The Project Gutenberg EBook of Heath's Modern Language Series: El trovador, by Antonio García Gutiérrez This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org Title: Heath's Modern Language Series: El trovador Author: Antonio García Gutiérrez Annotator: H.H. Vaughan Release Date: August 12, 2009 [EBook #29677] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK HEATH'S MODERN LANGUAGE *** Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This book was produced from scanned images of public domain material from the Google Print project.)
ZARAGOZA
POR
EDITED WITH NOTES AND VOCABULARY
BY
Yale University
D. C. HEATH & CO., PUBLISHERS
BOSTON NEW YORK CHICAGO
Copyright, 1908,
By D. C. Heath & Co.
Printed in U. S. A.
Antonio García Gutiérrez was born in Chiclina, a small town in Andalusia, July 5, 1813. His father wished him to become a doctor, but his own tendency towards poetry was so strong that he soon gave up all idea of a medical career and went to Madrid to seek his fortune. Here he wrote El Trovador, which was promptly rejected by the dramatic managers. After this disappointment he enlisted as a volunteer against the Carlists, and was in the army when his play was finally produced. Its success was instantaneous and overwhelming, and enabled the author to leave the army and give all his time to his chosen occupation. Among his other works may be cited Simón Bocanegra, Venganza Catalana, and Juan Lorenzo. These plays were not as enthusiastically received as El Trovador, and Gutiérrez regarded the public as unjust to him. In 1844 he went to Havana, and thence to Mérida de Yucatán; returning to Spain after five years' absence. He died August 26, 1884.
El Trovador is undoubtedly Gutiérrez' masterpiece. Interest in the play is quickly aroused, and well sustained by the rapidity of the action. Gutiérrez has not kept the classic unities of time and place, but he has kept the one important unity, that of action; since, although our interest may at times be divided between the protagonists of the drama and a less important character, we never lose interest in the former.
The characters, although well drawn, are not strong. Manrique is a selfish and ambitious man, who well deserves his fate. Nuño is unscrupulous and weak, but the weakest character of all is that of Leonor, who, knowing her duty, has neither strength nor will to accomplish it. Azucena is really the most interesting character in the play. From her first sad notes of "Bramando está el pueblo indómito" to her last despairing cry of "Ya estás vengada" we do not for a minute lose sight of the mortal conflict in her soul between the vengeance which she has sworn her mother and her love for Manrique.
The verse form of the drama is worthy of note. In general, scenes in which subordinates or common people appear are in prose, while those between nobles are in verse. When the action is of ordinary pitch, this verse is very simple; but when the action reaches a high pitch, the verse form becomes complicated. Examples of this are to be seen in Act III, Scene V, and Act IV, Scenes V and VI.
El Trovador was given operatic form by the great Italian composer Giuseppi Verdi, and under its Italian title, Il Trovatore, is well known throughout the world.
As great difference exists in the usage of the Spanish punctuation marks at the present day, it has been thought advisable in this edition to adopt in some cases what might be called mixed punctuation, that is, when there is a question which is also an exclamation, attention is called to the fact by the use of the interrogation point before and the exclamation point after the phrase or sentence.
The editor wishes to extend his thanks to Professor J. D. M Ford and Professor C. H. Grandgent of Harvard, Professor A. Le Duc and Mr. F. D. Schnacke of the University of Kansas, and Professor C. P. Wagner of the University of Michigan, who have rendered valuable assistance in the preparation of this edition.
H. H. V.
Ann Arbor, Sept. 14, 1907.
DRAMA CABALLERESCO EN CINCO JORNADAS EN PROSA Y VERSO
Aragón[2]—Siglo XV
EL DUELO
Zaragoza:[3] sala corta[4] en el palacio de la Aljafería[5]
Guzmán, Jimeno, y Ferrando, sentados
Jimeno. Nadie mejor que yo puede saber esa historia; como que hace muy cerca de cuarenta años que estoy al servicio de los Condes de Luna.
Ferrando. Siempre me lo han contado de diverso modo.
Guzmán. Y como se abultan tanto las cosas...
Jimeno. Yo os lo contaré tal como ello pasó por los años de 1390. El Conde don Lope de Artal vivía regularmente en Zaragoza, como que siempre estaba al lado de su Alteza. Tenía dos niños: el uno que es don Nuño, nuestro muy querido amo, y contaba entonces seis meses, poco más o menos, y el mayor, que tendría dos años, llamado don Juan. Una noche entró en la casa del Conde una de esas vagabundas, una gitana con ribetes de bruja, y sin decir una palabra se deslizó hacia la cámara donde dormía el mayorcito. Era ya bastante vieja...
Ferrando. ¿Vieja y gitana? Bruja sin duda.
Jimeno. Se sentó a su lado, y le estuvo mirando largo rato, sin apartar de él los ojos ni un instante; pero los criados la vieron y la arrojaron a palos.[6] Desde aquel día empezó a enflaquecer el niño, a llorar continuamente, y por último, a los pocos días cayó gravemente enfermo; la pícara de la bruja le había hechizado.
Guzmán. ¡Diantre!
Jimeno. Y aún su aya aseguró que en el silencio de la noche había oído varias veces que andaba alguien en su habitación, y que una legión de brujas jugaban con el niño a la pelota, sacudiéndole furiosas contra la pared.
Ferrando. ¡Qué horror! Yo me hubiera muerto de miedo.
Jimeno. Todo esto alarmó al Conde, y tomó sus medidas para pillar a la gitana; cayó efectivamente en el garlito, y al otro día[7] fue quemada públicamente, para escarmiento de viejas.
Guzmán. ¡Cuánto me alegro! ¿Y el chico?
Jimeno. Empezó a engordar inmediatamente.
Ferrando. Eso era natural.
Jimeno. Y a guiarse por mis consejos,[8] hubiera sido también tostada la hija, la hija de la hechicera.
Ferrando. ¡Pues por supuesto![9]... Dime con quién andas[10]...
Jimeno. No quisieron entenderme, y bien pronto tuvieron lugar de arrepentirse.
Guzmán. ¿Cómo!
Jimeno. Desapareció el niño, que estaba ya tan rollizo que daba gusto verle; se le buscó por todas partes, ¿y sabéis lo que se encontró? Una hoguera recién apagada en el sitio donde murió la hechicera, y el esqueleto achicharrado del niño.
Ferrando. ¡Cáspita! ¿Y no la atenacearon?
Jimeno. Buenas ganas teníamos todos de verla arder por vía de ensayo para el infierno; pero no pudimos atraparla, y sin embargo si la viese ahora...
Guzmán. ¿La conoceríais?
Jimeno. A pesar de los años que han pasado, sin duda.
Ferrando. Pero también apostaría yo cien florines a que el alma de su madre está ardiendo ahora en las parrillas de Satanás.
Guzmán. Se entiende.
Jimeno. Pues... mis dudas tengo en cuanto a eso.
Guzmán. ¿Qué decís?
Jimeno. Desde el suceso que acabo de contaros no ha dejado de haber lances diabólicos... Yo diría que el alma de la gitana tiene demasiado que hacer para irse tan pronto al infierno.
Ferrando. ¡Jum!... ¡Jum!...
Jimeno. ¿He dicho algo?
Ferrando. Preguntádmelo a mí.
Guzmán. ¿La habéis visto?
Ferrando. Más de una vez.
Guzmán. ¿A la gitana?
Ferrando. ¡No, qué disparate; no...! Al alma de la gitana; unas veces bajo la figura de un cuervo negro; de noche regularmente en búho. Ultimamente, noches pasadas, se transformó en lechuza.
Guzmán. ¡Cáspita!
Jimeno. Adelante.
Ferrando. Y se entró en mi cuarto a sorberse el aceite de mi lámpara; yo empecé a rezar un Padre nuestro en voz baja... ni por ésas;[11] apagó la luz y me empezó a mirar con unos ojos tan relucientes;[12] se me erizó el cabello; tenía un no sé qué de diabólico[13] y de infernal aquel espantoso animalejo. Ultimamente, empezó a revolotear por la alcoba... yo sentí en mi boca el frío beso de un labio inmundo; di un grito de terror exclamando: ¡Jesús! y la bruja espantada lanzó un prolongado chillido, precipitándose furiosa por la ventana.
Guzmán. ¡Me contáis cosas estupendas! Y en pago del buen rato que me habéis hecho pasar, voy a contaros otras no menos raras y curiosas, pero que tienen la ventaja de ser más recientes.
Ferrando. ¿Cómo!
Guzmán. Se entiende que nada de esto debe traslucirse, porque es una cosa que sólo a mí, a mí particularmente se me ha confiado.
Jimeno. ¿Pero de quién?
Guzmán. De otro modo me mataría el Conde.
Ferrando y Jimeno. ¡El Conde!
Guzmán. Pero todo ello no es nada, nada; travesuras de la juventud. ¿No sabéis que está perdidamente enamorado de doña Leonor de Sesé?
Guzmán. La hermana de don Guillén, de ese hidalgo orgulloso...
Ferrando. La más hermosa dama del servicio de la reina.
Guzmán. Seguro.
Ferrando. Y que está tan enamorada de aquel trovador que en tiempos de antaño[14] venía a quitarnos el sueño por la noche con su cántico sempiterno.
Guzmán. Y que viene todavía.
Jimeno. ¿Cómo! ¿Pues no dicen que está con el Conde de Urgel,[15] que en mala hora naciera, ayudándole a conquistar la corona de Aragón?
Guzmán. Pues a pesar de eso...
Ferrando. Atreverse a galantear a una de las primeras damas de su Alteza. Un hombre sin solar, digo, que sepamos.
Jimeno. No negaréis, sin embargo, que es un caballero valiente y galán.
Guzmán. Sí, eso sí... pero en cuanto a lo demás[16]... Y luego, ¿quién es él? ¿Dónde está el escudo de sus armas? Lo que me decía anoche el Conde: «Tal vez será algún noble pobretón, algún hidalgo de gotera.»
Jimeno. Pero al cuento.
Guzmán. Al cuento: ya sabéis que yo gozo de la confianza del Conde; anoche me dijo, estando los dos solos en su cuarto: «Escucha, Guzmán; quiero que me acompañes; sólo a ti me atrevo a confiar mis designios, porque siempre me has sido fiel; esta noche ha de ser fatal para mí, o he de llegar al colmo de la felicidad suprema!» Sígueme, añadió, y atravesó con paso precipitado las galerías, instruyéndome en el camino de su proyecto.
Jimeno. ¿Y qué?
Guzmán. Su intento era entrar en la habitación de Leonor, para lo cual[17] se había proporcionado una llave.
Jimeno. ¿Cómo!... ¿En palacio!... ¿Y se atrevió al fin?
Guzmán. Entró efectivamente; pero en el momento mismo, cuando lleno de amor y de esperanza se le figuraba que iba a tocar la felicidad suprema, un preludio del laúd del maldito trovador vino a sacarle de su delirio.
Ferrando. ¡Del trovador!
Guzmán. Del mismo; estaba en el jardín. Allí, dijo don Nuño con un acento terrible, allí estará también ella; y bajó furioso la escalera. La noche era oscurísima; el importuno cantor, que nunca pulsó el laúd a peor tiempo, se retiró creyendo sin duda que era mi amo algún curioso escudero; a poco rato bajó la virtuosa Leonor, y equivocando a mi señor con su amante, le condujo silenciosamente a lo más oculto del[18] jardín. Bien pronto las atrevidas palabras del Conde la hicieron conocer con quién se las había[19]... la luna, hasta entonces prudentemente encubierta con una nube espesísima, hizo brillar un instante el acero del celoso cantor delante del pecho de mi amo; poco duró el combate; la espada del Conde cayó a los pies de su rival, y un momento después ya no había un alma en todo el jardín.
Jimeno. ¿Y no os parece, como a mí, que el Conde hace muy mal en exponer así su vida? Y si llegan a saber[20] sus Altezas semejantes locuras...
Guzmán. Calle... parece que se ha levantado ya...
Jimeno. Temprano para lo que ha dormido.[21]
Ferrando. Los enamorados, dicen que no duermen.
Guzmán. Vamos allá, no nos eche de menos.[22]
Ferrando. Y hoy que estará de mala guisa.
Jimeno. Sí, vamos.
Cámara de doña Leonor en el palacio
Leonor, Jimena, y Don Guillén[23]
Guillén. Mil quejas tengo que daros,
si oírme, hermana, queréis.
Leonor. Hablar, don Guillén, podéis,
que pronta estoy a escucharos.
Si a hablar del Conde venís,
que será en vano os advierto,
y me enojaré por cierto
si en tal tema persistís.
Guillén. Poco estimáis, Leonor,
el brillo de vuestra cuna,
menospreciando al de Luna[24]
por un simple trovador.
¿Qué visteis, hermana, en él
para así tratarle impía?
¿No supera en bizarría
al más apuesto doncel?
¿A caballo, en el torneo,
no admirasteis su pujanza?
A los botes de su lanza...
Leonor. Que cayó de un bote creo.
Guillén. En fin, mi palabra di
De que suya habéis de ser,
y cumplirla he menester.
Leonor. ¿Y vos[25] disponéis de mí?
Guillén. O soy o no vuestro hermano.
Leonor. Nunca lo fuerais,[26] por Dios,
que me dio mi madre en vos,
en vez de amigo, un tirano.
Guillén. En fin, ya os dije mi intento:
ved cómo se ha de cumplir.
Leonor. No lo esperéis.
Guillén. O vivir
encerrada en un convento.
Leonor. Lo del convento más bien.
Guillén. ¿Eso tu audacia responde?
Leonor. Que nunca seré del Conde...
nunca, ¿lo oís; don Guillén?
Guillén. Yo haré que mi voluntad
se cumpla, aunque os pese a vos.
Leonor. Idos, hermano, con Dios.
Guillén. ¡Leonor!... a Dios os quedad.
Leonor y Jimena
Leonor. ¿Lo oíste? ¡Negra fortuna!
Ya ni esperanza ninguna,
ningún consuelo me resta.
Jimena. ¿Mas por qué por el de Luna
tanto empeño manifiesta?
Leonor. Esa soberbia ambición
que le ciega y le devora
es ¡triste! mi perdición.
¡Y quiere que al que me adora
arroje del corazón!
Yo al Conde no puedo amar,
le detesto con el alma;
él vino ¡ay Dios! a turbar
de mi corazón la calma
y mi dicha a emponzoñar.
¿Por qué perseguirme así?
Desde anoche le aborrezco
más y más. Yo que creí
que era Manrique... ¡Ay de mí![27]
Todavía me estremezco.
Por él me aborrece ya.
Jimena. ¿Don Manrique?
Leonor. Sí, Jimena.
Jimena. ¿De vuestro amor dudará?
Leonor. Celoso del Conde está,
y sin culpa me condena... (llora)
Jimena. ¿Siempre llorando, mi amiga?
No cesas...
Leonor. Llorando, sí;
yo para llorar nací;
mi negra estrella enemiga,
mi suerte, lo quiere así.
Despreciada, aborrecida
del que amante idolatré,
¿qué es ya para mí la vida?
Y él creyó que envilecida
vendiera a otro amor mi fe.
No, jamás,... la pompa, el oro,
guárdelos el Conde allá;
ven, trovador, y mi lloro
te dirá cómo te adoro,
y mi angustia te dirá.
Mírame aquí prosternada;
ven a calmar la inquietud
de esta mujer desdichada;
tuyo es mi amor, mi virtud...
¿Me quieres más humillada?
Jimena. ¿Qué haces, Leonor?
Leonor. Yo no sé...
alguien viene.
Jimena. ¡El es, por Dios!
¡Y dudabas de su fe!
Leonor. ¡Jimena!
Jimena. Te estorbaré...
solos os dejo a los dos.
Leonor y Manrique, rebozado
Leonor. ¡Manrique! ¿Eres tú?
Manrique. Yo, sí...
No tembléis.
Leonor. No tiemblo yo;
mas si alguno entrar te vio...
Manrique. Nadie.
Leonor. ¿Qué buscas aquí?
¿Qué buscas?... ¡Ah!... Por piedad...
Manrique. ¿Os pesa de mi venida?[28]
Leonor. No, Manrique, por mi vida.
¿Me buscáis a mí, es verdad?
Sí, sí... yo apenas pudiera
tanta ventura creer.
¿Lo ves? Lloro de placer.
Manrique. ¿Quién, perjura, te creyera!
Leonor. ¿Perjura?
Manrique. Mil veces, sí...
Mas no pienses que insensato
a obligar a un pecho ingrato,
a implorarte vine aquí.
No vengo lleno de amor
cual un tiempo...
Leonor. ¡Desdichada!
Manrique. ¿Tembláis?
Leonor. No, no tengo nada[29]...
mas temo vuestro furor.
¿Quién dijo, Manrique, quién,
que yo olvidarte pudiera
infiel, y tu amor vendiera,
tu amor, que es sólo mi bien!
¿Mis lágrimas no bastaron
a arrancar de tu razón
esa funesta ilusión?
Manrique. Harto tiempo me engañaron.
Demasiado te creí
mientras tierna me halagabas
y pérfida me engañabas.
¡Qué necio, qué necio fui!
Pero no, no impunemente
gozarás de tu traición;
yo partiré el corazón
de ese rival insolente.
¡Tus lágrimas! ¿Yo creer
pudiera, Leonor, en ellas
cuando con tiernas palabras
a otro halagabas ayer?
¡No te vi yo mismo, di!
Leonor. Sí, pero juzgué engañada
que eras tú, con voz pausada
cantar una trova oí.
Era tu voz, tu laúd;
era el canto seductor
de un amante trovador
lleno de tierna inquietud.
Turbada, perdí mi calma,
se estremeció el corazón,
y una celeste ilusión
me abrasó de amor el aúna.
Me pareció que te vía[30]
en la oscuridad profunda,
que a la luna moribunda
tu penacho descubría.
Me figuré verte allí
con melancólica frente,
suspirando tristemente
tal vez, Manrique, por mí.
No me engañaba... un temblor
me sobrecogió un instante...
era sin duda mi amante,
era ¡ay Dios! mi trovador.
Manrique. Si fuera verdad, mi vida
y mil vidas que tuviera,
ángel hermoso, te diera.
Leonor. ¿No te soy aborrecida?
Manrique. ¿Tú, Leonor? ¿Pues por quién
así en Zaragoza entrara,
por quién la muerte arrostrara
sino[31] por ti, por mi bien?
¿Aborrecerte! ¿Quién pudo
aborrecerte, Leonor?
Leonor. ¿No dudas ya de mi amor,
Manrique?
Manrique. No, ya no dudo.
Ni así pudiera vivir;
me amas, ¿es verdad? Lo creo,
porque creerte deseo
para amarte y existir.
Porque me fuera la muerte
más grata que tu desdén.
Leonor. ¡Trovador!
Manrique. No más; ya es bien
que parta.
Leonor. ¿No vuelvo a verte?
Manrique. Hoy no, más tarde será.
Leonor. ¿Tan pronto te marchas?
Manrique. Hoy;
ya se sabe que aquí estoy;
buscándome están quizá.
Leonor. Sí, vete.
Manrique. Muy pronto fiel
me verás, Leonor, mi gloria,
cuando el cielo dé victoria
a las armas del de Urgel.
Retírate... viene alguno.
Leonor. ¡Es el Conde!
Manrique. Vete.
Leonor. ¡Cielos!
Manrique. Mal os curasteis mis celos...
¿Qué busca aquí este importuno?
Manrique y Don Nuño
Nuño. ¿Qué hombre es éste?
Manrique. Guárdeos Dios
muchos años, el de Luna.
Nuño. (¡Pésia mi negra fortuna!)
Manrique. Caballero, hablo con vos;
si porque encubierto estoy...
Nuño. Si decirme algo tenéis,
descubrid...
Manrique. ¿Me conocéis? (Descubriéndose.)
Nuño. ¡Vos, Manrique!
Manrique. El mismo soy.
Nuño. ¿Cuando a la ley sois infiel
y cuando proscripto estáis,
así en palacio os entráis
partidario del de Urgel?
Manrique. ¿Debo temer, por ventura,
Conde, de vos?
Nuño. Un traidor...
Manrique. Nunca; vuestro mismo honor
de vos mismo me asegura.
Siempre fuisteis caballero.
Nuño. ¿Qué buscáis, Manrique, aquí?
Manrique. A vos, señor Conde.
Nuño. ¿A mí?
Para qué saber espero.
Manrique. ¿No lo adivináis?
Nuño. Tal vez.
Manrique. Siempre enemigos los dos
hemos sido.
Nuño. Sí, por Dios.
Manrique. Pensáislo con madurez.
Nuño. Pienso que atrevido y necio
anduvisteis en retar
a quien débeos contestar
tan sólo con el desprecio.
¿Qué hay de común en los dos?
Habláis al Conde de Luna,
hidalgo de pobre cuna.[32]
MANRIQUE. Y bueno tal como vos.
¿En fin, no admitís el duelo?
Nuño. ¿Y lo pudisteis pensar?
¿Yo hasta vos he de bajar?
Manrique. No me insultéis, vive el cielo,
que si la espada desnudo
la vil lengua os cortaré.
Nuño. ¿A mí, villano? No sé (Saca la espada.)
cómo en castigarte dudo.
Mas tú lo quieres.
Manrique. Salgamos.
Nuño. Sacad el infame acero.
Manrique. Don Nuño, fuera os espero;
cuidad que en palacio estamos.
Nuño. Cobarde, no escucho nada.
Manrique. Ved, Conde, que os engañáis...
¿Vos, vos cobarde llamáis
al que es dueño de esta espada?
Nuño. La mía... Y lo sufro, no...
Manrique. A recobrarla venid.
Nuño. No; que no sois, advertid,
caballero como yo.
Manrique. Tal vez os equivocáis.
Y habladme con más despacio
mientra estamos en palacio.
Os aguardo.
Nuño. ¿Dónde vais?
Manrique. Al campo, don Nuño, voy,
donde probaros espero
que, si vos sois caballero...
caballero también soy.
Nuño. ¿Os atrevéis?...
Manrique. Sí, venid.
Nuño. Trovador, no me insultéis
si en algo el vivir tenéis.
Manrique. Don Nuño, pronto, salid.
EL CONVENTO
Cámara de don Nuño
Don Nuño y Don Guillén
Nuño. ¿Don Guillén?
Guillén. Guárdeos el cielo.
Nuño. ¿Qué hay de nuevo en la ciudad?
Guillén. ¿Qué? ¿Aún no sabéis?
Nuño. Asentad.
Guillén. Todos lloran sin consuelo.
Nuño. ¿Cómo!
Guillén. La traición impía
que en yermo a Aragón convierte,
dio al Arzobispo la muerte.
Nuño. ¿Qué decís? ¿A don García?
Guillén. Ahora se acaba de hallar
su cadáver junto al muro,
que de la noche en lo oscuro
le debieron de matar.[33]
Murió como bueno y fiel...
Nuño. Siempre lo fue don García.
Guillén. Porque osado combatía
la pretensión del de Urgel.
Nuño. ¡Infame y cobarde acción
que he de vengar, por quién soy!
Guillén. Conde...
Nuño. Sabed que desde hoy
soy Justicia de Aragón,
y si mi poder alcanza
a los traidores, os juro
por mi honor, como el sol puro,
que han de sentir mi venganza.
Guillén. Pero dejando esto a un lado,
que importa más vuestra vida,
¿cómo os va de aquella herida?[34]
Nuño. Me siento muy mejorado.
Guillén. Ya era tiempo.
Nuño. Un año hará
que la recibí, por Cristo;
muy cerca la muerte he visto,
mas bueno me siento ya.
Guillén. La suerte al fin del trovador
os dio la venganza presto.
Nuño. No me habléis, Guillén, en esto;
habladme de Leonor,
que hace un año, más de un año,
mientras me duró mi herida,
que no me habláis, por mi vida,
de vuestra hermana, y lo extraño.
Guillén. ¡Don Nuño!...
Nuño. Desque dejó
el servicio de su Alteza,
de contemplar su belleza,
dura también me privó.
¿Consiente al fin en unir
su suerte a la suerte mía?
¿Se muestra menos impía?
Guillén. Conde, ¿qué os puedo decir?
En vano fue amenazar,
y nada alcanzó mi ruego;
esposa de Dios va luego
a postrarse ante el altar.
Nuño. ¡Encerrarse en un convento!
¿Eso prefiere más bien?
Guillén. En el de Jerusalén[35]
va a profesar al momento.
Nuño. ¡Ingrata!
Guillén. Cuando el rumor
llegó, don Nuño, a su oído
de que había sucumbido
en Velilla[36] el trovador,
desesperada, llorosa...
Nuño. ¿Y no hay medio, don Guillén?..
Guillén. Ninguno; ni ya está bien...
Nuño. ¿Decís que aún no es religiosa?
Guillén. Pero lo[37] será muy luego.
Nuño. Iré yo a verla, yo iré;
si es fuerza, la rogaré...
Guillén. Despreciará vuestro ruego.
Nuño. ¿Tan en extremo enojada
está?
Guillén. ¿No sabéis, señor,
que no hay tirano mayor
como la mujer rogada?
Nuño. Pues bien, la arrebataré
a los pies del mismo altar;[38]
si ella no me quiere amar,
yo a amarme la obligaré.
Guillén. ¡Conde!
Nuño. Sí, sí... loco estoy,
no os enojéis; ni he querido
ofender...
Guillén. Noble he nacido,
y noble, don Nuño, soy.
Nuño. Basta; ya sé, don Guillén,
que es ilustre vuestra cuna.
Guillén. Y jamás mancha ninguna
la oscurecerá.
Nuño. Está bien;
dejadme.
Guillén. ¿Quién más que yo
éste enlace estimaría?
Mas si amengua mi hidalguía,
no quiero tal dicha, no.
Nuño. Decís bien.
Guillén. Si os ofendí...
Nuño. No; dejadme... fuera están
mis criados; a Guzmán
que entre[39] diréis.
Guillén. Lo haré así.
Don Nuño, después Guzmán
Nuño. Gracias a Dios se fue ya,
que por cierto me aburría.
¡Qué vano con su hidalguía
el buen caballero está!
Si no me quiere servir
será diligencia vana:
o ha de ser mía su hermana,
o por ella he de morir.
Guzmán. ¿Señor?
Nuño. Cierra esa puerta.
Guzmán. ¿Qué tenéis que mandarme?
Nuño. Siéntate.
Guzmán. ¿En vuestra presencia, señor!
Nuño. Sí; quiero darte esta prueba más de mi aprecio; voy a encargarte de una comisión arriesgada... ¿te atreverás a hacer lo que te diga?
Guzmán. A todo estoy pronto.
Nuño. Piénsalo bien.
Guzmán. Aunque me costara la vida; podéis disponer de mí.
Nuño. Ya lo sé, Guzmán; nunca has dejado de serme fiel.
Guzmán. Y lo seré siempre.
Nuño. Yo también sabré recompensarte. Bien conoces a doña Leonor de Sesé, y sabes lo que por ella he padecido.
Guzmán. Demasiado, señor.
Nuño. Y hoy la voy a perder[40] para siempre si no me ayuda tu arrojo. Yo debía haberla olvidado; pero mi corazón, y tal vez mi orgullo, se han resentido ya en extremo... me es imposible no amarla. Cuando murió Manrique en el ataque de Velilla, creí que resignándose con su suerte, se tendría por muy dichosa en dar la mano al Conde de Luna, en llevar un apellido noble y brillante; me engañé... apenas podría creerlo; ha preferido encerrarse con su orgullo en un claustro. Hoy mismo[41] debe profesar en el convento de Jerusalén.
Guzmán. ¡Hoy mismo!
Nuño. Sí; yo no quiero que este acto se verifique.
Guzmán. ¿Cómo estorbarlo?
Nuño. ¿No comprendes?
Guzmán. Mandad.
Nuño. Yo te prometo que nada te sucederá; el Rey acaba de hacerme Justicia mayor de Aragón; de consiguiente, contra ti no se hará justicia. El pueblo está consternado con la muerte violenta que han dado los rebeldes al Arzobispo; el Rey necesita de mí y de mis vasallos en estos momentos críticos; todo nos favorece.
Guzmán. Cierto.
Nuño. ¿Cuál de mis criados te parece más a propósito para que vaya contigo?
Guzmán. Ferrando.
Nuño. Dile que te acompañe; yo también le recompensaré.
Guzmán. ¿Oís? (Tocan a la puerta.)
Nuño. Abre.
Los Mismos y Don Lope
Lope. Su Alteza os manda llamar, Conde.
Nuño. ¿Su Alteza?
Lope. Parece que está algo alborotada la ciudad con ciertas noticias que ha traído un corredor del ejército.
Nuño. ¿Pues qué hay?
Lope. Los rebeldes han entrado a saco[42] a Castellar[43] y se suena también que algunos de ellos se han introducido en Zaragoza, y que esta noche ha de haber revuelta.
Nuño. Imposible.
Lope. La ciudad está casi desierta; todos se han consternado; pero lo más particular...
Nuño. Así podrás con más facilidad... (A parte a Guzmán.)
Guzmán. Voy.
Nuño. Escucha: supongo que no encontrarás resistencia; si la hallares haz uso de la espada.
Guzmán. ¿En la misma iglesia?
Nuño. En cualquier parte.
Lope. Verdad es que en un tiempo en que se matan arzobispos...
Nuño. Me has entendido... adiós.
Don Nuño y Don Lope
Lope. Como decía, lo que más me ha admirado de todo ello, y lo que a vos sin duda también os sorprenderá, es la voz que corre de que el que acaudillaba a los rebeldes en la entrada del castillo era un difunto.
Nuño. ¡Don Lope!
Lope. ¿No adivináis quién sea?
Nuño. Yo... no conozco fantasmas.
Lope. Pues bien le conocíais, y le odiabais muy particularmente.
Nuño. ¿Quién?
Lope. El trovador.
Nuño. ¿Manrique! ¿No se encontró su cadáver en el combate de Velilla?
Lope. Así se dijo, aunque ninguno le conocía por su persona.
Nuño. ¿Si no era él!
Lope. No sería, o como más bien creo...
Nuño. ¿Qué?
Lope. Debe de haber[44] en esto algo de arte del diablo.
Nuño. ¡Silencio! ¿Os queréis burlar?
Lope. No, por mi vida.
Nuño. ¿Y está en el castillo?
Lope. No, en Zaragoza.
Nuño. ¿Aquí?
Lope. Así lo ha dicho quien le vio a la madrugada cerca de la puerta del Sol.[45]
Nuño. Y él será tal vez el caudillo de la trama...
Lope. Y es a lo menos el más osado, y por consiguiente el más a propósito.
Nuño. Pluguiera[46] a Dios que así fuese.
Lope. Nadie lo duda en la ciudad.
Nuño. ¿Decíais que me llamaba su Alteza?
Lope. Seguramente.
Nuño. Adiós, don Lope; esta noche los castigaremos si se atreven. 20
Lope. Yo lo espero...
Don Lope
Lope. Pues no las tengo yo todas conmigo[47]... y si los soldados son como el caudillo... ¡pardiez! un ejército de fantasmas, una falange espiritual.
En el fondo del teatro se verá la reja del locutorio de un convento; tres puertas, una al lado de la reja que comunica con el interior del claustro, otra a la derecha que va a la iglesia, y la otra a la izquierda, que figura ser la entrada de la calle.
Se dejan ver algunas religiosas en el locutorio; la puerta que está al lado de la reja se abre, y aparece Leonor apoyada del brazo de Jimena; las rodean algunos sacerdotes y religiosas
Leonor. ¡Jimena!
Jimena. Al fin abandonas
a tu amiga.
Leonor. Quiera[48] el cielo
hacerte a ti más feliz,
tanto como yo deseo.
Jimena. ¿Por qué obstinarte?
Leonor. Es preciso;
ya no hay en el universo
nada que me haga[49] apreciar
esta vida que aborrezco.
Aquí de Dios en las aras,
no veré, amiga, a lo menos,
a esos tiranos impíos
que causa de mi mal fueron.
Jimena. Ni una esperanza...
Leonor. Ninguna;
él murió ya.
Jimena. Tal vez luego
se borrará de tu mente
ese recuerdo funesto.
El mal, como la ventura,
todo pasa con el tiempo.
Leonor. Estoy resuelta; ya no hay
felicidad, ni la quiero,
en el mundo para mí;
sólo morir apetezco.
Acompáñame, Jimena.
Jimena. Estás temblando.
Leonor. Sí; tiemblo
porque a ofender voy a Dios
con pérfido juramento.
Jimena. ¿Qué decís?
Leonor. ¡Ay! Todavía
delante de mí le tengo,
y Dios, y el altar, y el mundo
olvido cuando le veo.
Y siempre viéndole estoy,
amante, dichoso y tierno...
mas no existe, es ilusión
que imagina mi deseo.
¡Vamos!
Jimena. ¡Leonor!
Leonor. Vamos pronto;
le olvidaré, lo prometo.
Dios me ayudará... sosténme,
que apenas tenerme puedo.
Queda la escena un momento sola; salen por la izquierda Don Manrique con el rostro cubierto con la celada, y Ruiz
Ruiz. Éste es el convento.
Manrique. Sí,
Ruiz, pero nada veo.
¿Si te engañaron?
Ruiz. No creo...
Manrique. ¿Estás cierto que era aquí?
Ruiz. Señor, muy cierto.
Manrique. Sin duda
tomó ya el velo.
Ruiz. Quizá.
Manrique. Ya esposa de Dios será,
ya el ara santa la escuda.
Ruiz. Pero...
Manrique. Déjame, Ruiz;
ya para mí no hay consuelo.
¿Por qué me dio vida el cielo
si ha de ser tan infeliz?
Ruiz. ¿Mas qué causa pudo haber
para que así consagrara
tanta hermosura en el ara?
Mucho debió padecer.
Manrique. Nuevas falsas de mi muerte
en los campos de Velilla
corrieron, cuando en Castilla
estaba yo.
Ruiz. De esa suerte...
Manrique. Persiguiéronla inhumanos
que envidiaban nuestro amor,
y ella busca al Redentor
huyendo de sus tiranos.
Si supiera que aún existo
para adorarla... No, no...
Ya olvidarte debo yo,
esposa de Jesucristo...
Ruiz. ¿Qué hacéis? Callad...
Manrique. Loco estoy...
¿Y cómo no estarlo ¡ay cielo!
si, infelice, mi consuelo
pierdo y mis delicias hoy?
No los perderé; Ruiz,
déjame.
Ruiz. ¿Qué vais a hacer?
Manrique. Pudiérala acaso ver...
con esto fuera feliz.
Ruiz. Aquí el locutorio está.
Manrique. Vete.
Ruiz. Fuera estoy.
Manrique, después Guzmán y Ferrando
Manrique. ¿Qué haré?
Turbado estoy... ¿Llamaré?
Tal vez orando estará.
Acaso en este momento
llora cuitada por mí.
Nadie viene... por aquí...
es la iglesia del convento.
Ferrando. Tarde llegamos, Guzmán.
Guzmán. ¿Quién es este hombre?
Ferrando. No sé.
(Las religiosas cantarán dentro un responso; el canto no cesará hasta un momento después de la concluida de la jornada.)
Guzmán. ¿Oyes el canto?
Ferrando. Sí, a fe.
Guzmán. En la ceremonia están.
Manrique. ¿Qué escucho?... ¡Cielos! Es ella...
(Mirando a la puerta de la iglesia.)
Allí está bañada en llanto,
junto al altar sacrosanto,
y con su dolor más bella.
Guzmán. ¿No es ésa la iglesia?
Ferrando. Vamos.
Manrique. Ya se acercan hacia aquí.
Ferrando. Espérate.
Guzmán. ¿Vienen?
Ferrando. Sí.
Manrique. No; que no me encuentre... huyamos.
(Quiere huir, pero deteniéndose de pronto se apoya vacilando en la reja del locutorio. Leonor, Jimena y el séquito salen de la iglesia y se dirigen a la puerta del claustro; pero al pasar al lado de Manrique, éste alza la visera, y Leonor, reconociéndole, cae desmayada a sus pies. Las religiosas aparecen en el locutorio llevando velas encendidas.)
Guzmán. Esta es la ocasión... valor.
Leonor. ¿Quién es aquél? Mi deseo (A Jimena)
me engaña... ¡Sí, es él!
Jimena. ¡Qué veo!
Leonor. ¡Ah! ¡Manrique!...
Guzmán, Ferrando. ¡El trovador! (Huyen.)
LA GITANA
Interior de una cabaña; Azucena estará sentada cerca de una hoguera; Manrique a su lado de pie.
Manrique y Azucena
Azucena, canta. Bramando está el pueblo indómito,
de la hoguera en derredor;[50]
al ver ya cerca la víctima,
gritos lanza de furor.
Allí viene; el rostro pálido,
sus miradas de terror,
brillan de la llama trémula
al siniestro resplandor.[51]
Manrique. ¡Qué triste es esa canción!
Azucena. Tú no conoces esa historia, aunque nadie mejor que tú pudiera saberla.
Manrique. ¿Yo?...
Azucena. Te separaste tan niño[52] de mi lado ¡ingrato! Abandonaste a tu madre por seguir a un desconocido...
Manrique. A don Diego de Haro,[53] señor de Vizcaya.[54]
Azucena. Pero que no te amaba tanto como yo.
Manrique. Mi objeto era el de haceros feliz. Las montañas de Vizcaya no podían suministrar a mi ambición recursos para elevarme a la altura de mis ilusiones. Seguí a don Diego hasta Zaragoza, porque se decidió a protegerme, y yo decía para mí: «Algún día sacaré a mi madre de la miseria»; pero vos no lo habéis querido.
Azucena. No, yo soy feliz; yo no ambiciono alcázares[55] dorados; tengo bastante con mi libertad y con las montañas donde vivieron siempre nuestros padres.
Manrique. ¡Siempre!
Azucena. Pero, hijo mío, la pobreza tiene muchos inconvenientes, y tu familia los ha experimentado muy terribles.
Manrique. ¿Mi familia?
Azucena. Nada me has preguntado nunca acerca de ella.
Manrique. No me he atrevido... no sé por qué se me ha figurado que me habíais de contar alguna cosa horrible.
Azucena. ¡Tienes razón, una cosa horrible!... Yo, para recordarlo, no podría menos de estremecerme... ¿Ves esa hoguera? ¿Sabes tú lo que significa esa hoguera? Yo no puedo mirarla sin que se me despegue la carne de los huesos, y no puedo apartarla de mí, porque el frío de la noche hiela todo mi cuerpo.
Manrique. Pero, ¿por qué os habéis querido fijar en este sitio?
Azucena. Porque este sitio tiene para mí recuerdos muy profundos... desde aquí se descubren los muros de Zaragoza... éste era, éste, el sitio donde murió.
Manrique. ¿Quién, madre mía?
Azucena. Es verdad, tú no lo sabes, y sin embargo era mi madre, mi pobre madre, que nunca había hecho daño a nadie. ¡Pero dieron en decir[56] que era bruja!...
Manrique. ¿Vuestra madre?
Azucena. Sí; la acusaron de haber hecho mal de ojo[57] al hijo de un caballero, de un Conde. No hubo compasión para ella, y la condenaron a ser quemada viva.
Manrique. ¡Qué horror!... Bárbaros... ¿Y lo consumaron?
Azucena. En este mismo sitio, donde está esa hoguera.
Manrique. ¡Gran Dios!
Azucena. Yo la seguía de lejos, llorando mucho; como quien llora por una madre. Llevaba yo a mi hijo en los brazos, a ti; mi madre volvió tres veces la cabeza para mirarme bendecirme. La última vez cerca del suplicio... allí me miró haciendo un gesto espantoso, y con una voz ahogada y ronca me gritó: «¡Véngame!» Aquella palabra... no la puedo olvidar... aquella palabra se grabó en mi alma, en todos mis sentidos, y yo juré vengarla de una manera horrorosa.
Manrique. Sí, ¿y la vengasteis... es verdad? Tendría un placer en saberlo. Mil crímenes, mil muertes no eran bastantes.
Azucena. Pocos días después tuve ocasión de conseguirlo. Yo no hacía otra cosa que[58] rodear la casa del Conde que había sido causa de la muerte de aquella desgraciada... un día logré introducirme en ella y le arrebaté al niño, y dos minutos después ya estaba yo en este sitio, donde tenía preparada la hoguera.
Manrique. ¿Y tuvisteis valor?
Azucena. El inocente lloraba y parecía querer implorar mi compasión... Tal vez me acariciaba,... Dios mío, yo no tuve valor... yo también era madre... (Llorando.)
Manrique. ¿Y en fin?
Azucena. Yo no había olvidado, sin embargo, a la infeliz que me había dado el ser; pero los lamentos de aquella infeliz criatura me desarmaban, me rasgaban el corazón. Esta lucha era superior a mis fuerzas, y bien pronto se apoderó de mí una convulsión violenta... yo oía confusamente los chillidos del niño y aquel grito que me decía: «¡Véngame!» Pero de repente, y como en un sueño, se me puso delante de los ojos aquel suplicio, los soldados con sus picas, mi madre desgreñada y pálida, que con paso trémulo caminaba despacio, muy despacio, hacia la muerte, y que volvía la cara para mirarme, para decirme: «¡Véngame!» Un furor desesperado se apoderó de mí, y desatentada y frenética, tendí las manos buscando una víctima; la encontré, la así con una fuerza convulsiva, y la precipité entre las llamas. Sus gritos horrorosos ya no sirvieron sino para sacarme de aquel enajenamiento mortal... abrí los ojos, los tendí a todas partes... la hoguera consumía una víctima, y el hijo del Conde estaba allí. (Señalando a la izquierda.)
Manrique. ¡Desgraciada!
Azucena. Había quemado a mi hijo.
Manrique. ¡Vuestro hijo! ¿Pues quién soy yo, quién?... Todo lo veo.
Azucena. ¿Te he dicho que había quemado a mi hijo?... No... he querido burlarme de tu ambición... tú eres mi hijo; él del Conde, sí, él del Conde era él que abrasaban las llamas... ¿No quieres tú que yo sea tu madre?
Manrique. Perdonad.
Azucena. ¡Ingrato! ¿No te he prodigado una ternura sin límites?
Manrique. Perdonad; merezco vuestras reconvenciones. Mil veces dentro en mi corazón, os lo confieso, he deseado que no fueseis mi madre, no porque no os quiera con toda el alma, sino porque ambiciono un nombre, un nombre que me falta. Mil veces digo para mí, si yo fuese un Lanuza, un Urrea...
Azucena. ¡Un Artal![59]...
Manrique. No, un Artal, no, es apellido que detesto; primero el hijo de un confeso. Pero, a pesar de mi ambición, os amo, madre mía; no... yo no quiero sino ser vuestro hijo. ¿Qué me importa un nombre? Mi corazón es tan grande como él de un rey... ¿Qué noble ha doblado nunca mi brazo?
Azucena. Sí, sí. ¿A qué ambicionar más?
Manrique. Aún no viene. (Llegándose a la puerta.)
Azucena. Pero sin embargo, estás muy triste... ¿Te devora algún pesar secreto? ¿Sientes tú haber nacido de unos padres sí humildes? No temas, yo no diré a nadie que soy tu madre, me contentaré con decírmelo a mí propia, y en vanagloriarme interiormente. ¿Estás contento?
Los Mismos y Ruiz
Manrique. Ahí está.
Azucena. ¿Esperabas a ese hombre?
Manrique. Sí, madre.
Azucena. No temas, no me verá. (Se aparta a un lado.)
Ruiz. ¿Estáis pronto?
Manrique. ¿Eres tú, Ruiz?
Ruiz. El mismo; todo está preparado.
Manrique. Marchemos.
Azucena
Azucena. Se ha ido sin decirme nada, sin mirarme siquiera. ¡Ingrato! No parece sino que conoce mi secreta... ¡Ah! Que no sepa nunca[60]... Si yo le dijera: «Tú no eres mi hijo, tu familia lleva un nombre esclarecido, no me perteneces...» me despreciaría y me dejaría abandonada en la vejez. Estuvo en poco que no se lo descubriera[61]... ¡Ah! No, no lo sabrá nunca. ¿Por qué le perdoné la vida sino para que fuera mi hijo?
El teatro representa una celda; en el fondo, a la izquierda, habrá un reclinatorio, en el cual estará arrodillada Leonor; se ve un crucifijo pendiente de la pared delante del reclinatorio
Leonor. Ya el sacrificio que odié
mi labio trémulo y frió
consumó... perdón, Dios mío,
perdona si te ultrajé.
Llorar triste y suspirar
sólo puedo; ay, Señor, no...
tuya no debo ser yo,
recházame de tu altar.
Los votos que allí te hiciera
fueron votos de dolor,
arrancados al temor
de un alma tierna y sincera.
Cuando en el ara fatal
eterna fe te juraba
mi mente ¡ay Dios! se extasiaba
en la imagen de un mortal.
Imagen que vive en mí,
hermosa, pura y constante...
No, tu poder no es bastante
a separarla de aquí.
Perdona, Dios de bondad;
perdona, sé que te ofendo;
vibra tu rayo tremendo,
y confunde mi impiedad.
Mas no puedo en mi inquietud
arrancar del corazón
esta violenta pasión,
que es mayor que mi virtud.
Tiempos en que amor solía
calmar piadoso mi afán,
¿qué os hicisteis?[62] ¿Dónde están
vuestra gloria y mi alegría?
¿De amor el suspiro tierno
y aquel placer sin igual,
tan breve para mi mal
aunque en mi memoria eterno?
Ya pasó... mi juventud
los tiranos marchitaron,
y a mi vida prepararon
junto al altar el ataúd.
Ilusiones engañosas,
livianas como el placer,
no aumentéis mi padecer...
¡Sois por mi mal tan hermosas!
(Una voz, acompañada de un laúd, canta las siguientes estrofas después de un breve preludio, Leonor manifiesta entre tanto la mayor agitación.)
Camina orillas del Ebro
caballero lidiador,
puesta en la cuja la lanza
que mil contrarios venció.
Despierta, Leonor,
Leonor.
Buscando viene anhelante
a la prenda[63] de su amor,
a su pesar consagrada
en los altares de Dios.
Despierta, Leonor,
Leonor.
Leonor. Sueños, dejadme gozar...
no hay duda... él es... Trovador...
(Viendo entrar a Manrique.)
¿será posible?...
Manrique. ¡Leonor!
Leonor. ¡Gran Dios! Ya puedo espirar.
Manrique y Leonor
Manrique. Te encuentro al fin, Leonor.
Leonor. Huye; ¿qué has hecho?
Manrique. Vengo a salvarte, a quebrantar osado
los grillos que te oprimen, a estrecharte
en mi seno, de amor enajenado.
¿Es verdad, Leonor? Dime si es cierto
que te estrecho en mis brazos, que respiras
para colmar hermosa mi esperanza,
y que extasiada de placer me miras.
Leonor. ¡Manrique!
Manrique. Sí; tu amante que te adora
más que nunca feliz.
Leonor. ¡Calla!...
Manrique. No temas;
todo en silencio está como el sepulcro.
Leonor. ¡Ay! Ojalá que en él feliz durmiera
antes que delincuente profanara,
torpe esposa de Dios, su santo velo.
Manrique. ¡Su esposa tú!... Jamás.
Leonor. Yo desdichada,
Yo no ofendiera con mi llanto al cielo.[64]
Manrique. No, Leonor; tus votos indiscretos
no complacen a Dios; ellos le ultrajan.
¿Por qué temes? Huyamos; nadie puede
separarme de ti... ¿Tiemblas?... ¿Vacilas?
Leonor. ¡Sí; Manrique!... ¡Manrique!... Ya no puede
ser tuya esta infeliz; nunca... mi vida,
aunque llena de horror y de amargura,
ya consagrada está, y eternamente,
en las aras de un Dios omnipotente.
Peligroso mortal, no más te goces
envenenando ufano mi existencia;
demasiado sufrí, déjame al menos
que triste muera aquí con mi inocencia.
Manrique. ¡Esto aguardaba yo! ¡Cuando creía
que más que nunca enamorada y tierna
me esperabas ansiosa, así te encuentro,
sorda a mi ruego y a mis halagos fría!
¿Y tiemblas, di, de abandonar las aras
donde tu puro afecto y tu hermosura
sacrificaste a Dios...? ¡Pues qué![65]... ¿No fueras
antes conmigo que con Dios perjura?
Sí; en una noche...
Leonor. ¡Por piedad!
Manrique. ¿Te acuerdas?
En una noche plácida y tranquila...
¡Qué recuerdo, Leonor! Nunca se aparta
de aquí, del corazón; la luna hería
con moribunda luz tu frente hermosa,
y de la noche el aura silenciosa
nuestros suspiros tiernos confundía.
«Nadie cual yo te amó,» mil y mil veces
me dijiste falaz: «Nadie en el mundo
como yo puede amar»; y yo, insensato,
fiaba en tu promesa seductora,
y feliz y extasiado en tu hermosura,
con mi esperanza allí me halló la aurora.
¡Quimérica esperanza! ¡Quién diría
que la que tanto amor así juraba,
juramento y amor olvidaría!
Leonor. Ten de mí compasión; si por ti tiemblo,
por ti y por mi virtud, ¿no es harto triunfo?
Sí; yo te adoro aún; aquí, en mi pecho,
como un raudal de abrasadora llama
que mi vida consume, eternos viven
tus recuerdos de amor; aquí, y por siempre,
por siempre aquí estarán, que en vano quiero,
bañada en lloro, ante el altar postrada,
mi pasión criminal lanzar del pecho.
No encones más mi endurecida llaga;
si aún amas a Leonor, huye, te ruego;
libértame de ti.
Manrique. ¡Que huya me dices!...
¡Yo, que sé que me amas!
Leonor. No, no creas...
no puedo amarte yo... si te lo he dicho,
si perjuro mi labio te engañaba,
¿lo pudiste creer?... Yo lo decía,
pero mi corazón... te idolatraba.
Manrique. ¡Encanto celestial! Tanta ventura
puedo apenas creer.
Leonor. ¿Me compadeces?...
Manrique. Ese llanto, Leonor, no me lo ocultes;
deja que ansioso en mi delirio goce
un momento de amor; injusto he sido,
injusto para ti... vuelve tus ojos,
y mírame risueño y sin enojos.
¿Es verdad que en el mundo no hay delicia
para ti sin mi amor?
Leonor. ¿Lo dudas?...
Manrique. Vamos...
pronto huyamos de aquí.
Leonor. ¡Si ver pudieses
la lucha horrenda que mi pecho abriga!
¿Qué pretendes de mí? ¿Que infame, impura,
abandone el altar, y que te siga
amante tierna a mi deber perjura?
Mírame aquí a tus pies, aquí te imploro
que del seno me arranques de la dicha;
tus brazos son mi altar, seré tu esposa,
y tu esclava seré; pronto, un momento,
un momento pudiera descubrirnos
y te perdiera entonces.
Manrique. ¡Ángel mío!
Leonor. Huyamos, sí... ¿No ves allí en el claustro
una sombra?... ¡Gran Dios!
Manrique. No hay nadie, nadie...
fantástica ilusión.
Leonor. ¡Ven, no te alejes;
tengo un miedo! No, no... te han visto... vete...
pronto, vete por Dios... mira el abismo
bajo mis pies abierto; no pretendas
precipitarme en él.
Manrique. Leonor, respira,
respira por piedad; yo te prometo
respetar tu virtud y tu ternura.
No alienta; sus sentidos trastornados...
me abandonan sus brazos... no, yo siento
su seno palpitar... Leonor, ya es tiempo
de huir de esta mansión, pero conmigo
vendrás también. Mi amor, mis esperanzas,
tú para mí eres todo, ángel hermoso.
¿No me juraste amarme eternamente
por el Dios que gobierna el firmamento?
Ven a cumplirme, ven, tu juramento.
Calle corta;[66] a la izquierda se ve la fachada de una iglesia
Ruiz y un momento después Un Soldado
Ruiz. ¡Es mucho tardar! Me temo que esta dilación... ¡Oiga! ¿Quién va?
Soldado. ¿Ruiz?
Ruiz. El mismo. ¡Ah! ¿Eres tú? ¿Ha llegado la gente?
Soldado. Ya está cerca del muro, la puerta está guardada.
Ruiz. ¿Cómo! ¡Alguno nos ha vendido tal vez?
Soldado. El Rey ha salido esta noche de la ciudad.
Ruiz. Algo ha sabido.
Soldado. Sin duda. ¿Con cuántos hombres podemos contar dentro de la ciudad?
Ruiz. Apenas llegan a ciento.
Soldado. Bastan para atacar la puerta si nos ayudan los de fuera.
Ruiz. Dices bien.
Soldado. Vamos.
Ruiz. (¿Y don Manrique?)
Soldado. ¿Temes?
Ruiz. ¡Yo!... No; pero queda mi señor todavía en el convento.
Soldado. ¡Diablo! Ya... pero es cosa de un momento; un ataque imprevisto por la espalda y por la frente[67]... después ya no corre peligro.
Ruiz. Vamos.
Leonor y Manrique
Manrique. Alienta; en salvo estamos.
Leonor. ¡Ay!
Manrique. Ya vuelve[68]...
Leonor. ¿Dónde estoy?
Manrique. En mis brazos, Leonor. (Se oye dentro ruido lejano de armas.)
Leonor. ¿Qué rumor es ése?...
Manrique. ¡Cielos!... Tal vez...
Leonor. ¿Adonde me llevas? Suéltame por Dios... ¿no ves que te pierdes?
Manrique. ¿Qué me importa, si no te pierdo a ti?
Leonor. ¿Pero qué significa ese ruido?
Manrique. No es nada, nada.
Leonor. Ese resplandor... esas luces que se divisan a lo lejos.
Manrique. Es verdad, pero no temas, estoy a tu lado...
Leonor. ¿No oyes estruendo de armas?
Manrique. Sí, confusamente se percibe.
Leonor. ¿Si vienen en nuestra busca?
Manrique. No puede ser.
Leonor. Pero esos hombres que se acercan... he distinguido los penachos.
Manrique. No temas.
Leonor. ¿Qué van a hacer contigo? Huye, huye por Dios.
Manrique. Si fueran mis soldados...
Leonor. Vete; se acercan... ¿No lo ves? ¡Es el Conde!
Manrique. Don Nuño. ¡Es verdad...! ¡Gran Dios! ¿Y he de perderte? (Se oye tocar a rebato.)
Leonor. ¿Escuchas?
Manrique. Sí; ésta es la señal.
Dentro. Traición, traición.
Manrique. Estamos libres. (Desenvainando la espada.)
Dentro. ¡Traición!
Leonor. ¿Qué haces?
En este momento salen por la izquierda Don Nuño, Don Guillén, Don Lope y Soldados con luces, y por la derecha Ruiz y varios soldados que se colocan al lado de Don Manrique, éste defenderá a Leonor, ocultándose entre los suyos[69] y peleando con Don Guillén y Don Nuño; entre tanto no cesarán de tocar a rebato.
Manrique. Aquí, mis valientes.
Nuño. El es.
Guillén. Traidor.
Leonor. Piedad, piedad.
LA REVELACIÓN
El teatro representa un campamento con varias tiendas; algunos soldados se pasean por el fondo.
Don Nuño, Don Guillén, y Jimeno
Nuño. Bien venido, don Guillén;
ya cuidadoso esperaba
vuestra vuelta... ¿Qué habéis visto?
Guillén. Como mandasteis, al alba
salí a explorar todo el campo.
y me interné en la montaña.
Nuño. ¿No encontrasteis los rebeldes?
Guillén. Encerrados nos aguardan
en Castellar.
Nuño. ¿Nos esperan!
Guillén. A tanto llega su audacia.
Nuño. ¿Sabéis si está don Manrique?
Guillén. Don Manrique es quien los manda.
Nuño. Albricias, don Guillén, hoy
recobraréis vuestra hermana.
Guillén. No sabéis cuál lo deseo,
por lavar la torpe mancha
que esa pérfida ha estampado
en el blasón de mis armas.
Allí con su seductor...
no quiero pensarlo... ¡infamia
inaudita! Y está allí...
¿y yo no voy a arrancarla
con el corazón villano
el torpe amor que la abrasa?
Nuño. Sosegáos.
Guillén. No; no sosiega
el que así de su prosapia
ve el blasón envilecido...
Honrado nací en mi casa,
y a la tumba de mis padres
bajará mi honor sin mancha.
Nuño. Sin mancha, yo os lo prometo.
Guillén. ¡El traidor! ¡Que se escapara[70]
la noche que en Zaragoza
entre el rumor de las armas,
la arrancó del claustro!
Nuño. En vano
perseguirle procuraba;
se me ocultó entre los suyos[71]...
Guillén. Que bien pagaron su audacia.
Nuño. Que levanten esas tiendas
para ponernos en marcha
al instante... ¡Nos esperan!
¿Tienen mucha gente?
Guillén. Basta
para guardar el castillo
la que he visto... y bien armada.
Catalanes[72] son los más,
y toda gente lozana.
Nuño. No importa; de Zaragoza
hoy nos llegaron cien lanzas
y seiscientos ballesteros,
que nos hacían gran falta.[73]
No se escaparán si Dios
quiere ayudar nuestra causa.
¿Qué ruido es ése?
(Se oye dentro rumor y algazara.)
Los Mismos y Guzmán
Guzmán. ¿Señor?
Nuño. ¿Qué motiva esa algazara?
¿Qué traéis?
Guzmán. Vuestros soldados,
que por el campo rondaban,
han preso a una bruja.
Nuño. ¿Qué?
Guzmán. Sí, Señor, a una gitana.
Nuño. ¿Por qué motivo?
Guzmán. Sospechan,
al ver que de huir trataba
cuando la vieron, que venga
a espiar.
Nuño. ¿Y por qué arman
ese alboroto?[74] ¿Qué es eso?
(Mirando adentro.)
Guzmán. ¿No veis como la maltratan?
Nuño. Traédmela, y que ninguno
sea atrevido[75] a tocarla.
Los Mismos y Azucena, conducida por Soldados y con las manos atadas
Azucena. Defendedme de esos hombres
que sin compasión me matan...
defendedme...
Nuño. Nada temas;
nadie te ofende.
Azucena. ¿Qué causa
he dado para que así
me maltraten?
Guillén. ¡Desgraciada!
Nuño. ¿A dónde ibas?
Azucena. No sé...
por el mundo; una gitana
por todas partes camina,
y todo el mundo es su casa.
Nuño. ¿No estuvisteis en Aragón
nunca?
Azucena. Jamás.
Jimeno. ¡Esa cara!
Nuño. ¿Vienes de Castilla?
Azucena. No;
vengo, Señor, de Vizcaya,
que la luz primera vi
en sus áridas montañas.
Por largo tiempo he vivido
en sus crestas elevadas,
donde, pobre y miserable,
por dichosa me juzgaba.
Un hijo solo tenía,
y me dejó abandonada;
voy por el mundo a buscarle,
que no tengo otra esperanza.
¡Y le quiero tanto! El es
el consuelo de mi alma,
Señor, y el único apoyo
de mi vejez desdichada.
¡Ay! Sí... Dejadme, por Dios,
que a buscar a mi hijo vaya,
y a esos hombres tan crueles
decid que mal no me hagan.
Guzmán. Me hace sospechar, don Nuño.
Nuño. Teme, mujer, si me engañas.
Azucena. ¿Queréis que os lo jure?
Nuño. No;
mas ten cuenta que te habla
el Conde de Luna.
Azucena. ¡Vos! (Sobresaltada.)
¿Sois vos? (¡Gran Dios!)
Jimeno. ¡Esa cara!
Esa turbación...
Azucena. Dejadme...
permitidme que me vaya...
Jimeno. ¿Irte?... Don Nuño, prendedla.
Azucena. Por piedad, no... ¡Qué! ¿No bastan
los golpes de esos impíos,
que de dolor me traspasan?
Nuño. Que la suelten.
Jimeno. No, don Nuño.
Nuño. Está loca.
Jimeno. Esa gitana
es la misma que a don Juan,
vuestro hermano...
Nuño. ¿Qué oigo!
Azucena. ¡Calla!
No se lo digas, cruel,
que si lo sabe me mata.
Nuño. Atadla bien.
Azucena. Por favor,
que esas cuerdas me quebrantan
las manos... ¡Manrique, hijo,
ven a librarme!
Guillén. ¿Qué habla?
Azucena. Ven, que llevan a morir
a tu madre.
Nuño. ¡Tú, inhumana,
tú fuiste!
Azucena. No me hagáis mal,
os lo pido arrodillada...
Tened compasión de mí.
Nuño. Llevadla de aquí... Apartadla
de mi vista.
Azucena. No fui yo;
ved, don Nuño, que os engañan.
Los Mismos, menos Azucena y los Soldados
Nuño. Tomad, don Lope, cien hombres,
y a Zaragoza llevadla;
vos de ella me respondéis
con vuestra cabeza.
Guillén. ¿Marcha
el campo?
Nuño. Sí, a Castellar.
¡Es hijo de una gitana!...
¿No lo oisteis, don Guillén,
que a Manrique demandaba?
Guillén. Sí, sí...
Nuño. Pronto a Castellar,
que esta tardanza me mata...
yo os prometo no dejar
una piedra en sus murallas.
Habitación de Leonor en la torre de Castellar, con dos puertas laterales.
Leonor y Ruiz
Ruiz. ¿Qué mandarme tenéis?
Leonor. ¿Y don Manrique?
Ruiz. Aún reposando está.
(Leonor hace una seña, y se retira Ruiz.)
Leonor. Duerme tranquilo,
mientras rugiendo atroz sobre tu frente
rueda la tempestad, mientras llorosa
tu amante criminal tiembla azorada.
¿Cuál es mi suerte? ¡Oh Dios! ¿Por qué tus aras
ilusa abandoné? La paz dichosa
que allí bajo las bóvedas sombrías
feliz gozaba tu perjura esposa...
¿Esposa yo de Dios? No puedo serlo;
jamás, nunca lo fui... tengo un amante
que me adora sin fin, y yo le adoro,
que no puedo olvidar sólo un instante.
Y con eternos vínculos el crimen
a su suerte me unió... nudo funesto,
nudo de maldición que allá en su trono
enojado maldice un Dios terrible.
Leonor y Manrique
Leonor. ¡Manrique! ¿Eres tú?
Manrique. Sí, Leonor querida.
Leonor. ¿Qué tienes?
Manrique. Yo no sé...
Leonor. ¿Por qué temblando
tu mano está? ¿Qué sientes?
Manrique. Nada, nada.
Leonor. En vano me lo ocultas.
Manrique. Nada siento.
Estoy bueno... ¿Qué dices? ¿Que temblaba
mi mano?... No... ilusión... nunca he temblado.
¿Ves cómo estoy tranquilo?
Leonor. De otra suerte
me mirabas ayer... tu calma fría
es la horrorosa calma de la muerte.
¿Pero qué causa, dime, tus pesares?
Manrique. ¿Quieres que te lo diga?
Leonor. Sí, lo quiero.
Manrique. Ningún temor real; nada que pueda
hacerte a ti infeliz ni entristecerte
causa mi turbación... mi madre un día
me contó cierta historia, triste, horrible,
que no puedes saber, y desde entonces
como un espectro me persigue eterna
una imagen atroz... no lo creyeras,
y a contártelo yo,[76] te estremecieras.
Leonor. Pero...
Manrique. No temas, no; tan sólo ha sido[77]
un sueño, una ilusión, pero horrorosa...
un sudor frío aún por mi frente corre.
Soñaba yo que en silenciosa noche,
cerca de la laguna que el pie besa
del alto Castellar, contigo estaba.
Todo en calma yacía; algún gemido
melancólico y triste
sólo llegaba lúgubre a mi oído.
Trémulo como el viento, en la laguna
triste brillaba el resplandor siniestro
de amarillenta luna.
Sentado allí en su orilla y a tu lado
pulsaba yo el laúd, y en dulce trova
tu belleza y mi amor tierno cantaba,
y en triste melodía
el viento, que en las aguas murmuraba,
mi canto y tus suspiros repetía.
Mas súbito, azaroso, de las aguas
entre el turbio vapor, cruzó luciente
relámpago de luz que hirió un instante
con brillo melancólico tu frente.
Yo vi un espectro que en la opuesta orilla
como ilusión fantástica vagaba
con paso misterioso
y un quejido lanzando lastimoso
que el nocturno silencio interrumpía,
ya triste nos miraba,
ya con rostro infernal se sonreía.
De pronto el huracán cien y cien truenos
retemblando sacude,
y mil rayos cruzaron,
y el suelo y las montañas
a su estampido horrísono temblaron.
Y envuelta en humo la feroz fantasma,
huyó, los brazos hacia mí tendiendo.
«¡Véngame!» dijo, y se lanzó a las nubes;
«¡Véngame!» por los aires repitiendo.
Frío con el pavor tendí los brazos
a donde estabas tú... tú ya no estabas,
y sólo hallé a mi lado
un esqueleto, y al tocarle osado,[78]
en polvo se deshizo, que violento
llevose al punto retronando el viento.
Yo desperté azorado; mi cabeza
hecha estaba un volcán, turbios mis ojos;
mas logro verte al fin, tierna, apacible,
y tu sonrisa calma mis enojos.[79]
Leonor. ¿Y un sueño solamente
te atemoriza así?
Manrique. No; ya no tiemblo,
ya todo lo olvidé... mira, esta noche
partiremos al fin de este castillo...
no quiero estar aquí.
Leonor. Temes acaso...
Manrique. Tiemblo perderte; numerosa hueste
del rey usurpador viene a sitiarnos,
y este castillo es débil con extremo;
nada temo por mí, mas por ti temo.
Los Mismos y Ruiz
Manrique. ¿Qué me vienes a anunciar?
Ruiz. Señor, ya el Conde marchando
con la gente de su bando
se dirige a Castellar.
Todo lo lleva a cuchillo[80]
y por los montes avanza,
sin duda con la esperanza
de poner cerco al castillo.
Manrique. No osarán, que son traidores,
y es cobarde la traición.
Ruiz. Estas las noticias son
que traen nuestros corredores.
Demás, por lo que advirtieron,
añaden que esta mañana
han cogido una gitana
que venir hacia acá vieron.
Manrique. ¿Una gitana?... ¿Y quién era?
Ruiz. ¿Quién puede saberlo... pues...?
Manrique. ¡Cielos!
Ruiz. Vieja dicen que es,
con sus puntas de hechicera.[81]
Manrique. (¡Es ella!... ¿Y podré salvarla?...)
Avisa que a partir vamos...
ármense todos... (Corramos
a lo menos a vengarla.)
Leonor. ¿Qué dices?... Partir...
Manrique. Sí, sí...
¿qué te detiene?
Ruiz. Señor...
Manrique. Pronto, o teme mi furor.
Leonor. ¿Y me dejarás aquí?
Manrique y Leonor
Manrique. Un secreto, Leonor...
sé que vas a despreciarme;
ya era tiempo... esa gitana,
ésa, Leonor, es mi madre.
Leonor. ¡Tu madre!
Manrique. Llora si quieres;
maldíceme porque infame
uní tu orgullosa cuna
con mi cuna miserable.
Pero déjame que vaya
a salvarla si no es tarde;
si ha muerto, la vengaré
de su asesino cobarde.
Leonor. ¡Eso me faltaba!...
Manrique. Sí;
yo no debía engañarte
por más tiempo... Vete, vete;
soy un hombre despreciable.
Leonor. Nunca para mí.
Manrique. Eres noble,
y yo, ¿quién soy? Ya lo sabes.
Vete a encerrar con tu orgullo
bajo el techo de tus padres.
Leonor. ¡Con mi orgullo! Tú te gozas,
cruel, en atormentarme.
Ten piedad...
Manrique. Pero soy libre
y fuerte para vengarme...
Y me vengaré... ¿Lo dudas?
Leonor. Si necesitas mi sangre,
aquí la tienes.
Manrique. ¡Leonor!
¡Qué desgraciada en amarme
has sido! ¿Por qué, infeliz,
mis amores escuchaste?
¿Y no me aborreces?
Leonor. No.
Manrique. ¿Sabes que presa mi madre
espera tal vez la muerte?
¡Venganza infame y cobarde!
¿qué espero yo...?
Leonor. Ven... No vayas...
Mira, el corazón me late,
y fatídico me anuncia
tu muerte.
Manrique. ¡Llanto cobarde!
Por una madre morir,
Leonor, es muerte envidiable.
¿Quisieras tú que temblando
viera derramar su sangre,
o si salvarla pudiera
por salvarla no lidiase?
Leonor. Pues bien, iré yo contigo;
allí correré a abrazarte
entre el horror y el estruendo
del fratricido[82] combate.
Yo opondré mi pecho al hierro
que tu vida amenazare;
sí, y a falta de otro muro,
muro será mi cadáver.
Manrique. Ahora te conozco, ahora
te quiero más.
Leonor. Si tú partes,
iré contigo; la muerte
a tu lado ha de encontrarme.
Manrique. Venir tú... no; en el castillo
queda custodia bastante
para ti... ¿Escuchas? Adiós.
(Suena un clarín.)
El clarín llama al combate.
Leonor. Un momento...
Manrique. Ya no puedo
detenerme ni un instante.
Leonor
Leonor. Manrique, espera... Partió
sin escucharme... ¡Inhumano!
¿Por qué con delirio insano
mi corazón le adoró?
¿Y es éste tu amor? ¡Ay! Ven...
No burles así tu suerte,
que allí te espera la muerte,
y está en mis brazos tu bien.
Ya no escuchas el clamor
de aquella Leonor querida...
(Vuelve a sonar el clarín.)
¡Gran Dios! Protege su vida,
te lo pido por tu amor.
EL SUPLICIO
Inmediaciones de Zaragoza; a la izquierda vista de uno de los muros del palacio de la Aljafería, con una ventana cerrada con una fuerte reja.
Leonor y Ruiz
Ruiz. Ya estamos en Zaragoza
y es bien entrada la noche;
nadie conoceros puede.
Leonor. Ruiz di, ¿No es ésta la torre
de la Aljafería?
Ruiz. Sí.
Leonor. ¿Están aquí las prisiones?
Ruiz. Ahí se suelen custodiar
los que a su rey son traidores.
Leonor. ¿Trajiste lo que te dije?
Ruiz. Aquí está;
(Saca un pomo de plata, que entrega a Leonor.)
por un jarope
que no vale seis cornados[83]...
Leonor. El precio nada te importe.
Toma esa cadena tú.
Ruiz. Judío al fin.
Leonor. No te enojes.
Ruiz. Diez maravedís de plata
me llevó el Iscariote.
Leonor. Vete ya, Ruiz.
Ruiz. ¿Os quedáis
sola aquí? No, que me ahorquen
primero...
Leonor. Quiero estar sola.
Ruiz. Si os empeñáis... Buenas noches.
Leonor
Leonor. Esa es la torre; allí está,
y maldiciendo su suerte
espera triste la muerte,
que no está lejos quizá.
¡Esas murallas sombrías,
esas rejas y esas puertas,
al féretro sólo abiertas,
verán tus últimos días!
¿Por qué tan ciega le amé?
¡Infeliz! ¿Por qué, Dios mío,
con amante desvarío
mi vida le consagré?
Mi amor te perdió, mi amor...
yo mi cariño maldigo,
pero moriré contigo
con veneno abrasador.
¡Si me quisiera escuchar
el Conde!... Si yo lograra
librarte así, ¿qué importara?...
Sí; voy tu vida a salvar.
A salvarte... No te asombre
si hoy olvido mi desdén.
Una Voz, dentro. Hagan bien para hacer bien
por el alma de este hombre.[84]
Leonor. Ese lúgubre clamor...
¿O tal vez lo escuché mal?
No, no... ¡Ya la hora fatal
ha llegado, trovador!
Manrique, partamos ya,
no perdamos un instante.
Dentro. ¡Ay!
Leonor. Esa voz penetrante...
¡Si no fuera tiempo ya!
(Al querer partir se oye tocar un laúd; un momento después
canta dentro Manrique.)
Despacio viene la muerte,
que está sorda a mi clamor;
para quien morir desea
despacio viene, por Días.
¡Ay! Adiós, Leonor,
Leonor.
Leonor. ¡El es; y desea morir
cuando su vida es mi vida!
¡Si así me viera afligida
por él al cielo pedir!...
Manrique, dentro. No llores si a saber llegas
que me matan por traidor,
que el amarte es mi delito,
y en el amor no hay baldón.
¡Ay! Adiós, Leonor,
Leonor.
Leonor. ¡Que no llore yo, cruel!
No sabe cuánto le quiero.
¡Que no llore, cuando muero
en mi juventud por él!
Si a esa reja te asomaras
y a Leonor vieras aquí,
tuvieras piedad de mí
y de mi amor no dudaras.
Aquí te buscan mis ojos,
a la luz de las estrellas,
y oigo, a par de tus querellas,
el rumor de los cerrojos.
Y oigo en tu labio mi nombre
con mil suspiros también.
Una Voz, dentro. Hagan bien para hacer bien
por el alma de este hombre.
Leonor. No, no morirás; yo iré
a salvarte; del tirano
feroz la sangrienta mano
con mi llanto bañaré.
¿Temes? Leonor te responde
de su cariño y virtud.
¿Aún dudas con inquietud?
(Apura el pomo.)
Ya no puedo ser del Conde.[85]
Cámara del Conde de Luna; éste estará sentado cerca de una mesa y don Guillén a su lado de pie.
Don Nuño y Don Guillén
Nuño. ¿Visteis, don Guillén, al reo?
Guillén. Dispuesto a morir está.
Nuño. ¿Don Lope?
Guillén. Presto vendrá.
Nuño. Que al punto llegue deseo.
No quiero que se dilate
el suplicio ni un momento;
cada instante es un tormento
que mi paciencia combate.
Guillén. ¿Le avisaré?
Nuño. No, esperad...
Tardar no puede en venir.
Para ayudarle a morir
a un religioso avisad.
Y despachaos con presteza.
Guillén. ¡El hijo de una gitana!
Nuño. Cierto; diligencia es vana.
Guillén. ¿Mas no dais cuenta a su Alteza?
Nuño. ¿Para qué? Ocupado está
en la guerra de Valencia.[86]
Guillén. Si no aprueba la sentencia...
Nuño. Yo sé que la aprobará.
Para aterrar la traición
puso en mi mano la ley...
mientras aquí no esté el Rey,
yo soy el Rey de Aragón.
Mas... ¿vuestra hermana?
Guillén. Yo mismo
nada de su suerte sé;
pero encontrarla sabré
aunque la oculte el abismo.
Entonces su torpe amor
lavará con sangre impura...
Sólo así el honor se cura,
y es muy sagrado el honor.
Nuño. Ni tanto rigor es bien
emplear.
Guillén. Mi ilustre cuna...
Nuño. Si algo apreciáis al de Luna,
no la ofendáis, don Guillén.
Guillén. ¿Tenéis algo que mandar?
Nuño. Dejadme solo un instante.
Don Nuño, después Don Lope
Nuño. Leonor, al fin en tu amante
tu desdén voy a vengar.
Al fin en su sangre impura
a saciar voy mi rencor;
también yo puedo, Leonor,
gozarme de tu desventura.
Fatal tu hermosura ha sido
para mí, pero fatal
también será a mi rival,
a ese rival tan querido.
Tú lo quisiste; por él
mi ternura despreciaste...
¿Por qué, Leonor, no me amaste?
Yo no fuera tan cruel.
Ángel hermoso de amor,
yo como a un Dios te adoraba,
y tus caricias gozaba
un oscuro trovador.
Harto la suerte envidié
de un rival afortunado;
harto tiempo despreciado
su ventura contemplé.
¡Ah! Perdonarle quisiera...
no soy tan perverso yo.
Pero es mi rival... no, no...
es necesario que muera.
Lope. Vuestras órdenes, Señor,
se han cumplido; el reo espera
su sentencia.
Nuño. Y bien, que muera,
pues a su Rey fue traidor.
¿A qué aguardáis?
Lope. Si así os plugo[87]...
Nuño.. ¿No fue perjuro a la ley
y rebelde con su Rey?
Pues bien, ¿qué espera el verdugo?
Esta noche ha de morir.
Lope. ¿Esta noche? ¡Pobre mozo!
Nuño.. Junto al mismo calabozo...
¿entendéis?
Lope. No hay más decir.
Nuño.. ¿La bruja?...
Lope. Con él está
en su misma prisión.
Nuño.. Bien.
Lope. ¿Pero ha de morir?
Nuño.. También.
Lope. ¿De qué muerte morirá?
Nuño.. Como su madre,[88] en la hoguera.
Lope. ¿Por último confesó
que a vuestro hermano mató?
Maldiga Dios la hechicera.
Nuño.. Molesto, don Lope, estáis...
idos ya.
Lope. Señor, si pude
ofenderos...
Nuño. No lo dude.
Lope. Mi deber...
Nuño. Es que os vayáis.
(Hace don Lope que se va y vuelve.)
Lope. Perdonad; se me olvidaba
con la maldita hechicera.
Nuño. ¡Don Lope!
Lope. Señor, ahí fuera
una dama os aguardaba.
Nuño. ¿Y qué objeto aquí la trae?
¿Dice quién es?
Lope. Encubierta
llegó, Señor, a la puerta
que al campo de Toro cae.
Nuño. Que entre, pues; vos despejad.
Lope. El Conde, Señora, espera.
Nuño. Vos os podéis quedar fuera,
y hasta que os llame aguardad.
Don Nuño y Leonor
Leonor. ¿Me conocéis? (Descubriéndose.)
Nuño. ¡Desgraciada!
¿Qué buscáis, Leonor, aquí?
Leonor. ¿Me conocéis, Conde?
Nuño. Sí,
por mi mal, desventurada,
por mi mal te conocí.
¿A qué viniste, Leonor?
Leonor. Conde, ¿dudarlo queréis?
Nuño. ¡Todavía el trovador!...
Leonor. Sé que todo lo podéis,
y que peligra mi amor.
Duélaos, don Nuño, mi mal.
Nuño. ¿A eso vinistes, ingrata,
a implorar por un rival?
¡Por un rival! ¡Insensata!
Mal conoces al de Artal.
No; cuando en mis brazos veo
la venganza apetecida,
cuando su sangre deseo...
Imposible...
Leonor. No lo creo.
Nuño. Sí, creedlo por mi vida.
Largo tiempo también yo
aborrecido imploré
a quien mis ruegos no oyó,
y de mi afán se burló;
no pienses que lo olvidé.
Leonor. ¡Ah! Conde, Conde, piedad.
(Arrodillándose.)
Nuño. ¿La tuviste tú de mí?
Leonor. Por todo un Dios.[89]
Nuño. Apartad.
Leonor. No, no me muevo de aquí.
Nuño. Pronto, Leonor, acabad.
Leonor. Bien sabéis cuanto le amé;
mi pasión no se os esconde...
Nuño. ¡Leonor!
Leonor. ¿Qué he dicho? No sé,
no sé lo que he dicho, Conde;
¿queréis?... le aborreceré.
¡Aborrecerle! ¡Dios mío!
Y aún amaros a vos, sí,
amaros con desvarío
os prometo... ¡Amor impío,
digno de vos y de mí!
Nuño. Es tarde, es tarde, Leonor.
¿Y yo perdonar pudiera
a tu infame seductor,
al hijo de una hechicera?
Leonor. ¿No os apiada mi dolor?
Nuño. ¡Apiadarme! Más y más
me irrita, Leonor, tu lloro,
que por él vertiendo estás;
no lo negaré, aún te adoro,
mas perdonarle... jamás.
Esta noche, en el momento...
Nada de piedad.
Leonor, con ternura. ¡Cruel!
¡Cuando en amarte consiento!
Nuño. ¿Qué me importa tu tormento,
si es por él, sólo por él?
Leonor. Por él, don Nuño, es verdad;
por él con loca impiedad
el altar he profanado.
¡Y yo, insensata, le he amado
con tan ciega liviandad!
Nuño. Un hombre oscuro...
Leonor. Sí, sí...
nunca mereció mi amor.
Nuño. Un soldado, un trovador...
Leonor. Yo nunca os aborrecí.
Nuño. ¿Qué quieres de mí, Leonor?
¿Por qué mi pasión enciendes,
que ya entibiándose va?
Di que engañarme pretendes,
dime que de un Dios dependes,
y amarme no puedes ya.
Leonor. ¿Qué importa, Conde? ¿No fui
mil y mil veces perjura?
¿Qué importa, si ya vendí
de un amante la ternura,
que a Dios olvide por ti?
Nuño. ¿Me lo juras?
Leonor. Partiremos
lejos, lejos de Aragón,
do felices viviremos,
y siempre nos amaremos
con acendrada pasión.
Nuño. ¡Leonor... delicia inmortal!
Leonor. Y tú en premio a mi ternura...
Nuño. Cuanto quieres.
Leonor. ¡Oh, ventura!
Nuño. Corre, dile que el de Artal
su libertad le asegura,
pero que huya de Aragón,
que no vuelva, ¿lo has oído?
Leonor. Sí, sí...
Nuño. Dile que atrevido
no persista en su traición,
que tu amor ponga en olvido.
Leonor. Sí... lo diré... (Dios eterno,
tu nombre bendeciré!)
Nuño. Cuidad, que os observaré.
Leonor. (Ya no me aterra el infierno,
pues que su vida salvé.)
Calaboso oscuro con una ventana con reja a la izquierda y una puerta en el mismo lado; otra ventana alta en el fondo, cerrada. Debajo de la ventana, y en un escaño, estará recostada Azucena; en el lado opuesto Manrique, sentado
Manrique. ¿Dormís, madre mía?
Azucena. No... bastante lo he deseado, pero el sueño huye de mis ojos.
Manrique. ¿Tenéis frío tal vez?
Azucena. No... te he oído suspirar a menudo... ven aquí... ¿Qué tienes?[90] ¿Por qué no me confías todos tus padecimientos? ¿Por qué no los depositas en el seno de una madre? Porque yo soy tu madre, y te quiero como a mi vida.
Manrique. ¡Mis padecimientos!
Azucena. He orado por ti toda la noche; es lo único que puedo hacer ya.
Manrique. Descansad un momento.
Azucena. Yo quisiera escaparme de aquí, porque me sofoca el aire que aquí respiro... porque van a matarme. Pero tú me defenderás, tú no consentirás que te roben a tu madre.
Manrique. ¡Gran Dios!
Azucena. Pero estoy afligiéndote, ¿es verdad?
Manrique. No; decid, decid lo que queráis.
Azucena. Tú no podrás socorrerme; vendrán muchos contra ti, y tus fuerzas se agotarán; pero no temas por mí, yo estoy libre de su furor.
Manrique. ¿Vos?
Azucena. Sí; los tiranos no mandan sobre el sepulcro, ni el verdugo puede martirizar una carne que no siente. Acércate... Mira esta frente pálida; ¿no está pintada en ella la muerte?
Manrique. ¿Qué decís?
Azucena. Sí; desde esta mañana he sentido que me abandonaban las fuerzas, que mis miembros se torcían; un velo de sangre ha ofuscado más de una vez mis ojos, y un zumbido espantoso ha resonado continuamente en mis oídos... se me figuraba que oía el llamamiento a la eternidad... ¡La eternidad! Y ya voy a salir de esta vida con el alma emponzoñada...
Manrique. Por favor.
Azucena. Y van a matarme...
Manrique. ¡A mataros! ¿Y por qué? ¡Porque sois mi madre, y yo soy la causa de vuestra muerte! ¡Madre mía, perdón!
Azucena. No temas. ¿A qué llorar por mí? No, no tendrán el placer de tostarme como a mi madre; siento que mi vida se acaba por instantes,[91] pero quisiera morir pronto. ¿No es verdad que se llenarán de rabia cuando vengan a buscar una víctima y encuentren un cadáver, menos que un cadáver... un esqueleto? ¡Ja... ja... ja...! Quisiera yo verlo para gozarme de su desesperación. Cuando vean mis ojos quebrados, cuando toquen mi mano seca y fría como el mármol...
Manrique. ¡No me atormentéis, por piedad!
Azucena. ¿Oyes? ¿Oyes ese ruido? Mátame... pronto, para que no me lleven a la hoguera. ¿Sabes tú qué tormento es el fuego?
Manrique. ¿Y tendrán valor?
Azucena. Sí; lo tuvieron para mi madre; debe ser horroroso ese tormento...¡La hoguera! Y siempre la tengo delante, y siempre con sus llamas que queman, que quitan la vida con desesperados tormentos.
Manrique. No más, no más. 5
Azucena. Me acuerdo de cuando achicharraron a tu abuela; iba cubierta de harapos; sus cabellos, negros como las alas del cuervo, ocultaban casi enteramente su cara; yo, tendida en el suelo, arañando frenética mi rostro, había apartado mis ojos de aquel espectáculo, que no podía suportar; pero mi madre me llamó, y yo corrí hasta los pies del cadalso... los verdugos me rechazaron con aspereza, no me dejaron darla siquiera un beso, y la metieron en el fuego... Todavía retiembla en mi oído el acento de aquel grito desesperado que le arrancó el dolor... Debe ser horrible, precisamente horrible ese suplicio; aquel grito desentonado expresaba todos los tormentos de su cuerpo, y los verdugos se reían de sus visajes, porque la llama había quemado sus cabellos, y sus facciones contraídas, convulsas, y sus ojos desencajados, daban a su rostro una expresión infernal...¡Y esto les hacía reír!
Manrique. ¿No podéis olvidar todo eso? ¿Por qué no procuráis descansar?
Azucena. Sí; eso querría, pero...¿y la hoguera? ¿Y si durmiendo me llevan a la hoguera?
Manrique. No, no vendrán.
Azucena. ¿Me lo prometes tú?
Manrique. Os lo ofrezco, madre mía; podéis reposar un momento.
Azucena. ¡Tengo mucha necesidad de dormir! ¡He estado despierta tanto tiempo! Dormiré, y luego nos iremos; ¿qué razón hay para que no nos dejen ir? Cuando sea de día[92]... Pero aquí no se sabe cuando es de día... Aunque sea de noche, a cualquier hora, sí, porque quiero respirar; aquí me ahogo.
Manrique. (¡Qué tormento!)
Azucena. Y correremos por la montaña, y tú cantarás mientras yo estaré durmiendo, sin temor a esos verdugos ni a ése suplicio de fuego.
Manrique. Descansad.
Azucena. Voy... pero calla... calla... (Se queda dormida; un momento de silencio.)
Manrique. Duerme, duerme, madre mía,
mientras yo te guardo el sueño,
y un porvenir más risueño
durmiendo allá te sonría.
Al menos ¡ay! mientras dura
tu sueño, no acongojado
veré tu rostro bañado
con lágrimas de amargura.
Manrique, Leonor, y Azucena
Leonor. ¡Manrique!
Manrique. ¿No es ilusión!
¿Eres tú?
Leonor. Yo, sí... yo soy;
a tu lado al fin estoy,
para calmar tu aflicción.
Manrique. Sí; tú sola mi delirio
puedes, hermosa, calmar;
ven, Leonor, a consolar
amorosa mi martirio.
Leonor. No pierdas tiempo, por Dios...
Manrique. Siéntate a mi lado, ven.
¿Debes tú morir también?
Muramos juntos los dos.
Leonor. No, que en libertad estás.
Manrique. ¿En libertad!
Leonor. Sí; ya el Conde...
Manrique. ¿Don Nuño, Leonor! Responde,
responde... ¡Cielo! ¿Esto más!
¡Tú a implorar por mi perdón
del tirano a los pies fuiste!...
Quizá también le vendiste
mi amor y tu corazón.
No quiero la libertad
a tanta costa comprada.
Leonor. Tu vida...
Manrique. ¿Qué importa? Nada...
quítamela, por piedad;
clava en mi pecho un puñal
antes que verte perjura,
llena de amor y ternura,
en los brazos de un rival.
¡La vida! ¿Es algo la vida?
Un doble martirio, un yugo...
llama que venga el verdugo
con el hacha enrojecida.
Leonor. ¿Qué debí hacer? Si supieras
lo que he sufrido por ti,
no me insultaras así,
y a más me compadecieras.
Pero, huye, vete, por Dios,
y bástete ya saber
que suya, no puedo ser.
Manrique. Pues bien, partamos los dos,
mi madre también vendrá.
Leonor. Tú solamente.
Manrique. No, no.
Leonor. Pronto, vete.
Manrique. ¡Solo yo!
Leonor. Que nos observan quizá.
Manrique. ¿Qué importa? ¡Aquí moriré,
moriremos, madre mía!
Tú sola no fuiste impía
de un hijo tierno a la fe.
Leonor. ¡Manrique!
Manrique. Ya no hay amor,
en el mundo no hay virtud.
Leonor. ¿Qué te dice mi inquietud?
Manrique. Tarde conocí mi error.
Leonor. ¡Si vieras cuál se extremece
mi corazón! ¿Por qué, di,
obstinarte? Hazlo por mí,
por lo que tu amor padece.
Sí; este momento quizá...
¿No ves cuál tiemblo? Quisiera
ocultarlo si pudiera;
pero no, no es tiempo ya.
Bien sé que voy tu aflicción
a aumentar, pero ya es hora
de que sepas cuál te adora
la que acusas sin razón.
Aborréceme, es mi suerte;
maldíceme si te agrada,
mas toca mi frente helada
con el hielo de la muerte.
Tócala, y si hay en tu seno
un resto de compasión,
alivia mi corazón,
que abrasa un voraz veneno...
Manrique. ¡Un veneno!... ¿Y es verdad?
Y yo, ingrato, la ofendí
cuando muriendo por mí...
un veneno...
Leonor. Por piedad,
ven aquí, por compasión,
a consolar mi agonía.
¿No sabes que te quería
con todo mi corazón?
Manrique. Me matas.
Leonor. Manrique, aquí,
aquí me siento abrasar.
¡Ay! ¡ay! Quisiera llorar,
y no hay lágrimas en mí.
¡Ay! juventud malograda,
por tiranos perseguida!
¡Perder tan pronto una vida
para amarte consagrada!
(Se ve brillar un momento el resplandor de una luz en
la ventana de la izquierda.)
¡Mira, Manrique, esa luz...
vienen a buscarte ya;
no te apartes, ven acá,
por el que murió en la cruz!
Manrique. Que vengan... ya entregaré
mi cuello sin resistir;
lo quiero; anhelo morir...
muy pronto te seguiré.
Leonor. ¡Ay! Acércate...
Manrique. ¡Amor mío!...
Leonor. Me muero, me muero ya
sin remedio; ¿dónde está
tu mano?
Manrique. ¡Qué horrible frío!
Leonor. Para siempre... ya...
Manrique. ¡Leonor!
Leonor. ¡Adiós!... ¡adi... os!
(Espira; un momento de pausa.)
Manrique. ¡La he perdido!
¡Ese lúgubre gemido!
es el último de amor.
Silencio, silencio; ya
viene el verdugo por mí...
Allí está el cadalso, allí,
y Leonor aquí está.
Corta es la distancia, vamos,
que ya el suplicio me espera.
(Tropieza con Azucena.)
¿Quién estaba aquí? ¿Quién era?
Azucena. ¿Es hora de que partemos?
(Entre sueños.)
Manrique. A morir dispuesto estoy...
Mas no; esperad un instante;
a contemplar su semblante,
a adorarla otra vez voy.
Aquí está... Dadme el laúd;
en trova triste y llorosa,
en endecha lastimosa
os contaré su virtud.
Una corona de flores
dadme también; en su frente
será aureola luciente,
será diadema de amores.
Dadme, vereisla brillar
en su frente hermosa y pura;
mas llorad su desventura
como a mí me veis llorar.
¡Qué funesto resplandor!
¿Tan pronto vienen por mí?
El verdugo es aquél... sí;
tiene el rostro de traidor.
Los de la escena anterior, Don Nuño, Don Guillén, Don Lope y Soldados con luces
Nuño. ¿Leonor?
Manrique. ¿Quién la llama? ¿Por qué vienen a apartarla de mí? La desdichada ya a nadie puede amar. ¡Si yo pudiera ocultarla a sus ojos!
(La cubre con su ferreruelo, que tendrá al lado.)
Nuño. ¿Leonor?
Manrique. Calla... No turbes el silencio de la muerte.
Nuño. ¿Dónde está Leonor?
Manrique. ¿Dónde? Aquí estaba. ¿Venís a arrebatármela en la tumba?
Nuño. ¿Ha muerto?
Manrique. Sí... Ya ha muerto.
(Descubriendo el rostro pálido de Leonor.)
Guillén. ¿Quién? ¡Mi hermana!
Manrique. Ya no palpita el corazón; sus ojos ha cerrado la muerte despiadada. Apartad esas luces; mi amargura piadosos respetad... no me acordaba...
(A don Nuño.)
¡Sí; tú eres el verdugo! Acaso buscas una víctima... ven... ya preparada para la muerte está.
Nuño. Llevadle al punto, llevadle, digo, y su cabeza caiga.
(Varios soldados rodean a Manrique.)
Manrique. Muy pronto, sí...
Nuño. Marchad...
Manrique. ¿Qué miro! Vamos...
(Reparando en Azucena.)
No le digáis, por Dios, a la cuitada que va su hijo a morir... ¡Madre infelice, hasta la tumba, adiós...! (Al salir.)
Los Mismos, menos Manrique
Azucena, incorporándose. ¿Quién me llamaba? El era, él era. ¡Ingrato... se ha marchado sin llevarme también!
Nuño. ¡Desventurada! Conoce al fin tu suerte.
Azucena. ¡El hijo mío!
Nuño. Ven a verle morir.
Azucena. ¿Qué dices? ¡Calla! ¡Morir... morir!... No, madre,[93] yo no puedo; perdóname, lo quiero con el alma. Esperad, esperad,...
Nuño. Llevadla.
Azucena. ¡Conde!
Nuño. Que le mire espirar.
Azucena. Una palabra, un secreto terrible; haz que suspendan el suplicio un momento.[94]
Nuño. No; llevadla.
(La toma por una mano y la arrastra hasta la ventana.)
Ven, mujer infernal... goza en tu triunfo. Mira el verdugo, y en su mano el hacha que va pronto a caer...
(Se oye un golpe que figura ser él de la cuchilla.)
Azucena. ¡Ay! ¡Esa sangre!
Nuño. Alumbrad a la víctima, alumbradla.
Azucena. ¡Sí, sí... luces... él es... tu hermano, imbécil!
Nuño. ¡Mi hermano, maldición!...
(La arroja al suelo, empujándola, con furor.)
Azucena. ¡Ya estás vengada![95]
(Con un gesto de amargura, y espira.)
[1] Luna, a village 30 miles north of Saragossa on the Arba-de-Biel.
[2] Aragón, formerly a kingdom of Spain comprising the present provinces of Saragossa, Huesca, and Teruel. The King of Aragon at the time of "El Trovador" was Alfonso V, the Magnanimous.
[3] Zaragoza, Saragossa, the capital of Aragon, a city of 100,000 inhabitants, situated on the right bank of the Ebro.
[4] sala corta, a drop-scene, in order to allow the arrangement of the scenery for Scene 2.
[5] Aljafería. The Castillo de la Aljafería, outside of the western gate, owes its name to the sheik Abou Dja'far Ahmed who built it. It served later as the residence of the kings of Aragon and the palace of the Inquisition. Partially destroyed in 1809, it has been restored and now serves as a barracks. In visiting it one is shown the "Torreta," the prison which figures in Act V.
[6] a palos, with blows.
[7] al otro día, on the next day.
[8] a guiarse por mis consejos, if they had let themselves be guided by my counsels.
[9] ¡Pues por supuesto! Of course.
[10] Dime con quién andas, y te diré quién eres, an old Spanish proverb resembling our "birds of a feather," etc.
[11] ni por ésas, nor was that of avail.
[12] unos ojos tan relucientes, "unos sometimes seems to mean little more than 'a pair of.'" (Hills and Ford's Spanish Grammar.)
[13] un no sé qué de diabólico, something diabolical.
[14] en tiempos de antaño, last year.
[15] Urgel, the seat of a bishopric on the south slope of the Pyrenees, northeast of Saragossa.—que en mala hora naciera, curse him; lit. "who would that he were born in an evil hour."
[16] en cuanto a lo demás, i.e. in other respects.
[17] para lo cual, i.e. para entrar en la habitación de Leonor.
[18] a lo más oculto del jardín, the neuter form of the article is used before the masculine form of an adjective, when the adjective is used substantively as the name of a color or as an abstract noun.
[19] con quién se las había, "with whom she was having them," i.e. with whom she was speaking.
[20] llegan a saber, come to know.
[21] para lo que ha dormido, i.e. para lo poco que ha dormido.
[22] no nos eche de menos, let him not miss us.
[23] Guillén (or Guilhén), a Catalan form. The Castillian form of this name is Guillermo or Guillelmo.
[24] al de Luna, "Before a relative clause, and before a phrase introduced by de, the definite article is generally used instead of a demonstrative or personal pronoun." (Hills and Ford's Spanish Grammar.)
[25] vos instead of usted is archaic.
[26] Nunca lo fuerais, por Dios, would to God that you were not.
[27] ¡Ay de mi! Alas for me!
[28] ¿Os pesa de mi venida? Are you sorry because of my coming?
[29] no tengo nada, nothing is the matter with me.
[30] vía, poetic for veía.
[31] sino, if not. Notice the etymological meaning of the word.
[32] hidalgo de pobre cuna is vocative.
[33] le debieron de matar, they must have killed him.
[34] ¿cómo os va de aquella herida? How is your wound?
[35] Jerusalén. There still exists a "Convento de Jerusalén" in Saragossa in the Paseo de la Independencia.
[36] Velilla. A small town on the Ebro below Saragossa, so-called from the alarm bell of its church, San Nicolas, which was said to toll of its own accord whenever a great calamity was to befall Aragon. It was cast by the Goths who, according to tradition, threw into the fused metal one of the thirty pieces of silver received by Judas.
[37] lo, i.e. religiosa.
[38] del mismo altar, of the altar itself.
[39] entre, subjunctive after a verb of commanding.
[40] la voy a perder, I am going to lose her.
[41] Hoy mismo, this very day.
[42] entrar a saco, to sack.
[43] Castellar, a castle situated about 10 miles west of Saragossa.
[44] Debe de haber, there must be. Cf. hay, "there is."
[45] puerta del Sol, a square in the eastern part of Saragossa.
[46] Pluguiera, from placer, optative subjunctive.
[47] no las tengo yo todas conmigo, I am disturbed; literally, "I haven't them all with me," i.e. my wits, self-confidence.
[48] Quiera, optative subjunctive.
[49] haga, subjunctive after a relative with indefinite antecedent.
[50] de la hoguera en derredor, i.e. en derredor de la hoguera.
[51] al siniestro resplandor, i.e. de la llama trémula.
[52] niño, young.
[53] Haro, a city of 7976 inhabitants and centre of the celebrated vineyards of Rioja, situated on the Ebro 220 kilometres above Saragossa.
[54] Vizcaya, one of the "Basque" provinces in the north of Spain. Its capitol, Bilbao, now a city of 74,093 inhabitants, was founded in 1300 by Diego Lopez de Haro, the person mentioned in this passage.
[55] Alcázar, a Moorish word.
[56] dieron en decir, insisted in saying or people would have it that.
[57] mal de ojo, the evil eye.
[58] Yo no hacía otra cosa que, I did nothing but.
[59] Artal, the family name of Nuño.
[60] Que no sepa nunca, optative subjunctive.
[61] Estuvo en poco que no se lo descubriera, He came very near finding it out.
[62] ¿qué os hicisteis? Leonor is addressing the "tiempos en que amor solía..."
[63] a la prenda, notice the "personal a."
[64] al cielo, notice "personal a."
[65] Pues que, well then.
[66] Calle corta, drop-scene.
[67] por la espalda y por la frente, from in front and behind.
[68] Ya vuelve, she is coming to consciousness.
[69] los suyos, i.e. sus soldados.
[70] Que se escapara, to think that he should have escaped.
[71] los suyos, see page 45, note 1.
[72] Catalanes, from Cataluña, the northeastern province of Spain.
[73] que nos hacían gran falta, of whom we had great need.
[74] por qué arman ese alboroto, Why do they raise this disturbance?
[75] sea atrevido a, dare to.
[76] a contártelo yo, upon my letting it to you; if I were to tell you.
[77] tan sólo ha sido, see vocabulary under tan.
[78] al tocarle osado, upon boldly touching it.
[79] Manrique's dream, though having no importance in the solution of the drama, is of considerable dramatic value as it foreshadows the catastrophe. The phantom of the dream is to be interpreted as Azucena, and the change of Leonor in the dream foreshadows her death in Act V.
[80] lleva a cuchillo, takes with the sword, or puts to the sword.
[81] puntas de hechicera, cf. Act I, Scene 1, ribetes de bruja.
[82] fratricido, Leonor uses this word in a general sense, of course not knowing the specific sense which the spectator may apply to it.
[83] Ruiz is complaining because he has had to pay a high price for the bottle.
[84] Hagan bien para hacer bien, "do good that good be done," i.e. pray. This is from the prayer for those about to die.
[85] Ya no puedo ser del Conde, I cannot be the Count's.
[86] Valencia, a city on the eastern coast of Spain, at this time in state of civil warfare.
[87] plugo, from placer.
[88] Como su madre, i.e. Azucena's.
[89] por todo un Dios, for heaven's sake.
[90] ¿Qué tienes? What is the matter with you?
[91] se acaba por instantes, is slowly ebbing away.
[92] día, by day.
[93] Azucena addresses her own mother.
[94] Azucena has not the courage to see Manrique die and is going to reveal his identity in order to prevent the execution, but she is too late.
[95] See note [94].
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