*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 48670 ***

TEATRO GALANTE

EDUARDO ZAMACOIS

TEATRO GALANTE

Nochebuena.—El pasado vuelve.
Frío.

colofón
MADRID
Antonio Garrido, Editor.—Goya, 86
1910

Es propiedad.
Queda hecho el depósito
que marca la ley.

      Imprenta Artística Española. San Roque, 7.—Madrid      



SINFONÍA
MI PRIMER ESTRENO

Esa terrible enfermedad que los autores noveles desconocen—la inocencia es heroica—y que yo llamo «el miedo á estrenar», me mantuvo durante muchos años alejado del teatro. Así, para decidirme á tan grave andanza, fué preciso que los buenos amigos que entonces formaban la dirección del teatro Romea me pidiesen una obra, asegurándome, entre veras y burlas, que la derrota no debía intimidarme, ya que, desde Eurípides á Rostand, no nació de mujer dramaturgo genial ni modesto fabricante de comedias que no hubiera fracasado alguna vez. Vencido por estas discretas razones, acepté el compromiso; lo acepté lleno de júbilo... y también de miedo; porque, como el amor, el teatro es algo que simultáneamente asusta y atrae.

Sin otras vacilaciones, aquella misma noche tracé el plan de lo que mi obra Nochebuena había de ser; y al otro día, á las nueve de su mañana, me senté á escribir. ¡Memorable jornada! Trabajé sin vacilaciones, febrilmente, como empujado por el asunto; no podía detenerme; las escenas, atrailladas, tiraban vigorosamente unas de otras, y todas de mí. ¡Ni siquiera interrumpí mi labor para almorzar!... ¡Qué angustia!... Mi frente quemaba; la mano me dolía. No importa: adelante, pronto, hacia el final. A las seis y media en punto de la tarde, la comedia estaba escrita.

Dos días después comenzaron los ensayos «de mesa», y muy luego, merced á la diligencia de los actores, la obra «bajó á la concha».

¡Ah! Yo, que he asistido á tantos ensayos, creía entonces aventurarme por un mundo nuevo. ¡Qué emoción tan rara, tan intensa, tan exquisita, la de «ver» y «oir», hechas carne y voz, las ideas que horas antes sentí discurrir cautelosamente por mi cerebro! ¡Cómo se abultaban y afirmaban las escenas, cómo el arte flexible de los comediantes daba relieve á ciertas frases y cómo, entre ellos, las pausas adquirían un valor precioso, definitivo, nunca imaginado por mí!... Sí; es preciso haber ensayado—porque en los ensayos, al autor le parece hablar consigo mismo—para comprender que el arte del comediante es un arte diabólico que á veces aligera lo que parecía pesado, y otras, magnifica y llena de luz lo que, sobre el papel, se nos antojaba menguado y obscuro, y deslíe, en fin, por toda la obra, una emoción nueva, penetrante, caliente y triunfadora, de humanidad.

Esto ocurría en los últimos días de 1908.

Llegó, al cabo, la noche del 23 de Diciembre, fecha de mi estreno. Los periódicos habían propalado la noticia de mi aventura; grandes carteles decían mi nombre, y en insolentes letras rojas, que me abrasaban las pupilas, el título de mi comedia: Nochebuena. La lluvia que caía, abundante, contribuyó, sin duda, más que yo mismo, á «llenar» el teatro; invadía las localidades un público nutrido y selecto; el temible «todo Madrid» de los estrenos allí estaba saludándose familiarmente con la mano, desde un extremo á otro del pequeño salón. Un acomodador vino á decirme, con una sonrisa de felicitación, «que no había billetes».

Y yo, lejos de regocijarme vanidosamente, me acongojaba pensando que todos aquellos espectadores habían adquirido en la taquilla el derecho á rechazar mi obra y á significarme con sus siseos ó la corrección glacial de su silencio, que «lo había hecho muy mal...»

La batalla iba á empezar. El batiente de una puerta se cerró con estrépito, y oí una voz que gritaba imperativa:

—¡Que no entre nadie! ¡Aquí no debe entrar nadie!...

Aquella orden me dió á comprender que entre el público reunido allí para juzgarme, y yo, reo confeso del grave delito de escribir comedias, había un abismo. Con lo que mis zozobras empeoraron. Para disfrazar un poco mi inquietud, traté de fumar; ¿dónde había puesto las cerillas?...; las busqué inútilmente, metiendo varias veces la mano en el mismo bolsillo; no las hallé; el cigarro concluyó por romperse entre mis dedos trémulos...

Los comediantes, mis amigos, mis defensores, mis aliados fervorosos en aquella hora terrible, me rodearon.

—No se asuste usted—repetían—; hay que ser valiente; aquí estamos nosotros...

Yo les abrazaba, sintiéndome unido á ellos por uno de esos cariños fraternales que sólo sabe tejer entre los hombres el peligro.

Ramona Valdivia, la excelente actriz, vestida ya para salir á escena, me estrechó las manos. ¡Pobrecilla!... Las suyas, frías estaban como las de una muerta.

—No tenga usted miedo—dijo—; ya verá usted; la obra es muy bonita...

Y yo, inconsciente, ridículo, grotesco tal vez, replicaba tuteándola:

—Tú... eres la que no debe tener miedo. Si tú... si usted... no me salva, soy perdido.

Cerca de mí andaban también Adriana Corona y Pilar Ezquerra y Amparo Montalt... y todas eran á prodigarme palabras de energía y de optimismo.

Moreno, el apuntador, estaba en la concha; el electricista, en su sitio; un traspunte pasó diciendo la frase:

—¡Prevenidos! ¡Se va á empezar!...

Especie de alerta que obliga á santiguarse á las mujeres.

Hubo un silencio; sonó un timbre; el telón se alzó lentamente sobre el resplandor de la batería... y ante mis ojos quedó abierto, como una fauce fiera y enorme, ese abismo donde tantas obras y tantos autores han perecido.

A mi alrededor, las actrices se persignaban, y luego, valerosamente, salían á escena. Iban resueltas, llenas de entusiasmo, vibrantes de orgullo, como soldados que corriesen á la defensa de una barricada; y todo mi amor y todo mi agradecimiento las seguía.

La primera escena «pasó» bien; después, cierta frase obtuvo un murmullo de estimación; poco á poco, la obra iba conquistando simpatías, enlazando los ánimos en el hilo de la misma emoción, imponiéndose. Al fin, el aplauso tan deseado estalló.

Pero yo no lo oí.

—¿Qué dicen? ¿Qué quieren?—repetía furioso.

Y Jerónimo Gómez, que me acompañaba, exclamó riendo:

—Pero, ¿se ha quedado usted tonto, hombre de Dios? ¿No oye usted que aplauden?...

Así era, en efecto; lo que no impidió que aquella memorable jornada dejase en mi ánimo, más que el disculpable engreimiento de una pequeña vanidad satisfecha, una emoción de miedo. No obstante, he vuelto á estrenar; porque el teatro, ya lo dije antes, es como el amor, que asusta, pero atrae...

El título de TEATRO GALANTE que doy al presente volumen, responde á la índole especial de las tres obras en él reunidas. Recuerdo que la crítica creyó ver en ellas mi propósito de formar un género particularísimo, atrayente, de aventureros y cortesanas. Confieso que no hay tal: el artista, cuando produce, no puede ser deliberadamente ni religioso, ni escéptico, ni conservador, ni iconoclasta, sino que, al producir, lo hace sin prejuicio alguno, según su temperamento, ó, mejor aún, conforme el estado especial por que atravesaban sus nervios en el momento febricitante de la producción. Por lo que no es raro verles contradecirse á cada paso, ni más ni menos que la misma Naturaleza, maestra en toda laya de inconsecuencias y paradojas.

Así, si las heroínas de mis pobres comedias pertenecen á ese demi-monde que tentó á Dumas, fué porque, al coger la pluma, la inspiración, caprichosa y arisca siempre, derivó hacia él. Diciendo esto, no trato de disculparme, sí de consignar un hecho. En último término, seguro estoy de que entre Ellas, «las deseadas de una noche», el artista puede descubrir grandes bellezas, por lo mismo que, bajo la frivolidad de sus sombreros empenachados y de sus vestidos de encajes, late sagrado, perenne, el inmenso dolor de no ser estimadas...

Y la Belleza es, generalmente, espuma de Dolor.

Eduardo Zamacois

Madrid, Abril, 1910.



COMEDIA EN UN ACTO
Estrenada en el TEATRO ROMEA la noche del 23
de Diciembre de 1908

REPARTO

    PERSONAJES ACTORES
Alicia, veinticinco años Srta. Valdivia.
Elena, veinticinco ídem Sra. Ezquerra.
Victoria, diez y ocho ídem  »   Montalt.
Ángeles, cuarenta y cinco ídem (viste de negro y con gran modestia)    »   Corona.
Consuelo (criada joven)  »   Esterg.
Marta  »   Envid.
Roberto, cuarenta años (hombre de mundo) Sr. Brochado[A].

[A] Habiéndose separado poco después de la compañía el señor Brochado, se encargó de este papel el Sr. Palacios.

 

ÉPOCA ACTUAL

Derecha é izquierda, las del actor

Se recomienda á las actrices una gran distinción de ademanes, y en sus trajes y sombreros una elegancia algo llamativa.



NOCHEBUENA

ACTO ÚNICO

Gabinete en casa de Alicia. A la izquierda y al fondo, puertas. A la derecha, un balcón. Chimenea encendida á la izquierda. Teléfono. Los muebles serán elegantes y muy modernos. Decorarán la pared cuadros de bazar, retratos, etc. Un verdadero gabinete de cortesana, en donde todo será bonito, un poco barroco y frívolo, con esa frivolidad de las casas amuebladas de prisa.

Al levantarse el telón no hay nadie en escena. Luego aparecen por la izquierda Alicia y Marta; detrás, Ángeles, que se sentará junto á la chimenea y guardará durante las dos primeras escenas una actitud indiferente.

Es de día.

ESCENA PRIMERA

ALICIA, ÁNGELES, MARTA

ALICIA

(Risueña, envolvente). Pues ya le digo á usted: hoy, imposible... Demasiado sabe usted cómo vivimos todas nosotras los quince últimos días de mes.

MARTA

Sí, sí...

ALICIA

De milagro, ¿verdad?... Además, estas fiestas pascuales traen consigo tantos gastos...

MARTA

Entonces, dice usted que vuelva...

ALICIA

A primeros de año.

MARTA

¿El día dos?

ALICIA

Sí; es decir, espere usted: el día dos es...

MARTA

Sábado.

ALICIA

Justamente. Sábado, domingo... Venga usted el cinco: el martes.

MARTA

Bien, bien.

ALICIA

Vaya usted tranquila, ¿eh?...

MARTA

¡Por Dios, señorita Alicia, acuérdese usted de mí!

ALICIA

Sí, mujer.

MARTA

Ya sabe usted que son cuatrocientas veinticinco pesetas.

ALICIA

Sí.

MARTA

Doscientas pesetas del sombrero violeta con amazonas blancas.

ALICIA

Cien pesetas del negro.

MARTA

Cien del azul.

ALICIA

Y veinticinco por la compostura de la gorrilla. Estamos de acuerdo.

MARTA

Eso es. Conque, señorita, la deseo á usted una Nochebuena muy buena, muy alegre.

ALICIA

Gracias, Marta. Que pase usted felices Pascuas.

MARTA

Un recadito al señor marqués.

ALICIA

Gracias.

MARTA

Y... ¡hasta el año que viene!

ALICIA

El día cinco.

MARTA

Ya lo sé, el martes... Adiós, señorita Alicia. (Ya desde la puerta, á Ángeles.) Páselo usted bien.

ÁNGELES

(Displicente). Adiós.

ALICIA

Adiós, adiós... (Levantando la voz.) ¡Consuelo!... Acompaña á esta señora.

(Alicia se detiene á retocarse los cabellos ante un espejo. Pausa.)

ÁNGELES

Bien ha machacado, bien. ¡Pensé que no se iba!

ESCENA II

ALICIA, ÁNGELES, CONSUELO

CONSUELO

(Aparece por la puerta del fondo). Señorita, esta tarjeta.

ALICIA

¿Nada más?

CONSUELO

Con seis botellas de champagne.

ALICIA

Eso, ya es algo.

CONSUELO

¿Quiere usted verlas?

ALICIA

¿Para qué? Déjalas en el comedor. Oye... ¿se fué el hombre que las trajo?

CONSUELO

Sí, señorita.

ALICIA

¿Le diste propina?

CONSUELO

Dos pesetas.

ALICIA

Bien. (Se dirige hacia la chimenea.)

ÁNGELES

¿De quién son esas botellas?

ALICIA

Del marqués. (Le da la tarjeta.)

ÁNGELES

¡Ya!...

ALICIA

(A Consuelo, que habrá permanecido cerca de la puerta y que hará ademán de marcharse). Oye, Consuelo...

CONSUELO

Señorita.

ALICIA

Da luz. (Vase Consuelo.)

ESCENA III

ALICIA y ÁNGELES, sentadas delante de la chimenea.

ÁNGELES

¿Recibiste muchos regalos?

ALICIA

Muchos. Un pavo, dos capones, y de mazapanes, turrones y almendras, quince ó veinte kilos. Tengo buenos amigos.

ÁNGELES

¡Bah, los hombres!

ALICIA

¡Psch!...

ÁNGELES

Para la mujer que, como tú, está en moda, no hay hombre malo. Pero, después, después...

ALICIA

Es verdad. (Recobrando su vivacidad.) El frío promete pegar de firme esta noche. ¡Demonio!... Luego, esta chimenea maldita no calienta.

ÁNGELES

Yo prefiero el brasero clásico.

ALICIA

Y acaso tengas razón.

ÁNGELES

Además, estas chimeneas gastan mucho.

ALICIA

Bastante.

ÁNGELES

¿Cuánto te cuesta la tuya?

ALICIA

No sé... unas dos pesetas diarias...

ÁNGELES

¡Qué horror!

ALICIA

Sí... Pero, ¡bah!... Una chimenea abriga más, mucho más que una amistad, y suele costar bastante menos. (Ríe.)

ÁNGELES

¡A quién se lo vienes á decir! (Pausa.) ¿Dónde cenas esta noche?

ALICIA

Aquí.

ÁNGELES

¿Con tu marqués?

ALICIA

Sí. También espero á Roberto; pero si viene estando el otro, Consuelo le despedirá. Es cosa convenida. El marqués se marchará entre doce y una de la mañana, como siempre, y á las dos vendrá Ricardito.

ÁNGELES

Tu bebé.

ALICIA

Mi Bebé; el niño de mi alma, mi juguete.

ÁNGELES

¡Tu juguete!... (Ríe con risa desengañada y bondadosa.) ¡Tu juguete!... Yo también, á tus años, tuve juguetes de esos.

ALICIA

¿Y se rompieron?

ÁNGELES

Todos.

ALICIA

Ricardo no es de esos. Me quiere; yo, que conozco bien á los hombres, te lo aseguro. Me quiere. ¡Si le vieses!... ¡Pobre Bebé! Cuando riño con él y le amenazo con despedirle, se echa á llorar.

ÁNGELES

¡Con tal que luego, cuando seas tú la que llore, él no se ría!...

ALICIA

No.

ÁNGELES

¿Qué edad tiene?

ALICIA

Diez y ocho años. ¡Un amorcillo!

ÁNGELES

¿Estudiante?

ALICIA

Sí.

ÁNGELES

¿Y de acá? (Haciendo resbalar el pulgar sobre el índice.)

ALICIA

Ni un céntimo.

ÁNGELES

(Sonriendo). Sí, mozo y pobre, debe de ser bueno. Sí, mira... acaso aciertes... Porque en diez y ocho años no ha tenido tiempo de aprender á ser hombre. ¡Y eso que en esto, como en todo, hay precocidades, «niños prodigios...»

ALICIA

Ya, ya...

ÁNGELES

¿Nunca te ha pedido dinero?

ALICIA

Nunca.

ÁNGELES

Porque también los hay...

ALICIA

También. (Pausa.) Te advierto que siento hacia Ricardo, más que un verdadero amor de amante, una pasión espiritual de madre, de protectora. Me gustaría aconsejarle, orientarle, dirigir su vida, servirle á la vez de timón y de escudo. Tú conoces las fiebres sensuales de los diez y ocho años. Pues bien: muchas noches esquivo sus labios y le obligo á trabajar. «¿Te sabes tus lecciones de mañana?—le digo—. ¿No?... Pues á estudiarlas ahora mismo. Quiero que estudies, que subas, que brilles en tu carrera. No olvides que soy más vieja que tú y que, el tiempo andando, puedo necesitar de ti.» Y el pobrecillo coge sus libros...

ÁNGELES

¿Pero tiene sus libros aquí?

ALICIA

Los suyos, los que su padre le compró, claro es que los tiene en su casa. Pero yo le he comprado otros iguales. (Ríe.)

ÁNGELES

¡Loca!...

ALICIA

Sí, estoy loca por él y en él vivo. ¿Pero hay nada más hermoso, más consolador que vivir fuera de nosotras mismas?... Mientras él estudia, yo, sentada á su lado, leo y pienso en la dulzura de tener un hijo. Algunas veces interrumpe su trabajo para preguntarme: «Y después?» «¿Cómo después?—le contesto fingiéndome muy irritada—; después te marchas á tu casa.» ¡Pobre Bebé, y qué esfuerzo me cuesta despedirle! Pero no quiero verle pálido ni caído. Su madre, su misma madre, estoy cierta de que no le cuida más que yo. ¿No te reirás, Ángeles?

ÁNGELES

No, no... ¿por qué?

ALICIA

¿No te reirás si te digo que, donde más me gusta besar á Ricardo es en los cabellos?

ÁNGELES

No, hija mía; tus confesiones no pueden moverme á risa.

ALICIA

Ya lo sé.

ÁNGELES

¡Disparate! ¡Al contrario!... ¿No comprendes que todas esas emociones que ahora constituyen para tu almita joven una novedad, son, para mi alma, ya vieja y desengañada, un recuerdo?

ALICIA

Tal vez...

ÁNGELES

Por el camino que tú ahora recorres, pasé yo cantando hace treinta años. Yo también, pobre Alicia, tuve «mi amor», «mi Ricardo»... y como tú, yo le animaba á estudiar, á ser hombre, á ser rico...

ALICIA

¿Y murió?

ÁNGELES

Peor que eso. Se cansó de mí. (Todo esto lo dirá Ángeles gravemente, pero sin llorar.)

ALICIA

Tienes razón; fué mucho peor.

ÁNGELES

En fin... ¡Bien está así!... Porque esos desengaños tempranos son para nuestro espíritu una especie de vacuna moral que luego nos preserva de esos grandes golpes que, juntamente con la vejez, con los años blancos, nos trae la vida. Yo no tengo alegrías, es cierto, pero tampoco sufro penas graves. Mi Antonio...

ALICIA

¡Es verdad!... Perdona, no me había acordado de preguntarte por él...

ÁNGELES

Mi Antonio es un pobre pintor de puertas y ventanas, ya lo sabes... Te he dicho que es jorobado, ¿verdad?... Tampoco es un niño... ¡No me importa!... Yo, que conocí en mis verdes primaveras á tantos reales mozos, me es indiferente... es más... acaso me gusta... que mi compañero de ahora sea feo y desdichado.

ALICIA

¡Eres original!

ÁNGELES

Sí, porque así me quiere más y le hallo más mío. Es un inferior, bueno y dócil, á quien domino con un simple fruncimiento de cejas. En mi casa, con sus techos abohardillados y sus suelos desnudos, en mi pobre casa fría, yo soy la reina. Ahora, cuando yo llegue, encontraré la lumbre encendida, la mesa puesta... y un beso, lleno de lealtad, para mis labios. ¡Oh!... A mí, que fuí tan caprichosa, sólo me interesa de los hombres la bondad; acaso porque la experiencia me ha enseñado que únicamente los hombres muy feos suelen ser buenos...

ALICIA

Nosotras también somos buenas, ¿verdad?

ÁNGELES

Si no hubiésemos sido inocentes, si no hubiésemos creído en la lealtad del que nos burló, ¿estaríamos donde estamos? Mira... Las mujeres sólo se inclinan á ser malas cuando empiezan á creer que los hombres son buenos.

ALICIA

¡Cómo me gustaría vivir sola, sin ver á nadie, á nadie!

ÁNGELES

(Burlona). Nada más que á Ricardo.

ALICIA

Claro es...

ÁNGELES

¡Naturalmente! Pero no te fíes, porque la vida tiene ironías terribles. A tu edad soñamos con el amor de un Adonis, y luego, en la vejez, gracias que contemos con la amistad de un jorobado.

(Suena un timbre.)

ALICIA

Ahí está el marqués.

ÁNGELES

Me voy.

ALICIA

No, no... espera.

ÁNGELES

Me parece que no es tu marqués.

ALICIA

Aguarda... calla... (Pausa.)

ÁNGELES

(Bajando la voz). Es voz de mujer.

ALICIA

Sí.

ÁNGELES

¿Tienes muchos acreedores?

ALICIA

Muchos... oye... (Pausa.) Discuten...

ÁNGELES

Ya, quien sea se fué.

ALICIA

Saldremos de dudas. (Apoya un timbre.)

ESCENA IV

ALICIA, ÁNGELES, CONSUELO

CONSUELO

¿Llamaba usted?

ALICIA

¿Quién era?

CONSUELO

(Sonriendo). La modista.

ALICIA

Quería...

CONSUELO

Sí.

ALICIA

¡Es horrible!

ÁNGELES

¿La debes mucho?

ALICIA

No... ¡qué sé yo!... Unas doscientas pesetas.

ÁNGELES

Vamos...

ALICIA

¡Y se la ocurre cobrar hoy, precisamente hoy...

ÁNGELES

¡Es lógico!... ¡Hoy, que es Nochebuena!

ALICIA

Sí... ¡hoy, que no tengo una peseta!

CONSUELO

Yo la dije que no estaba usted en casa; pero ella había visto en el perchero el impermeable de la señorita, y repuso: «¡Quiá, niña, esa no cuela!» «¿Cómo que no cuela?»—la repliqué yo. Y ella dice: «¿Y esto?»

ALICIA

¡Claro!

CONSUELO

Entonces, voy y la digo, bajando la voz, así como si depositara en ella una confianza muy grande... ¿Usted me comprende? (Ríe.)

ÁNGELES

¡No eres tonta, no!

CONSUELO

Conque la digo... «Bueno, la señorita Alicia está en casa, pero no se la puede molestar ahora... porque hay un señor, ¡que es título!... Venga usted otro día.» Y se fué... se fué echando demonios por la boca.

ÁNGELES

A la portera se lo habrá ido á contar.

ALICIA

¡Canastos con la gente!... Se han creído que soy una sucursal del Banco.

CONSUELO

¿Me necesitan ustedes para algo?

ÁNGELES

¿Qué hora será?

ALICIA

(Consultando el reloj de su pulsera). Van á dar las ocho. (A Consuelo.) ¿Cómo va la cena?

CONSUELO

Ya está hecha.

ALICIA

¿Y la cocinera?

CONSUELO

Se marchó á media tarde.

ALICIA

¿Y Concha?

CONSUELO

También.

ALICIA

¡Y sin decirme nada! ¡Valiente frescura! Estas criadas con familia son insoportables. ¡Ah! Te lo aseguro... En lo sucesivo, todos mis servidores han de ser incluseros. (A Consuelo.) Ya sabes que el marqués cena conmigo.

CONSUELO

Sí, señorita.

ALICIA

Coge el veladorcito del comedor y ponlo aquí, delante de la chimenea. Despacha volando, que es muy tarde.

CONSUELO

¿Pongo dos cubiertos?

ALICIA

¿Pues no acabas de oir que el marqués cena aquí?

CONSUELO

¡Ah! Voy en seguida. (Vase.)

ALICIA

(A Ángeles). Ven; para no estorbar á la muchacha, nos sentaremos ahí.

(Se sientan á la derecha. Mientras hablan, Consuelo entra y sale, aderezando la mesa.)

ÁNGELES

¡Qué lindas zapatillas llevas!

ALICIA

(Con terror cómico). ¡Cállate, por Dios!

ÁNGELES

¿Por qué?

ALICIA

Podría aparecer el zapatero.

ÁNGELES

¡Cómo! ¿No están pagadas?

ALICIA

No.

ÁNGELES

¡Demonio de chiquilla!

ALICIA

¿Qué quieres?

ÁNGELES

¿Y la alfombra?

ALICIA

¿Eh?

ÁNGELES

¿Tampoco está pagada?

ALICIA

Tampoco.

ÁNGELES

(Con admiración cómica). ¡Hija mía, te admiro!

ALICIA

¿Me admiras?

ÁNGELES

Sinceramente. Puedes decir que vives sobre un volcán.

ALICIA

No comprendo cómo hay personas que no tengan trampas.

ÁNGELES

¿Pero, las hay?...

ALICIA

Eso me pregunto yo. Porque el presente es algo tan flaco, tan inconsistente, que no sólo vive de lo pasado, sino que necesita pedirle prestado, y pedirle mucho, al porvenir.

ÁNGELES

Así es. Di... ¿Nos veremos mañana?

ALICIA

Quédate á cenar.

ÁNGELES

Con mucho gusto, pero no puedo; ya sabes que Antonio está esperándome.

ALICIA

¡Que espere! Quédate. Aunque el marqués venga, puedes acompañarnos. Luego te vas.

ÁNGELES

Si precisamente me gustaría cenar aquí por eso, por acompañarte; porque me parece que tu marqués no vendrá.

ALICIA

¿Crees?

ÁNGELES

Creo que no vendrá. Es Nochebuena.

ALICIA

¿Y qué?

ÁNGELES

Que es una noche excepcional en la que los maridos no suelen salir de casa.

ALICIA

No me lo digas.

ÁNGELES

¡Toma! (Pausa. Suenan del lado del balcón y muy distantes, cual si pasasen por la calle, zambombas y tambores.) ¿Oyes? ¡Nochebuena!

ALICIA

¡Sí, el marqués vendrá, le conozco bien! Vendrá tosiendo y renegando del reúma, pero vendrá. Y si no viene, ¡peor para él! Vendrá Roberto... y después vendrá Ricardo...

ÁNGELES

Mujer prevenida...

ALICIA

Vale por muchas.

(Suena un timbre.)

ÁNGELES

Han llamado.

ALICIA

Ahí está el marqués. Quédate. ¿Te quedarás?...

ÁNGELES

No, no...

ALICIA

No te dejo salir... No te dejo salir...

ESCENA V

ALICIA, ÁNGELES, ELENA, VICTORIA, que aparecen con gran algazara de voces y risas

ELENA

¡Alicia!

ALICIA

Elena...

VICTORIA

Somos nosotras.

ALICIA

¿Qué tal? ¡Qué buena sorpresa! (Se besan.)

ELENA

¿Cómo sigue usted?... (A Ángeles.)

ÁNGELES

A sus órdenes. (Se dan las manos.)

ELENA

Muchas gracias.

ALICIA

(A Victoria, por Ángeles). ¿Ustedes se conocen?

VICTORIA

No recuerdo...

ALICIA

Mi amiga Victoria, mi amiga Ángeles...

ÁNGELES

Tengo una verdadera satisfacción...

ALICIA

Sentaos, sentaos... ¿De dónde venís ahora?...

VICTORIA

De correr medio Madrid.

ALICIA

¿En coche?

ELENA

¡Quiá! A pie...

VICTORIA

A pie, democráticamente. ¿Tú no has salido hoy?

ALICIA

Ni ayer.

ELENA

Haces mal. Las calles están animadísimas; si llegas á venir con nosotras, pasas un buen rato.

VICTORIA

¿Tienes cigarrillos?

ALICIA

Sí.

VICTORIA

Vengan.

ALICIA

¿Cómo los queréis? Los hay de varias pintas: turcos... egipcios...

VICTORIA

Nos es igual. ¿Para qué echárnoslas ahora de «exquisitas», si no hay hombres delante?

ÁNGELES

Tiene usted razón.

ALICIA

(Que habrá vuelto á sentarse). Tomad. (Todas fuman menos Elena.)

VICTORIA

Enciende tú.

ELENA

Gracias, yo no fumo.

ALICIA

Pues, si he de ser franca con vosotras, debo deciros que en estos días no me atrevo á salir á la calle porque tengo varios enemigos... ¿comprendéis?

VICTORIA

Perfectamente.

ALICIA

Vulgo, ingleses...

ELENA

Ni media palabra más.

VICTORIA

¡Pero es una tontería dejar de salir á la calle por que se tengan acreedores!... ¿Qué haría yo entonces?

ELENA

¿Y yo?

VICTORIA

Acabaríamos por envidiar la suerte de las monjas.

ÁNGELES

Todo anda muy mal; no hay dinero.

VICTORIA

(A Elena, y con marcado interés). Oye... Mariano, el marquesita, ¿te llevó dinero anoche?

ELENA

¡No!

VICTORIA

Yo le vi á mediodía, en la calle de Alcalá, frente á las Calatravas, y al pasar á su lado, muy disimuladamente, le tiré un pellizco. Verás... Sigo andando, y al llegar á la esquina de Fornos, mi buen Mariano me alcanza. «¿Cómo estás, Victoria?» «Vaya usted al cuerno—le digo—; lo que ha hecho usted con mi amiga es una porquería.»

ELENA

Se quedaría tan fresco. ¡Es una lechuga!

VICTORIA

¡Quiá! Se puso un poco colorado y me dijo: «¿Verás á Elena?»—«Sí que la veré.»—«Pues dila que esta noche (por anoche) la mandaré doscientas pesetas.»

ELENA

¿Tú las has visto?... ¡Pues yo tampoco!

VICTORIA

¡Qué indecente!

ALICIA

Gentuza...

ÁNGELES

La culpa de todo la tiene la falta de dinero.

VICTORIA

Sí, señora; la madre del cordero es esa.

ELENA

Yo no soy vieja, y, sin embargo, recuerdo que antes los hombres no eran así: tenían más alegría, más dinero... ó más coraje para gastarlo... ¡No sé!

ÁNGELES

Todo va de mal en peor.

ALICIA

Yo tampoco soy vieja, y... ¡qué diablos!, el primer año que estuve en Madrid ahorré más de cinco mil duros; y ahora, en cambio, tengo la mitad de mis trajes empeñados.

VICTORIA

Y la otra mitad se la debes á la modista. ¡Todas iguales!

ELENA

Yo conozco á la Valenciana, y á Pepa la Sorda, que ya están ricas y que seguramente no valieron de jóvenes más que nosotras.

ÁNGELES

¿Y Julia, la Senadora?

VICTORIA

¿Y Antonia, la Estiráa?

ELENA

¡Toma! Y, como esas, un ciento. ¿Y fué ninguna de ellas más guapa que tú ó que yo ó que ésta?... (Por Alicia.) Aquí, doña Ángeles, puede decirlo...

ÁNGELES

Yo creo que los hombres fueron y serán siempre iguales.

VICTORIA

¡Alegrémonos por nuestras hijas!...

ÁNGELES

Sí, iguales... y eso que á mi edad, como podéis suponer, ya nadie me mira. Pero comprendo que los hombres que para mí son de hielo, para vosotras sean de brasa. ¡Natural! Lo que sucede ahora es que hay mucha hipocresía, mucho vicio oculto...

ALICIA

Muchísimo.

ELENA

Ángeles dice bien. No es que ahora haya menos alegría ó menos dinero ó menos calaveras; los hombres no pueden ser peores de lo que son. Lo que ocurre es que hay una epidemia de señoras diletantis, que aman por sport.

ALICIA

¿Ve alguna de nosotras al conde Ramiro?... No. Desde que se puso en relaciones con la esposa de...

ELENA

Calla. ¡Y qué lástima de hombre! No he conocido otro más generoso.

VICTORIA

¿Y Perico López?

ELENA

Otro que tal. ¿Y Víctor Aguado?

ALICIA

Lo mismo.

ÁNGELES

Y como esos, otros cien y otros cien. Es lo que yo digo: antes había menos hipocresía; antes, los hombres necesitaban una distracción y la buscaban entre nosotras. Ahora...

VICTORIA

Ahora la rebuscan entre las esposas de sus amigos.

ÁNGELES

Ni más ni menos.

ALICIA

¡Decimos que no hay hombres! ¿Sabéis por qué?

VICTORIA

Porque nos les quitan las solteritas ociosas y las malas casadas.

ELENA

¡Como esas no piden dinero!

ALICIA

Pues las prefieren, aunque no sean tan guapas ni tan agradables como nosotras.

VICTORIA

¿Pero quién iba á pensar que nuestro porvenir iban á echarlo á perder las mujeres decentes?

(Todas ríen.)

ELENA

(Mirando su reloj). ¡Horror! Las ocho y media.

VICTORIA

A mí me aguardan á las nueve.

ELENA

Y á mí.

ÁNGELES

Yo, también me voy.

(Todas se levantan.)

ALICIA

(A Elena). ¿Esperas á Juanito?

ELENA

Sí. ¿Y tú?

ALICIA

Yo ceno con el marqués.

VICTORIA

¿Aquí?

ALICIA

Sí. Cuando llamasteis creí que era él.

VICTORIA

Yo también ceno en casa.

ÁNGELES

(A Alicia). Me parece que tu marqués no viene.

ALICIA

(Displicente). ¡Y dale! Pues, si no viene el marqués, vendrá Roberto. ¡Tanto monta!

VICTORIA

¿Pero á cuántos amigos esperas esta noche?

ALICIA

A dos.

ÁNGELES

¡Embustera! A tres...

VICTORIA

¡Y luego me llaman loca á mí!

ELENA

(A Alicia). Haces bien, hija mía. Parodiando una frase de Dumas, á propósito del matrimonio, podríamos decir que la vida es para la mujer una cruz tan pesada, que para llevarla necesitamos que nos ayuden tres hombres... y, á veces, más...

VICTORIA

¡Y con todos nunca tenemos dinero! ¡Ea, vámonos!

ALICIA

Adiós, preciosa. Vaya, adiós.

ELENA

Adiós. (A Ángeles.) ¿Usted se queda?

ÁNGELES

No. Saldremos juntas.

ELENA

(A Alicia). ¿Vas mañana á Apolo?

ALICIA

No sé todavía.

VICTORIA

Vé, mujer.

ALICIA

Ya veremos. ¿Tienes palco?

ELENA

Sí.

VICTORIA

También hay que ir á Eslava. Preparan una Inocentada estupenda.

ELENA

Bien, adiós.

ÁNGELES

Hasta mañana.

ALICIA

Adiós...

(Suena el timbre.)

ÁNGELES

Tu marqués.

ALICIA

O Roberto.

VICTORIA

O un representante de las islas Británicas. ¡Maldito archipiélago!... (Pausa. Se oye un murmullo como de lucha y el ruido de una silla que cae al suelo.)

CONSUELO

(Desde dentro y sin que haya enfado en su voz). ¡Demonio de hombre! Estése usted quieto. ¡Estése usted quieto!...

ALICIA

Debe de ser Roberto.

VICTORIA

Quien sea trae prisa.

(Todas avanzan un poco hacia el proscenio, en actitud expectante.)

ESCENA VI

DICHAS y ROBERTO. (Viste gabán y sombrero de copa. Trae una zambomba descomunal.)

ROBERTO

¡Alicia!... ¡Mi Alicia!... (Toca la zambomba. Todas ríen.)

ALICIA

¡Es incorregible!

VICTORIA

¡Y pensar que tiene cuarenta años!

ELENA

¡Tocando la zambomba! ¡Un diputado á Cortes!

ROBERTO

(Entregando la zambomba á Ángeles con gravedad cómica). Señora... ¿Pero vivís todas aquí?... ¿Estoy en Citeres ó en la isla de Itaca? ¡Yo pierdo el seso, con la alegría!... Permitidme, nuevo Telémaco, que os estreche sobre mi corazón... (Las abraza con efusión exagerada.)

ELENA

¡Eres un botarate!

ROBERTO

Que está loco por ti... y por ti... y por ti también.

VICTORIA

Por todas.

ROBERTO

(Siempre con ademán reposado y enfático). Tú lo dijiste, en dos palabras de suprema elocuencia: «¡Por todas!...» ¡Qué penetración tan admirable, tan rápida! ¡Hijas mías! (Vuelve á abrazarlas.)

VICTORIA

(Tocando la zambomba). ¡Música, música!...

ROBERTO

Y tú, Alicia...

ALICIA

(Aparentando enfado). ¡Déjame en paz!

ROBERTO

Alicia la dulce, Alicia la cordera...

ALICIA

Te digo que no me hables.

ROBERTO

¿Estás irritada conmigo?

ALICIA

Mucho.

ROBERTO

¿Por qué?

ALICIA

No tengo ganas de conversación.

ROBERTO

¿Me despides así, tan secamente, porque en la penumbra del pasillo he cometido la ligereza de pellizcar á tu criada?

ALICIA

¡Ah! ¿Conque la pellizcaste?

ROBERTO

Completamente.

ALICIA

¡Me encanta tu frescura!

ROBERTO

¿O es porque adivinas que vengo á decirte que no puedo cenar contigo?

ALICIA

Sí que lo vas arreglando.

ROBERTO

¡Pobrecilla!... Ya veo la mesa, la mesita blanca... con dos cubiertos... Uno para tí para mí el otro...

ALICIA

Pues, la verdad; aunque sé lo zascandil que eres, te esperaba.

ROBERTO

¿Lo veis?... Me esperaba... ¿lo oís?... ¡Me esperaba! Y su corazón brincaba gozoso con mi recuerdo. ¡Pero, señor!... ¿Es posible que á mi edad se inspiren todavía pasiones así?...

VICTORIA

¡Admirable!

ELENA

¡Demonio de hombre! ¡Revienta si habla en serio!

ALICIA

¿Pero te quedas ó no?

ROBERTO

Imposible, Alicia.

ALICIA

¿Cenas en tu casa?

ROBERTO

Sí.

ALICIA

¡Qué lástima!

ROBERTO

Compadéceme. Un odioso banquete de familia.

ÁNGELES

Le compadecemos á usted.

ROBERTO

Hay motivos: la esposa á la derecha, los suegros enfrente... (á los suegros, ya es sabido, siempre les tenemos enfrente) y repartidos alrededor de la mesa familiar, cuñadas, sobrinitas... ¡No quiero pensarlo!... Pero, en fin (abrazando á Alicia), mañana vendré..

ALICIA

¿Por la tarde?

ROBERTO

Sí.

ALICIA

¿A las cuatro?

ROBERTO

A las cuatro.

ALICIA

¡Pero, suelta!... Hombre más pegajoso...

ROBERTO

Vendré, vendré más enamorado de ti que nunca... y en tus ojos tomaré el desquite de lo que hoy he de sufrir. Hoy, mañana... es igual... ¿no es cierto?... ¡Igual! Con una mujer como tú, es Nochebuena todo el año.

VICTORIA

(Riendo). ¡Tiene razón!... ¡Delicioso!

ELENA

¡Música, música!

VICTORIA

Va, va. (Repica la zambomba.)

ROBERTO

Y, con esto, me voy.

ALICIA

¿Sin ni siquiera sentarte?...

ROBERTO

Imposible. Tengo un coche abajo y dentro del coche á mi mujer.

ALICIA, ELENA, VICTORIA

¡A tu mujer!

ROBERTO

A la legítima.

ALICIA

¿Pero estas loco?

ROBERTO

De la cabeza á los pies.

ÁNGELES

¡Sí que lo está!

ROBERTO

La he dicho que aquí vivía mi abogado.

VICTORIA

¿Y para quién era la zambomba?

ROBERTO

Para el hijo del abogado. He venido por que me moría de tristeza...

ELENA

Se te conoce.

ROBERTO

Porque yo me ahogo si no respiro, siquiera una vez al día, ese aire de tolerancia que se respira aquí. ¡Ea, salud!... (Hace ademán de irse.)

VICTORIA

Oye...

ROBERTO

Di.

VICTORIA

¿Me llevas una noche al teatro?

ELENA

Y á mí.

ROBERTO

Mañana os espero en la Zarzuela.

VICTORIA

Yo no voy á la Zarzuela.

ROBERTO

¿Por qué?

VICTORIA

Porque le debo un palco á un revendedor.

ROBERTO

Te pondré en paz con tu revendedor.

VICTORIA

Pero, de ir, ha de ser con mi novio.

ROBERTO

¡Ah! ¿Pero tienes novio?

ALICIA

Y muy simpático.

VICTORIA

Es actor.

ROBERTO

¡Malo!... En general, todos los artistas son unos botarates...

ELENA

Sí, que tú...

ROBERTO

Les conozco; unos botarates aficionados al juego, al vino, á las mujeres... pero, en el fondo, ¡eso sí!, buenas personas; ingenuos, generosos... ¡todo corazón!... Sí, llévale; yo disfruto viendo cómo se aman los demás.

ALICIA

¡Es un santo!

VICTORIA

Más música. (Tocando la zambomba.)

ROBERTO

(A Alicia). Adiós, cuerpo bonito, carita de rosa.

ELENA

Nos vamos todas.

ROBERTO

¡No será conmigo!

VICTORIA

¡Será detrás de ti!

ROBERTO

Eso es diferente.

ELENA

Pierde cuidado; no te comprometeremos. Bajas delante.

ROBERTO

Sí, dadme tiempo á que me suba al coche. ¡Adiós, gabinete inolvidable; mesa querida, adiós!...

ELENA, VICTORIA

(Empujándole). Anda, anda... Ya has dicho bastantes tonterías.

ALICIA

¿Y la zambomba?

VICTORIA

Me la llevo yo.

ROBERTO

(Desde dentro). Hasta mañana.

ALICIA

Hasta mañana.

(Detrás de Roberto salen Elena y Victoria.)

ÁNGELES

(Besando á Alicia). Hasta mañana. Diviértete mucho.

ALICIA

Adiós, Ángeles. Te deseo una buena noche.

(Un momento la escena queda sola.)

ESCENA VII

ALICIA, sola

¡Se marcharon, al fin!... ¡Oh!... ¡Cuánta conversación, cuánto hablar de frivolidades que á una no le interesan! ¡Cuánto fingir!... (Coge un periódico y se sienta delante de la chimenea. Atiza la lumbre. Mira el reloj de su pulsera.) Las ocho y media dadas. ¡Que tarde!... ¿No vendrá? (Lee.) Esperemos. (Dentro y lejos, como en la calle, resuena un recio estrépito de zambombas, tambores, panderetas y almireces. Algarabía desacorde y sin ritmo, como de gentes que van borrachas.)

UNA VOZ CANTA:

    ¡Ande, ande, ande
la marimorena!
¡Ande, ancle, ande
que hoy es Nochebuena!...

OTRA VOZ:

    En la garganta tienes
un lunarcito,
en la garganta quiero
darte un besito[B].

[B] Conviene que esta Voz sea de mujer. La actriz encargada de cantar puede elegir la copla y la tonadilla que guste.

Y el coro repetirá, á modo de estribillo:

    ¡Ande, ande, ande
la marimorena!
¡Ande, ande, ande
que hoy es Nochebuena!...

(Luego las voces cesan y el ruido de los instrumentos va debilitándose, cual si se alejase por la calle. Ensáyese bien esto, por que de ello depende el encanto melancólico de la escena.)

ALICIA

Noche triste, noche maldita... maldita, porque es de recuerdos... ¡Ay, mi madre!... Y mis veinte años... mis años de ilusión... ¿dónde fueron?... (Exaltándose.) Daría... ¡oh!... No sé qué daría por no estar sola... (Pausa. Suena el timbre del teléfono.) ¡Ah! Una voz que viene de lejos, un consuelo... (Maneja el aparato.) ¿Quién?... ¿Quién?... Perdone, Central. ¡Ah!... ¿Casino de Madrid?... Ya... ¿Cómo?... Más alto... ¡No se oye!... ¿Qué dice? Las portadas del periódico... ¿Eh?... ¿Pero usted cree que esto es una redacción?... ¡Oiga usted, Central! Central... Central... (Apoyando el timbre. El timbre del teléfono vibra otra vez.) ¡Central!... ¡Ah! ¿Es el Casino de Madrid? A ver si ahora nos entendemos... Bueno, bueno... bien... usted perdone, Central, usted perdone... ¡Casino de Madrid! Sí, aquí es... ¿Con quién hablo?... ¡Ah, eres tú, Luisito?... ¿Cómo estás?... Yo, muy guapa... ¡Ja, ja, ja!... ¡No seas bruto!... ¿Eh?... Digo que no seas bruto. Bien. (Ríe.) Sí, recibí las botellas... muy buena marca... no lo he probado aún, pero supongo que será excelente. Oye... oye... te advierto que te espero, tengo un apetito horrible... ¿Cómo? ¿Que no puedes venir á cenar conmigo?... ¿Cenas en tu casa?... Ya podías habérmelo dicho antes... ¡Evidentemente!... Eso no se hace... ¿eh? No, señor; no se hace, porque si tú tienes compromisos, yo también los tengo... Si viene alguien, le recibiré... ¡No faltaba más! No admito explicaciones, no las admito... Te vas al infierno... Ni quiero reñir ni dejo de querer; haz lo que gustes... No sé si podré... ¡que no sé si podré!... No, mañana no, y menos por la tarde... Sí... Adiós... (Separándose del teléfono.) ¡Maldita sea!... (Apoya un timbre. Pausa.)

ESCENA VIII

ALICIA Y CONSUELO

CONSUELO

¿Llama usted?

ALICIA

Dame de cenar.

CONSUELO

¿Cena usted sola?

ALICIA

Sola.

CONSUELO

¿No viene el señor marqués?

ALICIA

No.

CONSUELO

¿Y el señorito Roberto?

ALICIA

Tampoco.

CONSUELO

¿Cómo? ¿Ha reñido usted con ellos?

ALICIA

No.

CONSUELO

Entonces...

ALICIA

¿Qué quieres?... El marqués está casado, Roberto también está casado... y los «señores» tienen que cumplir con la familia. ¿Sabes? ¡Ironías de la suerte!... Esta noche, la más triste de todas las del año, es precisamente la única noche en que la Fatalidad, que tiene cara de clown, nos obliga á dormir solas.

CONSUELO

Es verdad... sí...

ALICIA

(Con gran apasionamiento). Ya sabes cómo nosotras llamamos á los hombres que nos pagan... Siempre les desprecié con toda mi alma, siempre... Jamás comprendí que hombres discretos, hombres de mundo, pudiesen hallar contentamiento en la comedia de amor que nosotras, en su obsequio y por su dinero, representábamos. ¡Les creía imbéciles!... Pero, no, no lo son; ahora les comprendo, y como les comprendo, les disculpo... ¡hasta piedad me inspiran!... Es que los infelices, en medio de su vivir ordenado, se aburren, y sus pobres almas tiemblan de frío. No, ellos no creen en nosotras, pero lo fingen... y su propio fingimiento les distrae con el espejismo de un amor real... ¡Oh! Ahora como nunca comprendo su fastidio, su fastidio mortal... su miedo á estar solos. (Pausa. Consuelo permanecerá de pie, en actitud resignada. Alicia se dispone á leer el periódico.)

CONSUELO

Entonces... ¿quiere usted cenar ahora?

ALICIA

Sí... sí... no tengo ganas, pero, en fin, cenaré... ¡Sola, qué rabia!

CONSUELO

¿Quiere usted ostras?

ALICIA

Sí. ¿Hay langostinos?

CONSUELO

También.

ALICIA

Bueno; pues, de todo un poco. Hay que vivir...

CONSUELO

Los bocadillos de langosta tienen muy buena cara.

ALICIA

¡Vengan los bocadillos de langosta!

(Se levanta y se sienta á la mesa. Suena un timbre.)

CONSUELO

¿Será el señorito Ricardo?

ALICIA

No le espero ahora. Que pase quien sea.

CONSUELO

¿Si es un hombre?

ALICIA

Como si es mujer.

CONSUELO

(Risueña). Con tal que no sea un acreedor...

ALICIA

(Impacientándose). ¡Aunque sea un acreedor! No importa. ¡Aunque sea el verdugo!...

(Pausa. Consuelo sale y vuelve con una carta.)

CONSUELO

Tome usted.

ALICIA

(Rompe el sobre). ¡Oh!... ¡No viene!... ¡Oh! No viene... (Pausa.)

CONSUELO

¿Una mala noticia?

ALICIA

¡Bah!... Sí... ¡No viene! (Aparte.)

CONSUELO

Presumo de quién es.

ALICIA

Del señorito Ricardo.

CONSUELO

Del mismo. ¿No puede venir?

ALICIA

No.

CONSUELO

Cena con sus padres, ¿verdad usted?

ALICIA

Con sus padres. ¡Mala sombra!...

CONSUELO

¡Es natural, señorita! En una noche como esta, ya se sabe; la familia...

ALICIA

¡Claro! La familia... Y los que, como yo, rompieron con la familia para ser libres, cenan solos...

(Pausa. Alicia permanece absorta.)

CONSUELO

(Suspirando con disimulo). ¡Ay!...

(Pausa larga.)

ALICIA

Consuelo...

CONSUELO

Señorita.

ALICIA

¿Tú también tienes familia?

CONSUELO

Sí, señorita.

ALICIA

¿Padre y madre?

CONSUELO

Madre, nada más.

ALICIA

¿Y hermanos?

CONSUELO

Tres, más pequeños que yo.

ALICIA

Les querrás mucho...

CONSUELO

Mucho, sí, señorita; ¡figúrese usted!

ALICIA

¡Claro!... Como yo querría á los míos... si no se avergonzasen de que yo les quisiera... (Pausa. Vuelve á leer la carta de Ricardo.) ¿No puede venir! ¡Qué fatalidad!... (Pausa.) ¿Y tú, Consuelo, vas á cenar conmigo?

CONSUELO

Como la señorita disponga.

ALICIA

No; ¿para qué sacrificarte?... Tú también tendrás gusto en cenar con los tuyos, ¿verdad?

CONSUELO

Antes iba á decírselo á usted: puesto que ni el marqués, ni don Roberto, ni el señorito Ricardo vienen... si no le hago á la señorita mucha falta...

ALICIA

Ni poca ni mucha. ¡Para lo que he de comer!

CONSUELO

Puedo irme más tarde.

ALICIA

(Levantándose). No, tonta, vete ahora. Es igual... yo me serviré. Toma diez pesetas, para que les compres algún juguete á tus hermanos.

CONSUELO

¡Ay, muchas gracias, señorita!

ALICIA

Llévate, además, todo el turrón que quieras.

CONSUELO

Muchas gracias.

ALICIA

Llévate también la llave, para que yo, mañana, no tenga que levantarme á abrirte. Anda, date prisa, que van á dar las nueve.

CONSUELO

Como usted quiera.

ALICIA

Anda, anda...

ESCENA IX

ALICIA, sola

(Un momento permanece indecisa. Luego hace mutis y reaparece con dos platos que coloca sobre la mesa). Cenemos. (Vuelve á resonar en la calle estrépido de tambores, de panderetas y de voces.)

VOCES

    Esta noche es Nochebuena
y no es noche de dormir;
vente conmigo, serrana,
que me quiero divertir...

UNA VOZ

    La niña que yo quiero
tiene una cama,
más blanca que las nieves
del Guadarrama...

CORO

    ¡Ande, ande, ande
la marimorena!...
¡Ande, ande, ande
que hoy es Nochebuena!...[C].

[C] Nota importante.—Como el autor reconoce que la melancolía suprema de esta ultima escena es para «sentida» más que para «dicha», propone á la actriz encargada del papel de «Alicia» dos desenlaces: Uno, representar la comedia según aparece escrita; otro, no bien el coro acabe de cantar, dejar la copa de champagne que iba á llevarse á los labios y, sin decir palabra, como quien no puede reprimir más tiempo su dolor, romper á llorar desoladamente, mientras el telón cae lento.

ALICIA

¡Qué estrépito! Si parece que va á hundirse la casa... ¡En fin!... Una noche en que no necesito inventar conversaciones espirituales, ni fingir caricias, ni reirme sin ganas... ¡Nochebuena!... ¡Qué diablos! No sé de qué me quejo... Y en mi pueblo, los que se acuerden de mí dirán: «¿Qué hará esa?...» ¡Si me vieran!... (Descorcha una botella de champagne.) Bueno; bebamos; me emborracharé. El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos... ¡Nochebuena!... (Bebe. Otra vez resuenan tambores y almireces.)

TELON LENTO


EL PASADO VUELVE

COMEDIA EN UN ACTO

Estrenada en el TEATRO ROMEA la noche del 30 de Enero de 1909

REPARTO

    PERSONAJES

ACTORES

Ramona (veinticinco años.
Hetera de mucho rumbo y
distinción)

Srta. Valdivia.

Gabriela (ídem, íd. Viste traje
de viaje)

Sra. Ezquerra.

Joaquín Cervera (cuarenta
años. Tipo artista, desembarazado
de ademanes y elegante
sin atildamiento. Más
que un viejo es un hombre
envejecido, usado por la
vida. Creo que, para caracterizar
este personaje, el
actor no necesita ponerse
peluca; le bastará con empolvarse
un poco los cabellos)

Sr. Palacios.

Don Pablo (cincuenta años.
Aristócrata alegre y mundano.
Lo que nosotros llamamos
un desaprensivo, y
los franceses un bon vivant)

  »  Castilla.

Santiago (treinta años. Carácter
regocijado y frívolo)

  »  Sampayo.

Un camarero

  »  Palacios (A.).

La acción se desarrolla en verano y en una playa de moda.—Epoca actual.

Derecha é izquierda, las del actor.



EL PASADO VUELVE

EL PASADO VUELVE

ACTO ÚNICO

Gabinete lujoso en un Hotel de viajeros: un armario, un lavabo con espejo, etc. Al fondo y á la izquierda, una ventana abierta sobre un jardín y que, desde el primer momento, aparecerá bañada en luna. Muy cerca de la ventana, un diván. Al fondo y á la derecha, una puerta. A la derecha, otra. En un ángulo cualquiera, y colocados uno encima de otro, dos baúles. Detalle es éste que dará á la escena una gran expresión de gabinete alquilado y provisional. Arrojado de cualquier modo sobre un mueble, habrá un traje de mujer vistoso y llamativo.

Al levantarse el telón se hallan en escena Ramona y don Pablo. Ella asomada á la ventana, como quien espera. Viste bata blanca. El, en mangas de camisa, aparece abrochándose las botas, ó peinándose, etc., con mucha calma.

Es de noche.

ESCENA PRIMERA

RAMONA y DON PABLO. Este, durante todo el diálogo, demostrará un imperturbable buen humor

RAMONA

Acaban de sonar las nueve. Ya no puede tardar. ¿A qué hora dijeron que llegaba el expreso?

DON PABLO

A las nueve menos cinco.

RAMONA

Ya ves.

DON PABLO

Pero no hay que fiarse. En Portugal, como en España, los trenes caminan á paso de camello. ¡No podemos negar nuestro abolengo africano!

RAMONA

Sentiría que Gabriela no viniese hoy; lo sentiría de veras; más que nunca. (Nerviosa.)

DON PABLO

¿Pues?

RAMONA

Entre otras razones, porque adivino que esta noche voy á fastidiarme horrorosamente.

DON PABLO

Será porque te da la gana.

RAMONA

O porque tú no me dejas divertir.

DON PABLO

(Incomodado momentáneamente.) ¡Y vuelta con la misma! ¿No te dije que te llevaba á la kermesse?

RAMONA

¿Y qué?

DON PABLO

¿Entonces?...

RAMONA

Que si voy, será con el vestido que yo quiera. (Aludiendo al que habrá sobre un mueble.)

DON PABLO

¡Ah! Lo que es eso, de ningún modo. ¡Un traje con el que, á cien leguas, vas oliendo á cocota!

RAMONA

¿Y no lo soy?

DON PABLO

Pero, yendo conmigo, no hace falta que lo recuerdes. ¡Bueno fuera!...

RAMONA

Terminemos la conversación, ¿quieres?... Terminemos la conversación. ¡Eres un estúpido!

DON PABLO

Y tú una poca vergüenza.

RAMONA

Tal para cual.

DON PABLO

Verdaderamente. (Recobrando su buen humor.)

RAMONA

(Con ira reconcentrada). ¡Necio! Si no fuera por...

DON PABLO

Sí, por... porque mi cartera nunca está vacía, ¿eh?...

RAMONA

¡Eso!

DON PABLO

Me es igual; cada uno de nosotros dispone de una fuerza, de un arma. Tú tienes belleza, es cierto, pero yo tengo dinero.

RAMONA

La belleza vale más que el dinero.

DON PABLO

Según. A la hora del amor, sí. Pero á la hora de almorzar, desengáñate: ¡oros son triunfos!...

(Ella vuelve á asomarse á la ventana. El, para demostrarla que no está enfadado, empieza á silbar una canción. Pausa.)

RAMONA

¡Por fin!

DON PABLO

¿Eh?

RAMONA

¡Ahí está, ahí viene! (Palmoteando de alegría.) ¡Gabriela... Gabriela! ¡Sube!... Por ahí...

DON PABLO

¿Es guapa?

RAMONA

Bastante más que tú. (Rencorosa.)

DON PABLO

Ya lo veremos.

RAMONA

¡Pero, hombre de Dios! ¿No acabas de vestirte?

DON PABLO

Voy, mujer... voy.

RAMONA

¡Me desesperas!... ¿O es que no te importa que Gabriela te vea así?

DON PABLO

¡Bah!... Siendo amiga tuya, supongo que no será esta la primera vez que ve á un hombre en mangas de camisa. (Con alegría irónica.) ¿O es que empiezas á tener celos de mí? (Hace ademán de abrazarla.)

RAMONA

¡Quita! (Sale precipitadamente por la puerta del fondo. Ramona, desde dentro.) ¡Gabriela, chiquilla! ¡Bienvenida!...

ESCENA II

DON PABLO, RAMONA, GABRIELA y un CAMARERO cargado con el equipaje de esta última

GABRIELA

(A don Pablo). Buenas noches.

DON PABLO

(Inclinándose cómica y ceremoniosamente). A los pies de usted.

CAMARERO

(A Gabriela). Voy á preparar á usted su habitación.

GABRIELA

Muy bien.

CAMARERO

¿Puedo dejar esto aquí un momento?

RAMONA

Sí, sí.

GABRIELA

(A Ramona). Gracias. (Al camarero.) Tome usted, tome usted... para el cochero... una propinilla.

CAMARERO

Gracias, señorita. (Vase.)

ESCENA III

RAMONA, GABRIELA, DON PABLO

RAMONA

(A Gabriela). Ahora voy á presentaros. He esperado á que el camarero se marchase para hacerlo con cierta solemnidad.

GABRIELA

¡Qué graciosa! (Las dos ríen y se abrazan.)

RAMONA

Gabriela, mi amiga... casi mi hermana. Pablito... (enfática) ó, mejor dicho, don Pablo; mi esposo en Portugal.

DON PABLO

Como si dijésemos, un esposo para quince días.

GABRIELA

¿Nada más? (Riendo.)

DON PABLO

Nada más. Ser amante oficial de una mujer bonita y no ser engañado, es muy difícil, Hay, por consiguiente, que retirarse antes de que el dulce peligro asome.

GABRIELA

Es usted encantador.

DON PABLO

Muchas gracias. Usted me permitirá que continúe embelleciéndome.

RAMONA

¡Dos horas hace que está así!

DON PABLO

Hija mía... á mi edad, todas las precauciones son pocas. (Vuelve al tocador.)

GABRIELA

Está usted en su casa. (A Ramona y bajando un poco la voz.) ¿Sabes quién ha venido conmigo en el tren?

RAMONA

¿Quién?

GABRIELA

Joaquín Cervera.

RAMONA

¿Es posible? (Con alegría vivísima.)

GABRIELA

Nos encontramos en la estación de Madrid y hemos hecho el viaje juntos.

RAMONA

(Pensativa). ¡Qué casualidad!

GABRIELA

¿Hace mucho tiempo que no le ves?

RAMONA

Mucho, mucho. Años...

DON PABLO

(Sin mirarlas). Ese Joaquín Cervera es el escultor... ¿verdad?

GABRIELA

El mismo.

DON PABLO

Ya decía yo que el apellido me «sonaba».

GABRIELA

¿Le conoce usted?

DON PABLO

De nombre, nada más.

RAMONA

(A Gabriela y con tristeza). ¡Qué casualidad!

GABRIELA

¡Si vieras qué cambiado está el pobre!

RAMONA

¿Sí?

GABRIELA

No es ni la sombra de lo que fué. Pálido, triste... Tiene los cabellos casi blancos...

RAMONA

¡Pobre Joaquín! Nos conocimos hace diez años, ya sabes... cuando yo todavía era una niña. Luego emigró á Londres y no hemos vuelto á vernos.

GABRIELA

Pues si le vieses ahora, no le conocerías.

DON PABLO

(Pavoneándose). Los buenos mozos duramos poco. ¡Es una lástima!

RAMONA

¿Y ha venido aquí por muchos días?

GABRIELA

A pasar el verano.

DON PABLO

¿Supongo que no pensarás engañarme?

RAMONA

¡No seas necio! (Aparte á Gabriela.) Ya hablaremos. (Alto.) Ven, te enseñaré mi mirador. (Se acercan á la ventana.)

GABRIELA

¡Pero esto es delicioso!

RAMONA

Admirable. Lo mejor de la colonia veraniega se hospeda aquí.

GABRIELA

Y mujeres... ¿hay muchas?

RAMONA

Pocas. ¿Vienes sola?

GABRIELA

Sola; á probar fortuna.

DON PABLO

Hará usted fortuna. Yo, á la edad de usted, siempre iba solo, y me llovían los pedidos.

RAMONA

Aquí tenemos diversiones de todas clases: patines, teatro de fantoches, tómbola, columpios, Tío-Vivo y una orquesta de cíngaros que suena de media en media hora.

GABRIELA

Magnífico.

RAMONA

¡Mira quién va por allí!

GABRIELA

¡Chica! ¡El marquesito!

RAMONA

Y á ella también la conoces. (Dentro suena un vals, pero muy «piano», para que no interrumpa el diálogo.)

GABRIELA

Creo que sí...

RAMONA

Sí... es la de González, aquella francesa rubia que Antonio Buendía y el duque Martín dejaron desnuda en un merendero.

GABRIELA

¡Ya recuerdo! (Ríe.)

RAMONA

¿Y la cara que puso don Cleto cuando lo supo?

GABRIELA

¡Sí, mujer!... ¿No he de acordarme? (Ríen como locas.)

DON PABLO

(Que habrá acabado de vestirse). ¡Pobre don Cleto!

GABRIELA

(Sin dejar de reir). ¿También le conoce usted de nombre?

DON PABLO

A ese, ni de nombre.

GABRIELA

Como le compadece usted...

DON PABLO

Por espíritu de clase.

RAMONA

(A Gabriela). ¡Vamos á bailar!

GABRIELA

¿Y si rompemos algún mueble?

RAMONA

Lo paga Pablito.

GABRIELA

Entonces, vamos. ¡Cuidado, don Cleto!... Digo... ¡Don Pablo!

(Bailan sin dejar de reir.)

DON PABLO

¡Es igual!

RAMONA

Eso creo yo...

ESCENA IV

DICHOS y el CAMARERO

CAMARERO

¿Puedo pasar?

RAMONA

Adelante. (Dejan de bailar.)

DON PABLO

(A Gabriela). En una habitación donde hay un hombre con dos mujeres, se puede entrar siempre, ¿verdad?

GABRIELA

¿Está usted seguro?

DON PABLO

Cuando el hombre tiene mi edad...

GABRIELA

También tiene usted razón. (Cesa la música.)

CAMARERO

(Que habrá recogido el equipaje de Gabriela). La señorita puede pasar cuando guste á su habitación.

GABRIELA

Perfectamente.

CAMARERO

Es la de aquí al lado. El número seis. (Señala á la derecha.)

GABRIELA

Bien.

RAMONA

¡Me alegro! Así estaremos más juntas.

CAMARERO

¿La señorita va á cenar aquí?

GABRIELA

Sí. Es decir... espere usted. No sé qué hacer... ¿Tú has cenado ya?

RAMONA

Sí, pero no te importe. ¿Estás cansada del viaje?

GABRIELA

No.

RAMONA

Entonces te aconsejo que vayas á Pum-Pum; un café-concierto. Se come muy bien.

GABRIELA

El caso es...

RAMONA

¿Qué?

GABRIELA

Que necesitaría cambiarme de traje.

RAMONA

¡Ah, naturalmente! Allí va un público muy selecto.

DON PABLO

De traje y de ropa interior.

GABRIELA

Por eso... ¡qué fastidio! (Al camarero.) No, no; mire usted, no salgo: cenaré aquí.

CAMARERO

Pues, cuando quiera.

GABRIELA

En seguida. ¡Ah! Oiga usted: un caballero vendrá preguntando por mí. Hágale usted subir.

CAMARERO

Será usted servida. (Vase.)

ESCENA V

RAMONA, GABRIELA, DON PABLO

DON PABLO

(Consultando su reloj). Me parece que no voy á esperar á Santiago.

RAMONA

Créeme que si no volvieses á verle en toda tu vida, no perdías nada.

GABRIELA

¿Quién es ese Santiago?

RAMONA

Un niño rico, un pisaverde que le trae sorbido el seso á éste. (Por don Pablo.) ¡Hija mía! En cuanto ve á Santiago, Pablo se transforma; diríase que le quitan veinte años de encima. Las consecuencias luego, las pago yo. Porque, donde le ves, tiene mal vino.

GABRIELA

¿Hola... sí?

RAMONA

Le da por reñir y por no darme dinero.

DON PABLO

¡Como que los borrachos nunca pierden el tino!

GABRIELA

Hace usted mal, Pablo, en disgustar á Ramona, que es tan buena.

DON PABLO

¡Pero si no la doy disgustos!

RAMONA

Todos los que puede; y como los días, en verano, son tan largos...

GABRIELA

Te da muchos. Veamos: ¿por qué esta noche, en lugar de irse con su amigo, no sale usted con Ramoncita?

DON PABLO

Porque ella no quiere.

RAMONA

Porque no quieres tú.

DON PABLO

¡No empecemos!... Gabriela: sea usted imparcial y juzgue por sí misma. La manzana de nuestra discordia es ésta. (Coge el vestido de que se hizo mención en otro lugar.) La niña... se ha empeñado en ir á la kermesse con este traje.

RAMONA

Un traje precioso, que lo firmaría Paquín.

DON PABLO

Un traje de titiritera, un semidesnudo que llamaría la atención de todo el mundo y me pondría en berlina.

GABRIELA

(Conciliadora). Pues, mujer... ponte otro vestido.

RAMONA

¿Yo?... ¡Está fresco!

DON PABLO

No la conoce usted.

GABRIELA

Tiene la cabeza dura...

DON PABLO

Como la de un martillo.

RAMONA

No, te equivocas; yo no soy testaruda por temperamento, sino por cálculo. Hay que saber entender á estos caballeros ricos que «nos entretienen». Si te blandeas con ellos, te comen por los pies.

DON PABLO

¿Qué tiene que ver el dinero con lo que aquí discutimos?

RAMONA

Mucho. Porque el dinero siempre es mal educado, grosero. Tú, á pesar de tu buena crianza, no puedes olvidar que eres el amo.

DON PABLO

¡Naturalmente!

RAMONA

El que paga.

DON PABLO

¡Naturalmente!...

GABRIELA

Bien, basta... No hay motivos para reñir. ¡Qué atrocidad! ¡Ni que estuvieseis casados!...

DON PABLO

Así es. Pero de cuándo en cuándo necesito recordar á Ramoncita que yo no sirvo a nadie de juguete.

RAMONA

Lo mismo digo.

GABRIELA

¡Demonio! Bastante habéis hablado ya.

DON PABLO

Por mi parte...

RAMONA

¡Y se queda tan fresco! ¡Hipócrita!... ¿Pero ves qué tíos estos?... (Furiosa.)

DON PABLO

Bonita palabra.

RAMONA

Sí, sois unos tíos.

DON PABLO

Ramona...

RAMONA

¡Unos tíos!...

DON PABLO

Calla... calla... ¡Si no puedes negar lo que eres, si no puedes negarlo!... A la lengua se te sube el barro que llevas en el alma, y, sin querer, lo escupes...

RAMONA

Sí, barro escupo: el que tú... y otros como tú echasteis sobre mí: fango de egoísmos, fango de traiciones. Buena y limpia, como hecha de luz, era yo cuando niña. La suciedad que ahora hay en mí, ¿de quién la recibí, si no de vosotros? Vosotros me enseñasteis el lenguaje de la plazuela. ¿No sabías que, como el trueno sigue á la luz, así la primera blasfemia responde al primer desengaño?... ¡Y aún crees que voy á ser juguete vuestro... tuyo!... ¡Imbécil, imbécil, imbécil!... (Llora.)

GABRIELA

Ramona... Ramoncita...

DON PABLO

(Correcto). ¡Muy bonito! El relámpago, el trueno... y ahora la lluvia. ¡Mejor es callar!

RAMONA

(A Gabriela). Creen que á nosotras se nos conquista con dinero... ¿Qué te parece?... ¡Ja, ja!... ¡Con dinero!

DON PABLO

¿No?

RAMONA

¡No! Se nos conquista con delicadezas... ¿te enteras?... Con delicadezas... con palabras... Y para jugar con una mujer, ¡desengáñate!, es preciso cogerla por el corazón.

DON PABLO

(Ya de buen humor). Voy creyendo que las mujeres agradecéis más una bofetada á tiempo que una orla de brillantes.

RAMONA

¡Qué lástima de tiro, hijo mío!...

DON PABLO

¡Y los billetes de Banco que me ha costado aprender una lección tan sencilla! Bueno; au revoir; me marcho. Gabriela, perdone usted el mal rato que acabamos de darla...

GABRIELA

¿Se va usted sin hacer las paces con Ramona?

DON PABLO

Por hechas. ¿Usted cree que yo tomo estas cosas en serio?... ¡Quiá!

RAMONA

Yo, felizmente, hago lo mismo.

DON PABLO

(A Gabriela). Las mujeres sois siempre menores de edad.

GABRIELA

¿A dónde va usted ahora?

DON PABLO

Al Casino.

GABRIELA

¿A jugar?

DON PABLO

Y á perder.

RAMONA

¿Llevas mucho dinero?

DON PABLO

El suficiente para que el banquero no cese de bendecirme en toda la noche.

GABRIELA

Prefiere usted los juegos de azar á los juegos de amor. ¡Hace usted mal, don Pablo!

DON PABLO

Achaques de la edad. Yo soy muy positivista.

RAMONA

¿Pero tú creías que éste se ocupa en hacer el amor?

DON PABLO

Lo compro hecho. Es más cómodo.

GABRIELA

Pero menos poético.

DON PABLO

Pero más cómodo.

RAMONA

Y para ti la comodidad...

DON PABLO

Sobre todas las cosas. (A Gabriela.) Repito... (A Ramona.) Fierecilla... ¡Ah! Si viene Santiago le dices...

RAMONA

No te molestes; me parece que le tienes ahí.

ESCENA VI

DICHOS y SANTIAGO, que entrará tarareando una canción y sin llamar

SANTIAGO

(Ya dentro). ¿Se puede?

RAMONA

¡Hola!... ¿Y lo pregunta usted desde dentro?

SANTIAGO

Adiós, Pablito... Ramona...

RAMONA

(A Gabriela). Santiago Rivas, uno de nuestros primeros... desocupados. Mi amiguita Gabriela Rey, que acaba de llegar...

SANTIAGO

¿De Madrid?

GABRIELA

De Madrid.

SANTIAGO

Encantadora... sí, señor... encantadora...

GABRIELA

Muy amable...

SANTIAGO

Es una de las manos más bonitas que han pasado por la mía. Permítame usted... (La besa.)

RAMONA y GABRIELA

¡Santiago!

SANTIAGO

(A Gabriela.) No me guarde usted rencor; en mis labios no hay veneno. Además, vengo medio loco.

DON PABLO

¿Pues qué sucede?

SANTIAGO

Ya te contaré.

GABRIELA

(A Ramona). Es simpático.

SANTIAGO

Aquí no puede ser. Es una historia para hombres solos.

RAMONA

¿Una nueva conquista?

SANTIAGO

Un proyecto de conquista.

RAMONA

¿Joven?

SANTIAGO

Veinte años.

RAMONA

¿Rica?

SANTIAGO

Rica.

DON PABLO

¿No se tratará de Victoria?

SANTIAGO

¡Quiá! Esa, pasó. Anoche quise verla y anduve rondando su calle, y como había luz en su cuarto, empecé á llamarla á gritos: «¡Victoria... Victoria!...» Y en la quietud de la calle, ancha y silenciosa, el eco respondía: «¡Victoria... Victoria!» Hasta que llegó un guardia y me dijo: «Caballero, por bien que le hayan salido á usted sus asuntos, hágame el favor de callar. Son las dos de la madrugada.»

GABRIELA y RAMONA

¡Tiene gracia!

SANTIAGO

Y me fuí. Pero la de ahora sí que es guapa... ¡Oh!...

DON PABLO

Ya me contarás...

GABRIELA

¿Conque esas tenemos? Una mujer joven, rica... ¡muy bien!

RAMONA

Una verdadera novia, por lo visto; una muchacha decentita....

SANTIAGO

¿Decente?... ¡Quiá!... ¿Pero usted me cree capaz de enamorarme «de eso» que llaman una mujer decente?...

RAMONA

¡Hombre!

SANTIAGO

¡No las quiero! Una mujer así es una cadena metida en un corsé.

RAMONA y GABRIELA

¡Qué disparates dice! (Horrorizadas.)

DON PABLO

¡Tiene razón! (Riendo.) ¡Tiene razón!

SANTIAGO

¡Claro es!... Para los incasables como yo, las solteritas que buscan marido, no sirven, y las casadas fieles, tampoco. Yo, en cuestiones de amor, soy mariposa, soy anarquista. ¡Viva la anarquía! Ea, tú, Pablo... ¡hale! Paso de camino...

DON PABLO

Andando.

SANTIAGO

A no ser que estas señoritas... A Ramona la veo en traje de casa.

RAMONA

Yo no salgo.

SANTIAGO

¿Y usted?

GABRIELA

Acompaño á Ramona.

SANTIAGO

Tiene usted ojos apasionados, ojos italianos... ojos de ensueño... ¡Eh, tú, Pablito!... ¿No te parece?... Ojos de ensueño. Usted debe de ser un alma errante, un alma viajera...

GABRIELA

(Riendo). Sí, sí... ¡Pero ya no viajo!...

SANTIAGO

¿Ha descarrilado usted alguna vez?

GABRIELA

Muchas.

SANTIAGO

También yo.

GABRIELA

Y esos viajes sentimentales suelen costar á las mujeres muchas lágrimas.

SANTIAGO

Y á los hombres mucho dinero. Estamos de acuerdo. (Se dan las manos riendo.)

DON PABLO

¿Acabarás de charlar?

RAMONA

¿A dónde van ustedes, por fin?

DON PABLO

Desde aquí al Casino.

SANTIAGO

Nos esperan. Luego iremos á Pum-Pum.

DON PABLO

¡Es un programa!

SANTIAGO

Luego... ¡quién sabe!... Misterio. Pero, ¿qué importa, cuando en el misterio está la poesía?

DON PABLO

(Que habrá estado frotándose las sortijas con su pañuelo). ¡Por vida de los moros!...

SANTIAGO

¿Qué es?

DON PABLO

Que se me ha caído el brillante del solitario.

RAMONA, GABRIELA

A ver, á ver... (Todos rodean á don Pablo. Los artistas cuidarán de dar á esta escena la mayor animación posible.)

DON PABLO

Menos mal que no fue en la calle.

RAMONA

¡Qué lástima!

GABRIELA

¡Hermosa piedra!

DON PABLO

Vale dos mil francos.

SANTIAGO

¿A ver? Trae acá. Yo entiendo mucho de estas cosas. ¡Sí, en efecto; hermoso ejemplar! ¡Qué oriente! ¡Me conviene! (Se la traga.)

RAMONA, DON PABLO

¡¡Qué haces!!

GABRIELA

¡Este hombre tiene los demonios en el cuerpo!

SANTIAGO

¡Ya pasó!...

DON PABLO

¿Pero estás en tu juicio? (Todos ríen.)

SANTIAGO

¡Llevo dos mil francos en las entrañas! ¡Dos mil francos!... Bien podéis decir ahora que «en el fondo», á pesar de mi frivolidad aparente, valgo mucho.

RAMONA

¡Qué trasto de hombre!

GABRIELA

¡Es divino!...

SANTIAGO

Ahora es cuando me voy. (A don Pablo.) Te advierto que no tengo el menor interés en que me acompañes.

DON PABLO

¡Ah, pero yo sí! No te dejo en toda la noche.

SANTIAGO

¿No quieres separarte de tu solitario?

DON PABLO

Ni un momento.

SANTIAGO

¡Pues ya está la fiesta armada!

GABRIELA

Será buena.

SANTIAGO

¡Oh, dejará memoria! Porque os advierto que la digestión de una piedra preciosa exige...

RAMONA, GABRIELA

¿Qué?

SANTIAGO

Mucho vino de Oporto.

DON PABLO

Te pago el digestivo.

SANTIAGO

Vamos. Gabriela... ¿irá usted á Pum-Pum? ¡No deje usted de ir!...

GABRIELA

Quién sabe... probablemente.

SANTIAGO

Porque he de confesarla á usted...

DON PABLO

(Empujándole). ¡Que van á dar las diez!...

SANTIAGO

¡Huyamos!... Ya sabes que los digestivos hechos á base de vino de Oporto, se toman por botellas y de media en media hora... (Salen riendo.)

RAMONA

Andad, andad...

GABRIELA

¡Qué par! ¡Como pellejos se van á poner!

ESCENA VII

RAMONA, GABRIELA. (Las actrices procurarán dar á esta breve escena un fuerte calor de emoción y de intimidad.)

RAMONA

¡Por fin! (Cierra la puerta.)

GABRIELA

Tu don Pablo es notable: es el tipo del bon vivant, del desaprensivo.

RAMONA

¡Vaya, bendito de Dios! ¡Me aburre!... Como me aburren todos...

GABRIELA

Reconoce, al menos, que es uno de esos hombres excepcionales que, por intuición, sin duda, saben retirarse un momento antes de empezar á estorbar.

RAMONA

Razón tienes. Porque deseosa estaba de quedarme á solas contigo para hablar de Joaquín.

GABRIELA

¿Pero, le quieres todavía?

RAMONA

Todavía. Siempre...

GABRIELA

¡Qué buena eres!

RAMONA

Le quiero como tú quisiste á Leonardo. (Besándola.) ¿Verdad? En vano tú, como yo, hemos pasado de unos brazos á otros; el recuerdo del primer hombre, del único hombre que quisimos, persiste en nosotras triunfador, imborrable.

GABRIELA

Es como un perfume.

RAMONA

Como una luz.

GABRIELA

Otros hombres hemos conocido más graciosos, más elegantes, más ricos... pero Aquél, el amado, se sobrepone á todos.

RAMONA

A todos.

GABRIELA

Es la magia del pasado, la fuerza del recuerdo... Y es que una sola idea, cuando es grande, basta para llenar toda una vida.

RAMONA

Es cierto. Háblame de Joaquín.

GABRIELA

Pregunta.

RAMONA

¿Vendrá?

GABRIELA

Esperándole estoy, y el camarero lo sabe. Joaquín te quiere mucho; durante todo el viaje me ha hablado de ti.

RAMONA

¿Por qué no se ha hospedado aquí?

GABRIELA

Porque su familia le esperaba.

RAMONA

¿Pero, se ha casado? (Con asombro y dolor.)

GABRIELA

¿No lo sabías?

RAMONA

¡No! ¡Oh! ¡Casado! ¿Y tiene hijos?

GABRIELA

También.

RAMONA

¡No sabía nada! ¡Qué dolor!... ¡Oh! Ya, entre él y yo, ¡qué abismo!...

GABRIELA

Y todo eso le ha envejecido, le ha puesto triste...

RAMONA

(Hablando consigo misma). ¡Casado! ¡Qué abismo!... (Pausa.)

GABRIELA

¡Y Joaquín llega á tiempo! (Riendo.)

RAMONA

¿Cómo?

GABRIELA

Yo me entiendo...

RAMONA

¿Lo dices porque acabo de reñir con Pablo?... ¡Tonta! ¡Era igual!... Demasiado sabes que, lo que amamos mucho, siempre llega á nosotras á tiempo. (Pausa.)

GABRIELA

Oye... Alguien viene.

RAMONA

Sí...

GABRIELA

Me parece que han llamado en mi cuarto. Sí... No te emociones demasiado, porque es él. (Se dirige á la puerta.)

RAMONA

¡Él!...

GABRIELA

(Abriendo la puerta). El mismo. Entra, Joaquín.

ESCENA VIII

RAMONA, GABRIELA, JOAQUÍN

JOAQUÍN

¡Ramona!

RAMONA

¡Joaquín de mi alma! (Se abrazan con efusión vivísima. Ella llora.)

GABRIELA

¡Nada! ¡Lo mismo que en las comedias!

JOAQUÍN

Antes de venir á verte he vacilado mucho.

RAMONA

¿Por qué?

JOAQUÍN

Por coquetería.

RAMONA

No comprendo.

GABRIELA

¡Mujer, qué torpe eres!... Porque temía que le hallases demasiado viejo.

JOAQUÍN

Sí, demasiado viejo.

RAMONA

¡Qué tontería!... Joaquín, mi Joaquín, tú, para mí, siempre serás el mismo... el mismo...

JOAQUÍN

Con diez años más. Cuando nos conocimos, ¿verdad?, yo era casi un real mozo. Ahora, confiésalo, soy un amante bueno para visto de noche ó entre dos luces.

RAMONA

Bobo, bobito...

JOAQUÍN

Tengo cuarenta años.

RAMONA

Ya lo sé.

JOAQUÍN

Soy lo que la gente llama «un hombre de cierta edad».

GABRIELA

O, como si dijésemos, de la Edad Media.

RAMONA

¿Qué me importan tus años?

JOAQUÍN

Pero... ¿y mi cara?

RAMONA

Tampoco. ¡No, hijo mío! No era una belleza, era un alma lo que yo amé en ti. (A Gabriela y bromeando.) Sin embargo, sí... tenías razón: ha cambiado mucho.

GABRIELA

¡Y tanto! Tiene el pelo gris.

RAMONA

Y la frente más grande.

GABRIELA

Y los ojos más tristes.

RAMONA

Sí, ¡y más pequeños!

JOAQUÍN

¡Pues sí que estáis cortándome un trajecito!

GABRIELA

¡Y eso que te queremos!

JOAQUÍN

Que si me odiaseis...

RAMONA

¿Y los dientes? (Haciendo ademán de tocarle la boca.) ¿No te falta ninguno?

JOAQUÍN

Afortunadamente. Esos se salvaron todos. (Pausa.) Di... ¡qué elegante estás!... ¿Quién es ahora tu amor?

RAMONA

Calla. ¡Oh! No hablemos del presente.

JOAQUÍN

Sí, el presente es feo: mírame á mí.

RAMONA

¡Pobrecillo!... (Pausa larga.) ¿Te acuerdas de nuestro cuartito?

JOAQUÍN

Aquí (por la frente) lo llevo retratado.

RAMONA

¡Y qué apuros pasábamos para comer!

JOAQUÍN

Fué un idilio de hambre.

RAMONA

¿Y cuando tú tenías que quedarte acostado para que yo te lavase la ropa en un barreño? (Ríe.)

JOAQUÍN

¡Qué bonito era aquello!

GABRIELA

(Burlándose). Precioso... precioso...

RAMONA

¿Y nuestra alcobita?... ¡Ah, las alcobas! (Dirigiéndose á Gabriela.) Todas las alcobas donde he dormido después han dejado en mi memoria una impresión de disgusto, de asco... Sólo aquélla, á pesar de su pobreza, reaparece en mi memoria como algo azul, algo muy alegre, blanco... lleno de sol... (Abrazándole con brusca vehemencia.) Joaquín, mi Joaquín... ¿por qué te casaste?

JOAQUÍN

Mi Ramona... (Pausa.)

GABRIELA

Bien; me parece llegado el momento de imitar el discreto ejemplo de don Pablo. Buenas noches.

JOAQUÍN

(Levantándose). Entonces, yo me voy también.

GABRIELA

¿Por qué?

RAMONA

No, tú no te vas...

JOAQUÍN

¿Y si ese don Pablo, amigo tuyo, vuelve?

GABRIELA

No hay cuidado. Yo ahora voy á cambiarme de traje, luego me marcho á Pum-Pum...

RAMONA

(Con gran alegría). ¡Eso es! ¡Admirablemente pensado!

GABRIELA

Y una vez allí, y mientras el solitario que se tragó Santiago aparece ó no, yo os respondo de que don Pablo no vuelve por aquí en toda la noche.

JOAQUÍN

Pero, seamos prudentes: ¿y si por casualidad viniese?

RAMONA

Mi alcoba tiene una puerta que comunica con la habitación de Gabriela. Mirad... (Los tres miran por la puerta de la derecha.)

GABRIELA

¡Pues, no digas más!... ¡Ah! Los arquitectos, poniendo con sabia previsión puertas de escape en las alcobas, dieron á las mujeres un medio para que los pobres maridos nunca sepan nada. Adiós, Joaquinito.

JOAQUÍN

Adiós, Gabriela.

GABRIELA

Hasta mañana; y... ¡no paséis miedo!

RAMONA

Confiamos en ti.

GABRIELA

Perded cuidado. Creo que no puedo hacer más por vosotros, ¿eh?...

RAMONA

Eres un ángel.

JOAQUÍN

Un ángel.

GABRIELA

Adiós, hasta mañana.

(Vase. Ramona cierra cuidadosamente la puerta. Después, ella y Joaquín se miran y, sin hablar, se abrazan.)

ESCENA IX

RAMONA, JOAQUÍN

JOAQUÍN

Otra vez juntos... solos...

RAMONA

Después de diez años.

JOAQUÍN

A través de los años y de las aventuras, me siguió tu recuerdo. ¡Oh! Tengo tantas, tantas cosas que decirte, que no sé por cuál empezar. Ramona, Ramona mía...

RAMONA

¡Tuya!... ¡Siempre!...

JOAQUÍN

¿Te acuerdas de nuestra estancia en el pueblo?

RAMONA

Mi casa, la casa donde nací...

JOAQUÍN

Aquella casita blanca, oculta entre árboles muy verdes, donde murió tu abuelo, donde murió tu padre... y donde quizá, cuando seas vieja, vayas á morir tú...

RAMONA

Esa casita que, por haberse marchado tantos camino de la otra vida, parece una estación...

JOAQUÍN

Sí, en esa casita blanca... ¡quién pudiera vivir contigo, sin ambiciones, olvidado de todos!...

RAMONA

Poeta; ¿y tu mujer... y tus hijos?

JOAQUÍN

¡Oh, deja!... No hablemos del presente. Tenías razón: el presente es feo.

RAMONA

Habla... sigue, Joaquín... Aunque me engañes, sigue...

JOAQUÍN

No, no te engaño: es mi alma romántica, mi alma sincera, la que en estos momentos se derrama por mis labios. Al verte, te quiero como te quise entonces... lo mismo, y es que el pasado vuelve. ¿Qué me importa tu historia? La Ramona que tengo ahora delante es aquélla, la de los años mozos; años de locura, de inconsciencia, en que no nos cabía en la boca la risa. En mi largo combate por la gloria y por el pan, salí triunfante. ¡Lo gané todo! Honores, posición, esposa, hijos... y, sin embargo, en mi alma, de donde contigo voló la alegría primera, una voz clamaba, clamaba perpetuamente, y esa voz decía: «Dame más, dame más... otra cosa, otra... rebusca... ¿ó es que no hay bajo el cielo más que lo que me diste?...»

RAMONA

Como yo.

JOAQUÍN

Como tú...

RAMONA

Sí... pero ya estamos muy separados. No, Joaquín, no... no hay que hacerse ilusiones: el pasado no vuelve...

JOAQUÍN

Vuelve, sí... ¿cómo dudas? Tu pasado soy yo; mi pasado eres tú... la casualidad nos reúne, aunque sea momentáneamente, y mira cómo, de pronto, lo que fué nos sale al paso y nos cierra el camino. Otra vez solos... juntos...

RAMONA

Pero... ¿y mi vida? ¿Esta sucia vida que me rodea?

JOAQUÍN

¿Y qué?... ¿Que vives en el pecado?... ¿Y qué?... Si en los días negros de quebranto y de fastidio nadie fué á consolarte, ¿quién podrá acusarte con justicia?... El cuerpo tiene hambre y come; las almas solitarias, las almas aburridas, padecen hambre de ideal y pecan; que el pecado, Ramona, es pan para las almas que se aburren.

RAMONA

Eres el mismo... el mismo...

JOAQUÍN

Y tú, la misma... Más hermosa, tal vez...

RAMONA

¡Oh, no!...

JOAQUÍN

Sí, son tus ojos... son tus cabellos... tus cabellos negros, que yo besé tanto...

RAMONA

¡Pobre cabeza mía!... (Acariciándole.) Pobre cabeza mía... ¡qué viejecita está!...

JOAQUÍN

Sufrió mucho.

RAMONA

Mucho.

JOAQUÍN

Pero, aunque esté fea, quiérela, porque pensó mucho en ti. (Pausa.)

RAMONA

¡Qué mala es la vida!

JOAQUÍN

No...

RAMONA

¡Qué triste!...

JOAQUÍN

No, no creas.

RAMONA

¡Sí, qué triste!...

JOAQUÍN

Te equivocas. ¿Por qué?...

RAMONA

¿Dirás que es alegre?

JOAQUÍN

Tampoco... ¡qué sé yo!... La vida no es una lágrima; tampoco es una carcajada; es... una sonrisa. (Pausa larga.)

RAMONA

El pasado vuelve, dijiste... ¿y si tuvieses razón? (Se levantan.)

JOAQUÍN

¡Ah! No lo dudes.

RAMONA

Nos conocimos en un merendero, una noche de verano, una noche como esta...

JOAQUÍN

Noche lírica de luna y de amor...

RAMONA

¡Cómo lo recuerdo! ¡Cómo revive aquella escena en mi memoria! ¡Con qué nitidez la veo!... Es algo para mí coherente, tangible como un bajo relieve...

JOAQUÍN

Todo está igual... menos yo...

RAMONA

Menos tú... Pero yo, dentro de mi espíritu, te veo como eras entonces: con tus cabellos rizosos y negros, con tus ojos luminosos, con tus mejillas frescas, llenas de sangre...

JOAQUÍN

¡Ay!

RAMONA

¿Quieres?... ¿Di?... ¿Quieres?...

JOAQUÍN

¿Qué?

RAMONA

Reconstituir la escena.

JOAQUÍN

¿Cómo?

RAMONA

Apagando la luz.

JOAQUÍN

¡Oh!... ¡Qué triste es eso!

RAMONA

¿Triste? ¿Por qué?

JOAQUÍN

¡Ah! No sabría explicártelo ahora... pero, sí... es muy triste... Alude á mi vejez...

RAMONA

Estábamos cenando así, delante de una ventana como ésta... y al darnos el primer beso, en el jardín del merendero un cuarteto ambulante empezó á tocar un vals...

JOAQUÍN

Sí... nuestro vals...

RAMONA

Nuestro vals. (Pausa.) ¡Espera! Sí, eso es... Verás... (Apoya un timbre. Pausa.)

JOAQUÍN

¿A quién llamas?

RAMONA

Al camarero.

JOAQUÍN

¿Qué quieres?

RAMONA

Aguarda.

JOAQUÍN

¿Pero, qué vas á hacer?

RAMONA

Es una ocurrencia rara y bonita.

ESCENA X

DICHOS y el CAMARERO

CAMARERO

¿Llamaba usted?

RAMONA

Adelante. (Con frialdad.)

CAMARERO

Con su permiso; buenas noches.

RAMONA

¿Y mi amiga, la señorita del número seis?

CAMARERO

En este momento acaba de marcharse.

RAMONA

Bien. Hágame el favor de decirle al director de los cíngaros que toque el vals de La Bohemia.

CAMARERO

Perfectamente.

RAMONA

Tome usted; dele esto de mi parte. (Entrega al camarero un billete.) Adiós... (Durante esta escena, Joaquín permanecerá junto á la ventana, como indiferente á la conversación.)

ESCENA XI

RAMONA, JOAQUÍN

JOAQUÍN

Eres original. (Con alegría.)

RAMONA

Soy digna de ti.

JOAQUÍN

Vales más que yo; eres más artista que yo...

RAMONA

Una artista de la vida.

JOAQUÍN

Mi alma... mi Ramona.

RAMONA

Noche de verano, noche de luna, noche de amor... Tenías razón, Joaquín, tenías razón: el pasado vuelve... (Los dos se asoman á la ventana.)

JOAQUÍN

¡Oye! (Música dentro.)

RAMONA

El pasado vuelve...

(El vals suena muy lejos, muy debilitado, de modo que sirva de fondo á la conversación.)

JOAQUÍN

Emoción divina.

RAMONA

Si la vida es teatro, ¿por qué no colgar en ella las decoraciones á nuestro gusto?... Soy, ¿verdad?, una excelente directora de escena.

JOAQUÍN

Mi alma.

RAMONA

Joaquín... ¿Ves?... Todo está igual.

JOAQUÍN

Todo.

RAMONA

La ventana, el aire perfumado, el campo bañado en luna... el vals con sus notas de melancolía y de amor... Sólo me separan de aquella visión tus pobres ojos, un poco más tristes....

JOAQUÍN

Ramona...

RAMONA

Tus cabellos, un poco más blancos... tus cabellos fríos...

JOAQUÍN

¡Por piedad!...

RAMONA

Pero, para destruir eso, hay un recurso.

JOAQUÍN

¿Cuál?

RAMONA

Buscar la obscuridad.

JOAQUÍN

No... no...

RAMONA

Sí; en la obscuridad, las almas que quieren soñar, sueñan mejor. Quiero verte hermoso, como entonces... Déjame... necesito ser feliz... una noche... un instante... (Apaga la luz.)

JOAQUÍN

¿Qué haces, Ramona?

RAMONA

Nada, mi rey... nada... Acercarme á ti...

(El teatro quedará totalmente á obscuras. Ellos permanecerán un momento abrazados delante de la ventana, bañada en luna, y luego caerán sobre el diván, mientras la música continúa y el telón desciende rápido.)

TERMINA LA COMEDIA


FRIO

Comedia en dos actos, estrenada en el TEATRO ROMEA la noche del 24 de Mayo de 1909

Á RAMONA VALDIVIA

REPARTO

    PERSONAJES

ACTORES

Araceli (representa veinticinco años en el primer
acto y cuarenta y cinco en el segundo.
Carácter impulsivo. Es amante de Daniel
en el acto primero y de Paco en el segundo)

Srta. Valdivia[D].

Raquel

Sra. Ezquerra.

Catalina

  »   Montalt.

Luisa

  »   Doré.

(Las tres de veinte á veinticinco años.
Aparecen disfrazadas con trajes caprichosos:
capuchones, mantones de Manila, etc.)

Leocadia (cuarenta años. Prendera)

  »   Corona

Teresa (ama de llaves)

  »   Espejo.

Daniel, marqués del parral (hombre de
mundo, escéptico, un poco cansado. Representa
cuarenta y cinco años en el acto
primero y sesenta y cinco en el segundo)

Sr. Palacios.

Paco (veinticinco años. Temperamento alegre
y vehemente. Viste de frac)

  »   Maximino.

Manolo (veinticinco años)

  »   López Benety.

Don Nicolás (cuarenta ídem)

  »   Castilla.

Ángel (treinta ídem)

  »   Valero.

(Los tres visten de frac ó smoking).

Mariano (criado joven)

  »   Palacios (A.).

[D] Aunque estos actos se hallan separados por un intervalo
de veinte años, el autor cree que la actriz no necesita ponerse peluca
canosa en el acto segundo. «La edad», de consiguiente, más que
con la blancura del cabello, deberá expresarla con la sencillez de
su vestir y la fatiga del ademán.

 

ÉPOCA ACTUAL

Derecha é izquierda, las del actor

FRIO

ACTO PRIMERO

Gabinete elegante. Chimenea encendida á la derecha. Cerca de la chimenea una ventana. Al fondo y á la izquierda, puertas.

Al levantarse el telón, Daniel y Manolo se disponen á tomar café delante de la chimenea. Daniel en traje de casa. Manolo viste frac ó «smoking».

Es de noche.

ESCENA PRIMERA

DANIEL, MANOLO, después MARIANO

DANIEL

(Sentándose). ¿Eh? ¿Tenía yo razón? ¿Qué tal, si hubiésemos esperado á Araceli para cenar?

MANOLO

En efecto, sí... ¡Un escándalo!... Son más de las diez...

DANIEL

Esa, ya no viene.

MANOLO

¿Cómo, que no vendrá?

DANIEL

Vamos, entiéndeme: quiero decir que ya no viene á cenar. Seguramente la ha invitado Mariquita Rojas.

MANOLO

¿La de Federico Paz?

DANIEL

La misma.

MANOLO

¡Preciosa chiquilla!

DANIEL

Lindísima... ¡y baratita!

MANOLO

Ignoraba ese detalle.

DANIEL

Pues Federico no se gasta con ella al mes ni mil pesetas.

MARIANO

(Que llega con el servicio del café y la botella del coñac). ¿Les sirvo á los señores aquí?

DANIEL

Sí, ¿no te parece?

MANOLO

Sí, mejor es aquí, porque la noche está fría.

DANIEL

¡Mala noche para las máscaras!

MANOLO

¡Quiá, el frío es lo de menos! Porque cuando vamos al baile llevamos la ilusión, que es calor, de lo que vamos á beber; y cuando salimos del baile, nos traemos el calor de lo que se ha bebido.

DANIEL

¡Que nunca es poco!

MARIANO

(A Manolo). ¿El señor querrá también coñac?

MANOLO

¡Hombre, eso no se pregunta!

DANIEL

¿Con quién vas al baile?

MANOLO

Con Luisito Gil y su hermano. Tenemos una platea.

DANIEL

¿Lleváis mujeres?

MANOLO

No. Creo que en nuestro palco no habrá mujeres. A no ser que tú te decidas á llevar á Araceli...

DANIEL

No.

MANOLO

Anímate, hombre.

DANIEL

De ninguna manera.

MANOLO

Todo depende de que ella se empeñe. Ya sabes lo que dice el refrán... (Bebe.)

DANIEL

Lo sé: «Lo que una mujer guapa quiere, Dios lo quiere»...

MANOLO

Exacto.

DANIEL

Pero eso es antes del primer abrazo; que después... después no diré que valga menos, pero tampoco diré que valga mucho más que una botella vacía.

MARIANO

¿Tienen los señores algo que mandarme?

DANIEL

No, puedes retirarte. Oye, trae la botella, déjala aquí.

(Mutis Mariano.)

MANOLO

Me encanta tu cachaza, tu filosofía... pero no la entiendo... ¡sin duda porque soy demasiado joven!

DANIEL

Por eso, precisamente. Yo, á tu edad, era como tú, y jamás hubiera creído que los años me domasen la voluntad hasta inclinarme á pensar como ahora pienso. He cambiado mucho... ¡mucho!... Lo que á otro cualquiera le indignaría, á mí me divierte. Me parece bien que un hombre se canse de una mujer... y me parece bien que se suicide por ella... ¿Qué más da?... A mi edad, hijo mío, la vida es como un encogimiento de hombros. (Pausa.) ¿Quieres otra copita de coñac?

MANOLO

Bueno.

DANIEL

Hay que beber.

MANOLO

Y que brindar.

DANIEL

Brindemos, si tú quieres. (Beben.)

MANOLO

¡Eres raro!

DANIEL

¿Por qué?... Te advierto que me halaga ser así.

MANOLO

¿De modo que tú no sientes celos de Araceli?

DANIEL

No; yo estoy cierto de que Araceli me quiere entrañablemente, y, por lo mismo, que no puede engañarme.

MANOLO

¡Ja, ja! ¡Las mujeres!...

DANIEL

Y si me burlase, me separaría de ella, ¡y en paz!... Pero de eso, á sufrir celos, hay mucha distancia. El que está celoso es porque se reconoce un poco en ridículo; los celos, por tanto, no pasan de ser una mueca, más ó menos romántica, del amor propio. ¡Matar al hombre que nos quita la mujer amada, ó matar á la esposa que nos deja por un caballero que halla más inteligente ó más simpático que nosotros! ¡Qué salvajada y qué villanía!... Debemos aspirar á ser amados «porque sí», que no por interés ó por miedo. El amor, para merecer ese nombre, necesita ser una «espontaneidad» del espíritu; así, quítale esa espontaneidad, que constituye su perfume, su esencia divina, y no valdrá diez céntimos.

MANOLO

Pues, yo soy celoso... ¡pero horriblemente celoso!

DANIEL

¡Tanto peor para ti, porque te engañarán muchas veces! ¿Quieres otra copita?

MANOLO

¡Venga otra copita!

DANIEL

Yo, con los años, voy tornándome egoísta, y á fuer de tal, procuro no salir de mí mismo ni hacer nada que me contraríe. ¿Que esta noche Araceli decide irse al baile? Bueno, que vaya. Yo, me quedo aquí, leyendo. Estoy cierto de que no hay mujer que distraiga lo que distrae un libro bueno.

MANOLO

(Sirviéndole coñac). Ahora soy yo quien invita.

DANIEL

Se acepta. (Bebe.) Mis dos últimas aficiones son la lectura y los perros. ¡Qué hermosos, qué bravos, qué leales son los perros!...

MANOLO

(Riendo). ¡Eso decía mi padre! Cuando yo me escapé de mi casa con dos mil pesetas que le robé á mi hermana, y una criada bastante bonita que teníamos, mi padre me escribió una carta terrible, en la que decía «que hay perros que valen más que un hijo».

DANIEL

Pues no exageró tu padre... porque yo, andando por el mundo, me he convencido de que si hay perros que valen más que un hijo, también es cierto que hay muchos padres que merecen menos que un perro.

MANOLO

De donde se deduce que la humanidad no vale lo que un Terranova. (Riendo.) A mi edad, sin embargo, todavía se cree en el amor, en la amistad... ¡Mira! Brindemos por los hombres. (Escancia.)

DANIEL

Sea; bebamos, que, para beber, cualquier pretexto es bueno. Pero, hazme caso á mí: si crees en la eficacia de los brindis, ¡brinda por los perros!

ESCENA II

DICHOS y MARIANO

MARIANO

Señor marqués...

DANIEL

¡Hola!

MARIANO

Ahí está una mujer que trae unos mantones de Manila para la señorita.

DANIEL

¿Unos mantones?

MARIANO

Sí, señor.

DANIEL

¡Qué ocurrencia! (A Manolo.) ¿Para el baile, ves? Esa criatura está loca.

MARIANO

¿Quiere usted que la haga pasar?

DANIEL

¡No! Dila que la señorita no está.

MARIANO

Se lo he dicho.

DANIEL

Bueno; pues que los deje ó que se vaya... ¡Lo que quiera!

MARIANO

Pero como tiene prisa... Dice que la esperan en otra parte...

DANIEL

¡Pues que se largue! ¡Hola!... ¡No faltaba más sino que le vengan á uno con exigencias! Si no puede aguardar, que se marche.

MARIANO

Muy bien. (Hace ademán de irse.)

DANIEL

Ahí viene un coche.

MANOLO

Será Araceli.

DANIEL

Seguramente.

MARIANO

(Mirando por la ventana). Sí, la señorita es. Hasta luego. (Mutis.)

MANOLO

(Bromeando). Hombre frío, hombre de hielo... ¿no te dice nada el corazón?

DANIEL

Nada.

MANOLO

Hipócrita.

DANIEL

Si acaso, me dice que Araceli vendrá con ganas de broma y que vamos á tener un disgusto.

MANOLO

¿Por lo del baile?

DANIEL

Por lo del baile.

MANOLO

Entonces me voy; las riñas de familia me aburren.

DANIEL

¡No hombre, espera, no me dejes solo!...

MANOLO

Nada, huyo despavorido.

DANIEL

¡Pero, muchacho!

MANOLO

No quiero que me amarguéis la noche.

DANIEL

Aguarda. ¡Canastos!... Ahora empiezo á comprender lo útil que puede ser un amigo en un matrimonio...

ESCENA III

ARACELI, DANIEL, MANOLO

ARACELI

(Viste con gran elegancia. Trae en la mano una bolsa con confetti y confettis en el sombrero y en el traje. Al ver á Manolo, le saluda afectuosamente, con esa efusión un poco teatral con que las coquetas suelen tratar á todos los hombres de quien se saben amadas, aunque les sean indiferentes.) ¿Pero estaba usted aquí, encanto? (Con zumba.)

MANOLO

Esperándola á usted.

ARACELI

Y acompañando á Daniel... dígalo usted así, aunque no lo sienta...

MANOLO

También, también.

ARACELI

¿Quiere usted confettis? (Hace ademán de arrojárselos.)

MANOLO

¡No, por piedad!

ARACELI

Sí, sí...

MANOLO

¡Antes moro!... (Corre, huyendo de ella.)

ARACELI

¿Y tú, Danielín? (Con gran mimo.)

DANIEL

Ya ves... (Refiriéndose á la botella del coñac.)

ARACELI

¡Qué escándalo! ¿Os habéis bebido todo eso?

MANOLO

Copa á copa.

ARACELI

¡Ah, viciosos! (A Daniel.) Trae, yo también quiero un trago.

DANIEL

¿A que tienes envidia de nosotros?

ARACELI

No diré que no. (Bebe.) ¡Brrr!... ¡Qué fuerte está... Agua, agua, dadme agua... (Hablando con volubilidad nerviosa.) Supongo que habréis cenado.

DANIEL

Como no venías...

MANOLO

Ha sido una gran falta de galantería; perdone usted, Araceli.

ARACELI

Hicieron ustedes bien.

MANOLO

¿También usted ha cenado?

ARACELI

No, pero he comido muchas chucherías y no tengo apetito. Ahora vengo de casa de Teresita Serra; hemos estado cantando al piano y bebiendo champagne, y después ella y su amigo me han acompañado en un coche hasta aquí. ¡Uf, qué calor hace! ¿Por qué no abren ustedes un poco la ventana?

DANIEL

¿Pero estás loca, chiquilla?

MANOLO

Usted quiere acabar con nosotros.

ARACELI

¡Qué hombres tan cobardes! Pues yo no tengo frío; al contrario... ¿Eh?... ¡Qué atrocidad!... ¡Cómo traigo el sombrero!... ¡Pero he pasado la tarde muy bien! Todo Madrid ha bajado á Recoletos.

MANOLO

¿Muchas máscaras?

ARACELI

Muchísimas. Yo he pasado la tarde en el coche de Filomena Gil. Ya la conocéis... Ibamos ella, su hermana Lola y Lorenzo. Al pasar por la tribuna de la Prensa, vimos á Juanito Santos. En seguida empezó á gritar: «¡Viva la marquesita, viva la marquesita!...» Y aquello fué como si el cielo se hubiese convertido en confettis; ¡qué risa!, yo creí que nos ahogábamos. Luego se subió al coche un diablo que, después de decirle á Filomena horrores, se marchó sin quitarse la careta.

MANOLO

¿Y fueron «horrores» los que dijo?

ARACELI

Verdaderas atrocidades. Como que hubo un momento en que pensé que Lorenzo iba á romperle una botella en la cabeza.

DANIEL

¿Pero llevaban ustedes vino en el coche?

ARACELI

Media caja de botellas de champagne.

DANIEL

(A Manolo y con enfado cómico). ¿Qué te parece?

MANOLO

¿Pero tú crees que esas bromas se corren á palo seco? ¡Bien se conoce que vas para viejo!

ARACELI

(A Daniel). ¿Viejo?... ¡Bueno! ¿Y qué? Mejor. A mí me gustan los viejos... ¡éste sobre todos!

MANOLO

Ya sé por qué.

ARACELI

¿Sí?

MANOLO

Porque usted es una mujer previsora que sabe aceptar la fealdad del ser amado, antes de que éste se vuelva irremediablemente feo...

ARACELI

No te apures, Daniel, no te apures, que eso no va con nosotros.

DANIEL

¿Apurarme yo?... ¿Para qué, cuando éste y todos, tarde ó temprano, han de hallarse convertidos en unos adefesios? El tiempo, que es el gran amigo de los feos, me vengará... Tú has de verlo, tú, que eres joven. Todos estos buenos mozos que á los treinta años saldrían desnudos á la calle, á los cincuenta puede ser que no se atrevan á salir ni vestidos.

MANOLO

Pero mientras se dobla ó no se dobla el cabo cincuenta... ¡vamos viviendo!

ARACELI

Tiene usted razón.

MANOLO

Y bebiendo. (Llena su copa.) Hay que ponerle espuelas al buen humor.

ARACELI

¿Va usted al baile?

MANOLO

¿No se me conoce?

ARACELI

Yo también voy. Es decir, vamos. (Por Daniel.) Nunca he tenido tantas ganas de divertirme como esta noche.

MANOLO

¡Y yo!

DANIEL

Eso necesita la niña, que le alboroten la cabeza.

ARACELI

Estoy... que me río de todo, como si la alegría me hiciese cosquillas.

MANOLO

El baile va á estar soberbio.

ARACELI

Desde ayer no quedan billetes.

MANOLO

Ni uno. ¡Los cojos van á bailar esta noche! Creo que los carteles anuncian un concurso de mantones de Manila...

ARACELI

¡Ah!... ¡Pero qué cabeza la mía! Ya no me acordaba de que en el recibimiento están esperándome.

MANOLO

¡Es verdad! Con unos mantones...

ARACELI

Justamente. Vamos á verlos. (Asomándose á la puerta del foro.) ¡Leocadia! Pase usted.

DANIEL

(A Manolo). La tormenta se acerca; la siento llegar.

ESCENA IV

DICHOS y LEOCADIA, que trae dos disfraces y un mantón de Manila

ARACELI

(Afectuosa). ¿No se llama usted Leocadia?

LEOCADIA

Leocadia Alvarez, para servir á ustedes.

DANIEL, MANOLO

Buenas noches.

LEOCADIA

Salud para todos, señores.

ARACELI

¿Qué me trae usted?

LEOCADIA

Lo mejorcito de la tienda viene aquí.

ARACELI

¡Muy bien!

LEOCADIA

La señorita tendrá donde escoger.

ARACELI

Veamos, veamos... ¿Me trae usted el mantón?

LEOCADIA

Sí, señorita.

ARACELI

¿El que yo vi esta tarde?

LEOCADIA

Sí, señorita.

ARACELI

Como me dijo usted que lo tenía comprometido... ¡Porque si no es el mismo, no lo quiero!

LEOCADIA

¡Que sí, señorita, ¡caramba!, y ustés dispensen; que es el mismo!... ¿Pero iba yo á engañarla á usted? Ya veo que usted no me conoce, porque otra cosa no tendrá la Leocadia... pero formalidad... Lo que yo diga, diga usted que va á misa.

ARACELI

Bueno, mujer...

LEOCADIA

Vamos despacio y por partes. (A Daniel y á Manolo.) Ustés disimulen si, sin querer, les vuelvo la espalda.

DANIEL, MANOLO

¡Dispensada, desde luego!

LEOCADIA

Gracias. (A Araceli.) Aquí tiene usted un capuchón precioso.

ARACELI

¡Yo no quiero capuchones!

LEOCADIA

Es para que usted se haga cargo. Señoras conozco que, como la señorita, no quieren capuchones; y, en cambio otras, ¡pero que no se pondrían más disfraz que ese! Como dijo el otro, de gustos no hay nada escrito, y así hay quien se casa á los veinte años, ¿sabe usted?..., y quien á los ochenta entoavía está soltero. Y es por eso...

ARACELI

Sí, como hay quien enviuda, y después de alegrarse mucho, pero mucho, de haber enviudado... se vuelve á casar.

LEOCADIA

¡Y que lo diga usted! Pues aquí tiene usted este traje, que es una monada.

ARACELI

Sí... no es feo.

LEOCADIA

¿Cómo feo, señorita? Usted no ha reparao bien. ¡Si es el mejor traje de coupletista que se ha visto en Madrid! ¿Usted no ha oído hablar de Juana la Perdía, la que bailaba en el Salón Azul el año pasao?... ¡Pues ella lo estrenó! Y este traje ha salío en los periódicos. Por el alquiler la pondría cien pesetas, lo mismo que por el mantón.

ARACELI

No, no lo quiero... Es bonito, pero, no... no...

LEOCADIA

A la señorita se le ha metío en la cabeza lo del mantón y ha de salirse con su gusto. Bueno, aquí lo tiene usted... Yo, si he de ser franca, siento que no se quede usted con el traje, porque los mantones... aquí los señores lo saben... padecen mucho en los bailes; porque si un estrujón... porque si una copa de champagne... ¡Eso no hay quien lo evite! (Desdobla el mantón.)

ARACELI

¡Qué bonito!

LEOCADIA

Hágase usted cuenta de que lo estrena. Ni una manchita lleva.

ARACELI

(A Daniel y á Manolo). ¿Les gusta á ustedes?

MANOLO

Muchísimo.

ARACELI

Ya lo sabía yo.

MANOLO

Usted siempre está guapa, pero dentro de ese jardín hecho de seda y de sol, va usted á estar guapísima.

LEOCADIA

Ya, ya se ve que aquí el caballero tiene el gusto fino.

ARACELI

Y todo esto, amigo Manolo, lo hago por Daniel, para que se luzca... ¿Verdad?... (A Daniel.)

DANIEL

Lo que no comprendo es que alquiles un mantón, teniendo ahí tres ó cuatro de primer orden: tienes uno azul, otro rojo, otro blanco y verde... ¡qué sé yo!...

ARACELI

Pero si lo hago por ti, bobón... si lo hago por ti, para parecerte «otra...» (Mimosa y risueña.)

DANIEL

¿Por mí?... Yo no he de ir al baile.

ARACELI

¡Vaya si vienes!

DANIEL

¡Quiá!

MANOLO

Sí va, sí.

ARACELI

En cuanto me veas.

DANIEL

Lo que es eso...

LEOCADIA

La señorita tiene mucha razón. ¡Ja, ja, ja!... Ya lo creo; en cuanto usted la vea con el mantoncito bien apretao alrededor de la cintura, se vuelve usted loco.

DANIEL

¡Está usted fresca!

ARACELI

(Un poco irritada). ¿Pero hablas en serio?

DANIEL

Y tan en serio.

ARACELI

¿No vas á venir?... ¿No vas á venir rogándotelo yo?

DANIEL

No, hijita, no. Yo esta noche no voy al baile; ve tú, si quieres.

MANOLO

Pero, oye, Daniel...

ARACELI

No, Manolo, hágame usted el favor de no decirle nada, ni una palabra; quiero que el desaire me lo haga á mí.

DANIEL

(A Manolo). ¿No te lo dije?

ARACELI

Nunca hubiera creído que me pusieses en ridículo así, nunca. Y menos delante de extraños.

LEOCADIA

El señor me perdonará; el señor dirá que esto es meterme donde no me llaman... pero, ¡mire usted que la pobre señorita va á llevarse un disgusto muy grande!

DANIEL

En efecto, usted lo ha dicho: eso es meterse donde nadie la llama.

MANOLO

(A Araceli). Tenga usted paciencia.

LEOCADIA

¡Válgame Dios! Le ponen á una la cara colorá y... Pues crea usted que si he dicho algo no es por el interés de cobrar las cien pesetas cochinas que vale el alquiler del mantón...

DANIEL

(Severamente). ¡Chist!... ¡A callar! Aquí no tolero palabras malsonantes.

LEOCADIA

Bien, caballero; ¡pero qué humos!

MANOLO

Basta, basta...

LEOCADIA

Ya estoy callá del todo... ¡Bueno!... ¡Pero qué humos!... ¡Ni una chimenea!

ARACELI

(Arrebatadamente). ¡Vaya, se acabó la cuestión! Llévese usted sus trajes.

LEOCADIA

Pero, señorita...

ARACELI

¡Que se lleve usted sus trajes, he dicho!...

LEOCADIA

Pero, señorita... ¿qué repente la ha dao?

ARACELI

¡Se acabó, se acabó!... ¡No quiero hablar más!... Llévese usted el mantón, porque no respondo de hacerlo pedazos.

LEOCADIA

(A Manolo). Pero, diga usted, caballero... y usted dispense, que no sé su gracia: ¿no es una lástima, diga usted, que aquí la señorita Araceli se lleve un disgusto por una tontería?

MANOLO

Eso creo yo.

DANIEL

¡Y yo, el primero! ¿Pero, por qué vais á hacerme responsable de este incidente?

ARACELI

La responsable seré yo...

DANIEL

Ni tú, ni yo, ni Manuel, ni nadie. ¿Tú quieres ir al baile? Pues vete enhorabuena, ¿quién te lo impide?... ¡Ve y diviértete mucho... y vuelve á la hora que te plazca! Creo que no puedo ser más liberal... Pero de que yo te deje ir á que tú me «obligues» á acompañarte, ¡hay mucha diferencia!... ¿No te parece?

MANOLO

Sí, y no se enfade usted, Araceli; yo creo, imparcialmente, que Daniel tiene razón.

DANIEL

¡Y tanta! Cada cual distrae su fastidio como puede: yo lo distraigo leyendo, tú bailando... ¡Muy bien! Aquí no se ventila ninguna cuestión de amor propio, ni se trata de que nadie imponga á nadie su voluntad... Sí de que todos pasemos la noche lo más agradablemente posible. (Pausa.)

LEOCADIA

En llegando á ese punto, yo no digo ni pío; los señores verán. Señorita, hable usted...

MANOLO

Vaya usted, si quiere...

DANIEL

Ve, tonta, ve... ¿pero por qué dudas?

ARACELI

(Irritadísima). ¡Venga el mantón! Ea, se acabaron las contemplaciones. ¡Venga!... He prometido ir, y no quiero quedar en ridículo. ¿Usted necesitará su dinero, verdad?... Sí, tome usted...

LEOCADIA

No hay prisa.

ARACELI

Sí, tome, mejor es... á cada cual lo suyo... (Registrando su portamonedas.) ¡Qué demonio! No tengo bastante...

LEOCADIA

¡Pero déjelo usted, señorita!

ARACELI

¡Que no! Tome usted; mañana le daré el resto.

LEOCADIA

¡Nada, no quiero nada!

ARACELI

Sí, sí.

LEOCADIA

¡Que de ninguna manera!

DANIEL

Yo daré lo que falte.

LEOCADIA

¡Vaya, que no! ¡Ni que se fueran ustés á morir! Hasta mañana, hasta mañana si Dios quiere. (Recoge los otros disfraces precipitadamente.)

ARACELI

Venga usted por la tarde.

LEOCADIA

Repito que no hay prisa. Ea... ¡y que pasen ustés tóos muy buena noche!

MANOLO

Adiós, mujer.

ESCENA V

ARACELI, DANIEL, MANOLO

ARACELI

¿Ya estarás contento, verdad? Me has puesto en ridículo... ¡Ya estarás contento!

DANIEL

Araceli, te ruego que no riñamos; es de mal gusto.

ARACELI

Egoísta...

DANIEL

No, hija querida, no soy egoísta.

ARACELI

Sí lo eres; Manolo puede decirlo; no hay hombre que se quiera tanto á sí mismo como tú.

MANOLO

Yo, si ustedes me lo permiten, voy á marcharme.

ARACELI

No... yo le ruego que se quede aquí.

MANOLO

Si usted lo quiere...

(Durante este diálogo, Manolo leerá periódicos, hojeará libros, etc.)

ARACELI

Sí, quédese usted... Con usted, amigo íntimo de Daniel, no hay para qué tener secretos. (Pausa.) No crea usted que mi enfado y mi dolor provienen de lo que acaba de suceder. ¡No!... Ir al baile ó no ir... ¿á mí qué me importa?... Pero este hecho, insignificante en sí, es como la gotita que hace derramar el vaso. Sufrimos una pena grande, y otra pena mayor, y otra y otra... y sonreímos. Hasta que llega una contrariedad pequeñísima, una contrariedad cualquiera... ¿qué diría yo?... ¡Unos zapatos que acabamos de comprar y que nos lastiman un poco!... Y, de súbito, acordándonos de que nada nos sale bien, la garganta se nos llena de sollozos y rompemos á llorar á gritos. Y así es todo: eche usted sobre un edificio una piedra más de las que puede soportar, y el edificio se hunde; dele usted al corazón una gota de sangre más de la que pueda contener, y el corazón se rompe.

DANIEL

¿Tantos disgustos te dí que ya no puedes resistir ni uno más?

ARACELI

Tantos, tantos me diste, Daniel... que mi alma, toda mi pobre alma es una llaga.

DANIEL

No recuerdo ninguno.

ARACELI

¡Si lo sé! Pues ese, ese es, cabalmente, mi mayor dolor: que me lastimas sin advertirlo, por distracción... como sólo pueden hacerlo los que no quieren.

DANIEL

¡Ahora salimos con que no te quiero!

ARACELI

No, Daniel, no; aquello se fué...

DANIEL

Eres injusta conmigo.

ARACELI

¡Injusta!

DANIEL

Me acusas sin razón. Yo te quiero con amor firmísimo, lleno de lealtad. Pero recuerda, Araceli, que si yo tengo veinte años más que tú, el cariño que me lleva á ti y el cariño que te acerca á mí, no pueden ser iguales.

ARACELI

¡Estás cansado de amar!

DANIEL

De amar no estoy cansado, pues que tu amor basta á hacerme dichoso; de lo que sí estoy fatigado es de las impaciencias de la pasión, de las grandes «chiquilladas» de la pasión, de todo cuanto hay en ella de intemperante y ostentoso.

ARACELI

Eso tiene un nombre: se llama desilusión.

DANIEL

Desilusión, sí; pero desilusión de lo pequeño, de lo accidental, de lo que en modo alguno daña á la esencia del amor. Tú tienes ahora veinticinco años; yo ¡ay! también los tuve, los cumplí hace tiempo... y entonces, que mi sangre ardía, la posesión de una mujer no me bastaba: necesitaba que mis amigos la conociesen, la llevaba á los bailes, la obligaba á beber, la arrastraba de orgía en orgía como á una presa; no concebía el amor sin exhibición, sin escándalo... Pero, mira... la vida fué pasando... y cuando los cabellos empezaron á blanquear, el alma tuvo frío.

ARACELI

Y ahora tienes frío.

DANIEL

Sí, mucho...

ARACELI

De muy distinto modo me hablabas cuando nos conocimos.

DANIEL

¡Y es natural! Diez años pasaron desde entonces; diez años, en los cuales, sobre mi corazón ha nevado mucho. La vida está dispuesta de modo que la primavera de un alma coincida generalmente con el otoño de otra alma. ¡Siempre fué así!... En las comedias del teatro humano, el Tiempo representó siempre el papel de protagonista.

ARACELI

¡Y para esto me arrancaste de mi casa!... ¡Para engañarme así! (Llorosa.)

DANIEL

¿Engañarte yo, Araceli?

ARACELI

Sí. Entonces mis padres acababan de casarme con un hombre viejo, feo, entregado en cuerpo y alma á sus negocios, á cuyo lado mis quince años, llenos de impaciencias, se ahogaban. Y tú me dijiste: «Ven, sígueme, huyamos... yo soy la alegría...»

DANIEL

¡Y lo era! (Con amargura.)

ARACELI

«Yo soy la locura... déjalo todo, renuncia á todo; viajaremos, conoceremos todos los placeres, nos asomaremos á todos los paisajes; mis labios, que tienen sed de amor, colgarán una túnica de besos sobre tus hombros; yo he aprendido una risa y una canción que nadie sabe...» ¡Eso me decías, Daniel, acuérdate, eso me decías!... ¡Y me volví loca!... Y ahora resulta que mentías...

DANIEL

¡No mentía!

ARACELI

O, cuando menos, te engañabas. Tú también eres frío, tú también eres indiferente y egoísta y cansino, ¡como el otro!... (Con brusca explosión de cólera.) ¡Pues no y no y no!... ¡Aquello, nunca!... Yo te juro que aquel muerto vivir de mi primera juventud, no volverá á repetirse. ¡Te lo juro!... Para eso, para ser dichosa, fue para lo que me puse fuera de la ley. La vida se va... la siento ir... ¡se va!... Es como una vena rota... y no quiero perderla sin haberla vivido...

DANIEL

Habla más bajo, Araceli.

ARACELI

Estoy en mi casa.

DANIEL

Pero no es necesario que los criados se enteren de lo que hablamos aquí.

ARACELI

No me importa.

DANIEL

Yo creía que debía importarte.

ARACELI

Y yo creo que estoy en mi casa, repito, y que tengo derecho á hacer en ella mi gusto...

DANIEL

Indudablemente.

ARACELI

A no ser que me eches de aquí.

DANIEL

Jamás; quien probablemente se irá de aquí, seré yo.

MANOLO

Araceli, Daniel... ¿qué va á ser esto?

ARACELI

Usted lo ha oído todo.

MANOLO

¿Pero se han vuelto ustedes locos?

DANIEL

¡Al contrario! Todos estamos muy cuerdos, porque cada cual defiende lo suyo, lo que más quiere. Por eso, para no molestar nos mutuamente, repito que me iré.

ARACELI

Nadie te ha despedido.

DANIEL

Indirectamente, sí.

ARACELI

Eso, no; yo no te despedí. (Orgullosa.) Ahora, claro es, tú eres libre y, como tal, dueño de hacer lo que más te agrade.

DANIEL

Por eso me iré; ya no te convengo porque no te divierto, y debo marcharme. Mi delicadeza lo entiende así.

ARACELI

¡Si estaba viendo llegar este rompimiento! ¡Si me lo anunciaba el corazón!... (Llora.)

MANOLO

(Colérico). Haces muy mal en decir lo que dices.

DANIEL

¿Que he dicho?

MANOLO

Araceli no merece que la trates de ese modo.

DANIEL

Mira, chiquito... (Nervioso.)

MANOLO

¡Nada, lo sostengo! ¡No lo merece!

ARACELI

Déjele usted, Manolo; ¡es inútil!

MANOLO

Tú no puedes tratar así á Araceli; tú tienes la obligación de hacerla dichosa.

DANIEL

¿La obligación?

MANOLO

La obligación, sí. Tú, que la arrancaste de su hogar, del hogar donde vivía mal ó bien, pero decorosamente, la debes toda clase de respetos...

DANIEL

Creo que te ha hecho daño el coñac que hemos bebido.

MANOLO

¡Daniel!

DANIEL

Me parece que sí.

MANOLO

Piensa lo que gustes. Pero, repito, que á Araceli no la consideras lo que merece... y que delante de mí...

DANIEL

Acaba.

ARACELI

Manolo... no... no se disguste usted...

MANOLO

Que delante de mí no permito que la insultes.

DANIEL

(Fríamente). Está bien.

ARACELI

Bueno, basta... (Conciliadora.) La cuestión terminó ya.

MANOLO

Hay sinrazones que hacen hervir la sangre...

ARACELI

Yo le suplico á usted...

MANOLO

No tiene usted nada que suplicarme.

ARACELI

(Cogiendo el mantón). Yo vuelvo en seguida. Voy á vestirme.

MANOLO

¿Va usted al baile por fin?

ARACELI

Sí. Creo que es lo mejor.

ESCENA VI

DANIEL, MANOLO

DANIEL

¿Qué ha sido eso?

MANOLO

¿El qué? ¿Lo que te he dicho?

DANIEL

Sí.

MANOLO

No sé... los nervios, los nervios, que no siempre vibran del mismo modo... Perdona... O será el coñac, como tú dices. (Nervioso.)

DANIEL

No, no es eso.

MANOLO

¿No?

DANIEL

No; no es cuestión de nervios, ni cuestión de bebida...

MANOLO

¡De lo que sea!

DANIEL

No es fácil que yo me equivoque. (Pausa.) La causa de tu apasionamiento la sospecho... la conozco. (Pausa.) Tú estás enamorado de Araceli. (Pausa larga.) ¿No es cierto?

MANOLO

No es.

DANIEL

Sí es.

MANOLO

Te aseguro que no.

DANIEL

Ahora es cuando empiezas á parecerme desairado. Me gustó tu arrebato de hace un momento porque había en él sinceridad juvenil. La juventud sólo sabe pelear así, cara á cara... Pero has reflexionado, y la reflexión envejece á los hombres.

MANOLO

¿Y aunque estuviese enamorado de Araceli, ¡qué importa!... si ella no lo sabe?

DANIEL

Luego la quieres... Sé franco; la franqueza es siempre, siempre, una valentía. Luego la quieres...

MANOLO

No sé si la quiero.

DANIEL

Pero te gusta.

MANOLO

¡Mucho!

DANIEL

Si eso me lo dijeses teniendo yo los años que tú tienes, esta conversación acabaría á cuchilladas. Pero, no... ya, no... Pasó la edad de los celos homicidas, la edad terrible... Si Araceli se va, si Araceli quiere á su placer, es decir... si se quiere á sí misma más que á mí, ¿para qué retenerla?

MANOLO

(Irónico). Haces bien.

DANIEL

Y tú eres quien me la quita. (Colérico.)

MANOLO

¿Yo?

DANIEL

Sí, sí... ¡Oh!

MANOLO

¡Ojalá! Ya ves si soy sincero; ¡ojalá!... Pero no es así; en todo caso será ella quien te deja.

DANIEL

Es que ella no hubiese hablado así, si tú no hubieras estado presente.

MANOLO

Piensa lo que gustes.

DANIEL

(Con repentina cólera). Manuel... ¡eres un miserable!

MANOLO

¿Qué dices?

DANIEL

Que eres un miserable.

MANOLO

Es que si te crees con derecho á insultarme...

DANIEL

Lo tengo.

MANOLO

Yo me reservo el derecho de partirte la cara.

DANIEL

Y yo... ¡Mira!... Manuel... ¡No me saques fuera de mí!... (Avanzando amenazador.)

ESCENA VII

DICHOS y ARACELI

ARAGELI

(Que aparece disfrazada con el mantón de Manila y con un antifaz en la mano). Ya estoy lista. ¿Qué tal?

DANIEL

(Dominándose). Muy bien.

MANOLO

Está usted guapísima.

ARACELI

(A Daniel y sonriendo). ¿El mantón, verdad?

DANIEL

Todo influye.

MANOLO

Pero, tenía usted razón; el mantón, efectivamente, es magnífico.

ARACELI

Precioso; ¿qué hora será?

MANOLO

Poco más de las once.

ARACELI

Entonces, llego á tiempo. Desde aquí voy á casa de Filomena, que está aguardándome, y desde allí, al Real.

MANOLO

Allí nos veremos. Si me concede usted el vals...

ARACELI

Con mucho gusto. (A Daniel, que habrá vuelto á sentarse junto á la chimenea.) ¿Vienes?

DANIEL

(Con dulzura y melancolía). No, hija mía.

ARACELI

Decídete y te espero. Anda, ¿quieres?...

DANIEL

No, no... ¿para qué?

ARACELI

En un momento te vistes.

DANIEL

Los bailes ya no me divierten. Perdona...

ARACELI

Como gustes...

DANIEL

Sí, déjame; prefiero leer. (Dentro suena una estudiantina que pasa tocando un alegre paso doble. La música se acerca y luego se aleja gradualmente.)

ARACELI

(Con alegría infantil). ¡Una estudiantina, una estudiantina!... (Ella y Manolo corren hacia la ventana y miran.)

MANOLO

¡La juventud pasa!

ARACELI

¡Y pasa llamándonos, invitándonos á seguirla!... ¡Qué hermosa la juventud, que lleva consigo la alegría!... (Pausa. Los tres escuchan.)

MANOLO

(A Araceli). ¡La alegría! ¿Verdad que arrastra?

ARACELI

Sí. ¡Qué hermosa es! Mire usted, estoy llorando... La alegría es eso: es llorar y es reir, sin saber por qué... ¡Vámonos, vámonos!...

MANOLO

Ya, apenas se oye...

ARACELI

Vámonos. (A Manolo.) ¿Quiere usted acompañarme hasta que encuentre un coche?

MANOLO

Estoy á sus órdenes.

ARACELI

(A Daniel). Entonces, hasta luego.

DANIEL

O hasta nunca... (Tranquilo.)

ARACELI

¿Hasta nunca?

DANIEL

Sí. Porque aunque yo esté aquí cuando tú vuelvas, las almas sólo se despiden una vez, y yo he sentido que en este momento, nuestras almas, Araceli, acaban de decirse «adiós». (Pausa.)

ARACELI

(A Manolo). ¿Me da usted su brazo?

MANOLO

(Desde la puerta, á Daniel.) Buenas noches.

(Araceli mira á Daniel con intención cruel y hace mutis riendo á carcajadas.)

ESCENA VIII

DANIEL, luego MARIANO

DANIEL

(Sentado ante la chimenea). ¡Se fué!... Cuando á mí me querían, yo no quise á nadie; ahora, que quiero... ya es tarde para hacerme querer. (Se cubre el rostro con las manos y llora.)

MARIANO

(Por la izquierda). Señor... (Al verle llorando queda suspenso.)

TERMINA EL ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

Otro gabinete elegante. Al foro y á la derecha, puertas. La chimenea y la ventana, con objeto de dar variedad á la escena, aparecen á la izquierda.

Es de noche.

Al levantarse el telón, Teresa acaba de arreglar la chimenea y se dirige hacia el foro para recibir á Daniel, que está medio ciego y camina con pasos inseguros. Daniel se sienta junto á la chimenea, y sentado permanece durante todo el acto.

ESCENA PRIMERA

TERESA, DANIEL

TERESA

Ya sabía yo, don Daniel que era usted quien llegaba.

DANIEL

¿Por la voz me conociste, Teresita? (Risueño.)

TERESA

Sí, señor marqués, fué por la voz y por el modo de andar. Venga usted por aquí... (Le lleva hacia la chimenea.)

DANIEL

¡Ah, sí!... Ya... ¿Porque arrastro los pies?

TERESA

Los arrastra usted un poquito, muy poco...

DANIEL

¿Tú no sabes por qué, Teresa?

TERESA

No, señor marqués.

DANIEL

Porque la tierra nos quiere mucho á los viejos, y se agarra á nuestros pobres pies cansados... y tira de nosotros... ¡Necesario será irse pronto con ella!

TERESA

¿Quién piensa en morir? Ea, siéntese usted... Esta noche no dirá usted que la chimenea está fría.

DANIEL

No, por cierto, que su calor parece quemarme las mejillas. ¡Brrr!... ¡Qué frío hace!... De poco aprovechan los guantes con este tiempo; ¡heladitas traigo las manos! (Pausa.) ¿Y la señorita?

TERESA

En su cuarto.

DANIEL

¿Pero, está bien?

TERESA

Sí, señor.

DANIEL

Eso es lo principal. ¡Vaya!... ¿Y el señorito Paco?

TERESA

En las habitaciones de la señorita. (Confidencial.) Creo que están riñendo.

DANIEL

¿Sí? ¡Lo siento mucho!

TERESA

No vaya usted á decir nada, don Daniel... que ustedes, los cortos de vista, lo dicen todo, sin duda porque no ven el efecto que causa lo que dicen...

DANIEL

No, mujer. ¿Y por qué riñen?

TERESA

Porque el señorito Paco quiere llevar á la señorita al baile, y ella no quiere ir.

DANIEL

Hace bien la señorita. Los bailes son estúpidos; en ellos se pierde el tiempo, el dinero, la salud... ¡todo lo que más vale! ¿Y qué se saca de los bailes?... Nada... ó casi nada. ¿Verdad, Teresa?

TERESA

Verdad, don Daniel.

DANIEL

Tú, que también habrás perdido en los bailes de máscaras muchas noches, ¿no piensas como yo?

TERESA

Lo mismo, señor marqués.

DANIEL

¡Naturalmente!... Lo que parece imposible es que hayamos necesitado llegar á viejos para saberlo.

TERESA

¿Quiere usted que llame á la señorita?

DANIEL

No, déjala. Supongo que la cena no se habrá retrasado por mí...

TERESA

No, señor. Ya sabe usted que aquí nunca hay hora fija para cenar. Además, hoy tenemos invitados.

DANIEL

¿Y han venido?

TERESA

¿No les oye usted?... En el comedor están.

DANIEL

¿Quiénes son? ¿Les conozco yo?

TERESA

¡Pues digo!... Don Nicolás, don Ángel, la señorita Raquel, la señorita Luisa... y otra joven que no conozco. La han tomado con el champagne...

DANIEL

Les apruebo el gusto.

TERESA

Llegaron hace poco más de una hora y ya llevan descorchadas seis ó siete botellas. Lo que esos cenen después, que me lo claven en la frente. ¿Quiere usted que les llame?.

DANIEL

¡No, no!...

TERESA

No sé si ha reparado usted, don Daniel, en que le dije que hay en el comedor dos hombres y tres mujeres.

DANIEL

Sí.

TERESA

Pues entonces...

DANIEL

¿Y qué quieres decir con eso?

TERESA

¿No cae usted?

DANIEL

No caigo.

TERESA

¡Que sobra una mujer!

DANIEL

Pues sobra, hija mía, porque yo... ¡á la vista está!... yo, ¡como si no estuviese aquí! Oye, Teresa...

TERESA

Diga usted.

DANIEL

¿Está bien cerrada esa ventana?

TERESA

Sí, señor, está bien cerrada. Además, con los burletes no entra ni pizca de aire; traiga usted la mano, verá usted...

DANIEL

Basta que tú lo digas. Es raro... ¡tengo un frío esta noche! (Pausa.) Aunque yo creo que eso del frío, más que del tiempo, depende de la edad, ¿no te parece?

TERESA

Iba yo á decirlo.

DANIEL

¡Es claro!... Cuando somos jóvenes, ya puede nevar aprisa en la calle, que llevamos el verano dentro. En cambio, cuando llegamos á viejos y el fastidio nieva y nieva... y nieva... dentro del alma, ¿para qué sirve el sol?

TERESA

Ahí tiene usted á la señorita. Hasta después. (A Araceli y á Paco.) Con permiso...

ESCENA II

ARACELI, PACO, DANIEL

PACO

(Campechanamente). Adiós, marqués.

DANIEL

¡Hola, muchacho!... ¿Y tú, Araceli?

ARACELI

¿Y tú?

DANIEL

Muy bien. Acabo de llegar.

PACO

Creíamos que no vendrías.

ARACELI

Y lo sentíamos.

DANIEL

Ya sabéis que yo nunca falto á cenar los lunes, y menos los lunes festivos. Teresa me ha dicho que tenéis invitados...

PACO

Sí. Ángel y Nicolás han venido con tres amigas suyas; pensábamos comer aquí y luego marcharnos al Real... pero ahora resulta que la señorita Araceli no quiere ir al baile.

DANIEL

Ya...

PACO

¿Qué te parece?

DANIEL

¡Toma!... ¡Qué sé yo!

PACO

Pues yo sí que lo sé: es una estupidez.

ARACELI

No es una estupidez, Paco; es, sencillamente, que no tengo ganas de bailar. ¡Oye, Daniel, fíjate!...

PACO

¿Pero qué vas á explicarle á él?

ARACELI

¿Y por qué no?... Mira, Daniel, óyeme tú, porque estos señoritos que todavía no han salido de la infancia, no nos entienden.

PACO

Como que tenéis veinte ó treinta ó cuarenta años más que nosotros... ¡Es claro!

ARACELI

(Con amargura). Sí... soy vieja para ti.

PACO

¡Lo eres!... Yo te quiero, me gustas... ¡Naturalmente! ¿No te parece, Daniel?... Araceli me gusta, porque si no me gustase no estaría yo aquí... pero comprendo que no pensamos del mismo modo; cada cual interpreta la vida á su manera... ¡y eso me aburre! Yo no sé si es cuestión de temperamento ó cuestión de edad... Ahora, por ejemplo, yo quiero ir al baile; esos amigos han venido á buscarme; podemos pasar una buena noche... Y la digo: «Anda, Araceli, ponte un mantón y vámonos...» ¿Hay nada más natural?

DANIEL

Efectivamente...

PACO

¿Me faltarán mujeres que llevar al baile? Y, sin embargo, la prefiero á ella. ¡Si debías estar orgullosa!

ARACELI

Y lo estoy, y te lo agradezco...

PACO

Lo demuestras muy mal.

ARACELI

Pero, Paco... los hombres, con poneros el frac, ya estáis arreglados. Nosotras, no. Para ir al baile, yo necesito vestirme de cabeza á pies, ponerme el corsé nuevo, que me lastima mucho las caderas, peinarme bien... Y para hacer todo esto es indispensable tener buen humor, ganas de lucir, de divertirse... y yo esta noche no me siento bien... me duele la cabeza... (A Daniel.) Creo que tengo calentura...

PACO

¡Eso faltaba!

DANIEL

(Pulsando á Araceli). No, las manos un poco ardientes... pero, no... no hay fiebre...

PACO

¡Estamos divertidos!

ARACELI

¿Qué quieres, hijo mío?

PACO

¿Eh, Daniel?... ¡Estoy divertido! Supongo que cuando conociste á Araceli, ésta no sería así.

DANIEL

No era así, no.

PACO

Sería, probablemente, todo lo contrario.

ARACELI

Todo lo contrario... ¡Desgraciadamente!

PACO

(Irónico). ¡Ah, vamos!... Le querrías más que á mí...

ARACELI

¡No, hombre!

PACO

Sí, mujer, le querrías mucho más que á mí, y por eso eras con él mucho más complaciente que lo eres conmigo... ¡Delicioso!... ¿Pues sabes lo que digo?

ARACELI

¿Qué dices, Paco? (Resignada.)

PACO

Que esta casa es mía, y que tú eres mía... y que yo pago todo esto para mí, para divertirme, para usarlo cuando me parezca.

ARACELI

Eres grosero.

PACO

¡Déjame en paz!

ARACELI

Hay momentos en que te desconozco. Si tantas ganas tienes de ir al baile, vete; yo no me enfado.

PACO

¡Pero si quiero ir contigo, imbécil! ¿Es que no lo entiendes? ¡Quiero ir contigo... y emborracharme!... (Con énfasis cómico.) Porque si á ti te gustan los amores tranquilos y las copitas de coñac bebidas pacíficamente en tu casita, delante de una chimenea, á mí me gusta bailar y dormir en la delegación y beber el champagne en cubo... ¿te has enterado?...

ARACELI

Ya lo sé, hombre, ya lo sé...

PACO

(A Daniel). ¿No te parece?

DANIEL

Psch... sí...

PACO

Vamos, ya... tú crees que ella tiene razón.

DANIEL

No... tampoco. Araceli, á mi juicio, tiene razón, pero tú también defiendes un deseo justo... (Riendo con amargura.) ¡Qué vida... qué incomprensible vida esta, en la que todos, así el golpeado, como el que golpea, tienen razón!

PACO

Es muy cómodo decir: «Hoy no tengo ganas de salir», y quedarse en casa. O bien: «Hoy el cuerpo me pide retozo; llévame al campo...» Y el hombre, entretanto, convertido en figura decorativa, hecho un mamarracho, á disposición de la señora... ¡Eso, que se te quite de la cabeza! Tú vienes al baile porque yo deseo que vengas, ni más ni menos... porque tienes la obligación de divertirme, porque para eso vivimos juntos.

ARACELI

Bueno, Paco, iré... (A Daniel.) ¿Tú ves qué suplicio?

PACO

Pues, deprisita, deprisita... ¡que se hace tarde! (Dentro y por la derecha resuenan grandes carcajadas.)

VARIAS VOCES

(Dentro). ¡Viva! ¡Viva!

PACO

(Riendo). ¡Oye... cómo están ya esos!

ARACELI

Pero me dejarás ir como yo quiera...

PACO

¿Cómo?

ARACELI

Con capuchón.

PACO

¿Tú eres tonta!... ¿Pero cómo quieres que te lleve de capuchón, hecha una cursi?

ARACELI

¡Si es que no puedo apretarme el corsé!

PACO

Pues, ó te vistes bien, ó no vienes.

DANIEL

Déjala, hombre, que vaya á su gusto.

PACO

¡No quiero!... Yo, con mamarrachos, no voy al baile. La llevo para lucirla, eso es, no para que se rían de mí. Te pones el mantón azul, y te calzas bien, y te peinas bien... y la dices á Teresa que te traiga flores... ¡Ya lo sabes...!

ESCENA III

DICHOS y DON NICOLÁS

DON NICOLÁS

(Desde dentro). ¡Paco!... ¡Paco!... (Aparece por la derecha con una copa y una botella de «champagne»). ¿Qué, no queréis una copa?... Pero, ¿cómo no vais allí?...

PACO

Ahora vamos.

DON NICOLÁS

Señor marqués... beso á usted las manos... (Da muestras de hallarse ligeramente embriagado.)

DANIEL

¡Hola, Nicolás!

DON NICOLÁS

(Dirigiéndose á Araceli y á Paco). Apostaría algo bueno á que estaban ustedes riñendo...

ARACELI

No estábamos riñendo, no; porque yo no riño con Paco; es él, quien quiere reñir conmigo.

DON NICOLÁS

Pero como usted no quiere... ¡Pues no hay riña! ¡Claro!... Ea, tomad, tomad una copa; esto no es champagne, ¿sabes?

PACO

¿No?

DON NICOLÁS

El tabernero se ha equivocado; esto no es champagne; esto es sangre de dioses. ¡Bebe!

PACO

Venga.

DON NICOLÁS

Somos unos descorteses, Paco... lo somos porque hemos bebido antes que Araceli. ¡Qué demonio!... Y es que tú, maldito, estás borracho.

PACO

¿Yo?... ¡Sí!

DON NICOLÁS

Estás borracho. Y Daniel, donde le ves, también está borracho... (Riendo.) Y no se levanta de ahí por no caerse... (Riendo más.) Bueno... ahora usted, Araceli... ahora bebe usted.

ARACELI

Gracias, Nicolás, yo no quiero beber.

DON NICOLÁS

¿No quiere usted beber?

ARACELI

Ahora, no; luego.

DON NICOLÁS

¿Y por qué luego?... Luego también... ahora y luego, siempre... ¡se debe beber siempre!... Y si está usted enamorada, con más motivo; los amores son como las fresas, con vino están mejor.

ARACELI

Gracias, gracias... no deseo.

DON NICOLÁS

¿No quiere usted? Conformes; no insisto; en estos casos, la insistencia es descortesía. Pero tú, Daniel, sí beberás... tú eres de los míos.

DANIEL

Sí, hombre.

DON NICOLÁS

Va. ¡Ole! En el champagne que este hombre ha bebido podríamos naufragar los tres.

PACO

(A Araceli). Niña... me voy con éste al comedor; que te vistas en seguida...

ARACELI

Ya sabes lo que te he dicho...

PACO

¡No, con capuchón, no! Te vistes como he dicho.

DON NICOLÁS

¿Qué... qué? ¿A ver qué es eso? ¡Que yo me enteré!

ARACELI

Nicolás, déme usted la razón.

DON NICOLÁS

(Ofreciéndola la botella). Tome usted...

ARACELI

¿No piensan ustedes ir al baile?

DON NICOLÁS

Sí.

ARACELI

¿No se trata de pasar una buena noche, sea como sea?

DON NICOLÁS

Exactamente.

ARACELI

¿Y no es cierto que á usted no le importa que la mujer que usted lleve vaya vestida de este ó aquel modo?

DON NICOLÁS

Crea usted que eso del vestido en noches como esta, me tiene completamente sin cuidado. ¡Mejor si va desnuda!

ARACELI

Pues Paco no es así.

DON NICOLÁS

Pero, hombre... ¡parece mentira!... ¿No me ves á mí?... ¡Deja que la mujer vaya á su gusto, hombre!... Si al fin ha de ser lo que ella quiera...

PACO

Me parece que no...

DON NICOLÁS

¡Mírele usted!... Si debe usted estar orgullosa de verle así, tan enamorado.

ARACELI

¿Enamorado?

DON NICOLÁS

Y dije poco: loco... loco está por usted...

ARACELI

Dice que soy una vieja...

DON NICOLÁS

Hombre, tanto como una anciana, no... pero tampoco diré que es usted una niña... ¿Verdad, Daniel, tú que la conociste joven?

DANIEL

Para mí siempre será una niña.

DON NICOLÁS

¡Ole! (A Paco.) Esa frase también merece una copa. Bebe... (A Paco.) Ahora, vámonos al comedor. (A Araceli y á Daniel.) ¿No queréis venir?

ARACELI

Luego iré yo.

DON NICOLÁS

Usted manda. Tú, ¡eh!... tú, Daniel... ¿Vienes?

DANIEL

Después...

DON NICOLÁS

(Riendo). ¡No puede levantarse!... Está... ¡cómo está! (Dando á entender que Daniel está borracho.) Vente tú, Paquito, vente conmigo...

PACO

(A Araceli). Ya sabes...

DON NICOLÁS

¡Déjala, hombre!... ¡Déjala!... (Confidencial.) Te advierto que la Raquel está divina... ¡hay que comérsela!... (Salen por la derecha.)

ESCENA IV

ARACELI y DANIEL

ARACELI

¿Le has oído, Daniel?

DANIEL

Le he oído.

ARACELI

¿Y qué piensas de él?

DANIEL

¡Psch!...

ARACELI

Claro... tú, ¿qué vas á decirme? Eres amigo suyo.

DANIEL

No, si callo no es por eso; es... ¡porque no sé qué decir! Creo que, en este caso, al hombre más experto le sucedería lo mismo.

ARACELI

¡Ah, Daniel, mi viejecito!... De todos los amores que pasaron por mi vida, el tuyo es el único que no ha dejado en mi carne ni en mi espíritu una sensación de brutalidad. Así, después de los años pasados, me pareces, más que un amante perdido, un hermano mayor, un segundo padre... algo muy mío que me quiere con cariño familiar... Cuando Paco, á quien yo le había hablado de nuestros amores, me dijo que habíais viajado juntos por el extranjero y que erais muy amigos, tuve una alegría inmensa. «Vendrá á verme», pensé. Y al saber más tarde que aún estabas soltero, hasta creí que te recobraba... «El me quiere—decía yo—, es el único hombre capaz de quererme, aunque ya no me encuentre bonita»...

DANIEL

¡Pobrecilla!

ARACELI

¿Tú sabes qué difícil y qué angustioso es para nosotras parecer bonitas, cuando ya vamos perdiendo la voluntad de serlo?

DANIEL

Yo lo sé todo, Araceli, por lo mismo que he pasado por todas las edades. Tú, en cuanto seas viejecita como yo, lo sabrás todo también. (Pausa.)

ARACELI

¡Qué mala, qué ingrata he sido para ti, Daniel!

DANIEL

Yo creo que no.

ARACELI

Sí, fuí muy mala, muy cruel contigo, y merezco que me guardes rencor. ¡Pobre Daniel!... ¿Te acuerdas? Hace muchos años, cerca de veinte años... otra noche de máscaras...

DANIEL

Sí...

ARACELI

¿Por qué te dejé aquella noche?... ¡Loca! ¡Estúpida!... ¡Aquel Manolo, que ya se ha muerto!... Y si yo le hubiese querido, aún habría para mi ingratitud alguna disculpa. ¡Pero si yo no le amaba!... Tú lo sabes, Daniel... ¡Si yo no le amaba!... Sí puedo decir que aquella noche te dejé por un baile y un mantón de Manila... Y cuando á la mañana siguiente volví á nuestra casa... ¿te acuerdas?... tú estabas allí... pero yo no te encontraba... no te encontraba porque tú ya no eras el mismo... (Llora.) ¡Lloras, Daniel! No, no, no... ¡eso no!... Yo no quiero hacerte llorar...

DANIEL

Déjame.

ARACELI

No quiero que llores...

DANIEL

Déjame... es que recuerdo... Los viejos no hacemos otra cosa; por eso lloramos tan á menudo; á mi edad, la conciencia es como una lágrima que llevamos dentro...

ARACELI

Pero, ¿es cierto que me guardas rencor por el daño que te hice?

DANIEL

Si tal hiciese, sería injusto contigo.

ARACELI

¡Oh, qué bueno eres!

DANIEL

No, no digas «¡qué bueno!...» Di, mejor, «¡qué viejo!...» La vejez suele parecernos bondadosa porque es pasiva... ¡fíjate en que, para reconocer mi bondad, has tenido que asomarte á la vejez.

ARACELI

¡Es verdad! Lo que fué torrente, hoy es agua mansa. ¿Por qué, cuando nos conocimos, no sería yo un poco más vieja ó tú un poquito más joven? Entonces, tal vez, hubiésemos sido dichosos el uno con el otro.

DANIEL

Tal vez...

ARACELI

Pero es muy difícil coincidir á esa cita que la Felicidad nos ha dado á todos; unos llegan demasiado pronto, otros demasiado tarde... Entonces, que yo me sentaba al banquete de la vida, tú, cansado ya de comer, empujabas con el pie la mesa de tu festín y cerrabas los ojos... Y los dos fuímos desgraciados: yo, porque deseaba mucho y tenía muy poco; tú, porque, teniéndolo todo, ya no querías nada... Pero tú, indudablemente, sufrías más que yo, porque tú no esperabas nada... mientras que yo deseaba, y un deseo siempre es una esperanza... y no hay bajo el sol nada más bonito que una esperanza... (Pausa.) ¡Ahora te comprendo! Nadie es bueno, nadie es malo... son las circunstancias las que, pasajeramente, nos hacen malos ó buenos... (Llora.)

DANIEL

No llores... Araceli... mi pobre Araceli... no llores... ¿para qué?... No se hable más de aquello, porque todos estamos pagados y en paz: lo que tú hiciste conmigo, lo hice yo con otra, y ahora Paco lo hace contigo. La vida es un veneno compuesto con mieles de amor, que va resbalando al través de los siglos de una boca á otra boca; y así, el hastío que tú bebiste en mis labios, se lo das á Paco ahora; y él, cuando sea viejo, besará otros labios jóvenes, y con el beso que les dé, les dará también el dolor... (Pausa larga.)

ARACELI

¡Qué frío!... ¿No te parece que hace mucho frío esta noche?

DANIEL

Sí, mucho frío... A Teresa se lo dije antes.

ARACELI

(Acercándose á la ventana). Pues, no... los burletes ajustan bien; por aquí no entra ni pizca de aire.

DANIEL

Habrá por ahí alguna puerta abierta.

ARACELI

(Asomándose á la del foro). No, todo está bien cerrado. (Se acerca á la chimenea como dispuesta á sentarse.)

DANIEL

No te sientes. Ve á ver qué ocurre en el comedor; me parece que ya va siendo hora de cenar.

ARACELI

En esta casa hoy no se cena.

DANIEL

¿Lo dices porque esos no dejan de beber?

ARACELI

¡Naturalmente! ¡Y no creas que Paco es el mejor!

DANIEL

¿Quieres un buen consejo?

ARACELI

¿Cuál?

DANIEL

Vístete en seguida.

ARACELI

Para el baile...

DANIEL

Sí.

ARACELI

¡Pero si no tengo ganas de salir!

DANIEL

No importa. Vístete y te ahorrarás un disgusto con Paco.

ARACELI

¿Y el disgusto de vestirme?

DANIEL

Bueno, allá tú. (Risueño.) Recuerda que aquella noche, de que antes hablábamos, te perdí por no querer ponerme el frac... Y que ahora es él quien tiene el frac puesto, y tú la que no quiere vestirse...

ARACELI

¿Tú pensabas ir al baile?

DANIEL

¿Yo? (Ríe.)

ARACELI

Entonces no salgo. Cuando esos se marchen, cenaremos juntos los dos. Yo te invito.

DANIEL

¿Y Paco?

ARACELI

Me es igual...

DANIEL

Me parece... en fin...

ARACELI

¿Qué?

DANIEL

Que haces una tontería. La cena va á costarte demasiado cara. (Suenan dentro risas y voces.)

ARACELI

Ahí vienen esos.

ESCENA V

ARACELI, RAQUEL, LUISA, DANIEL

RAQUEL

(Con una botella de «champagne»). ¡Qué sorpresa! (Riendo.)

LUISA

(Que trae una bandeja con pasteles). ¡Pero si está aquí don Daniel!...

RAQUEL

¡Viva el marqués, que va á beberse una copa de champagne!

DANIEL

Adiós, criaturas.

LUISA

¿Qué hacíais, pícaros?

ARACELI

Pues, ya lo veis...

RAQUEL

(A Araceli). Bebe.

LUISA

Toma antes un pastel; estos de chocolate son muy buenos.

ARACELI

¿Pero no vamos á cenar?

RAQUEL

¡Quién piensa en eso!

ARACELI

(A Daniel). ¿Qué te dije yo?

LUISA

Ahora nos vamos á Fornos; son cerca de las once. ¿Pero qué haces que no te vistes?

ARACELI

Ya veremos...

RAQUEL

Te aconsejo que no dejes á Paco solo.

ARACELI

¿Por qué?

LUISA

¡Ah, sí! Porque Paco está que arde. Yo no quería decirte nada, pero ya que ésta ha empezado...

ARACELI

Pues, ¿qué le sucede?

RAQUEL

Que Catalina está volviéndole tarumba.

ARACELI

Por mí...

RAQUEL

¿No te importa?

ARACELI

Ni pizca.

LUISA

¡Chica!... ¡Haces bien!... ¿Eh? ¿Verdad que estos pasteles de chocolate están muy buenos?

ARACELI

Muy ricos.

RAQUEL

Mirad, yo me chupo los dedos. Ello no será muy chic, pero es muy práctico.

LUISA

(Imitando á Raquel). ¡Yo también, yo también!...

RAQUEL

(Acercándose á la puerta lateral derecha). ¡Nicolás, Nicolás!... Os advierto que Nicolás, con lo que ha bebido, está delicioso esta noche.

LUISA

Tiene muy buena sombra.

RAQUEL

¡Ja, ja, ja!... Ese hombre, si se hubiese metido á clown, habría sido célebre. ¡Cuidado si la historia de don Casimiro tiene gracia!...

LUISA

¡Ah, sí! Cuéntala... veréis...

RAQUEL

Veréis... (A Araceli.) ¿Tú conoces á Casimiro Giralt, ese viejo pintado de rubio que te presenté una noche en Apolo?...

ARACELI

¿El que tuvo relaciones con Fuensanta?

RAQUEL

¡Ese! Como sabes, Casimiro está casado y tiene un hijo de veintidós ó veintitrés años, que se llama Antonio, y es «el ojito derecho» de su madre. (Bebe.) ¡Ah, y que no toquen á Antoñito, porque doña Cecilia se vuelve loca! ¿Usted se entera, marqués?

DANIEL

Sí, mujer, sigue.

RAQUEL

Pues dice Nicolás que Antoñito se enamoró, pero como una fiera, de una muchacha pobre, planchadora por más señas, y que á todo trance quería casarse con ella. Hasta que se lo dijo á su padre, á don Casimiro... y desde aquel día, el pobre muchacho no hizo más que llorar por los rincones, enflaquecer y quedarse sin color. Los médicos decían que iba para tísico.

LUISA

Como si estuviese embrujado, ¿comprendes?

RAQUEL

Hasta que doña Cecilia le cogió por su cuenta y, por buenas ó por malas, le arrancó el secreto de su pena.—Es que estoy enamorado de una mujer y no puedo casarme con ella—decía el chico.—¿Y por qué?—Porque no puedo.—¿Pero por qué no puedes?...—Hasta que cantó:—Porque mi padre me ha dicho que esa muchacha... ¡es hija suya!...

ARACELI

¡Pobre chico!

RAQUEL

No te apures... ¡Los muchachos se casan!...

DANIEL

¿Pero no son hermanos?

LUISA

¡No lo son!

RAQUEL

¡No lo son, no!... Porque doña Cecilia, comprendiendo que á su hijo aquella pena iba á costarle la vida, echó por la calle de en medio, y ha confesado que Antonio... ¡no es hijo de su padre! (Riendo.)

LUISA

(Riendo). ¡Y se casan, se casan!...

RAQUEL

(Como si llorase). Mujer, di más bien: «Y se casan, y se casan...» ¡No te alegres tanto del mal del prójimo!... (Todos ríen.)

ESCENA VI

DICHOS y CATALINA, PACO, DON NICOLÁS y ÁNGEL, que entran por la derecha con gran algazara

CATALINA

(Aparece empujada por sus acompañantes). ¡Que vais á hacerme caer! ¡No seáis locos!

PACO

¡Tú llegarás á donde quieras!

ÁNGEL

Llegarás al suelo.

DON NICOLÁS

Te impulsamos nosotros.

CATALINA

¡Dejadme, que tengo cosquillas!

ÁNGEL

¡Déjala, hombre!

DON NICOLÁS

¡Adiós! ¡Este la ha cogido ya!

ÁNGEL

¿El qué?

DON NICOLÁS

La borrachera, hombre.

ÁNGEL

¡Toma!

PACO

Todos estáis como uvas. A éste no le cabe en el cuerpo ni media copa más. Si le aprietas el cinturón, se vierte.

DON NICOLÁS

¡Y á mucha honra! Yo soy sincero... yo tengo el valor de mis vicios.

PACO

(Por Araceli y Daniel). ¿Y éstos, no beben?

DON NICOLÁS

Beberán, hombre, beberán; de ello me encargo yo.

ÁNGEL

Me encargo yo. (Coge una botella.)

ARACELI

Gracias, Ángel.

DANIEL

Yo, sí. ¡No se dirá nunca que le he vuelto la cara al champagne!

DON NICOLÁS

¡Muy bien!

RAQUEL

(A don Nicolás). Mira, mira cómo tienes la pechera...

DON NICOLÁS

¡Pobre camisa! Cuando salgamos del baile la vamos á llevar clavada en un bastón, como una bandera. ¡Vámonos al baile!...

ÁNGEL

Al baile.

LUISA

Al baile, al baile.

RAQUEL

¡Al baile!... ¡Todos!...

PACO

(A Araceli). ¿Y tú, no acabas de vestirte?

ARACELI

Pero Paco...

RAQUEL, LUISA, DON NICOLÁS, ÁNGEL

¡Al baile, pero todos!... ¡No valen disculpas!

RAQUEL

¡En esta casa no ha de quedar nadie!

PACO

(Amenazador). ¿No sabes lo que te dije antes?... ¿Es que quieres ponerme en ridículo?

ARACELI

Vete tú.

PACO

Pero contigo.

ARACELI

¡Conmigo!...

DON NICOLÁS, ÁNGEL

¡Con usted, sí, señora!

RAQUEL, LUISA

¡No hay escape!

CATALINA

No insistáis; si ella no quiere ir...

ARACELI

(Suplicante). ¡Pero si es que esta noche no me siento bien!... Paco ya lo sabe; que lo diga él... Me duele mucho la cabeza... Tengo mucho frío...

ÁNGEL

Yo creo que ese malestar es falta de champagne.

DON NICOLÁS

¡Es muy posible! Hay que someterla á un tratamiento enérgico. (Coge la botella.)

PACO

Déjame á mí; yo la curaré. Bebe, Araceli. (Agresivo.)

ARACELI

No quiero, Paco.

PACO

Bebe...

ARACELI

No tengo sed.

PACO

Sin sed. Bebe.

ARACELI

No bebo.

PACO

Bebe.

ARACELI

¿Estás borracho?

PACO

Estoy como quiero. ¡Bebe... bebe ó te rompo la copa en la cara!...

ARACELI

¡Paco!... (Llora.)

DON NICOLÁS

¡Eso, no!... (Todos se interponen.)

PACO

¡Maldita sea!... (Tira la copa al suelo.)

RAQUEL

¡La hizo añicos! Estas cuestiones familiares las paga siempre la vajilla.

DON NICOLÁS

¡Alto el fuego! A mí me gustaría que Araceli viniese con nosotros... me gustaría, porque á mí el buen humor del prójimo me engorda... ¡palabra!... Ya sé que la Humanidad no es así... ¡ni mucho menos!... Ya sé que, por regla general, lo que yo como á gusto le hace daño á mi amigo... Yo, no; yo quiero que todo el mundo ría, que todo el mundo esté contento... Pero, si Araceli no quiere, bueno... ahogaré mi dolor...

RAQUEL

Con vino lo ahogarás, borrachón.

DON NICOLÁS

Con vino... con vino...

ÁNGEL, LUISA

¡Ahoguemos nuestras penas!

CATALINA

No esté usted triste, Paco.

PACO

¿Yo?... ¡Ca!

CATALINA

Sí, lo he notado; se ha quedado usted triste.

PACO

¿Yo?... ¿Triste yo?... ¡No me conoces! ¿Triste yo, estando tú aquí? (La abraza.)

ARACELI

¡Paco, Paco!... ¿No consideras que yo estoy aquí?

PACO

¿Y qué?

ARACELI

Eso es una canallada; sois unos canallas; lo eres tú, porque la abrazas; lo es ella, dejándose abrazar por ti.

PACO

Hago lo que quiero.

ARACELI

Será fuera de aquí.

PACO

Será en la calle... Yo necesito una mujer para esta noche; tú no quieres acompañarme y busco á ésta. Ya te lo dije antes bien clarito: mujeres que vengan al baile conmigo, no han de faltarme.

ARACELI

Canallita... ¡Tú, como todos, sois unos chulos de frac! (Llora.)

ÁNGEL

(Recogiéndose los faldones del frac). ¿Nos ha llamado chulos?

DON NICOLÁS

(Solemne). ¡Respetable concurrencia! Creo llegado el momento de beber una copa.

RAQUEL, LUISA

¡Otra, dirás!

DON NICOLÁS

Otra... ¡y que no sea la última!

ÁNGEL

Amén.

DON NICOLÁS

Brindemos, pero solemnemente, con verdadera unción, por la ingratitud.

RAQUEL, LUISA, ÁNGEL

¡Viva la ingratitud!

DON NICOLÁS

¡Viva la diosa santa que embellece la vida, porque la llena de sorpresas! ¡Viva la ingratitud, repito! Porque, gracias á ella, las mujeres que amaron á otros pueden llegar á caer en nuestros brazos... y las amadas que ya empezaban á aburrirnos, se van con el primer amigo buen mozo que viene á visitarnos, y nos dejan en paz... (Bebe.)

TODOS

¡Bravo!... ¡Muy bien!

ARACELI

(Aparte). Miserables... (Va á sentarse cerca de Daniel.)

ÁNGEL

¡Bravísimo!

LUISA

¡Brindemos por todos los hombres que hemos olvidado!

CATALINA

Brindemos.

RAQUEL

¡No!... Porque ibais á estar bebiendo toda la noche y se os iban á quedar para otro día más de la mitad...

ÁNGEL

¡Divina! (Todas ríen.)

DON NICOLÁS

¿Conque, nos vamos?

PACO

¡Vámonos, sí!

ÁNGEL

¿A Fornos?

RAQUEL

A Fornos y desde allí al baile.

PACO

(A Catalina). Yo, contigo.

CATALINA

¿Pero... y Araceli?

PACO

¿Qué te importa? Esa concluyó, y empiezas tú.

ÁNGEL

(A Luisa). Mi brazo.

DON NICOLÁS

¿Qué decís? ¿Vamos á ir á pie?... ¡Ca, hombre!... En coche es mejor.

RAQUEL, LUISA, CATALINA

¡Sí, sí, en coche!...

DON NICOLÁS

¿No hay quien avise un coche?

PACO

¡Sí, hombre, al momento! (Asomándose á la puerta del foro.) ¡Teresa! ¡Teresa!...

DON NICOLÁS

No te oye... ¡Ja, ja, ja!... ¡Es inútil!...

PACO

¡Teresa!...

DON NICOLÁS

Estará borracha también.

ESCENA VII

DICHOS y TERESA

TERESA

¿Qué mandan ustedes?

DON NICOLÁS

(Asombrado). ¡No está borracha, no! ¡La templanza refugiándose en las cocinas!... ¡Increíble!

TERESA

Ustedes dirán.

PACO

Avisa un coche.

RAQUEL

Un coche es poco; avise usted dos.

ÁNGEL

Avise usted tres; ¡somos seis!...

TERESA

¿En qué quedamos?

DON NICOLÁS

En eso: avise usted tres coches... puesto que somos tres parejas.

TERESA

En seguida. (Vase. En este momento suena dentro un alegre paso doble, que se acerca y luego se aleja rápidamente. Todos corren hacia la ventana, dando muestras de gran alegría.)

RAQUEL, LUISA, CATALINA

¡Una estudiantina! ¡Una estudiantina!

ÁNGEL

¡Señores!... ¡Qué hermoso! ¡Está nevando!

PACO

¿Qué importa la nieve?

ÁNGEL

¡Viva la alegría!

DON NICOLÁS

¡Viva el champagne! (Pausa. Todos escuchan.)

RAQUEL

(A don Nicolás). Vamos á bailar.

DON NICOLÁS

No puedo.

RAQUEL

No sé entonces para qué vas al baile.

DON NICOLÁS

¿Pero es que á los bailes se va á bailar? ¡Inocente! ¡Se va á beber!...

ÁNGEL

¿Y no vamos á beber desde aquí hasta que lleguemos á Fornos?...

LUISA

¡Dejaros ya de vino!

ÁNGEL

¡Tengo una idea!... ¡¡Ah!!

DON NICOLÁS

¿Cuál?

ÁNGEL

¡Una admirable idea!

TERESA

Señores... ahí están los coches.

PAGO

¿Los tres?.

TERESA

Sí, señor, los tres.

ÁNGEL

¡Esperad, esperad!... (Sale precipitadamente por la derecha. Todos le siguen y se detienen junto á la puerta.)

DON NICOLÁS

¿Pero á dónde va ese?

RAQUEL

Alguna diablura se le ha ocurrido.

LUISA

Indudablemente. Le conozco.

DON NICOLÁS

¡Admirable, admirable!

RAQUEL

La gran idea.

ÁNGEL

¡La barrica del Jerez! (Aparece empujando un barril y todos le ayudan.) ¡Teresa, Teresa!...

TERESA

Mándeme usted.

ÁNGEL

Avise usted otro coche.

RAQUEL, LUISA, CATALINA

¡Otro coche! Hacen falta cuatro coches.

PACO

¡Cuatro... sí... cuatro!

DON NICOLÁS

Uno para cada pareja y otro para el vino.

PACO

Tú, Nicolás, súbete encima del barril; oficia de dios Baco...

DON NICOLÁS

No... no puedo... ¡dejadme! ¡Que me vais á romper algo! (Estúdiese bien toda esta escena, cuyo interés depende en absoluto del conjunto.)

RAQUEL, LUISA, CATALINA

¡Adiós, Araceli... Daniel!...

ÁNGEL

¡Hasta mañana, si podemos volver!... (Salen en tropel por el foro, gritando y riendo, y se oye un gran estrépito, como si el barril hubiese caído por la escalera.)

ESCENA VIII

ARACELI y DANIEL

DANIEL

Debiste marcharte con ellos.

ARACELI

¡Bah!... ¿Por qué?... Mejor estoy aquí.

DANIEL

¡Mi pobre Araceli!... Tú quieres á Paco... tú, en estos momentos, sufres mucho.

ARACELI

Sí, le quiero... (Con indiferencia fingida.)

DANIEL

¡No disimules! Le quieres tranquilamente, pero también intensamente, como yo te quise. ¿Ves?... En la vida todo se repite: un Carnaval me dejó sin ti, y otro Carnaval te deja sin él... (Pausa.) ¡Lloras!... No, no...

ARACELI

No puedo contenerme... Perdona... déjame llorar: lloro de rabia... no lloro por él, por él no... no... ¡no!...

DANIEL

¡Y aunque llorases por él!... ¿Acaso hace veinte años, en una noche como ésta, no lloré yo por ti?

TELON


INDICE

 Páginas
Sinfonía.—Mi primer estreno5
Nochebuena13
El pasado vuelve81
Frío (dos actos)147

OBRAS DE EDUARDO ZAMACOIS

La enferma.—Punto-Negro.—Incesto.—Tik-Nay ("El payaso inimitable").—Loca de amor.—El seductor.—Duelo á muerte.—Memorias de una cortesana.—Sobre el abismo.—El otro.

NOVELAS CORTAS.—Bodas trágicas.—La estatua.—La quimera.—El lacayo.—Noche de bodas.—Amar á obscuras.—Semana de pasión (cuatro volúmenes).

Desde mi butaca ("Apuntes para una psicología de nuestros actores").—Impresiones de arte.—Río abajo.—De mi vida.

De carne y hueso.—Horas crueles.

EN PRENSA
POR BRETAÑA
DE
JOAQUÍN DICENTA
MIS CONTEMPORANEOS
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
POR
EDUARDO ZAMACOIS


*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 48670 ***