TEATRO GALANTE
Nochebuena.—El pasado vuelve.
Frío.
MADRID
Antonio Garrido, Editor.—Goya, 86
1910
Es propiedad. |
Imprenta Artística Española. San Roque, 7.—Madrid
Esa terrible enfermedad que los autores noveles desconocen—la inocencia es heroica—y que yo llamo «el miedo á estrenar», me mantuvo durante muchos años alejado del teatro. Así, para decidirme á tan grave andanza, fué preciso que los buenos amigos que entonces formaban la dirección del teatro Romea me pidiesen una obra, asegurándome, entre veras y burlas, que la derrota no debía intimidarme, ya que, desde Eurípides á Rostand, no nació de mujer dramaturgo genial ni modesto fabricante de comedias que no hubiera fracasado alguna vez. Vencido por estas discretas razones, acepté el compromiso; lo acepté lleno de júbilo... y también de miedo; porque, como el amor, el teatro es algo que simultáneamente asusta y atrae.
Sin otras vacilaciones, aquella misma noche tracé el plan de lo que mi obra Nochebuena había de ser; y al otro día, á las nueve de su mañana, me senté á escribir. ¡Memorable jornada! Trabajé sin vacilaciones, febrilmente, como empujado por el asunto; no podía detenerme; las escenas, atrailladas, tiraban vigorosamente unas de otras, y todas de mí. ¡Ni siquiera interrumpí mi labor para almorzar!... ¡Qué angustia!... Mi frente quemaba; la mano me dolía. No importa: adelante, pronto, hacia el final. A las seis y media en punto de la tarde, la comedia estaba escrita.
Dos días después comenzaron los ensayos «de mesa», y muy luego, merced á la diligencia de los actores, la obra «bajó á la concha».
¡Ah! Yo, que he asistido á tantos ensayos, creía entonces aventurarme por un mundo nuevo. ¡Qué emoción tan rara, tan intensa, tan exquisita, la de «ver» y «oir», hechas carne y voz, las ideas que horas antes sentí discurrir cautelosamente por mi cerebro! ¡Cómo se abultaban y afirmaban las escenas, cómo el arte flexible de los comediantes daba relieve á ciertas frases y cómo, entre ellos, las pausas adquirían un valor precioso, definitivo, nunca imaginado por mí!... Sí; es preciso haber ensayado—porque en los ensayos, al autor le parece hablar consigo mismo—para comprender que el arte del comediante es un arte diabólico que á veces aligera lo que parecía pesado, y otras, magnifica y llena de luz lo que, sobre el papel, se nos antojaba menguado y obscuro, y deslíe, en fin, por toda la obra, una emoción nueva, penetrante, caliente y triunfadora, de humanidad.
Esto ocurría en los últimos días de 1908.
Llegó, al cabo, la noche del 23 de Diciembre, fecha de mi estreno. Los periódicos habían propalado la noticia de mi aventura; grandes carteles decían mi nombre, y en insolentes letras rojas, que me abrasaban las pupilas, el título de mi comedia: Nochebuena. La lluvia que caía, abundante, contribuyó, sin duda, más que yo mismo, á «llenar» el teatro; invadía las localidades un público nutrido y selecto; el temible «todo Madrid» de los estrenos allí estaba saludándose familiarmente con la mano, desde un extremo á otro del pequeño salón. Un acomodador vino á decirme, con una sonrisa de felicitación, «que no había billetes».
Y yo, lejos de regocijarme vanidosamente, me acongojaba pensando que todos aquellos espectadores habían adquirido en la taquilla el derecho á rechazar mi obra y á significarme con sus siseos ó la corrección glacial de su silencio, que «lo había hecho muy mal...»
La batalla iba á empezar. El batiente de una puerta se cerró con estrépito, y oí una voz que gritaba imperativa:
—¡Que no entre nadie! ¡Aquí no debe entrar nadie!...
Aquella orden me dió á comprender que entre el público reunido allí para juzgarme, y yo, reo confeso del grave delito de escribir comedias, había un abismo. Con lo que mis zozobras empeoraron. Para disfrazar un poco mi inquietud, traté de fumar; ¿dónde había puesto las cerillas?...; las busqué inútilmente, metiendo varias veces la mano en el mismo bolsillo; no las hallé; el cigarro concluyó por romperse entre mis dedos trémulos...
Los comediantes, mis amigos, mis defensores, mis aliados fervorosos en aquella hora terrible, me rodearon.
—No se asuste usted—repetían—; hay que ser valiente; aquí estamos nosotros...
Yo les abrazaba, sintiéndome unido á ellos por uno de esos cariños fraternales que sólo sabe tejer entre los hombres el peligro.
Ramona Valdivia, la excelente actriz, vestida ya para salir á escena, me estrechó las manos. ¡Pobrecilla!... Las suyas, frías estaban como las de una muerta.
—No tenga usted miedo—dijo—; ya verá usted; la obra es muy bonita...
Y yo, inconsciente, ridículo, grotesco tal vez, replicaba tuteándola:
—Tú... eres la que no debe tener miedo. Si tú... si usted... no me salva, soy perdido.
Cerca de mí andaban también Adriana Corona y Pilar Ezquerra y Amparo Montalt... y todas eran á prodigarme palabras de energía y de optimismo.
Moreno, el apuntador, estaba en la concha; el electricista, en su sitio; un traspunte pasó diciendo la frase:
—¡Prevenidos! ¡Se va á empezar!...
Especie de alerta que obliga á santiguarse á las mujeres.
Hubo un silencio; sonó un timbre; el telón se alzó lentamente sobre el resplandor de la batería... y ante mis ojos quedó abierto, como una fauce fiera y enorme, ese abismo donde tantas obras y tantos autores han perecido.
A mi alrededor, las actrices se persignaban, y luego, valerosamente, salían á escena. Iban resueltas, llenas de entusiasmo, vibrantes de orgullo, como soldados que corriesen á la defensa de una barricada; y todo mi amor y todo mi agradecimiento las seguía.
La primera escena «pasó» bien; después, cierta frase obtuvo un murmullo de estimación; poco á poco, la obra iba conquistando simpatías, enlazando los ánimos en el hilo de la misma emoción, imponiéndose. Al fin, el aplauso tan deseado estalló.
Pero yo no lo oí.
—¿Qué dicen? ¿Qué quieren?—repetía furioso.
Y Jerónimo Gómez, que me acompañaba, exclamó riendo:
—Pero, ¿se ha quedado usted tonto, hombre de Dios? ¿No oye usted que aplauden?...
Así era, en efecto; lo que no impidió que aquella memorable jornada dejase en mi ánimo, más que el disculpable engreimiento de una pequeña vanidad satisfecha, una emoción de miedo. No obstante, he vuelto á estrenar; porque el teatro, ya lo dije antes, es como el amor, que asusta, pero atrae...
El título de TEATRO GALANTE que doy al presente volumen, responde á la índole especial de las tres obras en él reunidas. Recuerdo que la crítica creyó ver en ellas mi propósito de formar un género particularísimo, atrayente, de aventureros y cortesanas. Confieso que no hay tal: el artista, cuando produce, no puede ser deliberadamente ni religioso, ni escéptico, ni conservador, ni iconoclasta, sino que, al producir, lo hace sin prejuicio alguno, según su temperamento, ó, mejor aún, conforme el estado especial por que atravesaban sus nervios en el momento febricitante de la producción. Por lo que no es raro verles contradecirse á cada paso, ni más ni menos que la misma Naturaleza, maestra en toda laya de inconsecuencias y paradojas.
Así, si las heroínas de mis pobres comedias pertenecen á ese demi-monde que tentó á Dumas, fué porque, al coger la pluma, la inspiración, caprichosa y arisca siempre, derivó hacia él. Diciendo esto, no trato de disculparme, sí de consignar un hecho. En último término, seguro estoy de que entre Ellas, «las deseadas de una noche», el artista puede descubrir grandes bellezas, por lo mismo que, bajo la frivolidad de sus sombreros empenachados y de sus vestidos de encajes, late sagrado, perenne, el inmenso dolor de no ser estimadas...
Y la Belleza es, generalmente, espuma de Dolor.
Eduardo Zamacois
Madrid, Abril, 1910.
PERSONAJES | ACTORES |
Alicia, veinticinco años | Srta. Valdivia. |
Elena, veinticinco ídem | Sra. Ezquerra. |
Victoria, diez y ocho ídem | » Montalt. |
Ángeles, cuarenta y cinco ídem (viste de negro y con gran modestia) | » Corona. |
Consuelo (criada joven) | » Esterg. |
Marta | » Envid. |
Roberto, cuarenta años (hombre de mundo) | Sr. Brochado[A]. |
[A] Habiéndose separado poco después de la compañía el señor Brochado, se encargó de este papel el Sr. Palacios.
ÉPOCA ACTUAL
Derecha é izquierda, las del actor
Se recomienda á las actrices una gran distinción de ademanes, y en sus trajes y sombreros una elegancia algo llamativa.
Gabinete en casa de Alicia. A la izquierda y al fondo, puertas. A la derecha, un balcón. Chimenea encendida á la izquierda. Teléfono. Los muebles serán elegantes y muy modernos. Decorarán la pared cuadros de bazar, retratos, etc. Un verdadero gabinete de cortesana, en donde todo será bonito, un poco barroco y frívolo, con esa frivolidad de las casas amuebladas de prisa.
Al levantarse el telón no hay nadie en escena. Luego aparecen por la izquierda Alicia y Marta; detrás, Ángeles, que se sentará junto á la chimenea y guardará durante las dos primeras escenas una actitud indiferente.
Es de día.
ALICIA
(Risueña, envolvente). Pues ya le digo á usted: hoy, imposible... Demasiado sabe usted cómo vivimos todas nosotras los quince últimos días de mes.
MARTA
ALICIA
De milagro, ¿verdad?... Además, estas fiestas pascuales traen consigo tantos gastos...
MARTA
Entonces, dice usted que vuelva...
ALICIA
A primeros de año.
MARTA
¿El día dos?
ALICIA
Sí; es decir, espere usted: el día dos es...
MARTA
Sábado.
ALICIA
Justamente. Sábado, domingo... Venga usted el cinco: el martes.
MARTA
ALICIA
Vaya usted tranquila, ¿eh?...
MARTA
¡Por Dios, señorita Alicia, acuérdese usted de mí!
ALICIA
Sí, mujer.
MARTA
Ya sabe usted que son cuatrocientas veinticinco pesetas.
ALICIA
Sí.
MARTA
Doscientas pesetas del sombrero violeta con amazonas blancas.
ALICIA
Cien pesetas del negro.
MARTA
ALICIA
Y veinticinco por la compostura de la gorrilla. Estamos de acuerdo.
MARTA
Eso es. Conque, señorita, la deseo á usted una Nochebuena muy buena, muy alegre.
ALICIA
Gracias, Marta. Que pase usted felices Pascuas.
MARTA
Un recadito al señor marqués.
ALICIA
Gracias.
MARTA
Y... ¡hasta el año que viene!
ALICIA
El día cinco.
MARTA
Ya lo sé, el martes... Adiós, señorita Alicia. (Ya desde la puerta, á Ángeles.) Páselo usted bien.
ÁNGELES
(Displicente). Adiós.
ALICIA
Adiós, adiós... (Levantando la voz.) ¡Consuelo!... Acompaña á esta señora.
(Alicia se detiene á retocarse los cabellos ante un espejo. Pausa.)
ÁNGELES
Bien ha machacado, bien. ¡Pensé que no se iba!
CONSUELO
(Aparece por la puerta del fondo). Señorita, esta tarjeta.
ALICIA
¿Nada más?
CONSUELO
Con seis botellas de champagne.
ALICIA
Eso, ya es algo.
CONSUELO
¿Quiere usted verlas?
ALICIA
¿Para qué? Déjalas en el comedor. Oye... ¿se fué el hombre que las trajo?
CONSUELO
Sí, señorita.
ALICIA
¿Le diste propina?
CONSUELO
Dos pesetas.
ALICIA
Bien. (Se dirige hacia la chimenea.)
ÁNGELES
¿De quién son esas botellas?
ALICIA
Del marqués. (Le da la tarjeta.)
ÁNGELES
¡Ya!...
ALICIA
(A Consuelo, que habrá permanecido cerca de la puerta y que hará ademán de marcharse). Oye, Consuelo...
CONSUELO
Señorita.
ALICIA
Da luz. (Vase Consuelo.)
ÁNGELES
¿Recibiste muchos regalos?
ALICIA
Muchos. Un pavo, dos capones, y de mazapanes, turrones y almendras, quince ó veinte kilos. Tengo buenos amigos.
ÁNGELES
ALICIA
¡Psch!...
ÁNGELES
Para la mujer que, como tú, está en moda, no hay hombre malo. Pero, después, después...
ALICIA
Es verdad. (Recobrando su vivacidad.) El frío promete pegar de firme esta noche. ¡Demonio!... Luego, esta chimenea maldita no calienta.
ÁNGELES
Yo prefiero el brasero clásico.
ALICIA
Y acaso tengas razón.
ÁNGELES
Además, estas chimeneas gastan mucho.
ALICIA
Bastante.
ÁNGELES
ALICIA
No sé... unas dos pesetas diarias...
ÁNGELES
¡Qué horror!
ALICIA
Sí... Pero, ¡bah!... Una chimenea abriga más, mucho más que una amistad, y suele costar bastante menos. (Ríe.)
ÁNGELES
¡A quién se lo vienes á decir! (Pausa.) ¿Dónde cenas esta noche?
ALICIA
Aquí.
ÁNGELES
¿Con tu marqués?
ALICIA
Sí. También espero á Roberto; pero si viene estando el otro, Consuelo le despedirá. Es cosa convenida. El marqués se marchará entre doce y una de la mañana, como siempre, y á las dos vendrá Ricardito.
ÁNGELES
Tu bebé.
ALICIA
Mi Bebé; el niño de mi alma, mi juguete.
ÁNGELES
¡Tu juguete!... (Ríe con risa desengañada y bondadosa.) ¡Tu juguete!... Yo también, á tus años, tuve juguetes de esos.
ALICIA
¿Y se rompieron?
ÁNGELES
Todos.
ALICIA
Ricardo no es de esos. Me quiere; yo, que conozco bien á los hombres, te lo aseguro. Me quiere. ¡Si le vieses!... ¡Pobre Bebé! Cuando riño con él y le amenazo con despedirle, se echa á llorar.
ÁNGELES
¡Con tal que luego, cuando seas tú la que llore, él no se ría!...
ALICIA
No.
ÁNGELES
¿Qué edad tiene?
ALICIA
Diez y ocho años. ¡Un amorcillo!
ÁNGELES
¿Estudiante?
ALICIA
Sí.
ÁNGELES
¿Y de acá? (Haciendo resbalar el pulgar sobre el índice.)
ALICIA
Ni un céntimo.
ÁNGELES
(Sonriendo). Sí, mozo y pobre, debe de ser bueno. Sí, mira... acaso aciertes... Porque en diez y ocho años no ha tenido tiempo de aprender á ser hombre. ¡Y eso que en esto, como en todo, hay precocidades, «niños prodigios...»
ALICIA
Ya, ya...
ÁNGELES
¿Nunca te ha pedido dinero?
ALICIA
Nunca.
ÁNGELES
Porque también los hay...
ALICIA
También. (Pausa.) Te advierto que siento hacia Ricardo, más que un verdadero amor de amante, una pasión espiritual de madre, de protectora. Me gustaría aconsejarle, orientarle, dirigir su vida, servirle á la vez de timón y de escudo. Tú conoces las fiebres sensuales de los diez y ocho años. Pues bien: muchas noches esquivo sus labios y le obligo á trabajar. «¿Te sabes tus lecciones de mañana?—le digo—. ¿No?... Pues á estudiarlas ahora mismo. Quiero que estudies, que subas, que brilles en tu carrera. No olvides que soy más vieja que tú y que, el tiempo andando, puedo necesitar de ti.» Y el pobrecillo coge sus libros...
ÁNGELES
¿Pero tiene sus libros aquí?
ALICIA
Los suyos, los que su padre le compró, claro es que los tiene en su casa. Pero yo le he comprado otros iguales. (Ríe.)
ÁNGELES
¡Loca!...
ALICIA
Sí, estoy loca por él y en él vivo. ¿Pero hay nada más hermoso, más consolador que vivir fuera de nosotras mismas?... Mientras él estudia, yo, sentada á su lado, leo y pienso en la dulzura de tener un hijo. Algunas veces interrumpe su trabajo para preguntarme: «Y después?» «¿Cómo después?—le contesto fingiéndome muy irritada—; después te marchas á tu casa.» ¡Pobre Bebé, y qué esfuerzo me cuesta despedirle! Pero no quiero verle pálido ni caído. Su madre, su misma madre, estoy cierta de que no le cuida más que yo. ¿No te reirás, Ángeles?
ÁNGELES
ALICIA
¿No te reirás si te digo que, donde más me gusta besar á Ricardo es en los cabellos?
ÁNGELES
No, hija mía; tus confesiones no pueden moverme á risa.
ALICIA
Ya lo sé.
ÁNGELES
¡Disparate! ¡Al contrario!... ¿No comprendes que todas esas emociones que ahora constituyen para tu almita joven una novedad, son, para mi alma, ya vieja y desengañada, un recuerdo?
ALICIA
Tal vez...
ÁNGELES
Por el camino que tú ahora recorres, pasé yo cantando hace treinta años. Yo también, pobre Alicia, tuve «mi amor», «mi Ricardo»... y como tú, yo le animaba á estudiar, á ser hombre, á ser rico...
ALICIA
ÁNGELES
Peor que eso. Se cansó de mí. (Todo esto lo dirá Ángeles gravemente, pero sin llorar.)
ALICIA
Tienes razón; fué mucho peor.
ÁNGELES
En fin... ¡Bien está así!... Porque esos desengaños tempranos son para nuestro espíritu una especie de vacuna moral que luego nos preserva de esos grandes golpes que, juntamente con la vejez, con los años blancos, nos trae la vida. Yo no tengo alegrías, es cierto, pero tampoco sufro penas graves. Mi Antonio...
ALICIA
¡Es verdad!... Perdona, no me había acordado de preguntarte por él...
ÁNGELES
Mi Antonio es un pobre pintor de puertas y ventanas, ya lo sabes... Te he dicho que es jorobado, ¿verdad?... Tampoco es un niño... ¡No me importa!... Yo, que conocí en mis verdes primaveras á tantos reales mozos, me es indiferente... es más... acaso me gusta... que mi compañero de ahora sea feo y desdichado.
ALICIA
¡Eres original!
ÁNGELES
Sí, porque así me quiere más y le hallo más mío. Es un inferior, bueno y dócil, á quien domino con un simple fruncimiento de cejas. En mi casa, con sus techos abohardillados y sus suelos desnudos, en mi pobre casa fría, yo soy la reina. Ahora, cuando yo llegue, encontraré la lumbre encendida, la mesa puesta... y un beso, lleno de lealtad, para mis labios. ¡Oh!... A mí, que fuí tan caprichosa, sólo me interesa de los hombres la bondad; acaso porque la experiencia me ha enseñado que únicamente los hombres muy feos suelen ser buenos...
ALICIA
Nosotras también somos buenas, ¿verdad?
ÁNGELES
Si no hubiésemos sido inocentes, si no hubiésemos creído en la lealtad del que nos burló, ¿estaríamos donde estamos? Mira... Las mujeres sólo se inclinan á ser malas cuando empiezan á creer que los hombres son buenos.
ALICIA
¡Cómo me gustaría vivir sola, sin ver á nadie, á nadie!
ÁNGELES
(Burlona). Nada más que á Ricardo.
ALICIA
Claro es...
ÁNGELES
¡Naturalmente! Pero no te fíes, porque la vida tiene ironías terribles. A tu edad soñamos con el amor de un Adonis, y luego, en la vejez, gracias que contemos con la amistad de un jorobado.
(Suena un timbre.)
ALICIA
Ahí está el marqués.
ÁNGELES
Me voy.
ALICIA
ÁNGELES
Me parece que no es tu marqués.
ALICIA
Aguarda... calla... (Pausa.)
ÁNGELES
(Bajando la voz). Es voz de mujer.
ALICIA
Sí.
ÁNGELES
¿Tienes muchos acreedores?
ALICIA
Muchos... oye... (Pausa.) Discuten...
ÁNGELES
Ya, quien sea se fué.
ALICIA
Saldremos de dudas. (Apoya un timbre.)
CONSUELO
¿Llamaba usted?
ALICIA
¿Quién era?
CONSUELO
(Sonriendo). La modista.
ALICIA
Quería...
CONSUELO
Sí.
ALICIA
¡Es horrible!
ÁNGELES
¿La debes mucho?
ALICIA
No... ¡qué sé yo!... Unas doscientas pesetas.
ÁNGELES
Vamos...
ALICIA
¡Y se la ocurre cobrar hoy, precisamente hoy...
ÁNGELES
¡Es lógico!... ¡Hoy, que es Nochebuena!
ALICIA
Sí... ¡hoy, que no tengo una peseta!
CONSUELO
Yo la dije que no estaba usted en casa; pero ella había visto en el perchero el impermeable de la señorita, y repuso: «¡Quiá, niña, esa no cuela!» «¿Cómo que no cuela?»—la repliqué yo. Y ella dice: «¿Y esto?»
ALICIA
¡Claro!
CONSUELO
Entonces, voy y la digo, bajando la voz, así como si depositara en ella una confianza muy grande... ¿Usted me comprende? (Ríe.)
ÁNGELES
¡No eres tonta, no!
CONSUELO
Conque la digo... «Bueno, la señorita Alicia está en casa, pero no se la puede molestar ahora... porque hay un señor, ¡que es título!... Venga usted otro día.» Y se fué... se fué echando demonios por la boca.
ÁNGELES
A la portera se lo habrá ido á contar.
ALICIA
¡Canastos con la gente!... Se han creído que soy una sucursal del Banco.
CONSUELO
¿Me necesitan ustedes para algo?
ÁNGELES
¿Qué hora será?
ALICIA
(Consultando el reloj de su pulsera). Van á dar las ocho. (A Consuelo.) ¿Cómo va la cena?
CONSUELO
Ya está hecha.
ALICIA
¿Y la cocinera?
CONSUELO
Se marchó á media tarde.
ALICIA
¿Y Concha?
CONSUELO
También.
ALICIA
¡Y sin decirme nada! ¡Valiente frescura! Estas criadas con familia son insoportables. ¡Ah! Te lo aseguro... En lo sucesivo, todos mis servidores han de ser incluseros. (A Consuelo.) Ya sabes que el marqués cena conmigo.
CONSUELO
Sí, señorita.
ALICIA
Coge el veladorcito del comedor y ponlo aquí, delante de la chimenea. Despacha volando, que es muy tarde.
CONSUELO
¿Pongo dos cubiertos?
ALICIA
¿Pues no acabas de oir que el marqués cena aquí?
CONSUELO
¡Ah! Voy en seguida. (Vase.)
ALICIA
(A Ángeles). Ven; para no estorbar á la muchacha, nos sentaremos ahí.
(Se sientan á la derecha. Mientras hablan, Consuelo entra y sale, aderezando la mesa.)
ÁNGELES
¡Qué lindas zapatillas llevas!
ALICIA
(Con terror cómico). ¡Cállate, por Dios!
ÁNGELES
¿Por qué?
ALICIA
ÁNGELES
¡Cómo! ¿No están pagadas?
ALICIA
No.
ÁNGELES
¡Demonio de chiquilla!
ALICIA
¿Qué quieres?
ÁNGELES
¿Y la alfombra?
ALICIA
¿Eh?
ÁNGELES
¿Tampoco está pagada?
ALICIA
Tampoco.
ÁNGELES
(Con admiración cómica). ¡Hija mía, te admiro!
ALICIA
ÁNGELES
Sinceramente. Puedes decir que vives sobre un volcán.
ALICIA
No comprendo cómo hay personas que no tengan trampas.
ÁNGELES
¿Pero, las hay?...
ALICIA
Eso me pregunto yo. Porque el presente es algo tan flaco, tan inconsistente, que no sólo vive de lo pasado, sino que necesita pedirle prestado, y pedirle mucho, al porvenir.
ÁNGELES
Así es. Di... ¿Nos veremos mañana?
ALICIA
Quédate á cenar.
ÁNGELES
Con mucho gusto, pero no puedo; ya sabes que Antonio está esperándome.
ALICIA
¡Que espere! Quédate. Aunque el marqués venga, puedes acompañarnos. Luego te vas.
ÁNGELES
Si precisamente me gustaría cenar aquí por eso, por acompañarte; porque me parece que tu marqués no vendrá.
ALICIA
¿Crees?
ÁNGELES
Creo que no vendrá. Es Nochebuena.
ALICIA
¿Y qué?
ÁNGELES
Que es una noche excepcional en la que los maridos no suelen salir de casa.
ALICIA
No me lo digas.
ÁNGELES
¡Toma! (Pausa. Suenan del lado del balcón y muy distantes, cual si pasasen por la calle, zambombas y tambores.) ¿Oyes? ¡Nochebuena!
ALICIA
¡Sí, el marqués vendrá, le conozco bien! Vendrá tosiendo y renegando del reúma, pero vendrá. Y si no viene, ¡peor para él! Vendrá Roberto... y después vendrá Ricardo...
ÁNGELES
Mujer prevenida...
ALICIA
Vale por muchas.
(Suena un timbre.)
ÁNGELES
Han llamado.
ALICIA
Ahí está el marqués. Quédate. ¿Te quedarás?...
ÁNGELES
No, no...
ALICIA
No te dejo salir... No te dejo salir...
ELENA
¡Alicia!
ALICIA
Elena...
VICTORIA
Somos nosotras.
ALICIA
¿Qué tal? ¡Qué buena sorpresa! (Se besan.)
ELENA
¿Cómo sigue usted?... (A Ángeles.)
ÁNGELES
A sus órdenes. (Se dan las manos.)
ELENA
Muchas gracias.
ALICIA
(A Victoria, por Ángeles). ¿Ustedes se conocen?
VICTORIA
No recuerdo...
ALICIA
Mi amiga Victoria, mi amiga Ángeles...
ÁNGELES
Tengo una verdadera satisfacción...
ALICIA
Sentaos, sentaos... ¿De dónde venís ahora?...
VICTORIA
De correr medio Madrid.
ALICIA
¿En coche?
ELENA
¡Quiá! A pie...
VICTORIA
A pie, democráticamente. ¿Tú no has salido hoy?
ALICIA
ELENA
Haces mal. Las calles están animadísimas; si llegas á venir con nosotras, pasas un buen rato.
VICTORIA
¿Tienes cigarrillos?
ALICIA
Sí.
VICTORIA
Vengan.
ALICIA
¿Cómo los queréis? Los hay de varias pintas: turcos... egipcios...
VICTORIA
Nos es igual. ¿Para qué echárnoslas ahora de «exquisitas», si no hay hombres delante?
ÁNGELES
Tiene usted razón.
ALICIA
(Que habrá vuelto á sentarse). Tomad. (Todas fuman menos Elena.)
VICTORIA
Enciende tú.
ELENA
Gracias, yo no fumo.
ALICIA
Pues, si he de ser franca con vosotras, debo deciros que en estos días no me atrevo á salir á la calle porque tengo varios enemigos... ¿comprendéis?
VICTORIA
Perfectamente.
ALICIA
Vulgo, ingleses...
ELENA
Ni media palabra más.
VICTORIA
¡Pero es una tontería dejar de salir á la calle por que se tengan acreedores!... ¿Qué haría yo entonces?
ELENA
VICTORIA
Acabaríamos por envidiar la suerte de las monjas.
ÁNGELES
Todo anda muy mal; no hay dinero.
VICTORIA
(A Elena, y con marcado interés). Oye... Mariano, el marquesita, ¿te llevó dinero anoche?
ELENA
¡No!
VICTORIA
Yo le vi á mediodía, en la calle de Alcalá, frente á las Calatravas, y al pasar á su lado, muy disimuladamente, le tiré un pellizco. Verás... Sigo andando, y al llegar á la esquina de Fornos, mi buen Mariano me alcanza. «¿Cómo estás, Victoria?» «Vaya usted al cuerno—le digo—; lo que ha hecho usted con mi amiga es una porquería.»
ELENA
Se quedaría tan fresco. ¡Es una lechuga!
VICTORIA
¡Quiá! Se puso un poco colorado y me dijo: «¿Verás á Elena?»—«Sí que la veré.»—«Pues dila que esta noche (por anoche) la mandaré doscientas pesetas.»
ELENA
¿Tú las has visto?... ¡Pues yo tampoco!
VICTORIA
¡Qué indecente!
ALICIA
Gentuza...
ÁNGELES
La culpa de todo la tiene la falta de dinero.
VICTORIA
Sí, señora; la madre del cordero es esa.
ELENA
Yo no soy vieja, y, sin embargo, recuerdo que antes los hombres no eran así: tenían más alegría, más dinero... ó más coraje para gastarlo... ¡No sé!
ÁNGELES
ALICIA
Yo tampoco soy vieja, y... ¡qué diablos!, el primer año que estuve en Madrid ahorré más de cinco mil duros; y ahora, en cambio, tengo la mitad de mis trajes empeñados.
VICTORIA
Y la otra mitad se la debes á la modista. ¡Todas iguales!
ELENA
Yo conozco á la Valenciana, y á Pepa la Sorda, que ya están ricas y que seguramente no valieron de jóvenes más que nosotras.
ÁNGELES
¿Y Julia, la Senadora?
VICTORIA
¿Y Antonia, la Estiráa?
ELENA
¡Toma! Y, como esas, un ciento. ¿Y fué ninguna de ellas más guapa que tú ó que yo ó que ésta?... (Por Alicia.) Aquí, doña Ángeles, puede decirlo...
ÁNGELES
Yo creo que los hombres fueron y serán siempre iguales.
VICTORIA
¡Alegrémonos por nuestras hijas!...
ÁNGELES
Sí, iguales... y eso que á mi edad, como podéis suponer, ya nadie me mira. Pero comprendo que los hombres que para mí son de hielo, para vosotras sean de brasa. ¡Natural! Lo que sucede ahora es que hay mucha hipocresía, mucho vicio oculto...
ALICIA
Muchísimo.
ELENA
Ángeles dice bien. No es que ahora haya menos alegría ó menos dinero ó menos calaveras; los hombres no pueden ser peores de lo que son. Lo que ocurre es que hay una epidemia de señoras diletantis, que aman por sport.
ALICIA
¿Ve alguna de nosotras al conde Ramiro?... No. Desde que se puso en relaciones con la esposa de...
ELENA
Calla. ¡Y qué lástima de hombre! No he conocido otro más generoso.
VICTORIA
¿Y Perico López?
ELENA
Otro que tal. ¿Y Víctor Aguado?
ALICIA
Lo mismo.
ÁNGELES
Y como esos, otros cien y otros cien. Es lo que yo digo: antes había menos hipocresía; antes, los hombres necesitaban una distracción y la buscaban entre nosotras. Ahora...
VICTORIA
Ahora la rebuscan entre las esposas de sus amigos.
ÁNGELES
ALICIA
¡Decimos que no hay hombres! ¿Sabéis por qué?
VICTORIA
Porque nos les quitan las solteritas ociosas y las malas casadas.
ELENA
¡Como esas no piden dinero!
ALICIA
Pues las prefieren, aunque no sean tan guapas ni tan agradables como nosotras.
VICTORIA
¿Pero quién iba á pensar que nuestro porvenir iban á echarlo á perder las mujeres decentes?
(Todas ríen.)
ELENA
(Mirando su reloj). ¡Horror! Las ocho y media.
VICTORIA
ELENA
Y á mí.
ÁNGELES
Yo, también me voy.
(Todas se levantan.)
ALICIA
(A Elena). ¿Esperas á Juanito?
ELENA
Sí. ¿Y tú?
ALICIA
Yo ceno con el marqués.
VICTORIA
¿Aquí?
ALICIA
Sí. Cuando llamasteis creí que era él.
VICTORIA
Yo también ceno en casa.
ÁNGELES
(A Alicia). Me parece que tu marqués no viene.
ALICIA
(Displicente). ¡Y dale! Pues, si no viene el marqués, vendrá Roberto. ¡Tanto monta!
VICTORIA
¿Pero á cuántos amigos esperas esta noche?
ALICIA
A dos.
ÁNGELES
¡Embustera! A tres...
VICTORIA
¡Y luego me llaman loca á mí!
ELENA
(A Alicia). Haces bien, hija mía. Parodiando una frase de Dumas, á propósito del matrimonio, podríamos decir que la vida es para la mujer una cruz tan pesada, que para llevarla necesitamos que nos ayuden tres hombres... y, á veces, más...
VICTORIA
¡Y con todos nunca tenemos dinero! ¡Ea, vámonos!
ALICIA
Adiós, preciosa. Vaya, adiós.
ELENA
Adiós. (A Ángeles.) ¿Usted se queda?
ÁNGELES
No. Saldremos juntas.
ELENA
(A Alicia). ¿Vas mañana á Apolo?
ALICIA
No sé todavía.
VICTORIA
Vé, mujer.
ALICIA
Ya veremos. ¿Tienes palco?
ELENA
Sí.
VICTORIA
También hay que ir á Eslava. Preparan una Inocentada estupenda.
ELENA
Bien, adiós.
ÁNGELES
Hasta mañana.
ALICIA
Adiós...
(Suena el timbre.)
ÁNGELES
Tu marqués.
ALICIA
O Roberto.
VICTORIA
O un representante de las islas Británicas. ¡Maldito archipiélago!... (Pausa. Se oye un murmullo como de lucha y el ruido de una silla que cae al suelo.)
CONSUELO
(Desde dentro y sin que haya enfado en su voz). ¡Demonio de hombre! Estése usted quieto. ¡Estése usted quieto!...
ALICIA
VICTORIA
Quien sea trae prisa.
(Todas avanzan un poco hacia el proscenio, en actitud expectante.)
ROBERTO
¡Alicia!... ¡Mi Alicia!... (Toca la zambomba. Todas ríen.)
ALICIA
¡Es incorregible!
VICTORIA
¡Y pensar que tiene cuarenta años!
ELENA
¡Tocando la zambomba! ¡Un diputado á Cortes!
ROBERTO
(Entregando la zambomba á Ángeles con gravedad cómica). Señora... ¿Pero vivís todas aquí?... ¿Estoy en Citeres ó en la isla de Itaca? ¡Yo pierdo el seso, con la alegría!... Permitidme, nuevo Telémaco, que os estreche sobre mi corazón... (Las abraza con efusión exagerada.)
ELENA
¡Eres un botarate!
ROBERTO
Que está loco por ti... y por ti... y por ti también.
VICTORIA
Por todas.
ROBERTO
(Siempre con ademán reposado y enfático). Tú lo dijiste, en dos palabras de suprema elocuencia: «¡Por todas!...» ¡Qué penetración tan admirable, tan rápida! ¡Hijas mías! (Vuelve á abrazarlas.)
VICTORIA
(Tocando la zambomba). ¡Música, música!...
ROBERTO
Y tú, Alicia...
ALICIA
(Aparentando enfado). ¡Déjame en paz!
ROBERTO
Alicia la dulce, Alicia la cordera...
ALICIA
Te digo que no me hables.
ROBERTO
¿Estás irritada conmigo?
ALICIA
Mucho.
ROBERTO
¿Por qué?
ALICIA
No tengo ganas de conversación.
ROBERTO
¿Me despides así, tan secamente, porque en la penumbra del pasillo he cometido la ligereza de pellizcar á tu criada?
ALICIA
¡Ah! ¿Conque la pellizcaste?
ROBERTO
ALICIA
¡Me encanta tu frescura!
ROBERTO
¿O es porque adivinas que vengo á decirte que no puedo cenar contigo?
ALICIA
Sí que lo vas arreglando.
ROBERTO
¡Pobrecilla!... Ya veo la mesa, la mesita blanca... con dos cubiertos... Uno para tí para mí el otro...
ALICIA
Pues, la verdad; aunque sé lo zascandil que eres, te esperaba.
ROBERTO
¿Lo veis?... Me esperaba... ¿lo oís?... ¡Me esperaba! Y su corazón brincaba gozoso con mi recuerdo. ¡Pero, señor!... ¿Es posible que á mi edad se inspiren todavía pasiones así?...
VICTORIA
ELENA
¡Demonio de hombre! ¡Revienta si habla en serio!
ALICIA
¿Pero te quedas ó no?
ROBERTO
Imposible, Alicia.
ALICIA
¿Cenas en tu casa?
ROBERTO
Sí.
ALICIA
¡Qué lástima!
ROBERTO
Compadéceme. Un odioso banquete de familia.
ÁNGELES
Le compadecemos á usted.
ROBERTO
Hay motivos: la esposa á la derecha, los suegros enfrente... (á los suegros, ya es sabido, siempre les tenemos enfrente) y repartidos alrededor de la mesa familiar, cuñadas, sobrinitas... ¡No quiero pensarlo!... Pero, en fin (abrazando á Alicia), mañana vendré..
ALICIA
¿Por la tarde?
ROBERTO
Sí.
ALICIA
¿A las cuatro?
ROBERTO
A las cuatro.
ALICIA
¡Pero, suelta!... Hombre más pegajoso...
ROBERTO
Vendré, vendré más enamorado de ti que nunca... y en tus ojos tomaré el desquite de lo que hoy he de sufrir. Hoy, mañana... es igual... ¿no es cierto?... ¡Igual! Con una mujer como tú, es Nochebuena todo el año.
VICTORIA
(Riendo). ¡Tiene razón!... ¡Delicioso!
ELENA
¡Música, música!
VICTORIA
Va, va. (Repica la zambomba.)
ROBERTO
Y, con esto, me voy.
ALICIA
¿Sin ni siquiera sentarte?...
ROBERTO
Imposible. Tengo un coche abajo y dentro del coche á mi mujer.
ALICIA, ELENA, VICTORIA
¡A tu mujer!
ROBERTO
A la legítima.
ALICIA
¿Pero estas loco?
ROBERTO
ÁNGELES
¡Sí que lo está!
ROBERTO
La he dicho que aquí vivía mi abogado.
VICTORIA
¿Y para quién era la zambomba?
ROBERTO
Para el hijo del abogado. He venido por que me moría de tristeza...
ELENA
Se te conoce.
ROBERTO
Porque yo me ahogo si no respiro, siquiera una vez al día, ese aire de tolerancia que se respira aquí. ¡Ea, salud!... (Hace ademán de irse.)
VICTORIA
Oye...
ROBERTO
Di.
VICTORIA
¿Me llevas una noche al teatro?
ELENA
Y á mí.
ROBERTO
Mañana os espero en la Zarzuela.
VICTORIA
Yo no voy á la Zarzuela.
ROBERTO
¿Por qué?
VICTORIA
Porque le debo un palco á un revendedor.
ROBERTO
Te pondré en paz con tu revendedor.
VICTORIA
Pero, de ir, ha de ser con mi novio.
ROBERTO
¡Ah! ¿Pero tienes novio?
ALICIA
Y muy simpático.
VICTORIA
ROBERTO
¡Malo!... En general, todos los artistas son unos botarates...
ELENA
Sí, que tú...
ROBERTO
Les conozco; unos botarates aficionados al juego, al vino, á las mujeres... pero, en el fondo, ¡eso sí!, buenas personas; ingenuos, generosos... ¡todo corazón!... Sí, llévale; yo disfruto viendo cómo se aman los demás.
ALICIA
¡Es un santo!
VICTORIA
Más música. (Tocando la zambomba.)
ROBERTO
(A Alicia). Adiós, cuerpo bonito, carita de rosa.
ELENA
Nos vamos todas.
ROBERTO
VICTORIA
¡Será detrás de ti!
ROBERTO
Eso es diferente.
ELENA
Pierde cuidado; no te comprometeremos. Bajas delante.
ROBERTO
Sí, dadme tiempo á que me suba al coche. ¡Adiós, gabinete inolvidable; mesa querida, adiós!...
ELENA, VICTORIA
(Empujándole). Anda, anda... Ya has dicho bastantes tonterías.
ALICIA
¿Y la zambomba?
VICTORIA
Me la llevo yo.
ROBERTO
ALICIA
Hasta mañana.
(Detrás de Roberto salen Elena y Victoria.)
ÁNGELES
(Besando á Alicia). Hasta mañana. Diviértete mucho.
ALICIA
Adiós, Ángeles. Te deseo una buena noche.
(Un momento la escena queda sola.)
¡Se marcharon, al fin!... ¡Oh!... ¡Cuánta conversación, cuánto hablar de frivolidades que á una no le interesan! ¡Cuánto fingir!... (Coge un periódico y se sienta delante de la chimenea. Atiza la lumbre. Mira el reloj de su pulsera.) Las ocho y media dadas. ¡Que tarde!... ¿No vendrá? (Lee.) Esperemos. (Dentro y lejos, como en la calle, resuena un recio estrépito de zambombas, tambores, panderetas y almireces. Algarabía desacorde y sin ritmo, como de gentes que van borrachas.)
UNA VOZ CANTA:
OTRA VOZ:
[B] Conviene que esta Voz sea de mujer. La actriz encargada de cantar puede elegir la copla y la tonadilla que guste.
Y el coro repetirá, á modo de estribillo:
(Luego las voces cesan y el ruido de los instrumentos va debilitándose, cual si se alejase por la calle. Ensáyese bien esto, por que de ello depende el encanto melancólico de la escena.)
ALICIA
Noche triste, noche maldita... maldita, porque es de recuerdos... ¡Ay, mi madre!... Y mis veinte años... mis años de ilusión... ¿dónde fueron?... (Exaltándose.) Daría... ¡oh!... No sé qué daría por no estar sola... (Pausa. Suena el timbre del teléfono.) ¡Ah! Una voz que viene de lejos, un consuelo... (Maneja el aparato.) ¿Quién?... ¿Quién?... Perdone, Central. ¡Ah!... ¿Casino de Madrid?... Ya... ¿Cómo?... Más alto... ¡No se oye!... ¿Qué dice? Las portadas del periódico... ¿Eh?... ¿Pero usted cree que esto es una redacción?... ¡Oiga usted, Central! Central... Central... (Apoyando el timbre. El timbre del teléfono vibra otra vez.) ¡Central!... ¡Ah! ¿Es el Casino de Madrid? A ver si ahora nos entendemos... Bueno, bueno... bien... usted perdone, Central, usted perdone... ¡Casino de Madrid! Sí, aquí es... ¿Con quién hablo?... ¡Ah, eres tú, Luisito?... ¿Cómo estás?... Yo, muy guapa... ¡Ja, ja, ja!... ¡No seas bruto!... ¿Eh?... Digo que no seas bruto. Bien. (Ríe.) Sí, recibí las botellas... muy buena marca... no lo he probado aún, pero supongo que será excelente. Oye... oye... te advierto que te espero, tengo un apetito horrible... ¿Cómo? ¿Que no puedes venir á cenar conmigo?... ¿Cenas en tu casa?... Ya podías habérmelo dicho antes... ¡Evidentemente!... Eso no se hace... ¿eh? No, señor; no se hace, porque si tú tienes compromisos, yo también los tengo... Si viene alguien, le recibiré... ¡No faltaba más! No admito explicaciones, no las admito... Te vas al infierno... Ni quiero reñir ni dejo de querer; haz lo que gustes... No sé si podré... ¡que no sé si podré!... No, mañana no, y menos por la tarde... Sí... Adiós... (Separándose del teléfono.) ¡Maldita sea!... (Apoya un timbre. Pausa.)
CONSUELO
¿Llama usted?
ALICIA
Dame de cenar.
CONSUELO
¿Cena usted sola?
ALICIA
Sola.
CONSUELO
¿No viene el señor marqués?
ALICIA
No.
CONSUELO
ALICIA
Tampoco.
CONSUELO
¿Cómo? ¿Ha reñido usted con ellos?
ALICIA
No.
CONSUELO
Entonces...
ALICIA
¿Qué quieres?... El marqués está casado, Roberto también está casado... y los «señores» tienen que cumplir con la familia. ¿Sabes? ¡Ironías de la suerte!... Esta noche, la más triste de todas las del año, es precisamente la única noche en que la Fatalidad, que tiene cara de clown, nos obliga á dormir solas.
CONSUELO
Es verdad... sí...
ALICIA
(Con gran apasionamiento). Ya sabes cómo nosotras llamamos á los hombres que nos pagan... Siempre les desprecié con toda mi alma, siempre... Jamás comprendí que hombres discretos, hombres de mundo, pudiesen hallar contentamiento en la comedia de amor que nosotras, en su obsequio y por su dinero, representábamos. ¡Les creía imbéciles!... Pero, no, no lo son; ahora les comprendo, y como les comprendo, les disculpo... ¡hasta piedad me inspiran!... Es que los infelices, en medio de su vivir ordenado, se aburren, y sus pobres almas tiemblan de frío. No, ellos no creen en nosotras, pero lo fingen... y su propio fingimiento les distrae con el espejismo de un amor real... ¡Oh! Ahora como nunca comprendo su fastidio, su fastidio mortal... su miedo á estar solos. (Pausa. Consuelo permanecerá de pie, en actitud resignada. Alicia se dispone á leer el periódico.)
CONSUELO
Entonces... ¿quiere usted cenar ahora?
ALICIA
Sí... sí... no tengo ganas, pero, en fin, cenaré... ¡Sola, qué rabia!
CONSUELO
¿Quiere usted ostras?
ALICIA
CONSUELO
También.
ALICIA
Bueno; pues, de todo un poco. Hay que vivir...
CONSUELO
Los bocadillos de langosta tienen muy buena cara.
ALICIA
¡Vengan los bocadillos de langosta!
(Se levanta y se sienta á la mesa. Suena un timbre.)
CONSUELO
¿Será el señorito Ricardo?
ALICIA
No le espero ahora. Que pase quien sea.
CONSUELO
¿Si es un hombre?
ALICIA
CONSUELO
(Risueña). Con tal que no sea un acreedor...
ALICIA
(Impacientándose). ¡Aunque sea un acreedor! No importa. ¡Aunque sea el verdugo!...
(Pausa. Consuelo sale y vuelve con una carta.)
CONSUELO
Tome usted.
ALICIA
(Rompe el sobre). ¡Oh!... ¡No viene!... ¡Oh! No viene... (Pausa.)
CONSUELO
¿Una mala noticia?
ALICIA
¡Bah!... Sí... ¡No viene! (Aparte.)
CONSUELO
Presumo de quién es.
ALICIA
CONSUELO
Del mismo. ¿No puede venir?
ALICIA
No.
CONSUELO
Cena con sus padres, ¿verdad usted?
ALICIA
Con sus padres. ¡Mala sombra!...
CONSUELO
¡Es natural, señorita! En una noche como esta, ya se sabe; la familia...
ALICIA
¡Claro! La familia... Y los que, como yo, rompieron con la familia para ser libres, cenan solos...
(Pausa. Alicia permanece absorta.)
CONSUELO
(Suspirando con disimulo). ¡Ay!...
(Pausa larga.)
ALICIA
CONSUELO
Señorita.
ALICIA
¿Tú también tienes familia?
CONSUELO
Sí, señorita.
ALICIA
¿Padre y madre?
CONSUELO
Madre, nada más.
ALICIA
¿Y hermanos?
CONSUELO
Tres, más pequeños que yo.
ALICIA
Les querrás mucho...
CONSUELO
Mucho, sí, señorita; ¡figúrese usted!
ALICIA
¡Claro!... Como yo querría á los míos... si no se avergonzasen de que yo les quisiera... (Pausa. Vuelve á leer la carta de Ricardo.) ¿No puede venir! ¡Qué fatalidad!... (Pausa.) ¿Y tú, Consuelo, vas á cenar conmigo?
CONSUELO
Como la señorita disponga.
ALICIA
No; ¿para qué sacrificarte?... Tú también tendrás gusto en cenar con los tuyos, ¿verdad?
CONSUELO
Antes iba á decírselo á usted: puesto que ni el marqués, ni don Roberto, ni el señorito Ricardo vienen... si no le hago á la señorita mucha falta...
ALICIA
Ni poca ni mucha. ¡Para lo que he de comer!
CONSUELO
Puedo irme más tarde.
ALICIA
(Levantándose). No, tonta, vete ahora. Es igual... yo me serviré. Toma diez pesetas, para que les compres algún juguete á tus hermanos.
CONSUELO
¡Ay, muchas gracias, señorita!
ALICIA
Llévate, además, todo el turrón que quieras.
CONSUELO
Muchas gracias.
ALICIA
Llévate también la llave, para que yo, mañana, no tenga que levantarme á abrirte. Anda, date prisa, que van á dar las nueve.
CONSUELO
Como usted quiera.
ALICIA
Anda, anda...
(Un momento permanece indecisa. Luego hace mutis y reaparece con dos platos que coloca sobre la mesa). Cenemos. (Vuelve á resonar en la calle estrépido de tambores, de panderetas y de voces.)
VOCES
UNA VOZ
CORO
[C] Nota importante.—Como el autor reconoce que la melancolía suprema de esta ultima escena es para «sentida» más que para «dicha», propone á la actriz encargada del papel de «Alicia» dos desenlaces: Uno, representar la comedia según aparece escrita; otro, no bien el coro acabe de cantar, dejar la copa de champagne que iba á llevarse á los labios y, sin decir palabra, como quien no puede reprimir más tiempo su dolor, romper á llorar desoladamente, mientras el telón cae lento.
ALICIA
¡Qué estrépito! Si parece que va á hundirse la casa... ¡En fin!... Una noche en que no necesito inventar conversaciones espirituales, ni fingir caricias, ni reirme sin ganas... ¡Nochebuena!... ¡Qué diablos! No sé de qué me quejo... Y en mi pueblo, los que se acuerden de mí dirán: «¿Qué hará esa?...» ¡Si me vieran!... (Descorcha una botella de champagne.) Bueno; bebamos; me emborracharé. El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos... ¡Nochebuena!... (Bebe. Otra vez resuenan tambores y almireces.)
PERSONAJES | ACTORES |
Ramona (veinticinco años. | Srta. Valdivia. |
Gabriela (ídem, íd. Viste traje | Sra. Ezquerra. |
Joaquín Cervera (cuarenta | Sr. Palacios. |
Don Pablo (cincuenta años. | » Castilla. |
Santiago (treinta años. Carácter | » Sampayo. |
Un camarero | » Palacios (A.). |
La acción se desarrolla en verano y en una playa de moda.—Epoca actual.
Derecha é izquierda, las del actor.
EL PASADO VUELVE
Gabinete lujoso en un Hotel de viajeros: un armario, un lavabo con espejo, etc. Al fondo y á la izquierda, una ventana abierta sobre un jardín y que, desde el primer momento, aparecerá bañada en luna. Muy cerca de la ventana, un diván. Al fondo y á la derecha, una puerta. A la derecha, otra. En un ángulo cualquiera, y colocados uno encima de otro, dos baúles. Detalle es éste que dará á la escena una gran expresión de gabinete alquilado y provisional. Arrojado de cualquier modo sobre un mueble, habrá un traje de mujer vistoso y llamativo.
Al levantarse el telón se hallan en escena Ramona y don Pablo. Ella asomada á la ventana, como quien espera. Viste bata blanca. El, en mangas de camisa, aparece abrochándose las botas, ó peinándose, etc., con mucha calma.
Es de noche.
RAMONA
Acaban de sonar las nueve. Ya no puede tardar. ¿A qué hora dijeron que llegaba el expreso?
DON PABLO
A las nueve menos cinco.
RAMONA
Ya ves.
DON PABLO
Pero no hay que fiarse. En Portugal, como en España, los trenes caminan á paso de camello. ¡No podemos negar nuestro abolengo africano!
RAMONA
Sentiría que Gabriela no viniese hoy; lo sentiría de veras; más que nunca. (Nerviosa.)
DON PABLO
¿Pues?
RAMONA
Entre otras razones, porque adivino que esta noche voy á fastidiarme horrorosamente.
DON PABLO
Será porque te da la gana.
RAMONA
O porque tú no me dejas divertir.
DON PABLO
(Incomodado momentáneamente.) ¡Y vuelta con la misma! ¿No te dije que te llevaba á la kermesse?
RAMONA
¿Y qué?
DON PABLO
¿Entonces?...
RAMONA
Que si voy, será con el vestido que yo quiera. (Aludiendo al que habrá sobre un mueble.)
DON PABLO
¡Ah! Lo que es eso, de ningún modo. ¡Un traje con el que, á cien leguas, vas oliendo á cocota!
RAMONA
¿Y no lo soy?
DON PABLO
Pero, yendo conmigo, no hace falta que lo recuerdes. ¡Bueno fuera!...
RAMONA
Terminemos la conversación, ¿quieres?... Terminemos la conversación. ¡Eres un estúpido!
DON PABLO
Y tú una poca vergüenza.
RAMONA
Tal para cual.
DON PABLO
Verdaderamente. (Recobrando su buen humor.)
RAMONA
(Con ira reconcentrada). ¡Necio! Si no fuera por...
DON PABLO
Sí, por... porque mi cartera nunca está vacía, ¿eh?...
RAMONA
¡Eso!
DON PABLO
Me es igual; cada uno de nosotros dispone de una fuerza, de un arma. Tú tienes belleza, es cierto, pero yo tengo dinero.
RAMONA
La belleza vale más que el dinero.
DON PABLO
Según. A la hora del amor, sí. Pero á la hora de almorzar, desengáñate: ¡oros son triunfos!...
(Ella vuelve á asomarse á la ventana. El, para demostrarla que no está enfadado, empieza á silbar una canción. Pausa.)
RAMONA
¡Por fin!
DON PABLO
¿Eh?
RAMONA
¡Ahí está, ahí viene! (Palmoteando de alegría.) ¡Gabriela... Gabriela! ¡Sube!... Por ahí...
DON PABLO
¿Es guapa?
RAMONA
Bastante más que tú. (Rencorosa.)
DON PABLO
Ya lo veremos.
RAMONA
¡Pero, hombre de Dios! ¿No acabas de vestirte?
DON PABLO
Voy, mujer... voy.
RAMONA
¡Me desesperas!... ¿O es que no te importa que Gabriela te vea así?
DON PABLO
¡Bah!... Siendo amiga tuya, supongo que no será esta la primera vez que ve á un hombre en mangas de camisa. (Con alegría irónica.) ¿O es que empiezas á tener celos de mí? (Hace ademán de abrazarla.)
RAMONA
¡Quita! (Sale precipitadamente por la puerta del fondo. Ramona, desde dentro.) ¡Gabriela, chiquilla! ¡Bienvenida!...
GABRIELA
(A don Pablo). Buenas noches.
DON PABLO
(Inclinándose cómica y ceremoniosamente). A los pies de usted.
CAMARERO
(A Gabriela). Voy á preparar á usted su habitación.
GABRIELA
Muy bien.
CAMARERO
¿Puedo dejar esto aquí un momento?
RAMONA
Sí, sí.
GABRIELA
(A Ramona). Gracias. (Al camarero.) Tome usted, tome usted... para el cochero... una propinilla.
CAMARERO
Gracias, señorita. (Vase.)
RAMONA
(A Gabriela). Ahora voy á presentaros. He esperado á que el camarero se marchase para hacerlo con cierta solemnidad.
GABRIELA
¡Qué graciosa! (Las dos ríen y se abrazan.)
RAMONA
Gabriela, mi amiga... casi mi hermana. Pablito... (enfática) ó, mejor dicho, don Pablo; mi esposo en Portugal.
DON PABLO
Como si dijésemos, un esposo para quince días.
GABRIELA
¿Nada más? (Riendo.)
DON PABLO
Nada más. Ser amante oficial de una mujer bonita y no ser engañado, es muy difícil, Hay, por consiguiente, que retirarse antes de que el dulce peligro asome.
GABRIELA
Es usted encantador.
DON PABLO
Muchas gracias. Usted me permitirá que continúe embelleciéndome.
RAMONA
¡Dos horas hace que está así!
DON PABLO
Hija mía... á mi edad, todas las precauciones son pocas. (Vuelve al tocador.)
GABRIELA
Está usted en su casa. (A Ramona y bajando un poco la voz.) ¿Sabes quién ha venido conmigo en el tren?
RAMONA
¿Quién?
GABRIELA
Joaquín Cervera.
RAMONA
¿Es posible? (Con alegría vivísima.)
GABRIELA
Nos encontramos en la estación de Madrid y hemos hecho el viaje juntos.
RAMONA
GABRIELA
¿Hace mucho tiempo que no le ves?
RAMONA
Mucho, mucho. Años...
DON PABLO
(Sin mirarlas). Ese Joaquín Cervera es el escultor... ¿verdad?
GABRIELA
El mismo.
DON PABLO
Ya decía yo que el apellido me «sonaba».
GABRIELA
¿Le conoce usted?
DON PABLO
De nombre, nada más.
RAMONA
(A Gabriela y con tristeza). ¡Qué casualidad!
GABRIELA
¡Si vieras qué cambiado está el pobre!
RAMONA
¿Sí?
GABRIELA
No es ni la sombra de lo que fué. Pálido, triste... Tiene los cabellos casi blancos...
RAMONA
¡Pobre Joaquín! Nos conocimos hace diez años, ya sabes... cuando yo todavía era una niña. Luego emigró á Londres y no hemos vuelto á vernos.
GABRIELA
Pues si le vieses ahora, no le conocerías.
DON PABLO
(Pavoneándose). Los buenos mozos duramos poco. ¡Es una lástima!
RAMONA
¿Y ha venido aquí por muchos días?
GABRIELA
A pasar el verano.
DON PABLO
¿Supongo que no pensarás engañarme?
RAMONA
¡No seas necio! (Aparte á Gabriela.) Ya hablaremos. (Alto.) Ven, te enseñaré mi mirador. (Se acercan á la ventana.)
GABRIELA
¡Pero esto es delicioso!
RAMONA
Admirable. Lo mejor de la colonia veraniega se hospeda aquí.
GABRIELA
Y mujeres... ¿hay muchas?
RAMONA
Pocas. ¿Vienes sola?
GABRIELA
Sola; á probar fortuna.
DON PABLO
Hará usted fortuna. Yo, á la edad de usted, siempre iba solo, y me llovían los pedidos.
RAMONA
Aquí tenemos diversiones de todas clases: patines, teatro de fantoches, tómbola, columpios, Tío-Vivo y una orquesta de cíngaros que suena de media en media hora.
GABRIELA
Magnífico.
RAMONA
¡Mira quién va por allí!
GABRIELA
¡Chica! ¡El marquesito!
RAMONA
Y á ella también la conoces. (Dentro suena un vals, pero muy «piano», para que no interrumpa el diálogo.)
GABRIELA
Creo que sí...
RAMONA
Sí... es la de González, aquella francesa rubia que Antonio Buendía y el duque Martín dejaron desnuda en un merendero.
GABRIELA
RAMONA
¿Y la cara que puso don Cleto cuando lo supo?
GABRIELA
¡Sí, mujer!... ¿No he de acordarme? (Ríen como locas.)
DON PABLO
(Que habrá acabado de vestirse). ¡Pobre don Cleto!
GABRIELA
(Sin dejar de reir). ¿También le conoce usted de nombre?
DON PABLO
A ese, ni de nombre.
GABRIELA
Como le compadece usted...
DON PABLO
Por espíritu de clase.
RAMONA
(A Gabriela). ¡Vamos á bailar!
GABRIELA
¿Y si rompemos algún mueble?
RAMONA
Lo paga Pablito.
GABRIELA
Entonces, vamos. ¡Cuidado, don Cleto!... Digo... ¡Don Pablo!
(Bailan sin dejar de reir.)
DON PABLO
¡Es igual!
RAMONA
Eso creo yo...
CAMARERO
¿Puedo pasar?
RAMONA
DON PABLO
(A Gabriela). En una habitación donde hay un hombre con dos mujeres, se puede entrar siempre, ¿verdad?
GABRIELA
¿Está usted seguro?
DON PABLO
Cuando el hombre tiene mi edad...
GABRIELA
También tiene usted razón. (Cesa la música.)
CAMARERO
(Que habrá recogido el equipaje de Gabriela). La señorita puede pasar cuando guste á su habitación.
GABRIELA
Perfectamente.
CAMARERO
Es la de aquí al lado. El número seis. (Señala á la derecha.)
GABRIELA
Bien.
RAMONA
¡Me alegro! Así estaremos más juntas.
CAMARERO
¿La señorita va á cenar aquí?
GABRIELA
Sí. Es decir... espere usted. No sé qué hacer... ¿Tú has cenado ya?
RAMONA
Sí, pero no te importe. ¿Estás cansada del viaje?
GABRIELA
No.
RAMONA
Entonces te aconsejo que vayas á Pum-Pum; un café-concierto. Se come muy bien.
GABRIELA
El caso es...
RAMONA
GABRIELA
Que necesitaría cambiarme de traje.
RAMONA
¡Ah, naturalmente! Allí va un público muy selecto.
DON PABLO
De traje y de ropa interior.
GABRIELA
Por eso... ¡qué fastidio! (Al camarero.) No, no; mire usted, no salgo: cenaré aquí.
CAMARERO
Pues, cuando quiera.
GABRIELA
En seguida. ¡Ah! Oiga usted: un caballero vendrá preguntando por mí. Hágale usted subir.
CAMARERO
DON PABLO
(Consultando su reloj). Me parece que no voy á esperar á Santiago.
RAMONA
Créeme que si no volvieses á verle en toda tu vida, no perdías nada.
GABRIELA
¿Quién es ese Santiago?
RAMONA
Un niño rico, un pisaverde que le trae sorbido el seso á éste. (Por don Pablo.) ¡Hija mía! En cuanto ve á Santiago, Pablo se transforma; diríase que le quitan veinte años de encima. Las consecuencias luego, las pago yo. Porque, donde le ves, tiene mal vino.
GABRIELA
¿Hola... sí?
RAMONA
Le da por reñir y por no darme dinero.
DON PABLO
¡Como que los borrachos nunca pierden el tino!
GABRIELA
Hace usted mal, Pablo, en disgustar á Ramona, que es tan buena.
DON PABLO
¡Pero si no la doy disgustos!
RAMONA
Todos los que puede; y como los días, en verano, son tan largos...
GABRIELA
Te da muchos. Veamos: ¿por qué esta noche, en lugar de irse con su amigo, no sale usted con Ramoncita?
DON PABLO
Porque ella no quiere.
RAMONA
Porque no quieres tú.
DON PABLO
¡No empecemos!... Gabriela: sea usted imparcial y juzgue por sí misma. La manzana de nuestra discordia es ésta. (Coge el vestido de que se hizo mención en otro lugar.) La niña... se ha empeñado en ir á la kermesse con este traje.
RAMONA
Un traje precioso, que lo firmaría Paquín.
DON PABLO
Un traje de titiritera, un semidesnudo que llamaría la atención de todo el mundo y me pondría en berlina.
GABRIELA
(Conciliadora). Pues, mujer... ponte otro vestido.
RAMONA
¿Yo?... ¡Está fresco!
DON PABLO
No la conoce usted.
GABRIELA
Tiene la cabeza dura...
DON PABLO
RAMONA
No, te equivocas; yo no soy testaruda por temperamento, sino por cálculo. Hay que saber entender á estos caballeros ricos que «nos entretienen». Si te blandeas con ellos, te comen por los pies.
DON PABLO
¿Qué tiene que ver el dinero con lo que aquí discutimos?
RAMONA
Mucho. Porque el dinero siempre es mal educado, grosero. Tú, á pesar de tu buena crianza, no puedes olvidar que eres el amo.
DON PABLO
¡Naturalmente!
RAMONA
El que paga.
DON PABLO
¡Naturalmente!...
GABRIELA
Bien, basta... No hay motivos para reñir. ¡Qué atrocidad! ¡Ni que estuvieseis casados!...
DON PABLO
Así es. Pero de cuándo en cuándo necesito recordar á Ramoncita que yo no sirvo a nadie de juguete.
RAMONA
Lo mismo digo.
GABRIELA
¡Demonio! Bastante habéis hablado ya.
DON PABLO
Por mi parte...
RAMONA
¡Y se queda tan fresco! ¡Hipócrita!... ¿Pero ves qué tíos estos?... (Furiosa.)
DON PABLO
Bonita palabra.
RAMONA
Sí, sois unos tíos.
DON PABLO
RAMONA
¡Unos tíos!...
DON PABLO
Calla... calla... ¡Si no puedes negar lo que eres, si no puedes negarlo!... A la lengua se te sube el barro que llevas en el alma, y, sin querer, lo escupes...
RAMONA
Sí, barro escupo: el que tú... y otros como tú echasteis sobre mí: fango de egoísmos, fango de traiciones. Buena y limpia, como hecha de luz, era yo cuando niña. La suciedad que ahora hay en mí, ¿de quién la recibí, si no de vosotros? Vosotros me enseñasteis el lenguaje de la plazuela. ¿No sabías que, como el trueno sigue á la luz, así la primera blasfemia responde al primer desengaño?... ¡Y aún crees que voy á ser juguete vuestro... tuyo!... ¡Imbécil, imbécil, imbécil!... (Llora.)
GABRIELA
Ramona... Ramoncita...
DON PABLO
(Correcto). ¡Muy bonito! El relámpago, el trueno... y ahora la lluvia. ¡Mejor es callar!
RAMONA
(A Gabriela). Creen que á nosotras se nos conquista con dinero... ¿Qué te parece?... ¡Ja, ja!... ¡Con dinero!
DON PABLO
¿No?
RAMONA
¡No! Se nos conquista con delicadezas... ¿te enteras?... Con delicadezas... con palabras... Y para jugar con una mujer, ¡desengáñate!, es preciso cogerla por el corazón.
DON PABLO
(Ya de buen humor). Voy creyendo que las mujeres agradecéis más una bofetada á tiempo que una orla de brillantes.
RAMONA
¡Qué lástima de tiro, hijo mío!...
DON PABLO
¡Y los billetes de Banco que me ha costado aprender una lección tan sencilla! Bueno; au revoir; me marcho. Gabriela, perdone usted el mal rato que acabamos de darla...
GABRIELA
¿Se va usted sin hacer las paces con Ramona?
DON PABLO
Por hechas. ¿Usted cree que yo tomo estas cosas en serio?... ¡Quiá!
RAMONA
Yo, felizmente, hago lo mismo.
DON PABLO
(A Gabriela). Las mujeres sois siempre menores de edad.
GABRIELA
¿A dónde va usted ahora?
DON PABLO
Al Casino.
GABRIELA
¿A jugar?
DON PABLO
Y á perder.
RAMONA
DON PABLO
El suficiente para que el banquero no cese de bendecirme en toda la noche.
GABRIELA
Prefiere usted los juegos de azar á los juegos de amor. ¡Hace usted mal, don Pablo!
DON PABLO
Achaques de la edad. Yo soy muy positivista.
RAMONA
¿Pero tú creías que éste se ocupa en hacer el amor?
DON PABLO
Lo compro hecho. Es más cómodo.
GABRIELA
Pero menos poético.
DON PABLO
Pero más cómodo.
RAMONA
DON PABLO
Sobre todas las cosas. (A Gabriela.) Repito... (A Ramona.) Fierecilla... ¡Ah! Si viene Santiago le dices...
RAMONA
No te molestes; me parece que le tienes ahí.
SANTIAGO
(Ya dentro). ¿Se puede?
RAMONA
¡Hola!... ¿Y lo pregunta usted desde dentro?
SANTIAGO
Adiós, Pablito... Ramona...
RAMONA
(A Gabriela). Santiago Rivas, uno de nuestros primeros... desocupados. Mi amiguita Gabriela Rey, que acaba de llegar...
SANTIAGO
¿De Madrid?
GABRIELA
De Madrid.
SANTIAGO
Encantadora... sí, señor... encantadora...
GABRIELA
Muy amable...
SANTIAGO
Es una de las manos más bonitas que han pasado por la mía. Permítame usted... (La besa.)
RAMONA y GABRIELA
¡Santiago!
SANTIAGO
(A Gabriela.) No me guarde usted rencor; en mis labios no hay veneno. Además, vengo medio loco.
DON PABLO
¿Pues qué sucede?
SANTIAGO
GABRIELA
(A Ramona). Es simpático.
SANTIAGO
Aquí no puede ser. Es una historia para hombres solos.
RAMONA
¿Una nueva conquista?
SANTIAGO
Un proyecto de conquista.
RAMONA
¿Joven?
SANTIAGO
Veinte años.
RAMONA
¿Rica?
SANTIAGO
Rica.
DON PABLO
SANTIAGO
¡Quiá! Esa, pasó. Anoche quise verla y anduve rondando su calle, y como había luz en su cuarto, empecé á llamarla á gritos: «¡Victoria... Victoria!...» Y en la quietud de la calle, ancha y silenciosa, el eco respondía: «¡Victoria... Victoria!» Hasta que llegó un guardia y me dijo: «Caballero, por bien que le hayan salido á usted sus asuntos, hágame el favor de callar. Son las dos de la madrugada.»
GABRIELA y RAMONA
¡Tiene gracia!
SANTIAGO
Y me fuí. Pero la de ahora sí que es guapa... ¡Oh!...
DON PABLO
Ya me contarás...
GABRIELA
¿Conque esas tenemos? Una mujer joven, rica... ¡muy bien!
RAMONA
Una verdadera novia, por lo visto; una muchacha decentita....
SANTIAGO
¿Decente?... ¡Quiá!... ¿Pero usted me cree capaz de enamorarme «de eso» que llaman una mujer decente?...
RAMONA
¡Hombre!
SANTIAGO
¡No las quiero! Una mujer así es una cadena metida en un corsé.
RAMONA y GABRIELA
¡Qué disparates dice! (Horrorizadas.)
DON PABLO
¡Tiene razón! (Riendo.) ¡Tiene razón!
SANTIAGO
¡Claro es!... Para los incasables como yo, las solteritas que buscan marido, no sirven, y las casadas fieles, tampoco. Yo, en cuestiones de amor, soy mariposa, soy anarquista. ¡Viva la anarquía! Ea, tú, Pablo... ¡hale! Paso de camino...
DON PABLO
SANTIAGO
A no ser que estas señoritas... A Ramona la veo en traje de casa.
RAMONA
Yo no salgo.
SANTIAGO
¿Y usted?
GABRIELA
Acompaño á Ramona.
SANTIAGO
Tiene usted ojos apasionados, ojos italianos... ojos de ensueño... ¡Eh, tú, Pablito!... ¿No te parece?... Ojos de ensueño. Usted debe de ser un alma errante, un alma viajera...
GABRIELA
(Riendo). Sí, sí... ¡Pero ya no viajo!...
SANTIAGO
¿Ha descarrilado usted alguna vez?
GABRIELA
SANTIAGO
También yo.
GABRIELA
Y esos viajes sentimentales suelen costar á las mujeres muchas lágrimas.
SANTIAGO
Y á los hombres mucho dinero. Estamos de acuerdo. (Se dan las manos riendo.)
DON PABLO
¿Acabarás de charlar?
RAMONA
¿A dónde van ustedes, por fin?
DON PABLO
Desde aquí al Casino.
SANTIAGO
Nos esperan. Luego iremos á Pum-Pum.
DON PABLO
¡Es un programa!
SANTIAGO
Luego... ¡quién sabe!... Misterio. Pero, ¿qué importa, cuando en el misterio está la poesía?
DON PABLO
(Que habrá estado frotándose las sortijas con su pañuelo). ¡Por vida de los moros!...
SANTIAGO
¿Qué es?
DON PABLO
Que se me ha caído el brillante del solitario.
RAMONA, GABRIELA
A ver, á ver... (Todos rodean á don Pablo. Los artistas cuidarán de dar á esta escena la mayor animación posible.)
DON PABLO
Menos mal que no fue en la calle.
RAMONA
¡Qué lástima!
GABRIELA
¡Hermosa piedra!
DON PABLO
SANTIAGO
¿A ver? Trae acá. Yo entiendo mucho de estas cosas. ¡Sí, en efecto; hermoso ejemplar! ¡Qué oriente! ¡Me conviene! (Se la traga.)
RAMONA, DON PABLO
¡¡Qué haces!!
GABRIELA
¡Este hombre tiene los demonios en el cuerpo!
SANTIAGO
¡Ya pasó!...
DON PABLO
¿Pero estás en tu juicio? (Todos ríen.)
SANTIAGO
¡Llevo dos mil francos en las entrañas! ¡Dos mil francos!... Bien podéis decir ahora que «en el fondo», á pesar de mi frivolidad aparente, valgo mucho.
RAMONA
GABRIELA
¡Es divino!...
SANTIAGO
Ahora es cuando me voy. (A don Pablo.) Te advierto que no tengo el menor interés en que me acompañes.
DON PABLO
¡Ah, pero yo sí! No te dejo en toda la noche.
SANTIAGO
¿No quieres separarte de tu solitario?
DON PABLO
Ni un momento.
SANTIAGO
¡Pues ya está la fiesta armada!
GABRIELA
Será buena.
SANTIAGO
¡Oh, dejará memoria! Porque os advierto que la digestión de una piedra preciosa exige...
RAMONA, GABRIELA
¿Qué?
SANTIAGO
Mucho vino de Oporto.
DON PABLO
Te pago el digestivo.
SANTIAGO
Vamos. Gabriela... ¿irá usted á Pum-Pum? ¡No deje usted de ir!...
GABRIELA
Quién sabe... probablemente.
SANTIAGO
Porque he de confesarla á usted...
DON PABLO
(Empujándole). ¡Que van á dar las diez!...
SANTIAGO
¡Huyamos!... Ya sabes que los digestivos hechos á base de vino de Oporto, se toman por botellas y de media en media hora... (Salen riendo.)
RAMONA
Andad, andad...
GABRIELA
¡Qué par! ¡Como pellejos se van á poner!
RAMONA
¡Por fin! (Cierra la puerta.)
GABRIELA
Tu don Pablo es notable: es el tipo del bon vivant, del desaprensivo.
RAMONA
¡Vaya, bendito de Dios! ¡Me aburre!... Como me aburren todos...
GABRIELA
Reconoce, al menos, que es uno de esos hombres excepcionales que, por intuición, sin duda, saben retirarse un momento antes de empezar á estorbar.
RAMONA
Razón tienes. Porque deseosa estaba de quedarme á solas contigo para hablar de Joaquín.
GABRIELA
¿Pero, le quieres todavía?
RAMONA
Todavía. Siempre...
GABRIELA
¡Qué buena eres!
RAMONA
Le quiero como tú quisiste á Leonardo. (Besándola.) ¿Verdad? En vano tú, como yo, hemos pasado de unos brazos á otros; el recuerdo del primer hombre, del único hombre que quisimos, persiste en nosotras triunfador, imborrable.
GABRIELA
Es como un perfume.
RAMONA
GABRIELA
Otros hombres hemos conocido más graciosos, más elegantes, más ricos... pero Aquél, el amado, se sobrepone á todos.
RAMONA
A todos.
GABRIELA
Es la magia del pasado, la fuerza del recuerdo... Y es que una sola idea, cuando es grande, basta para llenar toda una vida.
RAMONA
Es cierto. Háblame de Joaquín.
GABRIELA
Pregunta.
RAMONA
¿Vendrá?
GABRIELA
Esperándole estoy, y el camarero lo sabe. Joaquín te quiere mucho; durante todo el viaje me ha hablado de ti.
RAMONA
¿Por qué no se ha hospedado aquí?
GABRIELA
Porque su familia le esperaba.
RAMONA
¿Pero, se ha casado? (Con asombro y dolor.)
GABRIELA
¿No lo sabías?
RAMONA
¡No! ¡Oh! ¡Casado! ¿Y tiene hijos?
GABRIELA
También.
RAMONA
¡No sabía nada! ¡Qué dolor!... ¡Oh! Ya, entre él y yo, ¡qué abismo!...
GABRIELA
Y todo eso le ha envejecido, le ha puesto triste...
RAMONA
(Hablando consigo misma). ¡Casado! ¡Qué abismo!... (Pausa.)
GABRIELA
¡Y Joaquín llega á tiempo! (Riendo.)
RAMONA
¿Cómo?
GABRIELA
Yo me entiendo...
RAMONA
¿Lo dices porque acabo de reñir con Pablo?... ¡Tonta! ¡Era igual!... Demasiado sabes que, lo que amamos mucho, siempre llega á nosotras á tiempo. (Pausa.)
GABRIELA
Oye... Alguien viene.
RAMONA
Sí...
GABRIELA
Me parece que han llamado en mi cuarto. Sí... No te emociones demasiado, porque es él. (Se dirige á la puerta.)
RAMONA
¡Él!...
GABRIELA
(Abriendo la puerta). El mismo. Entra, Joaquín.
JOAQUÍN
¡Ramona!
RAMONA
¡Joaquín de mi alma! (Se abrazan con efusión vivísima. Ella llora.)
GABRIELA
¡Nada! ¡Lo mismo que en las comedias!
JOAQUÍN
Antes de venir á verte he vacilado mucho.
RAMONA
¿Por qué?
JOAQUÍN
Por coquetería.
RAMONA
No comprendo.
GABRIELA
¡Mujer, qué torpe eres!... Porque temía que le hallases demasiado viejo.
JOAQUÍN
Sí, demasiado viejo.
RAMONA
¡Qué tontería!... Joaquín, mi Joaquín, tú, para mí, siempre serás el mismo... el mismo...
JOAQUÍN
Con diez años más. Cuando nos conocimos, ¿verdad?, yo era casi un real mozo. Ahora, confiésalo, soy un amante bueno para visto de noche ó entre dos luces.
RAMONA
Bobo, bobito...
JOAQUÍN
Tengo cuarenta años.
RAMONA
Ya lo sé.
JOAQUÍN
Soy lo que la gente llama «un hombre de cierta edad».
GABRIELA
O, como si dijésemos, de la Edad Media.
RAMONA
¿Qué me importan tus años?
JOAQUÍN
Pero... ¿y mi cara?
RAMONA
Tampoco. ¡No, hijo mío! No era una belleza, era un alma lo que yo amé en ti. (A Gabriela y bromeando.) Sin embargo, sí... tenías razón: ha cambiado mucho.
GABRIELA
¡Y tanto! Tiene el pelo gris.
RAMONA
Y la frente más grande.
GABRIELA
Y los ojos más tristes.
RAMONA
Sí, ¡y más pequeños!
JOAQUÍN
¡Pues sí que estáis cortándome un trajecito!
GABRIELA
¡Y eso que te queremos!
JOAQUÍN
Que si me odiaseis...
RAMONA
¿Y los dientes? (Haciendo ademán de tocarle la boca.) ¿No te falta ninguno?
JOAQUÍN
Afortunadamente. Esos se salvaron todos. (Pausa.) Di... ¡qué elegante estás!... ¿Quién es ahora tu amor?
RAMONA
Calla. ¡Oh! No hablemos del presente.
JOAQUÍN
Sí, el presente es feo: mírame á mí.
RAMONA
¡Pobrecillo!... (Pausa larga.) ¿Te acuerdas de nuestro cuartito?
JOAQUÍN
Aquí (por la frente) lo llevo retratado.
RAMONA
¡Y qué apuros pasábamos para comer!
JOAQUÍN
Fué un idilio de hambre.
RAMONA
¿Y cuando tú tenías que quedarte acostado para que yo te lavase la ropa en un barreño? (Ríe.)
JOAQUÍN
¡Qué bonito era aquello!
GABRIELA
(Burlándose). Precioso... precioso...
RAMONA
¿Y nuestra alcobita?... ¡Ah, las alcobas! (Dirigiéndose á Gabriela.) Todas las alcobas donde he dormido después han dejado en mi memoria una impresión de disgusto, de asco... Sólo aquélla, á pesar de su pobreza, reaparece en mi memoria como algo azul, algo muy alegre, blanco... lleno de sol... (Abrazándole con brusca vehemencia.) Joaquín, mi Joaquín... ¿por qué te casaste?
JOAQUÍN
Mi Ramona... (Pausa.)
GABRIELA
Bien; me parece llegado el momento de imitar el discreto ejemplo de don Pablo. Buenas noches.
JOAQUÍN
(Levantándose). Entonces, yo me voy también.
GABRIELA
¿Por qué?
RAMONA
No, tú no te vas...
JOAQUÍN
¿Y si ese don Pablo, amigo tuyo, vuelve?
GABRIELA
No hay cuidado. Yo ahora voy á cambiarme de traje, luego me marcho á Pum-Pum...
RAMONA
(Con gran alegría). ¡Eso es! ¡Admirablemente pensado!
GABRIELA
Y una vez allí, y mientras el solitario que se tragó Santiago aparece ó no, yo os respondo de que don Pablo no vuelve por aquí en toda la noche.
JOAQUÍN
Pero, seamos prudentes: ¿y si por casualidad viniese?
RAMONA
Mi alcoba tiene una puerta que comunica con la habitación de Gabriela. Mirad... (Los tres miran por la puerta de la derecha.)
GABRIELA
¡Pues, no digas más!... ¡Ah! Los arquitectos, poniendo con sabia previsión puertas de escape en las alcobas, dieron á las mujeres un medio para que los pobres maridos nunca sepan nada. Adiós, Joaquinito.
JOAQUÍN
Adiós, Gabriela.
GABRIELA
Hasta mañana; y... ¡no paséis miedo!
RAMONA
Confiamos en ti.
GABRIELA
Perded cuidado. Creo que no puedo hacer más por vosotros, ¿eh?...
RAMONA
Eres un ángel.
JOAQUÍN
Un ángel.
GABRIELA
Adiós, hasta mañana.
(Vase. Ramona cierra cuidadosamente la puerta. Después, ella y Joaquín se miran y, sin hablar, se abrazan.)
JOAQUÍN
Otra vez juntos... solos...
RAMONA
JOAQUÍN
A través de los años y de las aventuras, me siguió tu recuerdo. ¡Oh! Tengo tantas, tantas cosas que decirte, que no sé por cuál empezar. Ramona, Ramona mía...
RAMONA
¡Tuya!... ¡Siempre!...
JOAQUÍN
¿Te acuerdas de nuestra estancia en el pueblo?
RAMONA
Mi casa, la casa donde nací...
JOAQUÍN
Aquella casita blanca, oculta entre árboles muy verdes, donde murió tu abuelo, donde murió tu padre... y donde quizá, cuando seas vieja, vayas á morir tú...
RAMONA
Esa casita que, por haberse marchado tantos camino de la otra vida, parece una estación...
JOAQUÍN
Sí, en esa casita blanca... ¡quién pudiera vivir contigo, sin ambiciones, olvidado de todos!...
RAMONA
Poeta; ¿y tu mujer... y tus hijos?
JOAQUÍN
¡Oh, deja!... No hablemos del presente. Tenías razón: el presente es feo.
RAMONA
Habla... sigue, Joaquín... Aunque me engañes, sigue...
JOAQUÍN
No, no te engaño: es mi alma romántica, mi alma sincera, la que en estos momentos se derrama por mis labios. Al verte, te quiero como te quise entonces... lo mismo, y es que el pasado vuelve. ¿Qué me importa tu historia? La Ramona que tengo ahora delante es aquélla, la de los años mozos; años de locura, de inconsciencia, en que no nos cabía en la boca la risa. En mi largo combate por la gloria y por el pan, salí triunfante. ¡Lo gané todo! Honores, posición, esposa, hijos... y, sin embargo, en mi alma, de donde contigo voló la alegría primera, una voz clamaba, clamaba perpetuamente, y esa voz decía: «Dame más, dame más... otra cosa, otra... rebusca... ¿ó es que no hay bajo el cielo más que lo que me diste?...»
RAMONA
Como yo.
JOAQUÍN
Como tú...
RAMONA
Sí... pero ya estamos muy separados. No, Joaquín, no... no hay que hacerse ilusiones: el pasado no vuelve...
JOAQUÍN
Vuelve, sí... ¿cómo dudas? Tu pasado soy yo; mi pasado eres tú... la casualidad nos reúne, aunque sea momentáneamente, y mira cómo, de pronto, lo que fué nos sale al paso y nos cierra el camino. Otra vez solos... juntos...
RAMONA
Pero... ¿y mi vida? ¿Esta sucia vida que me rodea?
JOAQUÍN
¿Y qué?... ¿Que vives en el pecado?... ¿Y qué?... Si en los días negros de quebranto y de fastidio nadie fué á consolarte, ¿quién podrá acusarte con justicia?... El cuerpo tiene hambre y come; las almas solitarias, las almas aburridas, padecen hambre de ideal y pecan; que el pecado, Ramona, es pan para las almas que se aburren.
RAMONA
Eres el mismo... el mismo...
JOAQUÍN
Y tú, la misma... Más hermosa, tal vez...
RAMONA
¡Oh, no!...
JOAQUÍN
Sí, son tus ojos... son tus cabellos... tus cabellos negros, que yo besé tanto...
RAMONA
¡Pobre cabeza mía!... (Acariciándole.) Pobre cabeza mía... ¡qué viejecita está!...
JOAQUÍN
Sufrió mucho.
RAMONA
JOAQUÍN
Pero, aunque esté fea, quiérela, porque pensó mucho en ti. (Pausa.)
RAMONA
¡Qué mala es la vida!
JOAQUÍN
No...
RAMONA
¡Qué triste!...
JOAQUÍN
No, no creas.
RAMONA
¡Sí, qué triste!...
JOAQUÍN
Te equivocas. ¿Por qué?...
RAMONA
¿Dirás que es alegre?
JOAQUÍN
Tampoco... ¡qué sé yo!... La vida no es una lágrima; tampoco es una carcajada; es... una sonrisa. (Pausa larga.)
RAMONA
El pasado vuelve, dijiste... ¿y si tuvieses razón? (Se levantan.)
JOAQUÍN
¡Ah! No lo dudes.
RAMONA
Nos conocimos en un merendero, una noche de verano, una noche como esta...
JOAQUÍN
Noche lírica de luna y de amor...
RAMONA
¡Cómo lo recuerdo! ¡Cómo revive aquella escena en mi memoria! ¡Con qué nitidez la veo!... Es algo para mí coherente, tangible como un bajo relieve...
JOAQUÍN
Todo está igual... menos yo...
RAMONA
Menos tú... Pero yo, dentro de mi espíritu, te veo como eras entonces: con tus cabellos rizosos y negros, con tus ojos luminosos, con tus mejillas frescas, llenas de sangre...
JOAQUÍN
¡Ay!
RAMONA
¿Quieres?... ¿Di?... ¿Quieres?...
JOAQUÍN
¿Qué?
RAMONA
Reconstituir la escena.
JOAQUÍN
¿Cómo?
RAMONA
Apagando la luz.
JOAQUÍN
¡Oh!... ¡Qué triste es eso!
RAMONA
JOAQUÍN
¡Ah! No sabría explicártelo ahora... pero, sí... es muy triste... Alude á mi vejez...
RAMONA
Estábamos cenando así, delante de una ventana como ésta... y al darnos el primer beso, en el jardín del merendero un cuarteto ambulante empezó á tocar un vals...
JOAQUÍN
Sí... nuestro vals...
RAMONA
Nuestro vals. (Pausa.) ¡Espera! Sí, eso es... Verás... (Apoya un timbre. Pausa.)
JOAQUÍN
¿A quién llamas?
RAMONA
Al camarero.
JOAQUÍN
¿Qué quieres?
RAMONA
JOAQUÍN
¿Pero, qué vas á hacer?
RAMONA
Es una ocurrencia rara y bonita.
CAMARERO
¿Llamaba usted?
RAMONA
Adelante. (Con frialdad.)
CAMARERO
Con su permiso; buenas noches.
RAMONA
¿Y mi amiga, la señorita del número seis?
CAMARERO
En este momento acaba de marcharse.
RAMONA
Bien. Hágame el favor de decirle al director de los cíngaros que toque el vals de La Bohemia.
CAMARERO
Perfectamente.
RAMONA
Tome usted; dele esto de mi parte. (Entrega al camarero un billete.) Adiós... (Durante esta escena, Joaquín permanecerá junto á la ventana, como indiferente á la conversación.)
JOAQUÍN
Eres original. (Con alegría.)
RAMONA
Soy digna de ti.
JOAQUÍN
Vales más que yo; eres más artista que yo...
RAMONA
JOAQUÍN
Mi alma... mi Ramona.
RAMONA
Noche de verano, noche de luna, noche de amor... Tenías razón, Joaquín, tenías razón: el pasado vuelve... (Los dos se asoman á la ventana.)
JOAQUÍN
¡Oye! (Música dentro.)
RAMONA
El pasado vuelve...
(El vals suena muy lejos, muy debilitado, de modo que sirva de fondo á la conversación.)
JOAQUÍN
Emoción divina.
RAMONA
Si la vida es teatro, ¿por qué no colgar en ella las decoraciones á nuestro gusto?... Soy, ¿verdad?, una excelente directora de escena.
JOAQUÍN
RAMONA
Joaquín... ¿Ves?... Todo está igual.
JOAQUÍN
Todo.
RAMONA
La ventana, el aire perfumado, el campo bañado en luna... el vals con sus notas de melancolía y de amor... Sólo me separan de aquella visión tus pobres ojos, un poco más tristes....
JOAQUÍN
Ramona...
RAMONA
Tus cabellos, un poco más blancos... tus cabellos fríos...
JOAQUÍN
¡Por piedad!...
RAMONA
Pero, para destruir eso, hay un recurso.
JOAQUÍN
RAMONA
Buscar la obscuridad.
JOAQUÍN
No... no...
RAMONA
Sí; en la obscuridad, las almas que quieren soñar, sueñan mejor. Quiero verte hermoso, como entonces... Déjame... necesito ser feliz... una noche... un instante... (Apaga la luz.)
JOAQUÍN
¿Qué haces, Ramona?
RAMONA
Nada, mi rey... nada... Acercarme á ti...
(El teatro quedará totalmente á obscuras. Ellos permanecerán un momento abrazados delante de la ventana, bañada en luna, y luego caerán sobre el diván, mientras la música continúa y el telón desciende rápido.)
PERSONAJES | ACTORES |
Araceli (representa veinticinco años en el primer | Srta. Valdivia[D]. |
Raquel | Sra. Ezquerra. |
Catalina | » Montalt. |
Luisa | » Doré. |
(Las tres de veinte á veinticinco años. | |
Leocadia (cuarenta años. Prendera) | » Corona |
Teresa (ama de llaves) | » Espejo. |
Daniel, marqués del parral (hombre de | Sr. Palacios. |
Paco (veinticinco años. Temperamento alegre | » Maximino. |
Manolo (veinticinco años) | » López Benety. |
Don Nicolás (cuarenta ídem) | » Castilla. |
Ángel (treinta ídem) | » Valero. |
(Los tres visten de frac ó smoking). |
|
Mariano (criado joven) | » Palacios (A.). |
[D] Aunque estos actos se hallan separados por un intervalo
de veinte años, el autor cree que la actriz no necesita ponerse peluca
canosa en el acto segundo. «La edad», de consiguiente, más que
con la blancura del cabello, deberá expresarla con la sencillez de
su vestir y la fatiga del ademán.
ÉPOCA ACTUAL
Derecha é izquierda, las del actor
Gabinete elegante. Chimenea encendida á la derecha. Cerca de la chimenea una ventana. Al fondo y á la izquierda, puertas.
Al levantarse el telón, Daniel y Manolo se disponen á tomar café delante de la chimenea. Daniel en traje de casa. Manolo viste frac ó «smoking».
Es de noche.
DANIEL
(Sentándose). ¿Eh? ¿Tenía yo razón? ¿Qué tal, si hubiésemos esperado á Araceli para cenar?
MANOLO
En efecto, sí... ¡Un escándalo!... Son más de las diez...
DANIEL
MANOLO
¿Cómo, que no vendrá?
DANIEL
Vamos, entiéndeme: quiero decir que ya no viene á cenar. Seguramente la ha invitado Mariquita Rojas.
MANOLO
¿La de Federico Paz?
DANIEL
La misma.
MANOLO
¡Preciosa chiquilla!
DANIEL
Lindísima... ¡y baratita!
MANOLO
Ignoraba ese detalle.
DANIEL
Pues Federico no se gasta con ella al mes ni mil pesetas.
MARIANO
(Que llega con el servicio del café y la botella del coñac). ¿Les sirvo á los señores aquí?
DANIEL
Sí, ¿no te parece?
MANOLO
Sí, mejor es aquí, porque la noche está fría.
DANIEL
¡Mala noche para las máscaras!
MANOLO
¡Quiá, el frío es lo de menos! Porque cuando vamos al baile llevamos la ilusión, que es calor, de lo que vamos á beber; y cuando salimos del baile, nos traemos el calor de lo que se ha bebido.
DANIEL
¡Que nunca es poco!
MARIANO
(A Manolo). ¿El señor querrá también coñac?
MANOLO
¡Hombre, eso no se pregunta!
DANIEL
¿Con quién vas al baile?
MANOLO
Con Luisito Gil y su hermano. Tenemos una platea.
DANIEL
¿Lleváis mujeres?
MANOLO
No. Creo que en nuestro palco no habrá mujeres. A no ser que tú te decidas á llevar á Araceli...
DANIEL
No.
MANOLO
Anímate, hombre.
DANIEL
MANOLO
Todo depende de que ella se empeñe. Ya sabes lo que dice el refrán... (Bebe.)
DANIEL
Lo sé: «Lo que una mujer guapa quiere, Dios lo quiere»...
MANOLO
Exacto.
DANIEL
Pero eso es antes del primer abrazo; que después... después no diré que valga menos, pero tampoco diré que valga mucho más que una botella vacía.
MARIANO
¿Tienen los señores algo que mandarme?
DANIEL
No, puedes retirarte. Oye, trae la botella, déjala aquí.
(Mutis Mariano.)
MANOLO
Me encanta tu cachaza, tu filosofía... pero no la entiendo... ¡sin duda porque soy demasiado joven!
DANIEL
Por eso, precisamente. Yo, á tu edad, era como tú, y jamás hubiera creído que los años me domasen la voluntad hasta inclinarme á pensar como ahora pienso. He cambiado mucho... ¡mucho!... Lo que á otro cualquiera le indignaría, á mí me divierte. Me parece bien que un hombre se canse de una mujer... y me parece bien que se suicide por ella... ¿Qué más da?... A mi edad, hijo mío, la vida es como un encogimiento de hombros. (Pausa.) ¿Quieres otra copita de coñac?
MANOLO
Bueno.
DANIEL
Hay que beber.
MANOLO
Y que brindar.
DANIEL
Brindemos, si tú quieres. (Beben.)
MANOLO
¡Eres raro!
DANIEL
¿Por qué?... Te advierto que me halaga ser así.
MANOLO
¿De modo que tú no sientes celos de Araceli?
DANIEL
No; yo estoy cierto de que Araceli me quiere entrañablemente, y, por lo mismo, que no puede engañarme.
MANOLO
¡Ja, ja! ¡Las mujeres!...
DANIEL
Y si me burlase, me separaría de ella, ¡y en paz!... Pero de eso, á sufrir celos, hay mucha distancia. El que está celoso es porque se reconoce un poco en ridículo; los celos, por tanto, no pasan de ser una mueca, más ó menos romántica, del amor propio. ¡Matar al hombre que nos quita la mujer amada, ó matar á la esposa que nos deja por un caballero que halla más inteligente ó más simpático que nosotros! ¡Qué salvajada y qué villanía!... Debemos aspirar á ser amados «porque sí», que no por interés ó por miedo. El amor, para merecer ese nombre, necesita ser una «espontaneidad» del espíritu; así, quítale esa espontaneidad, que constituye su perfume, su esencia divina, y no valdrá diez céntimos.
MANOLO
Pues, yo soy celoso... ¡pero horriblemente celoso!
DANIEL
¡Tanto peor para ti, porque te engañarán muchas veces! ¿Quieres otra copita?
MANOLO
¡Venga otra copita!
DANIEL
Yo, con los años, voy tornándome egoísta, y á fuer de tal, procuro no salir de mí mismo ni hacer nada que me contraríe. ¿Que esta noche Araceli decide irse al baile? Bueno, que vaya. Yo, me quedo aquí, leyendo. Estoy cierto de que no hay mujer que distraiga lo que distrae un libro bueno.
MANOLO
(Sirviéndole coñac). Ahora soy yo quien invita.
DANIEL
Se acepta. (Bebe.) Mis dos últimas aficiones son la lectura y los perros. ¡Qué hermosos, qué bravos, qué leales son los perros!...
MANOLO
(Riendo). ¡Eso decía mi padre! Cuando yo me escapé de mi casa con dos mil pesetas que le robé á mi hermana, y una criada bastante bonita que teníamos, mi padre me escribió una carta terrible, en la que decía «que hay perros que valen más que un hijo».
DANIEL
Pues no exageró tu padre... porque yo, andando por el mundo, me he convencido de que si hay perros que valen más que un hijo, también es cierto que hay muchos padres que merecen menos que un perro.
MANOLO
De donde se deduce que la humanidad no vale lo que un Terranova. (Riendo.) A mi edad, sin embargo, todavía se cree en el amor, en la amistad... ¡Mira! Brindemos por los hombres. (Escancia.)
DANIEL
Sea; bebamos, que, para beber, cualquier pretexto es bueno. Pero, hazme caso á mí: si crees en la eficacia de los brindis, ¡brinda por los perros!
MARIANO
Señor marqués...
DANIEL
¡Hola!
MARIANO
Ahí está una mujer que trae unos mantones de Manila para la señorita.
DANIEL
¿Unos mantones?
MARIANO
Sí, señor.
DANIEL
¡Qué ocurrencia! (A Manolo.) ¿Para el baile, ves? Esa criatura está loca.
MARIANO
¿Quiere usted que la haga pasar?
DANIEL
¡No! Dila que la señorita no está.
MARIANO
Se lo he dicho.
DANIEL
Bueno; pues que los deje ó que se vaya... ¡Lo que quiera!
MARIANO
Pero como tiene prisa... Dice que la esperan en otra parte...
DANIEL
¡Pues que se largue! ¡Hola!... ¡No faltaba más sino que le vengan á uno con exigencias! Si no puede aguardar, que se marche.
MARIANO
Muy bien. (Hace ademán de irse.)
DANIEL
Ahí viene un coche.
MANOLO
Será Araceli.
DANIEL
MARIANO
(Mirando por la ventana). Sí, la señorita es. Hasta luego. (Mutis.)
MANOLO
(Bromeando). Hombre frío, hombre de hielo... ¿no te dice nada el corazón?
DANIEL
Nada.
MANOLO
Hipócrita.
DANIEL
Si acaso, me dice que Araceli vendrá con ganas de broma y que vamos á tener un disgusto.
MANOLO
¿Por lo del baile?
DANIEL
Por lo del baile.
MANOLO
Entonces me voy; las riñas de familia me aburren.
DANIEL
¡No hombre, espera, no me dejes solo!...
MANOLO
Nada, huyo despavorido.
DANIEL
¡Pero, muchacho!
MANOLO
No quiero que me amarguéis la noche.
DANIEL
Aguarda. ¡Canastos!... Ahora empiezo á comprender lo útil que puede ser un amigo en un matrimonio...
ARACELI
(Viste con gran elegancia. Trae en la mano una bolsa con confetti y confettis en el sombrero y en el traje. Al ver á Manolo, le saluda afectuosamente, con esa efusión un poco teatral con que las coquetas suelen tratar á todos los hombres de quien se saben amadas, aunque les sean indiferentes.) ¿Pero estaba usted aquí, encanto? (Con zumba.)
MANOLO
Esperándola á usted.
ARACELI
Y acompañando á Daniel... dígalo usted así, aunque no lo sienta...
MANOLO
También, también.
ARACELI
¿Quiere usted confettis? (Hace ademán de arrojárselos.)
MANOLO
¡No, por piedad!
ARACELI
Sí, sí...
MANOLO
¡Antes moro!... (Corre, huyendo de ella.)
ARACELI
¿Y tú, Danielín? (Con gran mimo.)
DANIEL
Ya ves... (Refiriéndose á la botella del coñac.)
ARACELI
¡Qué escándalo! ¿Os habéis bebido todo eso?
MANOLO
Copa á copa.
ARACELI
¡Ah, viciosos! (A Daniel.) Trae, yo también quiero un trago.
DANIEL
¿A que tienes envidia de nosotros?
ARACELI
No diré que no. (Bebe.) ¡Brrr!... ¡Qué fuerte está... Agua, agua, dadme agua... (Hablando con volubilidad nerviosa.) Supongo que habréis cenado.
DANIEL
Como no venías...
MANOLO
Ha sido una gran falta de galantería; perdone usted, Araceli.
ARACELI
Hicieron ustedes bien.
MANOLO
¿También usted ha cenado?
ARACELI
No, pero he comido muchas chucherías y no tengo apetito. Ahora vengo de casa de Teresita Serra; hemos estado cantando al piano y bebiendo champagne, y después ella y su amigo me han acompañado en un coche hasta aquí. ¡Uf, qué calor hace! ¿Por qué no abren ustedes un poco la ventana?
DANIEL
¿Pero estás loca, chiquilla?
MANOLO
Usted quiere acabar con nosotros.
ARACELI
¡Qué hombres tan cobardes! Pues yo no tengo frío; al contrario... ¿Eh?... ¡Qué atrocidad!... ¡Cómo traigo el sombrero!... ¡Pero he pasado la tarde muy bien! Todo Madrid ha bajado á Recoletos.
MANOLO
¿Muchas máscaras?
ARACELI
Muchísimas. Yo he pasado la tarde en el coche de Filomena Gil. Ya la conocéis... Ibamos ella, su hermana Lola y Lorenzo. Al pasar por la tribuna de la Prensa, vimos á Juanito Santos. En seguida empezó á gritar: «¡Viva la marquesita, viva la marquesita!...» Y aquello fué como si el cielo se hubiese convertido en confettis; ¡qué risa!, yo creí que nos ahogábamos. Luego se subió al coche un diablo que, después de decirle á Filomena horrores, se marchó sin quitarse la careta.
MANOLO
¿Y fueron «horrores» los que dijo?
ARACELI
Verdaderas atrocidades. Como que hubo un momento en que pensé que Lorenzo iba á romperle una botella en la cabeza.
DANIEL
¿Pero llevaban ustedes vino en el coche?
ARACELI
Media caja de botellas de champagne.
DANIEL
(A Manolo y con enfado cómico). ¿Qué te parece?
MANOLO
¿Pero tú crees que esas bromas se corren á palo seco? ¡Bien se conoce que vas para viejo!
ARACELI
(A Daniel). ¿Viejo?... ¡Bueno! ¿Y qué? Mejor. A mí me gustan los viejos... ¡éste sobre todos!
MANOLO
Ya sé por qué.
ARACELI
¿Sí?
MANOLO
Porque usted es una mujer previsora que sabe aceptar la fealdad del ser amado, antes de que éste se vuelva irremediablemente feo...
ARACELI
No te apures, Daniel, no te apures, que eso no va con nosotros.
DANIEL
¿Apurarme yo?... ¿Para qué, cuando éste y todos, tarde ó temprano, han de hallarse convertidos en unos adefesios? El tiempo, que es el gran amigo de los feos, me vengará... Tú has de verlo, tú, que eres joven. Todos estos buenos mozos que á los treinta años saldrían desnudos á la calle, á los cincuenta puede ser que no se atrevan á salir ni vestidos.
MANOLO
Pero mientras se dobla ó no se dobla el cabo cincuenta... ¡vamos viviendo!
ARACELI
Tiene usted razón.
MANOLO
Y bebiendo. (Llena su copa.) Hay que ponerle espuelas al buen humor.
ARACELI
¿Va usted al baile?
MANOLO
ARACELI
Yo también voy. Es decir, vamos. (Por Daniel.) Nunca he tenido tantas ganas de divertirme como esta noche.
MANOLO
¡Y yo!
DANIEL
Eso necesita la niña, que le alboroten la cabeza.
ARACELI
Estoy... que me río de todo, como si la alegría me hiciese cosquillas.
MANOLO
El baile va á estar soberbio.
ARACELI
Desde ayer no quedan billetes.
MANOLO
Ni uno. ¡Los cojos van á bailar esta noche! Creo que los carteles anuncian un concurso de mantones de Manila...
ARACELI
¡Ah!... ¡Pero qué cabeza la mía! Ya no me acordaba de que en el recibimiento están esperándome.
MANOLO
¡Es verdad! Con unos mantones...
ARACELI
Justamente. Vamos á verlos. (Asomándose á la puerta del foro.) ¡Leocadia! Pase usted.
DANIEL
(A Manolo). La tormenta se acerca; la siento llegar.
ARACELI
(Afectuosa). ¿No se llama usted Leocadia?
LEOCADIA
Leocadia Alvarez, para servir á ustedes.
DANIEL, MANOLO
LEOCADIA
Salud para todos, señores.
ARACELI
¿Qué me trae usted?
LEOCADIA
Lo mejorcito de la tienda viene aquí.
ARACELI
¡Muy bien!
LEOCADIA
La señorita tendrá donde escoger.
ARACELI
Veamos, veamos... ¿Me trae usted el mantón?
LEOCADIA
Sí, señorita.
ARACELI
¿El que yo vi esta tarde?
LEOCADIA
Sí, señorita.
ARACELI
Como me dijo usted que lo tenía comprometido... ¡Porque si no es el mismo, no lo quiero!
LEOCADIA
¡Que sí, señorita, ¡caramba!, y ustés dispensen; que es el mismo!... ¿Pero iba yo á engañarla á usted? Ya veo que usted no me conoce, porque otra cosa no tendrá la Leocadia... pero formalidad... Lo que yo diga, diga usted que va á misa.
ARACELI
Bueno, mujer...
LEOCADIA
Vamos despacio y por partes. (A Daniel y á Manolo.) Ustés disimulen si, sin querer, les vuelvo la espalda.
DANIEL, MANOLO
¡Dispensada, desde luego!
LEOCADIA
Gracias. (A Araceli.) Aquí tiene usted un capuchón precioso.
ARACELI
¡Yo no quiero capuchones!
LEOCADIA
Es para que usted se haga cargo. Señoras conozco que, como la señorita, no quieren capuchones; y, en cambio otras, ¡pero que no se pondrían más disfraz que ese! Como dijo el otro, de gustos no hay nada escrito, y así hay quien se casa á los veinte años, ¿sabe usted?..., y quien á los ochenta entoavía está soltero. Y es por eso...
ARACELI
Sí, como hay quien enviuda, y después de alegrarse mucho, pero mucho, de haber enviudado... se vuelve á casar.
LEOCADIA
¡Y que lo diga usted! Pues aquí tiene usted este traje, que es una monada.
ARACELI
Sí... no es feo.
LEOCADIA
¿Cómo feo, señorita? Usted no ha reparao bien. ¡Si es el mejor traje de coupletista que se ha visto en Madrid! ¿Usted no ha oído hablar de Juana la Perdía, la que bailaba en el Salón Azul el año pasao?... ¡Pues ella lo estrenó! Y este traje ha salío en los periódicos. Por el alquiler la pondría cien pesetas, lo mismo que por el mantón.
ARACELI
No, no lo quiero... Es bonito, pero, no... no...
LEOCADIA
A la señorita se le ha metío en la cabeza lo del mantón y ha de salirse con su gusto. Bueno, aquí lo tiene usted... Yo, si he de ser franca, siento que no se quede usted con el traje, porque los mantones... aquí los señores lo saben... padecen mucho en los bailes; porque si un estrujón... porque si una copa de champagne... ¡Eso no hay quien lo evite! (Desdobla el mantón.)
ARACELI
¡Qué bonito!
LEOCADIA
Hágase usted cuenta de que lo estrena. Ni una manchita lleva.
ARACELI
(A Daniel y á Manolo). ¿Les gusta á ustedes?
MANOLO
Muchísimo.
ARACELI
MANOLO
Usted siempre está guapa, pero dentro de ese jardín hecho de seda y de sol, va usted á estar guapísima.
LEOCADIA
Ya, ya se ve que aquí el caballero tiene el gusto fino.
ARACELI
Y todo esto, amigo Manolo, lo hago por Daniel, para que se luzca... ¿Verdad?... (A Daniel.)
DANIEL
Lo que no comprendo es que alquiles un mantón, teniendo ahí tres ó cuatro de primer orden: tienes uno azul, otro rojo, otro blanco y verde... ¡qué sé yo!...
ARACELI
Pero si lo hago por ti, bobón... si lo hago por ti, para parecerte «otra...» (Mimosa y risueña.)
DANIEL
¿Por mí?... Yo no he de ir al baile.
ARACELI
DANIEL
¡Quiá!
MANOLO
Sí va, sí.
ARACELI
En cuanto me veas.
DANIEL
Lo que es eso...
LEOCADIA
La señorita tiene mucha razón. ¡Ja, ja, ja!... Ya lo creo; en cuanto usted la vea con el mantoncito bien apretao alrededor de la cintura, se vuelve usted loco.
DANIEL
¡Está usted fresca!
ARACELI
(Un poco irritada). ¿Pero hablas en serio?
DANIEL
Y tan en serio.
ARACELI
¿No vas á venir?... ¿No vas á venir rogándotelo yo?
DANIEL
No, hijita, no. Yo esta noche no voy al baile; ve tú, si quieres.
MANOLO
Pero, oye, Daniel...
ARACELI
No, Manolo, hágame usted el favor de no decirle nada, ni una palabra; quiero que el desaire me lo haga á mí.
DANIEL
(A Manolo). ¿No te lo dije?
ARACELI
Nunca hubiera creído que me pusieses en ridículo así, nunca. Y menos delante de extraños.
LEOCADIA
El señor me perdonará; el señor dirá que esto es meterme donde no me llaman... pero, ¡mire usted que la pobre señorita va á llevarse un disgusto muy grande!
DANIEL
En efecto, usted lo ha dicho: eso es meterse donde nadie la llama.
MANOLO
(A Araceli). Tenga usted paciencia.
LEOCADIA
¡Válgame Dios! Le ponen á una la cara colorá y... Pues crea usted que si he dicho algo no es por el interés de cobrar las cien pesetas cochinas que vale el alquiler del mantón...
DANIEL
(Severamente). ¡Chist!... ¡A callar! Aquí no tolero palabras malsonantes.
LEOCADIA
Bien, caballero; ¡pero qué humos!
MANOLO
Basta, basta...
LEOCADIA
Ya estoy callá del todo... ¡Bueno!... ¡Pero qué humos!... ¡Ni una chimenea!
ARACELI
(Arrebatadamente). ¡Vaya, se acabó la cuestión! Llévese usted sus trajes.
LEOCADIA
Pero, señorita...
ARACELI
¡Que se lleve usted sus trajes, he dicho!...
LEOCADIA
Pero, señorita... ¿qué repente la ha dao?
ARACELI
¡Se acabó, se acabó!... ¡No quiero hablar más!... Llévese usted el mantón, porque no respondo de hacerlo pedazos.
LEOCADIA
(A Manolo). Pero, diga usted, caballero... y usted dispense, que no sé su gracia: ¿no es una lástima, diga usted, que aquí la señorita Araceli se lleve un disgusto por una tontería?
MANOLO
Eso creo yo.
DANIEL
¡Y yo, el primero! ¿Pero, por qué vais á hacerme responsable de este incidente?
ARACELI
La responsable seré yo...
DANIEL
Ni tú, ni yo, ni Manuel, ni nadie. ¿Tú quieres ir al baile? Pues vete enhorabuena, ¿quién te lo impide?... ¡Ve y diviértete mucho... y vuelve á la hora que te plazca! Creo que no puedo ser más liberal... Pero de que yo te deje ir á que tú me «obligues» á acompañarte, ¡hay mucha diferencia!... ¿No te parece?
MANOLO
Sí, y no se enfade usted, Araceli; yo creo, imparcialmente, que Daniel tiene razón.
DANIEL
¡Y tanta! Cada cual distrae su fastidio como puede: yo lo distraigo leyendo, tú bailando... ¡Muy bien! Aquí no se ventila ninguna cuestión de amor propio, ni se trata de que nadie imponga á nadie su voluntad... Sí de que todos pasemos la noche lo más agradablemente posible. (Pausa.)
LEOCADIA
En llegando á ese punto, yo no digo ni pío; los señores verán. Señorita, hable usted...
MANOLO
Vaya usted, si quiere...
DANIEL
Ve, tonta, ve... ¿pero por qué dudas?
ARACELI
(Irritadísima). ¡Venga el mantón! Ea, se acabaron las contemplaciones. ¡Venga!... He prometido ir, y no quiero quedar en ridículo. ¿Usted necesitará su dinero, verdad?... Sí, tome usted...
LEOCADIA
No hay prisa.
ARACELI
Sí, tome, mejor es... á cada cual lo suyo... (Registrando su portamonedas.) ¡Qué demonio! No tengo bastante...
LEOCADIA
¡Pero déjelo usted, señorita!
ARACELI
¡Que no! Tome usted; mañana le daré el resto.
LEOCADIA
¡Nada, no quiero nada!
ARACELI
Sí, sí.
LEOCADIA
¡Que de ninguna manera!
DANIEL
Yo daré lo que falte.
LEOCADIA
¡Vaya, que no! ¡Ni que se fueran ustés á morir! Hasta mañana, hasta mañana si Dios quiere. (Recoge los otros disfraces precipitadamente.)
ARACELI
Venga usted por la tarde.
LEOCADIA
Repito que no hay prisa. Ea... ¡y que pasen ustés tóos muy buena noche!
MANOLO
ARACELI
¿Ya estarás contento, verdad? Me has puesto en ridículo... ¡Ya estarás contento!
DANIEL
Araceli, te ruego que no riñamos; es de mal gusto.
ARACELI
Egoísta...
DANIEL
No, hija querida, no soy egoísta.
ARACELI
Sí lo eres; Manolo puede decirlo; no hay hombre que se quiera tanto á sí mismo como tú.
MANOLO
Yo, si ustedes me lo permiten, voy á marcharme.
ARACELI
No... yo le ruego que se quede aquí.
MANOLO
Si usted lo quiere...
(Durante este diálogo, Manolo leerá periódicos, hojeará libros, etc.)
ARACELI
Sí, quédese usted... Con usted, amigo íntimo de Daniel, no hay para qué tener secretos. (Pausa.) No crea usted que mi enfado y mi dolor provienen de lo que acaba de suceder. ¡No!... Ir al baile ó no ir... ¿á mí qué me importa?... Pero este hecho, insignificante en sí, es como la gotita que hace derramar el vaso. Sufrimos una pena grande, y otra pena mayor, y otra y otra... y sonreímos. Hasta que llega una contrariedad pequeñísima, una contrariedad cualquiera... ¿qué diría yo?... ¡Unos zapatos que acabamos de comprar y que nos lastiman un poco!... Y, de súbito, acordándonos de que nada nos sale bien, la garganta se nos llena de sollozos y rompemos á llorar á gritos. Y así es todo: eche usted sobre un edificio una piedra más de las que puede soportar, y el edificio se hunde; dele usted al corazón una gota de sangre más de la que pueda contener, y el corazón se rompe.
DANIEL
¿Tantos disgustos te dí que ya no puedes resistir ni uno más?
ARACELI
Tantos, tantos me diste, Daniel... que mi alma, toda mi pobre alma es una llaga.
DANIEL
No recuerdo ninguno.
ARACELI
¡Si lo sé! Pues ese, ese es, cabalmente, mi mayor dolor: que me lastimas sin advertirlo, por distracción... como sólo pueden hacerlo los que no quieren.
DANIEL
¡Ahora salimos con que no te quiero!
ARACELI
No, Daniel, no; aquello se fué...
DANIEL
Eres injusta conmigo.
ARACELI
¡Injusta!
DANIEL
Me acusas sin razón. Yo te quiero con amor firmísimo, lleno de lealtad. Pero recuerda, Araceli, que si yo tengo veinte años más que tú, el cariño que me lleva á ti y el cariño que te acerca á mí, no pueden ser iguales.
ARACELI
¡Estás cansado de amar!
DANIEL
De amar no estoy cansado, pues que tu amor basta á hacerme dichoso; de lo que sí estoy fatigado es de las impaciencias de la pasión, de las grandes «chiquilladas» de la pasión, de todo cuanto hay en ella de intemperante y ostentoso.
ARACELI
Eso tiene un nombre: se llama desilusión.
DANIEL
Desilusión, sí; pero desilusión de lo pequeño, de lo accidental, de lo que en modo alguno daña á la esencia del amor. Tú tienes ahora veinticinco años; yo ¡ay! también los tuve, los cumplí hace tiempo... y entonces, que mi sangre ardía, la posesión de una mujer no me bastaba: necesitaba que mis amigos la conociesen, la llevaba á los bailes, la obligaba á beber, la arrastraba de orgía en orgía como á una presa; no concebía el amor sin exhibición, sin escándalo... Pero, mira... la vida fué pasando... y cuando los cabellos empezaron á blanquear, el alma tuvo frío.
ARACELI
Y ahora tienes frío.
DANIEL
Sí, mucho...
ARACELI
De muy distinto modo me hablabas cuando nos conocimos.
DANIEL
¡Y es natural! Diez años pasaron desde entonces; diez años, en los cuales, sobre mi corazón ha nevado mucho. La vida está dispuesta de modo que la primavera de un alma coincida generalmente con el otoño de otra alma. ¡Siempre fué así!... En las comedias del teatro humano, el Tiempo representó siempre el papel de protagonista.
ARACELI
¡Y para esto me arrancaste de mi casa!... ¡Para engañarme así! (Llorosa.)
DANIEL
¿Engañarte yo, Araceli?
ARACELI
Sí. Entonces mis padres acababan de casarme con un hombre viejo, feo, entregado en cuerpo y alma á sus negocios, á cuyo lado mis quince años, llenos de impaciencias, se ahogaban. Y tú me dijiste: «Ven, sígueme, huyamos... yo soy la alegría...»
DANIEL
¡Y lo era! (Con amargura.)
ARACELI
«Yo soy la locura... déjalo todo, renuncia á todo; viajaremos, conoceremos todos los placeres, nos asomaremos á todos los paisajes; mis labios, que tienen sed de amor, colgarán una túnica de besos sobre tus hombros; yo he aprendido una risa y una canción que nadie sabe...» ¡Eso me decías, Daniel, acuérdate, eso me decías!... ¡Y me volví loca!... Y ahora resulta que mentías...
DANIEL
ARACELI
O, cuando menos, te engañabas. Tú también eres frío, tú también eres indiferente y egoísta y cansino, ¡como el otro!... (Con brusca explosión de cólera.) ¡Pues no y no y no!... ¡Aquello, nunca!... Yo te juro que aquel muerto vivir de mi primera juventud, no volverá á repetirse. ¡Te lo juro!... Para eso, para ser dichosa, fue para lo que me puse fuera de la ley. La vida se va... la siento ir... ¡se va!... Es como una vena rota... y no quiero perderla sin haberla vivido...
DANIEL
Habla más bajo, Araceli.
ARACELI
Estoy en mi casa.
DANIEL
Pero no es necesario que los criados se enteren de lo que hablamos aquí.
ARACELI
No me importa.
DANIEL
Yo creía que debía importarte.
ARACELI
Y yo creo que estoy en mi casa, repito, y que tengo derecho á hacer en ella mi gusto...
DANIEL
Indudablemente.
ARACELI
A no ser que me eches de aquí.
DANIEL
Jamás; quien probablemente se irá de aquí, seré yo.
MANOLO
Araceli, Daniel... ¿qué va á ser esto?
ARACELI
Usted lo ha oído todo.
MANOLO
¿Pero se han vuelto ustedes locos?
DANIEL
¡Al contrario! Todos estamos muy cuerdos, porque cada cual defiende lo suyo, lo que más quiere. Por eso, para no molestar nos mutuamente, repito que me iré.
ARACELI
Nadie te ha despedido.
DANIEL
Indirectamente, sí.
ARACELI
Eso, no; yo no te despedí. (Orgullosa.) Ahora, claro es, tú eres libre y, como tal, dueño de hacer lo que más te agrade.
DANIEL
Por eso me iré; ya no te convengo porque no te divierto, y debo marcharme. Mi delicadeza lo entiende así.
ARACELI
¡Si estaba viendo llegar este rompimiento! ¡Si me lo anunciaba el corazón!... (Llora.)
MANOLO
(Colérico). Haces muy mal en decir lo que dices.
DANIEL
MANOLO
Araceli no merece que la trates de ese modo.
DANIEL
Mira, chiquito... (Nervioso.)
MANOLO
¡Nada, lo sostengo! ¡No lo merece!
ARACELI
Déjele usted, Manolo; ¡es inútil!
MANOLO
Tú no puedes tratar así á Araceli; tú tienes la obligación de hacerla dichosa.
DANIEL
¿La obligación?
MANOLO
La obligación, sí. Tú, que la arrancaste de su hogar, del hogar donde vivía mal ó bien, pero decorosamente, la debes toda clase de respetos...
DANIEL
Creo que te ha hecho daño el coñac que hemos bebido.
MANOLO
¡Daniel!
DANIEL
Me parece que sí.
MANOLO
Piensa lo que gustes. Pero, repito, que á Araceli no la consideras lo que merece... y que delante de mí...
DANIEL
Acaba.
ARACELI
Manolo... no... no se disguste usted...
MANOLO
Que delante de mí no permito que la insultes.
DANIEL
(Fríamente). Está bien.
ARACELI
Bueno, basta... (Conciliadora.) La cuestión terminó ya.
MANOLO
Hay sinrazones que hacen hervir la sangre...
ARACELI
Yo le suplico á usted...
MANOLO
No tiene usted nada que suplicarme.
ARACELI
(Cogiendo el mantón). Yo vuelvo en seguida. Voy á vestirme.
MANOLO
¿Va usted al baile por fin?
ARACELI
Sí. Creo que es lo mejor.
DANIEL
¿Qué ha sido eso?
MANOLO
DANIEL
Sí.
MANOLO
No sé... los nervios, los nervios, que no siempre vibran del mismo modo... Perdona... O será el coñac, como tú dices. (Nervioso.)
DANIEL
No, no es eso.
MANOLO
¿No?
DANIEL
No; no es cuestión de nervios, ni cuestión de bebida...
MANOLO
¡De lo que sea!
DANIEL
No es fácil que yo me equivoque. (Pausa.) La causa de tu apasionamiento la sospecho... la conozco. (Pausa.) Tú estás enamorado de Araceli. (Pausa larga.) ¿No es cierto?
MANOLO
DANIEL
Sí es.
MANOLO
Te aseguro que no.
DANIEL
Ahora es cuando empiezas á parecerme desairado. Me gustó tu arrebato de hace un momento porque había en él sinceridad juvenil. La juventud sólo sabe pelear así, cara á cara... Pero has reflexionado, y la reflexión envejece á los hombres.
MANOLO
¿Y aunque estuviese enamorado de Araceli, ¡qué importa!... si ella no lo sabe?
DANIEL
Luego la quieres... Sé franco; la franqueza es siempre, siempre, una valentía. Luego la quieres...
MANOLO
No sé si la quiero.
DANIEL
MANOLO
¡Mucho!
DANIEL
Si eso me lo dijeses teniendo yo los años que tú tienes, esta conversación acabaría á cuchilladas. Pero, no... ya, no... Pasó la edad de los celos homicidas, la edad terrible... Si Araceli se va, si Araceli quiere á su placer, es decir... si se quiere á sí misma más que á mí, ¿para qué retenerla?
MANOLO
(Irónico). Haces bien.
DANIEL
Y tú eres quien me la quita. (Colérico.)
MANOLO
¿Yo?
DANIEL
Sí, sí... ¡Oh!
MANOLO
¡Ojalá! Ya ves si soy sincero; ¡ojalá!... Pero no es así; en todo caso será ella quien te deja.
DANIEL
Es que ella no hubiese hablado así, si tú no hubieras estado presente.
MANOLO
Piensa lo que gustes.
DANIEL
(Con repentina cólera). Manuel... ¡eres un miserable!
MANOLO
¿Qué dices?
DANIEL
Que eres un miserable.
MANOLO
Es que si te crees con derecho á insultarme...
DANIEL
Lo tengo.
MANOLO
Yo me reservo el derecho de partirte la cara.
DANIEL
Y yo... ¡Mira!... Manuel... ¡No me saques fuera de mí!... (Avanzando amenazador.)
ARAGELI
(Que aparece disfrazada con el mantón de Manila y con un antifaz en la mano). Ya estoy lista. ¿Qué tal?
DANIEL
(Dominándose). Muy bien.
MANOLO
Está usted guapísima.
ARACELI
(A Daniel y sonriendo). ¿El mantón, verdad?
DANIEL
Todo influye.
MANOLO
Pero, tenía usted razón; el mantón, efectivamente, es magnífico.
ARACELI
Precioso; ¿qué hora será?
MANOLO
Poco más de las once.
ARACELI
Entonces, llego á tiempo. Desde aquí voy á casa de Filomena, que está aguardándome, y desde allí, al Real.
MANOLO
Allí nos veremos. Si me concede usted el vals...
ARACELI
Con mucho gusto. (A Daniel, que habrá vuelto á sentarse junto á la chimenea.) ¿Vienes?
DANIEL
(Con dulzura y melancolía). No, hija mía.
ARACELI
Decídete y te espero. Anda, ¿quieres?...
DANIEL
ARACELI
En un momento te vistes.
DANIEL
Los bailes ya no me divierten. Perdona...
ARACELI
Como gustes...
DANIEL
Sí, déjame; prefiero leer. (Dentro suena una estudiantina que pasa tocando un alegre paso doble. La música se acerca y luego se aleja gradualmente.)
ARACELI
(Con alegría infantil). ¡Una estudiantina, una estudiantina!... (Ella y Manolo corren hacia la ventana y miran.)
MANOLO
¡La juventud pasa!
ARACELI
¡Y pasa llamándonos, invitándonos á seguirla!... ¡Qué hermosa la juventud, que lleva consigo la alegría!... (Pausa. Los tres escuchan.)
MANOLO
(A Araceli). ¡La alegría! ¿Verdad que arrastra?
ARACELI
Sí. ¡Qué hermosa es! Mire usted, estoy llorando... La alegría es eso: es llorar y es reir, sin saber por qué... ¡Vámonos, vámonos!...
MANOLO
Ya, apenas se oye...
ARACELI
Vámonos. (A Manolo.) ¿Quiere usted acompañarme hasta que encuentre un coche?
MANOLO
Estoy á sus órdenes.
ARACELI
(A Daniel). Entonces, hasta luego.
DANIEL
ARACELI
¿Hasta nunca?
DANIEL
Sí. Porque aunque yo esté aquí cuando tú vuelvas, las almas sólo se despiden una vez, y yo he sentido que en este momento, nuestras almas, Araceli, acaban de decirse «adiós». (Pausa.)
ARACELI
(A Manolo). ¿Me da usted su brazo?
MANOLO
(Desde la puerta, á Daniel.) Buenas noches.
(Araceli mira á Daniel con intención cruel y hace mutis riendo á carcajadas.)
DANIEL
(Sentado ante la chimenea). ¡Se fué!... Cuando á mí me querían, yo no quise á nadie; ahora, que quiero... ya es tarde para hacerme querer. (Se cubre el rostro con las manos y llora.)
MARIANO
(Por la izquierda). Señor... (Al verle llorando queda suspenso.)
Otro gabinete elegante. Al foro y á la derecha, puertas. La chimenea y la ventana, con objeto de dar variedad á la escena, aparecen á la izquierda.
Es de noche.
Al levantarse el telón, Teresa acaba de arreglar la chimenea y se dirige hacia el foro para recibir á Daniel, que está medio ciego y camina con pasos inseguros. Daniel se sienta junto á la chimenea, y sentado permanece durante todo el acto.
TERESA
Ya sabía yo, don Daniel que era usted quien llegaba.
DANIEL
¿Por la voz me conociste, Teresita? (Risueño.)
TERESA
Sí, señor marqués, fué por la voz y por el modo de andar. Venga usted por aquí... (Le lleva hacia la chimenea.)
DANIEL
¡Ah, sí!... Ya... ¿Porque arrastro los pies?
TERESA
Los arrastra usted un poquito, muy poco...
DANIEL
¿Tú no sabes por qué, Teresa?
TERESA
No, señor marqués.
DANIEL
Porque la tierra nos quiere mucho á los viejos, y se agarra á nuestros pobres pies cansados... y tira de nosotros... ¡Necesario será irse pronto con ella!
TERESA
¿Quién piensa en morir? Ea, siéntese usted... Esta noche no dirá usted que la chimenea está fría.
DANIEL
No, por cierto, que su calor parece quemarme las mejillas. ¡Brrr!... ¡Qué frío hace!... De poco aprovechan los guantes con este tiempo; ¡heladitas traigo las manos! (Pausa.) ¿Y la señorita?
TERESA
En su cuarto.
DANIEL
¿Pero, está bien?
TERESA
Sí, señor.
DANIEL
Eso es lo principal. ¡Vaya!... ¿Y el señorito Paco?
TERESA
En las habitaciones de la señorita. (Confidencial.) Creo que están riñendo.
DANIEL
¿Sí? ¡Lo siento mucho!
TERESA
No vaya usted á decir nada, don Daniel... que ustedes, los cortos de vista, lo dicen todo, sin duda porque no ven el efecto que causa lo que dicen...
DANIEL
TERESA
Porque el señorito Paco quiere llevar á la señorita al baile, y ella no quiere ir.
DANIEL
Hace bien la señorita. Los bailes son estúpidos; en ellos se pierde el tiempo, el dinero, la salud... ¡todo lo que más vale! ¿Y qué se saca de los bailes?... Nada... ó casi nada. ¿Verdad, Teresa?
TERESA
Verdad, don Daniel.
DANIEL
Tú, que también habrás perdido en los bailes de máscaras muchas noches, ¿no piensas como yo?
TERESA
Lo mismo, señor marqués.
DANIEL
¡Naturalmente!... Lo que parece imposible es que hayamos necesitado llegar á viejos para saberlo.
TERESA
¿Quiere usted que llame á la señorita?
DANIEL
No, déjala. Supongo que la cena no se habrá retrasado por mí...
TERESA
No, señor. Ya sabe usted que aquí nunca hay hora fija para cenar. Además, hoy tenemos invitados.
DANIEL
¿Y han venido?
TERESA
¿No les oye usted?... En el comedor están.
DANIEL
¿Quiénes son? ¿Les conozco yo?
TERESA
¡Pues digo!... Don Nicolás, don Ángel, la señorita Raquel, la señorita Luisa... y otra joven que no conozco. La han tomado con el champagne...
DANIEL
TERESA
Llegaron hace poco más de una hora y ya llevan descorchadas seis ó siete botellas. Lo que esos cenen después, que me lo claven en la frente. ¿Quiere usted que les llame?.
DANIEL
¡No, no!...
TERESA
No sé si ha reparado usted, don Daniel, en que le dije que hay en el comedor dos hombres y tres mujeres.
DANIEL
Sí.
TERESA
Pues entonces...
DANIEL
¿Y qué quieres decir con eso?
TERESA
¿No cae usted?
DANIEL
TERESA
¡Que sobra una mujer!
DANIEL
Pues sobra, hija mía, porque yo... ¡á la vista está!... yo, ¡como si no estuviese aquí! Oye, Teresa...
TERESA
Diga usted.
DANIEL
¿Está bien cerrada esa ventana?
TERESA
Sí, señor, está bien cerrada. Además, con los burletes no entra ni pizca de aire; traiga usted la mano, verá usted...
DANIEL
Basta que tú lo digas. Es raro... ¡tengo un frío esta noche! (Pausa.) Aunque yo creo que eso del frío, más que del tiempo, depende de la edad, ¿no te parece?
TERESA
DANIEL
¡Es claro!... Cuando somos jóvenes, ya puede nevar aprisa en la calle, que llevamos el verano dentro. En cambio, cuando llegamos á viejos y el fastidio nieva y nieva... y nieva... dentro del alma, ¿para qué sirve el sol?
TERESA
Ahí tiene usted á la señorita. Hasta después. (A Araceli y á Paco.) Con permiso...
PACO
(Campechanamente). Adiós, marqués.
DANIEL
¡Hola, muchacho!... ¿Y tú, Araceli?
ARACELI
¿Y tú?
DANIEL
PACO
Creíamos que no vendrías.
ARACELI
Y lo sentíamos.
DANIEL
Ya sabéis que yo nunca falto á cenar los lunes, y menos los lunes festivos. Teresa me ha dicho que tenéis invitados...
PACO
Sí. Ángel y Nicolás han venido con tres amigas suyas; pensábamos comer aquí y luego marcharnos al Real... pero ahora resulta que la señorita Araceli no quiere ir al baile.
DANIEL
Ya...
PACO
¿Qué te parece?
DANIEL
¡Toma!... ¡Qué sé yo!
PACO
Pues yo sí que lo sé: es una estupidez.
ARACELI
No es una estupidez, Paco; es, sencillamente, que no tengo ganas de bailar. ¡Oye, Daniel, fíjate!...
PACO
¿Pero qué vas á explicarle á él?
ARACELI
¿Y por qué no?... Mira, Daniel, óyeme tú, porque estos señoritos que todavía no han salido de la infancia, no nos entienden.
PACO
Como que tenéis veinte ó treinta ó cuarenta años más que nosotros... ¡Es claro!
ARACELI
(Con amargura). Sí... soy vieja para ti.
PACO
¡Lo eres!... Yo te quiero, me gustas... ¡Naturalmente! ¿No te parece, Daniel?... Araceli me gusta, porque si no me gustase no estaría yo aquí... pero comprendo que no pensamos del mismo modo; cada cual interpreta la vida á su manera... ¡y eso me aburre! Yo no sé si es cuestión de temperamento ó cuestión de edad... Ahora, por ejemplo, yo quiero ir al baile; esos amigos han venido á buscarme; podemos pasar una buena noche... Y la digo: «Anda, Araceli, ponte un mantón y vámonos...» ¿Hay nada más natural?
DANIEL
Efectivamente...
PACO
¿Me faltarán mujeres que llevar al baile? Y, sin embargo, la prefiero á ella. ¡Si debías estar orgullosa!
ARACELI
Y lo estoy, y te lo agradezco...
PACO
Lo demuestras muy mal.
ARACELI
Pero, Paco... los hombres, con poneros el frac, ya estáis arreglados. Nosotras, no. Para ir al baile, yo necesito vestirme de cabeza á pies, ponerme el corsé nuevo, que me lastima mucho las caderas, peinarme bien... Y para hacer todo esto es indispensable tener buen humor, ganas de lucir, de divertirse... y yo esta noche no me siento bien... me duele la cabeza... (A Daniel.) Creo que tengo calentura...
PACO
¡Eso faltaba!
DANIEL
(Pulsando á Araceli). No, las manos un poco ardientes... pero, no... no hay fiebre...
PACO
¡Estamos divertidos!
ARACELI
¿Qué quieres, hijo mío?
PACO
¿Eh, Daniel?... ¡Estoy divertido! Supongo que cuando conociste á Araceli, ésta no sería así.
DANIEL
No era así, no.
PACO
Sería, probablemente, todo lo contrario.
ARACELI
Todo lo contrario... ¡Desgraciadamente!
PACO
(Irónico). ¡Ah, vamos!... Le querrías más que á mí...
ARACELI
¡No, hombre!
PACO
Sí, mujer, le querrías mucho más que á mí, y por eso eras con él mucho más complaciente que lo eres conmigo... ¡Delicioso!... ¿Pues sabes lo que digo?
ARACELI
¿Qué dices, Paco? (Resignada.)
PACO
Que esta casa es mía, y que tú eres mía... y que yo pago todo esto para mí, para divertirme, para usarlo cuando me parezca.
ARACELI
Eres grosero.
PACO
¡Déjame en paz!
ARACELI
Hay momentos en que te desconozco. Si tantas ganas tienes de ir al baile, vete; yo no me enfado.
PACO
¡Pero si quiero ir contigo, imbécil! ¿Es que no lo entiendes? ¡Quiero ir contigo... y emborracharme!... (Con énfasis cómico.) Porque si á ti te gustan los amores tranquilos y las copitas de coñac bebidas pacíficamente en tu casita, delante de una chimenea, á mí me gusta bailar y dormir en la delegación y beber el champagne en cubo... ¿te has enterado?...
ARACELI
Ya lo sé, hombre, ya lo sé...
PACO
(A Daniel). ¿No te parece?
DANIEL
Psch... sí...
PACO
Vamos, ya... tú crees que ella tiene razón.
DANIEL
No... tampoco. Araceli, á mi juicio, tiene razón, pero tú también defiendes un deseo justo... (Riendo con amargura.) ¡Qué vida... qué incomprensible vida esta, en la que todos, así el golpeado, como el que golpea, tienen razón!
PACO
Es muy cómodo decir: «Hoy no tengo ganas de salir», y quedarse en casa. O bien: «Hoy el cuerpo me pide retozo; llévame al campo...» Y el hombre, entretanto, convertido en figura decorativa, hecho un mamarracho, á disposición de la señora... ¡Eso, que se te quite de la cabeza! Tú vienes al baile porque yo deseo que vengas, ni más ni menos... porque tienes la obligación de divertirme, porque para eso vivimos juntos.
ARACELI
Bueno, Paco, iré... (A Daniel.) ¿Tú ves qué suplicio?
PACO
Pues, deprisita, deprisita... ¡que se hace tarde! (Dentro y por la derecha resuenan grandes carcajadas.)
VARIAS VOCES
PACO
(Riendo). ¡Oye... cómo están ya esos!
ARACELI
Pero me dejarás ir como yo quiera...
PACO
¿Cómo?
ARACELI
Con capuchón.
PACO
¿Tú eres tonta!... ¿Pero cómo quieres que te lleve de capuchón, hecha una cursi?
ARACELI
¡Si es que no puedo apretarme el corsé!
PACO
Pues, ó te vistes bien, ó no vienes.
DANIEL
Déjala, hombre, que vaya á su gusto.
PACO
¡No quiero!... Yo, con mamarrachos, no voy al baile. La llevo para lucirla, eso es, no para que se rían de mí. Te pones el mantón azul, y te calzas bien, y te peinas bien... y la dices á Teresa que te traiga flores... ¡Ya lo sabes...!
DON NICOLÁS
(Desde dentro). ¡Paco!... ¡Paco!... (Aparece por la derecha con una copa y una botella de «champagne»). ¿Qué, no queréis una copa?... Pero, ¿cómo no vais allí?...
PACO
Ahora vamos.
DON NICOLÁS
Señor marqués... beso á usted las manos... (Da muestras de hallarse ligeramente embriagado.)
DANIEL
¡Hola, Nicolás!
DON NICOLÁS
(Dirigiéndose á Araceli y á Paco). Apostaría algo bueno á que estaban ustedes riñendo...
ARACELI
No estábamos riñendo, no; porque yo no riño con Paco; es él, quien quiere reñir conmigo.
DON NICOLÁS
Pero como usted no quiere... ¡Pues no hay riña! ¡Claro!... Ea, tomad, tomad una copa; esto no es champagne, ¿sabes?
PACO
¿No?
DON NICOLÁS
El tabernero se ha equivocado; esto no es champagne; esto es sangre de dioses. ¡Bebe!
PACO
Venga.
DON NICOLÁS
Somos unos descorteses, Paco... lo somos porque hemos bebido antes que Araceli. ¡Qué demonio!... Y es que tú, maldito, estás borracho.
PACO
¿Yo?... ¡Sí!
DON NICOLÁS
Estás borracho. Y Daniel, donde le ves, también está borracho... (Riendo.) Y no se levanta de ahí por no caerse... (Riendo más.) Bueno... ahora usted, Araceli... ahora bebe usted.
ARACELI
Gracias, Nicolás, yo no quiero beber.
DON NICOLÁS
¿No quiere usted beber?
ARACELI
Ahora, no; luego.
DON NICOLÁS
¿Y por qué luego?... Luego también... ahora y luego, siempre... ¡se debe beber siempre!... Y si está usted enamorada, con más motivo; los amores son como las fresas, con vino están mejor.
ARACELI
Gracias, gracias... no deseo.
DON NICOLÁS
¿No quiere usted? Conformes; no insisto; en estos casos, la insistencia es descortesía. Pero tú, Daniel, sí beberás... tú eres de los míos.
DANIEL
Sí, hombre.
DON NICOLÁS
Va. ¡Ole! En el champagne que este hombre ha bebido podríamos naufragar los tres.
PACO
(A Araceli). Niña... me voy con éste al comedor; que te vistas en seguida...
ARACELI
Ya sabes lo que te he dicho...
PACO
¡No, con capuchón, no! Te vistes como he dicho.
DON NICOLÁS
¿Qué... qué? ¿A ver qué es eso? ¡Que yo me enteré!
ARACELI
Nicolás, déme usted la razón.
DON NICOLÁS
(Ofreciéndola la botella). Tome usted...
ARACELI
¿No piensan ustedes ir al baile?
DON NICOLÁS
Sí.
ARACELI
¿No se trata de pasar una buena noche, sea como sea?
DON NICOLÁS
Exactamente.
ARACELI
¿Y no es cierto que á usted no le importa que la mujer que usted lleve vaya vestida de este ó aquel modo?
DON NICOLÁS
Crea usted que eso del vestido en noches como esta, me tiene completamente sin cuidado. ¡Mejor si va desnuda!
ARACELI
Pues Paco no es así.
DON NICOLÁS
Pero, hombre... ¡parece mentira!... ¿No me ves á mí?... ¡Deja que la mujer vaya á su gusto, hombre!... Si al fin ha de ser lo que ella quiera...
PACO
Me parece que no...
DON NICOLÁS
¡Mírele usted!... Si debe usted estar orgullosa de verle así, tan enamorado.
ARACELI
¿Enamorado?
DON NICOLÁS
Y dije poco: loco... loco está por usted...
ARACELI
Dice que soy una vieja...
DON NICOLÁS
Hombre, tanto como una anciana, no... pero tampoco diré que es usted una niña... ¿Verdad, Daniel, tú que la conociste joven?
DANIEL
Para mí siempre será una niña.
DON NICOLÁS
¡Ole! (A Paco.) Esa frase también merece una copa. Bebe... (A Paco.) Ahora, vámonos al comedor. (A Araceli y á Daniel.) ¿No queréis venir?
ARACELI
Luego iré yo.
DON NICOLÁS
Usted manda. Tú, ¡eh!... tú, Daniel... ¿Vienes?
DANIEL
Después...
DON NICOLÁS
(Riendo). ¡No puede levantarse!... Está... ¡cómo está! (Dando á entender que Daniel está borracho.) Vente tú, Paquito, vente conmigo...
PACO
(A Araceli). Ya sabes...
DON NICOLÁS
¡Déjala, hombre!... ¡Déjala!... (Confidencial.) Te advierto que la Raquel está divina... ¡hay que comérsela!... (Salen por la derecha.)
ARACELI
¿Le has oído, Daniel?
DANIEL
Le he oído.
ARACELI
¿Y qué piensas de él?
DANIEL
¡Psch!...
ARACELI
Claro... tú, ¿qué vas á decirme? Eres amigo suyo.
DANIEL
No, si callo no es por eso; es... ¡porque no sé qué decir! Creo que, en este caso, al hombre más experto le sucedería lo mismo.
ARACELI
¡Ah, Daniel, mi viejecito!... De todos los amores que pasaron por mi vida, el tuyo es el único que no ha dejado en mi carne ni en mi espíritu una sensación de brutalidad. Así, después de los años pasados, me pareces, más que un amante perdido, un hermano mayor, un segundo padre... algo muy mío que me quiere con cariño familiar... Cuando Paco, á quien yo le había hablado de nuestros amores, me dijo que habíais viajado juntos por el extranjero y que erais muy amigos, tuve una alegría inmensa. «Vendrá á verme», pensé. Y al saber más tarde que aún estabas soltero, hasta creí que te recobraba... «El me quiere—decía yo—, es el único hombre capaz de quererme, aunque ya no me encuentre bonita»...
DANIEL
¡Pobrecilla!
ARACELI
¿Tú sabes qué difícil y qué angustioso es para nosotras parecer bonitas, cuando ya vamos perdiendo la voluntad de serlo?
DANIEL
Yo lo sé todo, Araceli, por lo mismo que he pasado por todas las edades. Tú, en cuanto seas viejecita como yo, lo sabrás todo también. (Pausa.)
ARACELI
¡Qué mala, qué ingrata he sido para ti, Daniel!
DANIEL
Yo creo que no.
ARACELI
Sí, fuí muy mala, muy cruel contigo, y merezco que me guardes rencor. ¡Pobre Daniel!... ¿Te acuerdas? Hace muchos años, cerca de veinte años... otra noche de máscaras...
DANIEL
Sí...
ARACELI
¿Por qué te dejé aquella noche?... ¡Loca! ¡Estúpida!... ¡Aquel Manolo, que ya se ha muerto!... Y si yo le hubiese querido, aún habría para mi ingratitud alguna disculpa. ¡Pero si yo no le amaba!... Tú lo sabes, Daniel... ¡Si yo no le amaba!... Sí puedo decir que aquella noche te dejé por un baile y un mantón de Manila... Y cuando á la mañana siguiente volví á nuestra casa... ¿te acuerdas?... tú estabas allí... pero yo no te encontraba... no te encontraba porque tú ya no eras el mismo... (Llora.) ¡Lloras, Daniel! No, no, no... ¡eso no!... Yo no quiero hacerte llorar...
DANIEL
Déjame.
ARACELI
No quiero que llores...
DANIEL
Déjame... es que recuerdo... Los viejos no hacemos otra cosa; por eso lloramos tan á menudo; á mi edad, la conciencia es como una lágrima que llevamos dentro...
ARACELI
Pero, ¿es cierto que me guardas rencor por el daño que te hice?
DANIEL
Si tal hiciese, sería injusto contigo.
ARACELI
¡Oh, qué bueno eres!
DANIEL
No, no digas «¡qué bueno!...» Di, mejor, «¡qué viejo!...» La vejez suele parecernos bondadosa porque es pasiva... ¡fíjate en que, para reconocer mi bondad, has tenido que asomarte á la vejez.
ARACELI
¡Es verdad! Lo que fué torrente, hoy es agua mansa. ¿Por qué, cuando nos conocimos, no sería yo un poco más vieja ó tú un poquito más joven? Entonces, tal vez, hubiésemos sido dichosos el uno con el otro.
DANIEL
Tal vez...
ARACELI
Pero es muy difícil coincidir á esa cita que la Felicidad nos ha dado á todos; unos llegan demasiado pronto, otros demasiado tarde... Entonces, que yo me sentaba al banquete de la vida, tú, cansado ya de comer, empujabas con el pie la mesa de tu festín y cerrabas los ojos... Y los dos fuímos desgraciados: yo, porque deseaba mucho y tenía muy poco; tú, porque, teniéndolo todo, ya no querías nada... Pero tú, indudablemente, sufrías más que yo, porque tú no esperabas nada... mientras que yo deseaba, y un deseo siempre es una esperanza... y no hay bajo el sol nada más bonito que una esperanza... (Pausa.) ¡Ahora te comprendo! Nadie es bueno, nadie es malo... son las circunstancias las que, pasajeramente, nos hacen malos ó buenos... (Llora.)
DANIEL
No llores... Araceli... mi pobre Araceli... no llores... ¿para qué?... No se hable más de aquello, porque todos estamos pagados y en paz: lo que tú hiciste conmigo, lo hice yo con otra, y ahora Paco lo hace contigo. La vida es un veneno compuesto con mieles de amor, que va resbalando al través de los siglos de una boca á otra boca; y así, el hastío que tú bebiste en mis labios, se lo das á Paco ahora; y él, cuando sea viejo, besará otros labios jóvenes, y con el beso que les dé, les dará también el dolor... (Pausa larga.)
ARACELI
¡Qué frío!... ¿No te parece que hace mucho frío esta noche?
DANIEL
Sí, mucho frío... A Teresa se lo dije antes.
ARACELI
(Acercándose á la ventana). Pues, no... los burletes ajustan bien; por aquí no entra ni pizca de aire.
DANIEL
Habrá por ahí alguna puerta abierta.
ARACELI
(Asomándose á la del foro). No, todo está bien cerrado. (Se acerca á la chimenea como dispuesta á sentarse.)
DANIEL
No te sientes. Ve á ver qué ocurre en el comedor; me parece que ya va siendo hora de cenar.
ARACELI
En esta casa hoy no se cena.
DANIEL
¿Lo dices porque esos no dejan de beber?
ARACELI
¡Naturalmente! ¡Y no creas que Paco es el mejor!
DANIEL
¿Quieres un buen consejo?
ARACELI
DANIEL
Vístete en seguida.
ARACELI
Para el baile...
DANIEL
Sí.
ARACELI
¡Pero si no tengo ganas de salir!
DANIEL
No importa. Vístete y te ahorrarás un disgusto con Paco.
ARACELI
¿Y el disgusto de vestirme?
DANIEL
Bueno, allá tú. (Risueño.) Recuerda que aquella noche, de que antes hablábamos, te perdí por no querer ponerme el frac... Y que ahora es él quien tiene el frac puesto, y tú la que no quiere vestirse...
ARACELI
DANIEL
¿Yo? (Ríe.)
ARACELI
Entonces no salgo. Cuando esos se marchen, cenaremos juntos los dos. Yo te invito.
DANIEL
¿Y Paco?
ARACELI
Me es igual...
DANIEL
Me parece... en fin...
ARACELI
¿Qué?
DANIEL
Que haces una tontería. La cena va á costarte demasiado cara. (Suenan dentro risas y voces.)
ARACELI
RAQUEL
(Con una botella de «champagne»). ¡Qué sorpresa! (Riendo.)
LUISA
(Que trae una bandeja con pasteles). ¡Pero si está aquí don Daniel!...
RAQUEL
¡Viva el marqués, que va á beberse una copa de champagne!
DANIEL
Adiós, criaturas.
LUISA
¿Qué hacíais, pícaros?
ARACELI
Pues, ya lo veis...
RAQUEL
LUISA
Toma antes un pastel; estos de chocolate son muy buenos.
ARACELI
¿Pero no vamos á cenar?
RAQUEL
¡Quién piensa en eso!
ARACELI
(A Daniel). ¿Qué te dije yo?
LUISA
Ahora nos vamos á Fornos; son cerca de las once. ¿Pero qué haces que no te vistes?
ARACELI
Ya veremos...
RAQUEL
Te aconsejo que no dejes á Paco solo.
ARACELI
LUISA
¡Ah, sí! Porque Paco está que arde. Yo no quería decirte nada, pero ya que ésta ha empezado...
ARACELI
Pues, ¿qué le sucede?
RAQUEL
Que Catalina está volviéndole tarumba.
ARACELI
Por mí...
RAQUEL
¿No te importa?
ARACELI
Ni pizca.
LUISA
¡Chica!... ¡Haces bien!... ¿Eh? ¿Verdad que estos pasteles de chocolate están muy buenos?
ARACELI
RAQUEL
Mirad, yo me chupo los dedos. Ello no será muy chic, pero es muy práctico.
LUISA
(Imitando á Raquel). ¡Yo también, yo también!...
RAQUEL
(Acercándose á la puerta lateral derecha). ¡Nicolás, Nicolás!... Os advierto que Nicolás, con lo que ha bebido, está delicioso esta noche.
LUISA
Tiene muy buena sombra.
RAQUEL
¡Ja, ja, ja!... Ese hombre, si se hubiese metido á clown, habría sido célebre. ¡Cuidado si la historia de don Casimiro tiene gracia!...
LUISA
¡Ah, sí! Cuéntala... veréis...
RAQUEL
Veréis... (A Araceli.) ¿Tú conoces á Casimiro Giralt, ese viejo pintado de rubio que te presenté una noche en Apolo?...
ARACELI
¿El que tuvo relaciones con Fuensanta?
RAQUEL
¡Ese! Como sabes, Casimiro está casado y tiene un hijo de veintidós ó veintitrés años, que se llama Antonio, y es «el ojito derecho» de su madre. (Bebe.) ¡Ah, y que no toquen á Antoñito, porque doña Cecilia se vuelve loca! ¿Usted se entera, marqués?
DANIEL
Sí, mujer, sigue.
RAQUEL
Pues dice Nicolás que Antoñito se enamoró, pero como una fiera, de una muchacha pobre, planchadora por más señas, y que á todo trance quería casarse con ella. Hasta que se lo dijo á su padre, á don Casimiro... y desde aquel día, el pobre muchacho no hizo más que llorar por los rincones, enflaquecer y quedarse sin color. Los médicos decían que iba para tísico.
LUISA
Como si estuviese embrujado, ¿comprendes?
RAQUEL
Hasta que doña Cecilia le cogió por su cuenta y, por buenas ó por malas, le arrancó el secreto de su pena.—Es que estoy enamorado de una mujer y no puedo casarme con ella—decía el chico.—¿Y por qué?—Porque no puedo.—¿Pero por qué no puedes?...—Hasta que cantó:—Porque mi padre me ha dicho que esa muchacha... ¡es hija suya!...
ARACELI
¡Pobre chico!
RAQUEL
No te apures... ¡Los muchachos se casan!...
DANIEL
¿Pero no son hermanos?
LUISA
RAQUEL
¡No lo son, no!... Porque doña Cecilia, comprendiendo que á su hijo aquella pena iba á costarle la vida, echó por la calle de en medio, y ha confesado que Antonio... ¡no es hijo de su padre! (Riendo.)
LUISA
(Riendo). ¡Y se casan, se casan!...
RAQUEL
(Como si llorase). Mujer, di más bien: «Y se casan, y se casan...» ¡No te alegres tanto del mal del prójimo!... (Todos ríen.)
CATALINA
(Aparece empujada por sus acompañantes). ¡Que vais á hacerme caer! ¡No seáis locos!
PACO
ÁNGEL
Llegarás al suelo.
DON NICOLÁS
Te impulsamos nosotros.
CATALINA
¡Dejadme, que tengo cosquillas!
ÁNGEL
¡Déjala, hombre!
DON NICOLÁS
¡Adiós! ¡Este la ha cogido ya!
ÁNGEL
¿El qué?
DON NICOLÁS
La borrachera, hombre.
ÁNGEL
¡Toma!
PACO
Todos estáis como uvas. A éste no le cabe en el cuerpo ni media copa más. Si le aprietas el cinturón, se vierte.
DON NICOLÁS
¡Y á mucha honra! Yo soy sincero... yo tengo el valor de mis vicios.
PACO
(Por Araceli y Daniel). ¿Y éstos, no beben?
DON NICOLÁS
Beberán, hombre, beberán; de ello me encargo yo.
ÁNGEL
Me encargo yo. (Coge una botella.)
ARACELI
Gracias, Ángel.
DANIEL
Yo, sí. ¡No se dirá nunca que le he vuelto la cara al champagne!
DON NICOLÁS
¡Muy bien!
RAQUEL
(A don Nicolás). Mira, mira cómo tienes la pechera...
DON NICOLÁS
¡Pobre camisa! Cuando salgamos del baile la vamos á llevar clavada en un bastón, como una bandera. ¡Vámonos al baile!...
ÁNGEL
Al baile.
LUISA
Al baile, al baile.
RAQUEL
¡Al baile!... ¡Todos!...
PACO
(A Araceli). ¿Y tú, no acabas de vestirte?
ARACELI
Pero Paco...
RAQUEL, LUISA, DON NICOLÁS, ÁNGEL
¡Al baile, pero todos!... ¡No valen disculpas!
RAQUEL
¡En esta casa no ha de quedar nadie!
PACO
(Amenazador). ¿No sabes lo que te dije antes?... ¿Es que quieres ponerme en ridículo?
ARACELI
Vete tú.
PACO
Pero contigo.
ARACELI
¡Conmigo!...
DON NICOLÁS, ÁNGEL
¡Con usted, sí, señora!
RAQUEL, LUISA
¡No hay escape!
CATALINA
No insistáis; si ella no quiere ir...
ARACELI
(Suplicante). ¡Pero si es que esta noche no me siento bien!... Paco ya lo sabe; que lo diga él... Me duele mucho la cabeza... Tengo mucho frío...
ÁNGEL
Yo creo que ese malestar es falta de champagne.
DON NICOLÁS
¡Es muy posible! Hay que someterla á un tratamiento enérgico. (Coge la botella.)
PACO
Déjame á mí; yo la curaré. Bebe, Araceli. (Agresivo.)
ARACELI
No quiero, Paco.
PACO
Bebe...
ARACELI
No tengo sed.
PACO
Sin sed. Bebe.
ARACELI
PACO
Bebe.
ARACELI
¿Estás borracho?
PACO
Estoy como quiero. ¡Bebe... bebe ó te rompo la copa en la cara!...
ARACELI
¡Paco!... (Llora.)
DON NICOLÁS
¡Eso, no!... (Todos se interponen.)
PACO
¡Maldita sea!... (Tira la copa al suelo.)
RAQUEL
¡La hizo añicos! Estas cuestiones familiares las paga siempre la vajilla.
DON NICOLÁS
¡Alto el fuego! A mí me gustaría que Araceli viniese con nosotros... me gustaría, porque á mí el buen humor del prójimo me engorda... ¡palabra!... Ya sé que la Humanidad no es así... ¡ni mucho menos!... Ya sé que, por regla general, lo que yo como á gusto le hace daño á mi amigo... Yo, no; yo quiero que todo el mundo ría, que todo el mundo esté contento... Pero, si Araceli no quiere, bueno... ahogaré mi dolor...
RAQUEL
Con vino lo ahogarás, borrachón.
DON NICOLÁS
Con vino... con vino...
ÁNGEL, LUISA
¡Ahoguemos nuestras penas!
CATALINA
No esté usted triste, Paco.
PACO
¿Yo?... ¡Ca!
CATALINA
Sí, lo he notado; se ha quedado usted triste.
PACO
¿Yo?... ¿Triste yo?... ¡No me conoces! ¿Triste yo, estando tú aquí? (La abraza.)
ARACELI
¡Paco, Paco!... ¿No consideras que yo estoy aquí?
PACO
¿Y qué?
ARACELI
Eso es una canallada; sois unos canallas; lo eres tú, porque la abrazas; lo es ella, dejándose abrazar por ti.
PACO
Hago lo que quiero.
ARACELI
Será fuera de aquí.
PACO
Será en la calle... Yo necesito una mujer para esta noche; tú no quieres acompañarme y busco á ésta. Ya te lo dije antes bien clarito: mujeres que vengan al baile conmigo, no han de faltarme.
ARACELI
Canallita... ¡Tú, como todos, sois unos chulos de frac! (Llora.)
ÁNGEL
(Recogiéndose los faldones del frac). ¿Nos ha llamado chulos?
DON NICOLÁS
(Solemne). ¡Respetable concurrencia! Creo llegado el momento de beber una copa.
RAQUEL, LUISA
¡Otra, dirás!
DON NICOLÁS
Otra... ¡y que no sea la última!
ÁNGEL
Amén.
DON NICOLÁS
Brindemos, pero solemnemente, con verdadera unción, por la ingratitud.
RAQUEL, LUISA, ÁNGEL
¡Viva la ingratitud!
DON NICOLÁS
¡Viva la diosa santa que embellece la vida, porque la llena de sorpresas! ¡Viva la ingratitud, repito! Porque, gracias á ella, las mujeres que amaron á otros pueden llegar á caer en nuestros brazos... y las amadas que ya empezaban á aburrirnos, se van con el primer amigo buen mozo que viene á visitarnos, y nos dejan en paz... (Bebe.)
TODOS
¡Bravo!... ¡Muy bien!
ARACELI
(Aparte). Miserables... (Va á sentarse cerca de Daniel.)
ÁNGEL
¡Bravísimo!
LUISA
¡Brindemos por todos los hombres que hemos olvidado!
CATALINA
Brindemos.
RAQUEL
¡No!... Porque ibais á estar bebiendo toda la noche y se os iban á quedar para otro día más de la mitad...
ÁNGEL
DON NICOLÁS
¿Conque, nos vamos?
PACO
¡Vámonos, sí!
ÁNGEL
¿A Fornos?
RAQUEL
A Fornos y desde allí al baile.
PACO
(A Catalina). Yo, contigo.
CATALINA
¿Pero... y Araceli?
PACO
¿Qué te importa? Esa concluyó, y empiezas tú.
ÁNGEL
(A Luisa). Mi brazo.
DON NICOLÁS
¿Qué decís? ¿Vamos á ir á pie?... ¡Ca, hombre!... En coche es mejor.
RAQUEL, LUISA, CATALINA
¡Sí, sí, en coche!...
DON NICOLÁS
¿No hay quien avise un coche?
PACO
¡Sí, hombre, al momento! (Asomándose á la puerta del foro.) ¡Teresa! ¡Teresa!...
DON NICOLÁS
No te oye... ¡Ja, ja, ja!... ¡Es inútil!...
PACO
¡Teresa!...
DON NICOLÁS
Estará borracha también.
TERESA
¿Qué mandan ustedes?
DON NICOLÁS
(Asombrado). ¡No está borracha, no! ¡La templanza refugiándose en las cocinas!... ¡Increíble!
TERESA
Ustedes dirán.
PACO
Avisa un coche.
RAQUEL
Un coche es poco; avise usted dos.
ÁNGEL
Avise usted tres; ¡somos seis!...
TERESA
¿En qué quedamos?
DON NICOLÁS
En eso: avise usted tres coches... puesto que somos tres parejas.
TERESA
En seguida. (Vase. En este momento suena dentro un alegre paso doble, que se acerca y luego se aleja rápidamente. Todos corren hacia la ventana, dando muestras de gran alegría.)
RAQUEL, LUISA, CATALINA
¡Una estudiantina! ¡Una estudiantina!
ÁNGEL
¡Señores!... ¡Qué hermoso! ¡Está nevando!
PACO
¿Qué importa la nieve?
ÁNGEL
¡Viva la alegría!
DON NICOLÁS
¡Viva el champagne! (Pausa. Todos escuchan.)
RAQUEL
(A don Nicolás). Vamos á bailar.
DON NICOLÁS
No puedo.
RAQUEL
No sé entonces para qué vas al baile.
DON NICOLÁS
¿Pero es que á los bailes se va á bailar? ¡Inocente! ¡Se va á beber!...
ÁNGEL
¿Y no vamos á beber desde aquí hasta que lleguemos á Fornos?...
LUISA
¡Dejaros ya de vino!
ÁNGEL
¡Tengo una idea!... ¡¡Ah!!
DON NICOLÁS
¿Cuál?
ÁNGEL
¡Una admirable idea!
TERESA
Señores... ahí están los coches.
PAGO
¿Los tres?.
TERESA
Sí, señor, los tres.
ÁNGEL
¡Esperad, esperad!... (Sale precipitadamente por la derecha. Todos le siguen y se detienen junto á la puerta.)
DON NICOLÁS
¿Pero á dónde va ese?
RAQUEL
Alguna diablura se le ha ocurrido.
LUISA
Indudablemente. Le conozco.
DON NICOLÁS
¡Admirable, admirable!
RAQUEL
La gran idea.
ÁNGEL
¡La barrica del Jerez! (Aparece empujando un barril y todos le ayudan.) ¡Teresa, Teresa!...
TERESA
Mándeme usted.
ÁNGEL
RAQUEL, LUISA, CATALINA
¡Otro coche! Hacen falta cuatro coches.
PACO
¡Cuatro... sí... cuatro!
DON NICOLÁS
Uno para cada pareja y otro para el vino.
PACO
Tú, Nicolás, súbete encima del barril; oficia de dios Baco...
DON NICOLÁS
No... no puedo... ¡dejadme! ¡Que me vais á romper algo! (Estúdiese bien toda esta escena, cuyo interés depende en absoluto del conjunto.)
RAQUEL, LUISA, CATALINA
¡Adiós, Araceli... Daniel!...
ÁNGEL
¡Hasta mañana, si podemos volver!... (Salen en tropel por el foro, gritando y riendo, y se oye un gran estrépito, como si el barril hubiese caído por la escalera.)
DANIEL
Debiste marcharte con ellos.
ARACELI
¡Bah!... ¿Por qué?... Mejor estoy aquí.
DANIEL
¡Mi pobre Araceli!... Tú quieres á Paco... tú, en estos momentos, sufres mucho.
ARACELI
Sí, le quiero... (Con indiferencia fingida.)
DANIEL
¡No disimules! Le quieres tranquilamente, pero también intensamente, como yo te quise. ¿Ves?... En la vida todo se repite: un Carnaval me dejó sin ti, y otro Carnaval te deja sin él... (Pausa.) ¡Lloras!... No, no...
ARACELI
No puedo contenerme... Perdona... déjame llorar: lloro de rabia... no lloro por él, por él no... no... ¡no!...
DANIEL
¡Y aunque llorases por él!... ¿Acaso hace veinte años, en una noche como ésta, no lloré yo por ti?
TELON
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OBRAS DE EDUARDO ZAMACOIS
La enferma.—Punto-Negro.—Incesto.—Tik-Nay ("El payaso inimitable").—Loca de amor.—El seductor.—Duelo á muerte.—Memorias de una cortesana.—Sobre el abismo.—El otro.
NOVELAS CORTAS.—Bodas trágicas.—La estatua.—La quimera.—El lacayo.—Noche de bodas.—Amar á obscuras.—Semana de pasión (cuatro volúmenes).
Desde mi butaca ("Apuntes para una psicología de nuestros actores").—Impresiones de arte.—Río abajo.—De mi vida.
De carne y hueso.—Horas crueles.