime tú: ¿Cuál es mejor? ¿Conciencia de visionario que mira en el hondo acuario peces vivos fugitivos que no se pueden pescar, o esta maldita faena de ir arrojando a la arena, muertos, los peces del mar? XXXV Fe empirista. Ni somos ni seremos. Todo nuestro vivir es emprestado. Nada trajimos; nada llevaremos. XXXVI ¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. XXXVII ¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro. XXXVIII Dicen que el ave divina trocada en pobre gallina, por obra de las tijeras de aquel sabio profesor (fué Kant un esquilador de las aves altaneras; toda su filosofía, un sport de cetrería) dicen que quiere saltar las tapias del corralón, y volar otra vez, hacia Platón. ¡Hurra! ¡Sea! ¡Feliz será quien lo vea! XXXIX Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales: el ómnibus que arrastran dos pencos matalones, por el camino, a tumbos, hacia las estaciones, el ómnibus completo de viajeros banales, y en medio un hombre mudo, hipocondríaco, austero, a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino... Y allá, cuando se llegue ¿descenderá un viajero no más? ¿O habránse todos quedado en el camino? XL Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed. XLI ¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás. XLII Dices que nada se pierde, y acaso dices verdad; pero todo lo perdemos y todo nos perderá. XLIII Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. XLIV Morir... ¿Caer como gota de mar en el mar inmenso? ¿O ser lo que nunca he sido: uno, sin sombra y sin sueño, un solitario que avanza sin camino y sin espejo? XLV Anoche soñé que oía a Dios, gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta! XLVI Cuatro cosas tiene el hombre que no sirven en la mar: ancla, gobernalle y remos, y miedo de naufragar. XLVII Mirando mi calavera un nuevo Hamlet dirá: He aquí un lindo fósil de una careta de carnaval. XLVIII Ya noto, al paso que me torno viejo, que en el inmenso espejo, donde orgulloso me miraba un día, era el azogue lo que yo ponía. Al espejo del fondo de mi casa una mano fatal va rayendo el azogue, y todo pasa por él como la luz por el cristal. XLIX --Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? --El vacío es más bien en la cabeza. L Luz del alma, luz divina, faro, antorcha, estrella, sol... Un hombre a tientas camina; lleva a la espalda un farol. LI Discutiendo están dos mozos si a la fiesta del lugar irán por la carretera o campo atraviesa irán. Discutiendo y disputando empiezan a pelear. Ya con las trancas de pino furiosos golpes se dan; ya se tiran de las barbas, que se las quieren pelar. Ha pasado un carretero, que va cantando un cantar: «Romero, para ir a Roma, lo que importa es caminar; a Roma por todas partes, por todas partes se va». LII En esta España de los pantalones lleva la voz el macho; mas si un negocio importa lo resuelven las faldas a escobazos. LIII Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. CXXXVII PARÁBOLAS I Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y el caballito no vió. Con un caballito blanco el niño volvió a soñar; y por la crin lo cogía... ¡Ahora no te escaparás! Apenas lo hubo cogido, el niño se despertó. Tenía el puño cerrado. ¡El caballito voló! Quedóse el niño muy serio pensando que no es verdad un caballito soñado. Y ya no volvió a soñar. Pero el niño se hizo mozo y el mozo tuvo un amor, y a su amada le decía: ¿Tú eres de verdad o no? Cuando el mozo se hizo viejo pensaba: todo es soñar, el caballito soñado y el caballo de verdad. Y cuando vino la muerte, el viejo a su corazón preguntaba: ¿Tú eres sueño? ¡Quién sabe si despertó! II A Don Vicente Clurana. Sobre la limpia arena, en el tartesio llano por donde acaba España y sigue el mar, hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano; uno duerme, y el otro parece meditar. El uno, en la mañana de tibia primavera, junto a la mar tranquila, ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera, los párpados, que borran el mar en la pupila. Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo, que sabe los rebaños del marino guardar; y sueña que le llaman las hijas de Nereo, y ha oído los caballos de Poseidón hablar. El otro mira al agua. Su pensamiento flota; hijo del mar, navega--o se pone a volar. Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota, que ha visto un pez de plata en el agua saltar. Y piensa: «Es esta vida una ilusión marina de un pescador que un día ya no puede pescar.» El soñador ha visto que el mar se le ilumina, y sueña que es la muerte una ilusión del mar. III Érase de un marinero que hizo un jardín junto al mar, y se metió a jardinero. Estaba el jardín en flor, y el jardinero se fué por esos mares de Dios. IV CONSEJOS Sabe esperar, aguarda que la marea fluya, --así en la costa un barco--sin que el partir te inquiete. Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; porque la vida es larga y el arte es un juguete. Y si la vida es corta y no llega la mar a tu galera, aguarda sin partir y siempre espera, que el arte es largo y, además, no importa. V PROFESIÓN DE FE Dios no es el mar, está en el mar; riela como luna en el agua, o aparece como una blanca vela; en el mar se despierta o se adormece. Creó la mar, y nace de la mar cual la nube y la tormenta; es el Creador y la criatura lo hace; su aliento es alma, y por el alma alienta. Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear. Que el puro río de caridad que fluye eternamente, fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío, de una fe sin amor la turbia fuente! VI El Dios que todos llevamos, el Dios que todos hacemos, el Dios que todos buscamos y que nunca encontraremos. Tres dioses o tres personas del solo Dios verdadero. VII Dice la razón: Busquemos la verdad. Y el corazón: Vanidad. La verdad ya la tenemos. La razón: ¡Ay, quién alcanza la verdad! El corazón: Vanidad. La verdad es la esperanza. Dice la razón: Tú mientes. Y contesta el corazón: Quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes. La razón: Jamás podremos entendernos, corazón. El corazón: Lo veremos. VIII Cabeza meditadora, ¡qué lejos se oye el zumbido de la abeja libadora! Echaste un velo de sombra sobre el bello mundo, y vas creyendo ver, porque mides la sombra con un compás. Mientras la abeja fabrica, melifica, con jugo de campo y sol, yo voy echando verdades que nada son, vanidades al fondo de mi crisol. De la mar al percepto, del percepto al concepto, del concepto a la idea --¡oh, la linda tarea!-- de la idea a la mar. ¡Y otra vez a empezar! CXXXVIII MI BUFÓN El demonio de mis sueños ríe con sus labios rojos, sus negros y vivos ojos, sus dientes finos, pequeños. Y jovial y picaresco se lanza a un baile grotesco, luciendo el cuerpo deforme y su enorme joroba. Es feo y barbudo y chiquitín y panzudo. Yo no sé por qué razón, de mi tragedia, bufón, te ríes... Mas tu eres vivo por tu danzar sin motivo. ELOGIOS CXXXIX A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS Como se fué el maestro, la luz de esta mañana me dijo: Van tres días que mi hermano Francisco no trabaja. ¿Murió?... Sólo sabemos que se nos fué por una senda clara, diciéndonos: Hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! Y hacia otra luz más pura partió el hermano de la luz del alba, del sol de los talleres, el viejo alegre de la vida santa. ...Oh, sí, llevad, amigos, su cuerpo a la montaña, a los azules montes del ancho Guadarrama. Allí hay barrancos hondos de pinos verdes donde el viento canta. Su corazón repose bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan mariposas doradas... Allí el maestro un día soñaba un nuevo florecer de España. _Baeza, 21 febrero, 1915._ CXL AL JOVEN MEDITADOR JOSÉ ORTEGA GASSET A ti laurel y yedra corónente, dilecto de Sofía, arquitecto. Cincel, martillo y piedra y masones te sirvan; las montañas de Guadarrama frío te brinden el azul de sus entrañas, meditador de otro Escorial sombrío; y que Felipe austero, al borde de su regia sepultura, asome a ver la nueva arquitectura, y bendiga la prole de Lutero. CXLI A XAVIER VALCARCE ...En el Intermedio de la primavera. Valcarce, dulce amigo, si tuviera la voz que tuve antaño, cantaría el intermedio de tu primavera --porque aprendiz he sido de ruiseñor un día--, y el rumor de tu huerto--entre las flores el agua oculta corre, pasa y suena por acequias, regatos y atanores--, y el inquieto bullir de tu colmena, y esa doliente juventud que tiene ardores de faunalias, y que pisando viene la huella a mis sandalias. Mas hoy... ¿será porque el enigma grave me tentó en la desierta galería, y abrí con una diminuta llave el ventanal del fondo que da a la mar sombría? ¿Será porque se ha ido quien asentó mis pasos en la tierra, y en este nuevo ejido sin rubia mies, la soledad me aterra? No sé, Valcarce, mas cantar no puedo; se ha dormido la voz en mi garganta, y tiene el corazón un salmo quedo. Ya sólo reza el corazón, no canta. Mas hoy, Valcarce, como un fraile viejo puedo hacer confesión, que es dar consejo. En este día claro, en que descansa tu carne de quimeras y amoríos --así en amplio silencio se remansa el agua bullidora de los ríos--, no guardes en tu cofre la galana veste dominical, el limpio traje, para llenar de lágrimas mañana la mustia seda y el marchito encaje, sino viste, Valcarce, dulce amigo, gala de fiesta para andar contigo. Y cíñete la espada rutilante, y lleva tu armadura, el peto de diamante debajo de la blanca vestidura. ¡Quién sabe! Acaso tu domingo sea la jornada guerrera y laboriosa, el día del Señor, que no reposa, el claro día en que el Señor pelea. CXLII MARIPOSA DE LA SIERRA A Juan Ramón Jiménez, por su libro _Platero y yo_. ¿No eres tú, mariposa, el alma de estas sierras solitarias, de sus barrancos hondos y de sus cumbres agrias? Para que tú nacieras, con su varita mágica a las tormentas de la piedra, un día, mandó callar un hada, y encadenó los montes, para que tú volaras. Anaranjada y negra, morenita y dorada, mariposa montés, sobre el romero plegadas las alillas o, voltarias, jugando con el sol, o sobre un rayo de sol crucificadas. ¡Mariposa montés y campesina, mariposa serrana, nadie ha pintado tu color; tú vives tu color y tus alas en el aire, en el sol, sobre el romero, tan libre, tan salada!... Que Juan Ramón Jiménez pulse por ti su lira franciscana. _Sierra de Cazorla, 28 mayo, 1915._ CXLIII DESDE MI RINCÓN ELOGIOS Al libro _Castilla_, del maestro Azorín, con motivos del mismo. Con este libro de melancolía, toda Castilla a mi rincón me llega; Castilla la gentil y la bravía, la parda y la manchega. ¡Castilla, España de los largos ríos que el mar no ha visto y corre hacia los mares; Castilla de los páramos sombríos, Castilla de los negros encinares. Labriegos transmarinos y pastores trashumantes--arados y merinos--, labriegos con talante de señores, pastores del color de los caminos. Castilla de grisientos peñascales, pelados serrijones, barbechos y trigales, malezas y cambrones. Castilla azafranada y polvorienta, sin montes, de arreboles purpurinos, Castilla visionaria y soñolienta de llanuras, viñedos y molinos. Castilla--hidalgos de semblante enjuto, rudos jaques y orondos bodegueros--, Castilla--trajinantes y arrieros de ojos inquietos, de mirar astuto--, mendigos rezadores, y frailes pordioseros, boteros, tejedores, arcadores, perailes, chicarreros, lechuzos y rufianes, fulleros y truhanes, caciques y tahures y logreros. ¡Oh, venta de los montes!--Fuencebada, Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo.-- ¡Mesón de los caminos y posada de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo! La ciudad diminuta y la campana de las monjas que tañe, cristalina... ¡Oh, dueña doñeguil tan de mañana y amor de Juan Ruiz a doña Endrina! Las comadres--Gerarda y Celestina-- Los amantes--Fernando y Dorotea-- ¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa! ¡Oh divino vasar en donde posa _sus dulces ojos verdes Melibea_! ¡Oh jardín de cipreses y rosales, donde Calisto ensimismado piensa, que tornan con las nubes inmortales las mismas olas de la mar inmensa! ¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana que nacerá tan viejo! ¡Y esta esperanza vana de romper el encanto del espejo! ¡Y esta agua amarga de la fuente ignota! ¡Y este filtrar la gran hipocondría de España siglo a siglo y gota a gota! ¡Y este alma de Azorín... y este alma mía que está viendo pasar, bajo la frente, de una España la inmensa galería, cual pasa del ahogado en la agonía todo su ayer, vertiginosamente! Basta. Azorín, yo creo en el alma sutil de tu Castilla, y en esa maravilla de tu hombre triste del balcón, que veo siempre añorar, la mano en la mejilla. Contra el gesto del persa, que azotaba la mar con su cadena; contra la flecha que el tahur tiraba al cielo, creo en la palabra buena. Desde un pueblo que ayuna y se divierte, ora y eructa, desde un pueblo impío que juega al mus, de espaldas a la muerte, creo en la libertad y en la esperanza, y en una fe que nace cuando se busca a Dios y no se alcanza, y en el Dios que se lleva y que se hace. ENVÍO ¡Oh, tú, Azorín que de la mar de Ulises viniste al ancho llano en donde el gran Quijote, el buen Quijano, soñó con Esplandianes y Amadises; buen Azorín, por adopción manchego, que guardas tu alma ibera, tu corazón de fuego bajo el recio almidón de tu pechera --un poco libertario de cara a la doctrina, ¡admirable Azorín, el reaccionario por asco de la greña jacobina!--; pero tranquilo, varonil--la espada ceñida a la cintura y con santo rencor acicalada--, sereno en el umbral de tu aventura! ¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere surgir, brotar, toda una España empieza. ¿Y ha de helarse en la España que se muere? ¿Ha de ahogarse en la España que bosteza? Para salvar la nueva epifanía hay que acudir, ya es hora, con el hacha y el fuego al nuevo día. Oye cantar los gallos de la aurora. _Baeza, 1913._ CXLIV A UNA ESPAÑA JOVEN ...Fué un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España, de Carnaval vestida nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda para que no acertara la mano con la herida. Fué ayer; éramos casi adolescentes; era con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios, cuando montar quisimos en pelo una quimera, mientras la mar dormía ahita de naufragios. Dejamos en el puerto la sórdida galera, y en una nave de oro nos plugo navegar hacia los altos mares, sin aguardar ribera, lanzando velas y anclas y gobernalle al mar. Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño--herencia de un siglo que vencido sin gloria se alejaba-- un alba entrar quería; con nuestra turbulencia la luz de las divinas ideas batallaba. Mas cada cual el rumbo siguió de su locura; agilitó su brazo, acreditó su brío; dejó como un espejo bruñida su armadura y dijo: «El hoy es malo, pero el mañana... es mío». Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda con sucios oropeles de Carnaval vestida aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda, mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida. Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre la voluntad te llega, irás a tu aventura despierta y transparente a la divina lumbre, como el diamante clara, como el diamante pura. _Enero, 1915._ CXLV ESPAÑA, EN PAZ En mi rincón moruno, mientras repiquetea el agua de la siembra bendita en mis cristales yo pienso en la lejana Europa que pelea, el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales. Donde combaten galos, ingleses y teutones, allá, en la vieja Flandes y en una tarde fría, sobre jinetes, carros, infantes y cañones pondrá la lluvia el velo de su melancolía. Envolverá la niebla el rojo expoliario --sordina gris al férreo claror del campamento--, las brumas de la Mancha caerán como un sudario de la flamenca duna sobre el fangal sangriento. Un César ha ordenado las tropas de Germania contra el francés heroico y el triste moscovita, y osó hostigar la rubia pantera de Britania. Medio planeta en armas contra el teutón milita. ¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra, odiada de las madres, las almas entigrece; mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra? ¿Quién segará la espiga que junio amarillece? Albión acecha y caza las quillas en los mares; Germania arruina templos, moradas y talleres; la guerra pone un soplo de hielo en los hogares, y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres. Es bárbara la guerra y torpe y regresiva; ¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha que siega el alma y esta locura acometiva? ¿por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha? La guerra nos devuelve las podres y las pestes del Ultramar cristiano; el vértigo de horrores que trajo Atila a Europa con sus tartareas huestes; las hordas mercenarias, los púnicos rencores; la guerra nos devuelve los muertos milenarios de cíclopes, centauros, Heracles y Teseos; la guerra resucita los sueños cavernarios del hombre con peludos mammuthes giganteos. ¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola. ¡Salud, oh buen Quijano! Por si ese gesto es tuyo, yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española, si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo. Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes en esa paz, valiente, la enmohecida espada, para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes el arma de tu vieja panoplia arrinconada; si pules y acicalas tus hierros para, un día, vestir de luz y, erguida: _heme aquí, pues, España en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía, heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña_, decir para que diga quien oiga: _es voz, no es eco, el buen manchego habla palabras de cordura, parece que el hidalgo amojamado y seco entró en razón, y tiene espada a la cintura_; entonces, paz de España, yo te saludo. Si eres vergüenza humana de esos rencores cabezudos con que se matan miles de avaros mercaderes, sobre la madre tierra que los parió desnudos; si sabes cómo Europa entera se anegaba en una paz sin alma, en un afán sin vida, y que una calentura cruel la aniquilaba, que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida; si sabes que esos pueblos arrojan sus riquezas al mar y al fuego--todos--para sentirse hermanos un día ante el divino altar de la pobreza, gabachos y tudescos, latinos y britanos, entonces, paz de España, también yo te saludo, y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita, en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo, dos ojos que avizoran y un ceño que medita. _Baeza, 10 de noviembre de 1914._ CXLVI _Flor de santidad._--Novela milenaria, por don Ramón del Valle-Inclán. Esta leyenda en sabio romance campesino, ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita, revela en los halagos de un viento vespertino, la santa flor de alma que nunca se marchita. Es la leyenda campo y campo. Un peregrino que vuelve solitario de la sagrada tierra donde Jesús morara, camina sin camino, entre los agrios montes de la galaica sierra. Hilando silenciosa, la rueca a la cintura, Adega, en cuyos ojos la llama azul fulgura de la piedad humilde, en el romero ha visto, al declinar la tarde, la pálida figura, la frente gloriosa de luz y la amargura de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO. CXLVII AL MAESTRO RUBÉN DARÍO Este noble poeta que ha escuchado los ecos de la tarde y los violines del otoño en Verlaine, y que ha cortado las rosas de Ronsard en los jardines de Francia, hoy, peregrino de un Ultramar de Sol, nos trae el oro de su verbo divino. ¡Salterios del loor vibran en coro! La nave bien guarnida, con fuerte casco y acerada prora, de viento y luz la blanca vela henchida surca, pronta a arribar, la mar sonora; y yo le grito: ¡Salve! a la bandera flamígera que tiene esta hermosa galera que de una nueva España a España viene. _1904._ CXLVIII A LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, corazón asombrado de la música astral, ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno y con las nuevas rosas triunfante volverás? ¿Te han herido buscando la soñada florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? Que en esta lengua madre la clara historia quede; corazones de todas las Españas, llorad. Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro, esta nueva nos vino atravesando el mar. Pongamos, españoles, en un severo mármol, su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: nadie esta lira taña, si no es el mismo Apolo, nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan. _1915._ CXLIX A NARCISO ALONSO CORTÉS, POETA DE CASTILLA _Jam senior, sed cruda deo viridisque senecta._ Virgilio (_Eneida_). Tus versos me han llegado a este rincón manchego, regio presente en arcas de rica taracea, que guardan, entre ramos de castellano espliego, narcisos de Citeres y lirios de Judea. En tu árbol viejo anida un canto adolescente, del ruiseñor de antaño la dulce melodía. Poeta, que declaras arrugas en tu frente, tu musa es la más noble: se llama Todavía. El corazón del hombre con red sutil envuelve el tiempo, como niebla de río una arboleda. ¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve! Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda! El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles. Con limas y barrenas, buriles y tenazas, el tiempo lanza obreros a trabajar febriles, enanos con punzones y cíclopes con mazas. El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde; socava el alto muro, la piedra agujerea; apaga la mejilla y abrasa la hoja verde; sobre las frentes cava los surcos de la idea. Pero el poeta afronta al tiempo inexorable, como David al fiero gigante filisteo; de su armadura busca la pieza vulnerable, y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo. Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo? El alma. El alma vence--¡la pobre cenicienta, que en este siglo vano, cruel, empedernido, por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!-- al ángel de la muerte y al agua del olvido. Su fortaleza opone al tiempo, como el puente al ímpetu del río sus pétreos tajamares; bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente, sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares. Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera, dardo cruel y doble escudo adamantino; y en el diciembre helado, rosal de primavera; y sol del caminante y sombra del camino. Poeta, que declaras arrugas en tu frente, tu noble verso sea más joven cada día; que en tu árbol viejo suene el canto adolescente, del ruiseñor eterno la dulce melodía. _Venta de Cárdenas, 24 octubre._ CXL MIS POETAS El primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, que yendo en romería acaeció en un prado, y a quien los sabios pintan copiando un pergamino. Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María, y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria, y dijo: mi dictado non es de juglaría; escrito lo tenemos; es verdadera historia. Su verso es dulce y grave: monótonas hileras, de chopos invernales en donde nada brilla; renglones como surcos en pardas sementeras, y lejos, las montañas azules de Castilla. Él nos cuenta el repaire del romeo cansado; leyendo en santorales y libros de oración, copiando historias viejas, nos dice su dictado, mientras le sale afuera la luz del corazón. CLI A DON MIGUEL DE UNAMUNO Por su libro _Vida de Don Quijote y Sancho_. Este donquijotesco Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, lleva el arnés grotesco y el irrisorio casco del buen manchego. Don Miguel camina, jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura, sin miedo de la lengua que malsina. A un pueblo de arrieros, lechuzos y tahures y logreros dicta lecciones de Caballería. Y el alma desalmada de su raza, que bajo el golpe de su férrea maza aún duerme, puede que despierte un día. Quiere enseñar el ceño de la duda antes de que cabalgue, al caballero; cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda cerca del corazón la hoja de acero. Tiene el aliento de una estirpe fuerte que soñó más allá de sus hogares, y que el oro buscó tras de los mares. Él señala la gloria tras la muerte. Quiere ser fundador y dice: Creo, Dios y adelante el ánima española... Y es tan bueno y mejor que fué Loyola: sabe a Jesús y escupe al fariseo. CLII A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Por su libro _Arias tristes_. Era una noche del mes de mayo, azul y serena, sobre el agudo ciprés brillaba la luna llena, iluminando la fuente en donde el agua surtía, sollozando intermitente. Sólo la fuente se oía. Después, se escuchó el acento de un oculto ruiseñor. Quebró una racha de viento la curva del surtidor. Y una dulce melodía vagó por todo el jardín: entre los mirtos tañía un músico su violín. Era un acorde lamento de juventud y de amor para la luna y el viento, el agua y el ruiseñor. «El jardín tiene una fuente y la fuente una quimera...» Cantaba una voz doliente, alma de la primavera. Calló la voz y el violín apagó su melodía. Quedó la melancolía vagando por el jardín. Sólo la fuente se oía. PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES Estas publicaciones responden a la necesidad de buscar una expresión de la actividad espiritual que en la RESIDENCIA y en torno de ella se ha ido desenvolviendo. Los varios modos en que va cuajando esta actividad, estarán representados en diferentes series de libros. No se trata, pues, tan sólo, de dar publicidad a los trabajos de los Residentes, primeros frutos de su formación científica, sino de recoger también otras producciones que han nacido al contacto de la RESIDENCIA con el ambiente ideal exterior. La obra de la RESIDENCIA ha sabido atraer la atención y el apoyo moral de literatos, científicos y políticos, que trabajan unidos a su lado, como si se tratase de una obra propia; y este núcleo formado en torno de la RESIDENCIA se ha dispuesto con devoción y con entusiasmo a sembrar en ella y desde ella, en la juventud española, los ideales de la Patria futura. En fin, la continuidad de la labor educacional de la RESIDENCIA, la lleva a perpetuar en sus publicaciones momentos ejemplares de la cultura universal y de la vida nacional, para todo lo cual encontrará cauce en las actuales series y en otras nuevas, que a su tiempo saldrán a luz. SERIE I. CUADERNOS DE TRABAJO: Con estos cuadernos de Investigación, quisiera la RESIDENCIA contribuir a la labor científica española. 1. EL SACRIFICIO DE LA MISA, por GONZALO DE BERCEO. Edición de _Antonio G. Solalinde_. (Publicado). 1,50 ptas. 2. CONSTITUCIONES BAIULIE MIRABETI (1328). EDICIÓN de _Galo Sánchez_. (Publicado). 1,50 ptas. 3. ¿QUÉ ES LA ELECTRICIDAD?, por _Blas Cabrera_. (Publicado). 3,50 ptas. 4. Un profesor español del siglo XVI: JUAN LORENZO PALMIRENO, por _Miguel Artigas_. 5. BAQUÍLIDES. Traducción del griego, por _Pedro Bosch y Gimpera_. 6. EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA. Introducción metódica, por _Federico de Onís_. SERIE II. ENSAYOS: Componen esta serie trabajos originales que, aun versando sobre temas concretos de arte, historia, ética, literatura, etc., tienden a expresar una ideología de amplio interés, en forma cálida y personal. 1. MEDITACIONES DEL QUIJOTE. Meditación preliminar y Meditación primera, por _J. Ortega y Gasset_. (Publicado). 3 ptas. 2. AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS, por _Azorín_. (Publicado). 3,50 ptas. 3. EL PROTECTORADO FRANCÉS EN MARRUECOS Y SUS ENSEÑANZAS PARA LA ACCIÓN ESPAÑOLA, por _Manuel González Hontoria_. (Publicado). 4 ptas. 4. EL LICENCIADO VIDRIERA, VISTO POR _Azorín_. (Publicado). 3 ptas. 5. ENSAYOS. TOMO I, por _M. de Unamuno_. (Publicado). 3 ptas. 6. UN PUEBLECITO, por _Azorín_. (Publicado). 3 ptas. 7. ENSAYOS. Tomo II, por _M. de Unamuno_. (Publicado). 3 ptas. 8. LA EDAD HEROICA, por _Luis de Zulueta_. (Publicado). 2,50 ptas. 9. ENSAYOS. Tomo III, por _M. de Unamuno_. (Publicado). 3 ptas. 10. LA FILOSOFÍA DE HENRI BERGSON, por _Manuel G. Morente_. (Publicado). 2,50 ptas. 11. ENSAYOS. Tomo IV, por _M. de Unamuno_. (Publicado). 3 ptas. 12. EL SENTIMIENTO DE LA RIQUEZA EN CASTILLA, por _Pedro Corominas_. (Publicado). 3,50 ptas. 13. CLAVIJO EN GOETHE Y EN BEAUMARCHAIS, comentado por _Azorín_. 14. DICCIONARIO FILOSÓFICO PORTÁTIL, por _Eugenio d'Ors_. 15. LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA, por _F. de Onís_. 16. EL ARTE ESPAÑOL, por _Manuel B. Cossío_. 17. MEDITACIÓN DEL ESCORIAL, por _J. Ortega y Gasset_. 18. LA EPOPEYA CASTELLANA, por _Ramón Menéndez Pidal_. 19. EL DERECHO INTERNACIONAL EN LA GUERRA GRANDE, por _Gabriel Maura_. 20. MEDITACIONES DEL QUIJOTE. Meditación segunda y Meditación tercera, por _J. Ortega y Gasset_. 21. ENSAYO SOBRE LA HISTORIA CONSTITUCIONAL DE ESPAÑA (Estudio de la vida política española en el siglo XIX, con los textos de las Constituciones), por _Fernando de los Ríos y Urruti_. 22. ENSAYOS SOBRE SHAKESPEARE, por _Ramón Pérez de Ayala_. Y otros de Pío Baroja, Gabriel Alomar, Nicolás Achúcarro, Pedro Dorado y Montero, etc. SERIE III. BIOGRAFÍAS: Para promover viriles entusiasmos, nada como las vidas heroicas de hombres ilustres, exaltadas por espíritus gemelos. Esta serie consta de ejemplares biografías, cuya traducción se ha confiado a escritores competentes. 1. VIDA DE BEETHOVEN, por _Romain Rolland_. Traducción de _Juan Ramón Jiménez_. (Publicado). 3,50 ptas. 2. VIDA DE MIGUEL ÁNGEL, por _Romain Rolland_. Traducción de _Juan Ramón Jiménez_. 3. VIDA DE TOLSTOY, por _Romain Rolland_. Traducción de _Juan Ramón Jiménez_. 4. VIDA DE CARLOS XII, por _Voltaire_. Traducción de _E. Díez-Canedo_. 5. FICCIÓN Y REALIDAD (Dichtung und Wahrheit), por _J. W. Goethe_. Traducción de _Ramón María Tenreiro_. SERIE IV. VARIA: La RESIDENCIA se propone perpetuar, con esta serie, la eficacia de toda manifestación espiritual (lecturas, jiras, conferencias, conmemoraciones), que impulse la nueva España hacia un ideal puro, abierto y definido. 1. DE LA AMISTAD Y DEL DIÁLOGO, por _Eugenio d'Ors_. (Agotado). 2. JEAN SÉBASTIEN BACH, AUTEUR COMIQUE, par _M. André Pirro_. (Publicado). 1,50 ptas. 3. APRENDIZAJE Y HEROÍSMO, por _Eugenio d'Ors_ (Publicado). 2 ptas. 4. FIESTA DE ARANJUEZ, EN HONOR DE AZORÍN. Discursos, poesías y cartas. (Publicado). 1,50 ptas. 5. DISCIPLINA Y REBELDÍA, por _Federico de Onís_. (Publicado). 1 pta. 6. PORVENIR DE LA LITERATURA DESPUÉS DE LA GUERRA, por la _Condesa de Pardo Bazán_. (Publicado). 1 pta. 7. POESÍAS COMPLETAS de _Antonio Machado_, en un volumen. (Publicado). 4 ptas. EL SACRIFICIO DE LA MISA, por GONZALO DE BERCEO. Edición de ANTONIO G. SOLALINDE.--Precio: 1,50 ptas. DE LA AMISTAD Y DEL DIÁLOGO, por EUGENIO D'ORS. Agotada. MEDITACIONES DEL QUIJOTE, por JOSÉ ORTEGA Y GASSET. _Meditación preliminar. Meditación primera._--Precio: 3 ptas. JEAN SÉBASTIEN BACH, AUTEUR COMIQUE, par M. ANDRÉ PIRRO.--Precio: 1,50 ptas. AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS, por AZORÍN. --Precio: 3,50 ptas. EL PROTECTORADO FRANCÉS EN MARRUECOS Y SUS ENSEÑANZAS PARA LA ACCIÓN ESPAÑOLA, por MANUEL GONZÁLEZ HONTORIA.--Precio: 4 ptas. APRENDIZAJE Y HEROÍSMO, por EUGENIO D'ORS. --Precio: 2 ptas. FIESTA DE ARANJUEZ, en honor de AZORÍN. _Discursos_, _poesías_ y _cartas_. --Precio: 1,50 ptas. CONSTITUCIONES BAIULIE MIRABETI. Edición de GALO SÁNCHEZ.--Precio: 1,50 ptas. EL LICENCIADO VIDRIERA, visto por AZORÍN.--Precio: 3 ptas. DISCIPLINA Y REBELDÍA, por FEDERICO DE ONÍS. --Precio: 1 pta. VIDA DE BEETHOVEN, por ROMAIN ROLLAND. Traducción de JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. --Precio: 3,50 ptas. ENSAYOS. Tomo I, por MIGUEL DE UNAMUNO. --Precio: 3 ptas. UN PUEBLECITO, por AZORÍN.--Precio: 3 ptas. ENSAYOS. Tomo II, por MIGUEL DE UNAMUNO. --Precio: 3 ptas. LA EDAD HEROICA, por LUIS DE ZULUETA. --Precio: 2,50 ptas. ENSAYOS. Tomo III, por MIGUEL DE UNAMUNO. --Precio: 3 ptas. LA FILOSOFÍA DE HENRI BERGSON, por MANUEL G. MORENTE.--Precio: 2,50 ptas. ENSAYOS. Tomo IV, por MIGUEL DE UNAMUNO. --Precio: 3 ptas. PORVENIR DE LA LITERATURA DESPUÉS DE LA GUERRA, por la CONDESA DE PARDO BAZÁN.--Precio: 1 pta. ¿QUÉ ES LA ELECTRICIDAD?, por BLAS CABRERA. --Precio: 3,50 ptas. EL SENTIMIENTO DE LA RIQUEZA EN CASTILLA, por PEDRO COROMINAS.--Precio: 3,50 ptas. POESÍAS COMPLETAS, DE ANTONIO MACHADO.--Precio: 4 ptas. PROSPECTO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES (NO SE VENDE) SE ENVÍA A QUIEN LO SOLICITE DEL PRESIDENTE DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES CALLE DEL PINAR · MADRID ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN EL EST. TIPOGRÁFICO DE FORTANET EN MADRID EL DÍA 11 DE JULIO DE 1917 PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES: MADRID ADMINISTRACIÓN CALLE DEL PINAR *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 68525 ***